La participación ha sido la más alta de 
la historia en elecciones autonómicas. Somos libres de interpretar el 
hecho como queramos, pero no de obviarlo. Han sido de más de 10 puntos 
respecto a las de 2012 y veinte respecto a las de 2010. O sea, el 
interés aumenta y quienes recriminaban a Mas que tuviera al personal 
aburrido con la papeleta en la mano, encizañaban con mala fe. Sí, es 
verdad, tres elecciones autonómicas en cinco años y, sin embargo, el 
interés popular crece porque todos saben que en ellas se juegan mucho. 
Cada vez más. Eso prueba que en Cataluña hay un intenso sentido 
ciudadano, lo cual honra a los catalanes.
Nueva
 falacia: las elecciones eran autonómicas normales, no plebiscitarias. 
Ese empeño ha provocado muchas risas en todas las cancillerías, cuando 
los alguaciles de la gran nación mendigaban declaraciones anticatalanas 
de los más exóticos mandatarios, probando con hechos lo que negaban con 
palabras.
Ahora,
 otra argucia de político marrullero que repiten todos los perdedores: 
sí, los independentistas tenéis mayoría absoluta de escaños, pero no de 
votos y, por tanto, no podéis hacer nada, ni seguir con vuestra hoja de 
ruta, ni declarar DUI alguna. O sea, los mismos que decían que las 
elecciones de 27S no eran un plebiscito dicen el 28S que sí eran un 
plebiscito y solo cuentan los votos, pero no los escaños. Falso: eran 
una elecciones autonómicas de carácter plebiscitario y valen los votos y
 los escaños. Si el 35% del voto que tiene el PP (y mayoría absolutísima
 en el Congreso) lo facultan para legislar como quiere y lo que quiere, 
lo mismo o más sucederá con el 47% del voto en Cataluña. 
La
 democracia parlamentaria significa que la soberanía popular reside en 
el Parlamento. Este, con mayoría absoluta y según doctrina del venerable
 constitucionalismo británico, puede hacerlo todo “excepto convertir un 
hombre en una mujer”. Tal cosa es hoy perfectamente viable y por tanto 
el Parlamento puede hacerlo todo, por ejemplo, proclamar una DUI por 
mayoría absoluta de escaños, aunque no de votos.
Vamos
 ahora a los resultados por partidos. El PP, derrota sin paliativos. El 
partido de gobierno en España no pinta nada en Cataluña. Estirar el 
tamaño del candidato no ha aumentado los votos. Al contrario, estos han 
mermado. Palinuro ha abandonado ya todo intento de hacer comprender a 
estos neofranquistas y meapilas autoritarios que su discurso no vende en
 Cataluña. Si fueran menos compulsivamente reaccionarios podían ver cómo
 Ciudadanos con sus 25 flamantes diputados (de nueve en 2012) crece 
porque huele menos a cuartel, a sacristía y a delincuencia aunque, en el
 fondo, sea tan reaccionario como él.
El
 PSC, otro perdedor de la jornada aunque menos de lo que se barruntaba, 
gracias a la fidelidad de una militancia socialista tan castigada como 
en el resto de España por la fabulosa ineptitud de Pedro Sánchez, pero 
reanimada por Iceta. No obstante si la vieja socialdemocracia española 
no evoluciona con los tiempos, su lento declive será inevitable. Por 
ejemplo, ¿por qué no intenta Sánchez entender el derecho de 
autodeterminación de los pueblos que está en la raíz de la izquierda 
europea sin miedo a disgustar a esa recua de carcas que tiene como 
expertos en no sé qué?
El
 perdedor por excelencia, más incluso que ese Duran, gentleman de los 
grandes hoteles, es Podemos. Algo se maliciaron sus estrategas al 
comienzo, cuando destacaron a Iglesias y Errejón a montar sus cuarteles in partibus,
 a decir las tonterías de los abuelos y seducir a la gente del común. 
Pero no sirvió de nada. Su inanidad intelectual y falta de sintonía con 
los catalanes les han hecho perder escaños en relación con los que 
obtuvieron ICV-EUiA que ya es lamentable. Lo siento por mis amigos de 
Equo en ese corral, siempre apostando por plepas. Lo interesante ahora 
será ver cómo van a resistir los de Podemos el abrazo de los comunistas 
anguitianos de IU en España cuando sus expectativas han quedado por 
debajo de sus escrúpulos.
Los
 de la CUP, mis afinidades electivas, han tenido el mejor resultado de 
todos en términos relativos, pues han multiplicado por más de tres sus 
diputados. David Fernández y Antonio Baños sí que son gente nueva, 
directa, brava. A lo mejor demasiado. Entiendo su euforia con los 
resultados con los que la gente ha premiado su entrega y su esfuerzo, 
pero recuérdese el lema, de nada demasiado y de pureza e intransigencia 
tampoco. Piensen bien eso de cerrarse en banda a la investidura de Mas, 
sin hablar, sin acordar, sin negociar nada. Prima facie tiene un punto de injusticia que hay que despejar.
Por
 último la melée triunfadora de JxS que han ganado con toda claridad y 
toda legitimidad, pero han perdido escaños en relación a los de 2012. 
Tienen que articular una política de entendimiento con la CUP sin caer 
en la tentación de la soberbia de trato con alguien a quien se necesita 
aunque no lo aprecien mucho. Y con habilidad y destreza pues la CUP es 
como los erizos, está llena de púas: la púa anticapitalista, la 
feminista, la ecologista y algunas pinchan mucho.
Finalmente,
 el impacto institucional. Los nacionalistas españoles rezongarán lo que
 quieran sobre votos y escaños pero no hay duda de que el gobierno que 
salga de estas elecciones es infinitamente más legítimo que el español, 
tiene mucho más apoyo popular y no ha llegado al poder a base de mentir 
hasta a su santa madre, suponiendo que los partidos tengan madre. 
Ese
 gobierno viene con un mandato claro de poner en marcha su hoja de ruta 
hacia la independencia. Por la cuenta que nos trae, sería bueno que, a 
la hora de negociar el cómo y el cuándo, la Generalitat encontrara un 
interlocutor en Madrid que estuviera a su altura. Es evidente que no es 
el caso del gobierno actual, un órgano de una incompetencia fabulosa, 
sostenido por un partido que semeja una asociación de malhechores y 
dirigido por un hombre que parece la personificación misma del principio
 de Peter. 
Por diversas 
circunstancias, eso es imposible. Vistos los resultados de las 
elecciones, lo lógico sería que el gobierno de Madrid presentara la 
dimisión por haber metido al país en un problema que lo supera en todas 
las dimensiones. No pasará y quizá tampoco sirviera de mucho porque el 
gobierno que lo sucediera tendría menos de tres meses hasta las 
elecciones generales y carecería de margen de maniobra.
En
 consecuencia, no es exagerado decir que las elecciones más importantes 
del año para Cataluña y España cogen a esta sin gobierno. Y no solo sin 
gobierno. Quizá también con la forma de Estado francamente tocada. El 
independentismo catalán es republicano y en el horizonte se dibuja una 
República catalana. A lo mejor debiera el Rey hacer lo que nunca se ha 
hecho en España, esto es, someter a referéndum si los españoles desean 
una República o prefieren que el Monarca siga reinando sobre lo que 
quede al final de esta oleada de independentismo que nace hoy:  Castilla
 y poco más.
Y
 eso no es lo más curioso. Sin hipérbole cabe calificar las elecciones 
de ayer en Cataluña, según viene haciéndolo Palinuro en los últimos 
tiempos, como una revolución. Una revolución de nuevo tipo y tiempo 
nuevo. La primera revolución del siglo XXI.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED