La "globalización de la economía" y de manera especial la 
"globalización financiera", han sido siempre la gran ilusión y la meta 
de los gestores políticos, no solo de las grandes potencias, sino de los
 países emergentes e incluso de aspiraciones continentales. Los 
políticos y sus equipos económicos han olvidado con demasiada facilidad 
el fracaso estrepitoso de la Gran Depresión de los años treinta, cuyos 
efectos internacionales ocasionaron:  
recesión, desaparición de grandes y
 medianas empresas, desempleo insoportable, inestabilidad monetaria, y 
como consecuencia la también desaparición de importantes entidades 
financieras, protagonistas de una gestión de capitales sin orden ni 
regulación, financiando a las economías emergentes, que al entrar en 
crisis, mostraron la inestabilidad de la libre movilidad de capitales 
con un mercado globalizado de crecimiento incontrolado.
    
     La crisis económica-financiera de balances en las entidades 
bancarias dificultan volver al crecimiento económico, por ello, y para 
proteger al ahorro, el esfuerzo de los bancos centrales para sanearlos 
se hace imprescindible, y el desarrollo del tejido empresarial sufre las
 consecuencias de la paralización, hasta que aquellas pueden volver a 
 apoyar a los mercados productivos y de consumo.
     En la globalización, la mundialización de las finanzas es 
fundamental. Los movimientos internacionales de capitales sin control 
estimulan la demanda excesiva  de los países financiando el crecimiento 
económico mientras dura el auge, pero cuando se producen un punto de 
inflexión, la vertiginosa huida de capitales en un entorno volátil, 
provoca la recesión económica.
     En el segundo semestre del 2007 se inicia otra gran crisis 
financiera internacional – la Gran Recesión-, que está siendo la más 
duradera y difícil de superar, pero que tiene los mismos orígenes que 
las anteriores, impulsada por los efectos desestabilizadores de los 
flujos de capitales que se estimaron, erróneamente, necesarios para el 
crecimiento de la economía global y el apoyo a los países emergentes. El
 Fondo Monetario Internacional (FMI), tres años después, reconoció 
públicamente que ante el extraordinario crecimiento de los flujos 
financieros en relación a la economía real, se impone su control, para 
que la economía se desenvuelva con equilibrio. Es ya un hecho 
indiscutible que el crecimiento económico no debe fundamentarse en la 
globalización financiera, sino en la estimación razonable de los 
beneficios y una adecuada capitalización de los mismos. A los países que
 así lo entendieron les afectó en mucha menor medida la crisis, y la 
recuperación de la recesión fue más rápida y efectiva.
     Un ejemplo  de que un boom sectorial suele impulsar a un peligroso 
aumento de dimensión del sistema financiero, lo hemos tenido en España 
con el sector inmobiliario que alcanzó cotas nunca conocidas, y cuyos 
resultados negativos fueron la paralización de la construcción y la 
imprescindible reestructuración del sistema bancario así como su 
inevitable concentración. Para financiar el crédito y ante la 
insuficiencia del ahorro privado, las entidades tuvieron que acudir a 
los mercados internacionales de deuda, con el fin de complementar el 
insuficiente aumento de los depósitos en España.
 UNA ECONOMÍA GLOBAL CARENTE DE 
COHESIÓN POLÍTICA Y SOLIDARIDAD
     Los efectos negativos de la última crisis han sido profundos y 
generales a nivel internacional; el desarrollo de una economía más 
globalizada y de unos mercados más abiertos y participativos, 
propiciaron un excesivo crecimiento de los flujos financieros que 
acabaron siendo vulnerables y de volatilidad peligrosa. También han 
generado inseguridad a aquellos Estados que permitieron el lanzamiento 
al exterior de actividades empresariales no consolidadas ni 
competitivas, con desplazamientos de profesionales especializados, 
imprescindibles en el interior, pero con desconocimiento y falta de 
experiencia en los mercados a los que han sido destinados. Por otro 
lado, no olvidemos el efecto contagio de los fracasos de un país para 
con los que se relaciona. 
    
     La responsabilidad de estimular la integración de un país en la 
nueva economía global, cuando termina en fracaso, solo cabe atribuirla a
 los gestores políticos nacionales, que al desarrollar una gestión poco 
analítica y arriesgada, conduce inevitablemente a la crisis como 
consecuencia de la falta de competitividad y libertad, único camino al 
crecimiento sólido, prudente y continuado.
     LA PERCEPCIÓN NEGATIVA DE LA GLOBALIZACIÓN
     La inestabilidad de la moneda en los países con importante déficit 
presupuestario, la diversificación de los riesgos ante un extraordinario
 incremento de los flujos financieros, las peligrosas divergencias 
políticas populistas, las desigualdades crecientes en la distribución de
 la renta, y el incremento del paro ocasionado por las nuevas 
tecnologías, explican el notable descontento ciudadano y del mundo 
empresarial para con la globalización. Los sondeos de opinión, 
especialmente en Europa, dan como resultado la percepción de verla como 
una amenaza.
     El resultado es un aumento de la incertidumbre debido a las 
carencias de: un orden institucional global y una cohesión política 
razonable aunque difícil de conseguir. Especial transcendencia tiene la 
escasa voluntad para resolver los convenios comerciales bilaterales, 
renunciando a egoísmos personales y a la exigencia de dominio de poder 
unilateral. Ejemplo de ello han sido los numerosos intentos de tratados 
iniciados sin conseguir su puesta en vigor efectiva o el alargamiento en
 el tiempo de su firma debido a la disparidad de criterios en la 
redacción de los acuerdos. Recordemos algunos como el de EEUU-Unión 
Europea (conocido como TTIP), el de UE-Canadá (CETA por sus siglas en 
inglés), el de Asia- Pacífico, y otros sobre actividad agraria, que 
confirman lo expuesto.
     Sin embargo, abandonar el camino recorrido hasta ahora en la 
globalización, aunque no se haya alcanzado con pleno éxito el objetivo 
pretendido, sería un error irreparable. Prescindir de la libre movilidad
 de capitales acarrearía el desorden monetario internacional, y volver 
al individualismo autárquico y a los nacionalismos, renunciando a los 
intereses colectivos ya creados sería de funestas consecuencias. La 
historia nos muestra las graves consecuencias del aislamiento.
    Solo hay un camino, admitir que el estado en que se encuentra la 
organización del sistema actual de economía global internacional 
requiere reformas, pero iniciar y desarrollar uno nuevo sería 
extraordinariamente complejo y requeriría mucho tiempo. Es urgente 
mejorar el orden institucional global actual mediante una mayor cohesión
 política y la renuncia de los países más poderosos al dominio absoluto 
de los mercados, estableciendo compensaciones y apoyos solidarios. Todo 
ello redundaría en beneficios futuros, tanto para las grandes economías 
como para las más modestas.
(*) Economista y empresario