En mi último artículo en estas páginas digitales, dedicado a los 
problemas que el nuevo gobierno tendrá con la reducción del déficit 
público que Bruselas le va a exigir, aventuraba que la repetición de las
 elecciones sería inevitable. Y así ha sido. Vamos a votar una segunda 
vez, esperando que a la segunda sea la vencida y no vaya a haber dos sin
 tres, que el refranero da para todas las soluciones.
Pero no, no vamos a votar tres veces, y por lo tanto, de estas 
elecciones saldrá un gobierno, cualquiera que sea el resultado de esta 
segunda convocatoria. Y como nuestra Constitución tasa el tiempo máximo 
disponible para llegar a un acuerdo, no hará falta que ocurra lo de 
aquel Cónclave en el que encerraron con llave a pan y agua a los 
cardenales hasta que se pusieran de acuerdo y eligieran un Papa. No sé 
si la Historia o la leyenda dice que de aquí viene la palabra Cónclave (con quiave,
 con llave). Y que además tardaron mucho tiempo e incluso algunos 
murieron en el encierro. Nada hará falta llegar a tanto, porque alguna 
de las soluciones, vía pactos, que antes pudieron parecer imposibles e 
inaceptables, ahora serán inevitables.
Repetir las elecciones no es algo que se estile en Europa. No conozco
 hay muchos ejemplos relevantes, el único que conozco es el reciente de 
Grecia. Lo que es un fenómeno europeo es la creciente fragmentación de 
los parlamentos como consecuencia de la aparición de nuevas fuerzas 
políticas y el ocaso de las tradicionales. Así ha ocurrido en Irlanda, 
Portugal, Grecia, Italia. Ni en Francia ni en el Reino Unido se puede ya
 hablar de bipartidismo. En Alemania, después del éxito electoral de 
Alternativa para Alemania ya hay por lo menos, contando con los 
socialcristianos bávaros de la CSU, 7 partidos a lo que tomar en 
consideración.
La diferencia es que en otros países se llega a acuerdos, aunque a 
veces cueste mucho tiempo conseguirlo como en Bélgica, o los gobiernos 
duren poco, como hasta ahora en Italia, o los dos grandes partidos se 
coaligan cuando no les basta el apoyo de un tercer partido minoritario, 
como en Alemania. Pero nuestra Constitución limita el tiempo para formar
 gobierno. Y además, una vez investido es muy difícil echarlo. Para 
formarlo basta una mayoría de votos favorables, aunque estos nos sumen 
la mayoría absoluta, pero para cambiarlo si que hace falta mayoría 
absoluta, (176). Y además la oposición tiene que ponerse de acuerdo en 
proponer un candidato alternativo. Esta norma asegura la estabilidad del
 gobierno, pero dificulta su formación en circunstancias como las 
actuales.
De lo ocurrido saquemos la conclusión positiva de que esta situación 
inédita, por la que nos pasaremos, al menos, 10 meses con un gobierno en
 funciones, se ha gestionado, hasta ahora, con normalidad democrática.
En otros tiempos, la incapacidad de los partidos para ponerse de 
acuerdo, hubiera provocado presiones de los poderes fácticos, y borboneos
 monárquicos, cuando no ruidos sables. Esta vez, nada de eso, la Corona 
no se ha salido del papel que la Constitución le asigna y además, como 
Rajoy había tenido la precaución de aprobar el Presupuesto, el gobierno en funciones puede funcionar.
Cierto que tener que la repetición de las elecciones es una pérdida 
de tiempo y energías ante los problemas urgentes que tenemos que 
resolver. Pero tampoco es un drama. Más vale volver a las urnas, que 
embarcarnos en un mal gobierno, débil, dividido y sin un programa 
coherente.
Sí, pero todo puede seguir igual o casi. En ese caso, como decía 
antes, lo imposible será inevitable. Pero no es nada seguro que todo 
siga igual. En realidad, pequeños cambios en el voto y en su 
distribución territorial pueden producir el basculamiento de una decena 
de diputados de unos partidos a otros. Y, por ejemplo, habida cuenta de 
que el PP+ Ciudadanos ya suman 163, bastaría que entre los dos 
obtuvieran una decena más para que fuera muy difícil impedir que 
formaran gobierno. Y las encuestas dicen que hay casi un 10 % de 
electores que están dispuestos a cambiar su voto, lo que es una 
proporción enorme que puede producir cambios significativos. Pero creo 
que en este momento las actitudes de muchos electores son muy volátiles y
 no hay encuestas capaces de anticipar adecuadamente el resultado 
electoral.
Un acuerdo entre Podemos y Unidad Popular, que así se llama ahora lo 
que antes fue Izquierda Unida, puede también tener consecuencias 
electorales importantes. Una de las cuestiones que se van a dilucidar en
 estas elecciones es quien es la fuerza mayoritaria dentro de la 
izquierda, si sigue siéndolo la socialdemocracia tradicional o la 
emergente que surge de la crisis.
Es una cuestión que se plantea en otros países. En Grecia por 
supuesto, pero también en Italia donde el movimiento 5 Stelles está 
pisando los talones en las encuestas al Partido Democrático, esa 
amalgama de ex comunistas, socialistas y democratacristianos inventada 
para hacer frente al populismo de derechas de Berlusconi.
Es la consecuencia de los cambios sociales provocados por la crisis 
económica, la globalización y las trasformaciones tecnológicas. En 
España, las formaciones políticas que han protagonizado la alternancia 
política durante la segunda restauración borbónica, ya no son 
mayoritarias. Y las nuevas no son todavía partidos políticos 
organizados, sino la expresión de un estado de ánimo social generado por
 una larga crisis económica, insoportables niveles de paro, de la 
pobreza, de la precariedad y de la desigualdad. El cocktail explosivo de crisis + corrupción no podía dejar de tener consecuencias sobre las estructuras de representación política.
En EE.UU. el fenómeno Trump, de alguna manera el equivalente 
americano de Berlusconi, refleja la frustración de las clases medias y 
populares que han visto su nivel de vida decrecer y sus puestos de 
trabajo deslocalizarse como consecuencia de la globalización. Se dice 
que el apoyo a Trump y a Sanders es la venganza de los perdedores de la 
globalización, que no ha tenido efectos positivos para todos.
Cuando digo que algunas soluciones ahora eran imposibles me refiero a la gran coalición
 a la alemana, con Rajoy. Después de haberle dicho delante de millones 
de personas que no era una persona decente digna de gobernar, Sánchez no
 podía a continuación hacerle Presidente del gobierno por activa o por 
pasiva. O incluso compartir el banco azul. Y Rajoy, atrincherado en su 
exasperante cantinela de que el PP había ganado las elecciones, 
confundiendo el mayor número de escaños con tener los apoyos 
suficientes, no ofrecía al PSOE ninguna opción aceptable. Con Rajoy 
completamente aislado, Sánchez ha intentado lo que tenía que hacer, un 
acuerdo de mínimos con los demás, a su derecha y a su izquierda.
No ha podido ser. Creo que Podemos nunca lo quiso. Aunque sea un 
juicio de intenciones, probablemente le ha interesado más conseguir la 
hegemonía de la izquierda en una segunda vuelta sumando con lo que queda
 de Izquierda Unida. Y Ciudadanos no tenía la fuerza suficiente para 
completar a uno de los dos grandes, que ya no lo son tanto, como hizo 
CiU con unos y con otros. Si entonces hubiese existido un partido de 
centro liberal, que no representase intereses territoriales, para 
completar una mayoría, como ocurre en Alemania y en el Reino Unido, 
hubiese sido mejor para España que no tener que depender de las 
exigencias interesadas de CiU.
Pero todo eso ya es Historia, y pretender atraer el voto a base de 
dilucidar quién es el responsable de esta situación y quien es el que no
 quiso de verdad formar una mayoría alternativa al gobierno del PP, es 
un argumento de escaso interés para preparar el futuro Ahora hay que 
volver a proponer soluciones para los problemas del país, que no son 
pocos. Y para ello harían falta debates, muchos debates, mal que le pese
 a Rajoy que ya nos ha dicho que no le gustan.
Sería bueno saber cómo se puede garantizar el equilibrio del sistema 
de pensiones. Como relanzar la economía para reducir esos insoportables 
niveles de paro y dar confianza en el futuro a los jóvenes, lo que pasa 
por una legislación laboral que alíe seguridad y flexibilidad, y 
soluciones hay donde inspirarse. No basta con decir que se va a reformar
 el Estatuto de los Trabajadores o que se va a hacer una reforma fiscal justa. Hay que explicar en que consistirían las reformas.
Y tampoco se puede pretender resolver el problema a base de cartas a 
los Reyes Magos, proponiendo aumentos del gasto público en cuantías 
desestabilizadoras sin especificar cómo se financiarían ni como se 
harían compatibles con nuestros compromisos europeos. Las apelaciones 
rituales a la lucha contra el fraude, (imprescindible) no son 
suficientes.
Mas que discutir cuanto se van a gastar en la campaña electoral-bis, 
sería mejor organizar una verdadera discusión de las propuestas sobre 
las que los electores tienen, tenemos, que escoger. Sabiendo que a la 
segunda tiene que ser la vencida y que, por tanto, lo que pudo ser 
imposible puede que sea inevitable.
(*) Ex presidente del Parlamento Europeo