Hubo un tiempo en que eran los 
socialistas quienes llevaba la voz cantante sobre el agua y en que el PP
 no terminaba de tomar el pulso a la cuestión. No de manera casual ese 
tiempo coincidió con el periodo de gobernación socialista en la Región. 
Una vez perdido el poder autonómico a mediados del los 90, también se 
redujo la influencia del 
PSRM
 en la organización central, donde tenían asiento representantes de las 
Comunidades antitrasvasistas.
El PP, que en los inicios apostaba por la 
desalación, pronto tomó el relevo de los trasvases y consolidó su poder 
durante muchos años gracias a incidir en esa posición, que situó en el 
centro de su identidad política regional. Es cierto que el resultado, al
 cabo, es más bien magro: no sólo no recuperó el trasvase del Ebro, sino
 que pactó una importante reducción de los volúmenes trasvasables del 
Tajo.
Pero tal vez porque los socialistas, desde la oposición, no 
supieron mantener su discurso inicial al respecto, la percepción 
ciudadana y de los agentes más directamente concernidos con la 
administración del agua han venido identificando al PP como el partido 
que mejor defendía los intereses murcianos, fijada la identificación de 
éstos con la política hidrológica tradicional.
 Una
 vez que con la crisis menguó la presión sobre el agua más allá de los 
regantes, es decir, la que ejercían los sectores relacionados con el 
sector urbanístico, más el escarmiento de los casos de corrupción que 
provocó aquella dinámica expansiva, el agua dejó de aparecer en el 
primer renglón de la agenda política, en el que entraron otros asuntos 
más acuciantes.
Sin embargo, la evidencia del 
cambio climático
 como problema real y urgente y su implantación cada vez más acusada en 
el discurso política general, gracias sobre todo al impulso de las 
nuevas generaciones, ha colocado al trasvase Tajo-Segura en una 
perspectiva delicada en relación al futuro.
Es innegable que su 
clausura, de una u otra manera, va a constituir de aquí en adelante una 
implícita posibilidad. Más temprano o más tarde. Y, no hay tantas 
diferencias en este aspecto entre la actual titular de 
medio ambiente,
 la socialista Teresa Ribera, y su antecesora del PP, Isabel García 
Tejerina. Casi que se trata de un determinismo. Pero este horizonte 
acabará provocando efectos trascendentes en el estatus político y 
electoral de esta Región.
El 
PSOE,
 que había empezado a recuperarse en la Comunidad (ganó las autonómicas y
 las penúltimas generales) podría volver a la casilla de salida si no 
actúa con mayor previsión, cautela e inteligencia. El ministerio, en 
funciones, para la Transición Ecológica (esta expresión, nadie se 
engaña, incluye la 'transición' del modelo Tajo-Segura) ha mostrado 
escasa paciencia y se ha adelantado muchos pueblos para justificar un 
'trasvase cero', a pesar de los informes técnicos favorables, a cuenta 
de los efectos contaminantes para el 
Mar Menor de la actividad agrícola en la zona, y ha castigado de paso a la 
agricultura de Alicante, Murcia y Almería alejada del Campo de 
Cartagena.
Peregrino argumento. A primera vista, no parece que el Gobierno central
 tenga interés en ayudar a despegar a los socialistas murcianos, pues 
pone en bandeja del PP y de los sectores agrícolas que amagaban con 
despegarse de él en esta fase la recuperación de la política 
reivindicativa sobre el agua y la identificación del 'enemigo exterior' y
 de su corresponsalía en la Región. el PSOE.
Coincide esta decisión 
ministerial con el proceso de negociación con los independentistas 
catalanes y vascos para la investidura de Pedro Sánchez, imágenes que en
 regiones como la de Murcia tienen un reflejo de profundo rechazo. Es 
cierto que el líder regional, 
Diego Conesa,
 ha tenido los necesarios reflejos para incorporarse desde el primer 
instante a la protesta por la decisión del 'trasvase cero', pero la 
confianza política tarda poco en disiparse, y la que dispone el PSOE es 
muy frágil como para que sean tan descuidados y reincidentes al 
guardarla.
 Pero en esta 
encrucijada no es sólo el PSOE el partido en aprietos. El colapso del 
Mar Menor también ha dejado perplejo al PP, indudable principal agente 
político del desastre. Ya no es que la opinión pública perciba con 
claridad su desentendimiento cómplice para favorecer intereses 
económicos diversos que le respondían con la gratificación electoral, 
sino que, obligado a ofrecer señales urgentes de solución, ha tenido que
 diseñar necesariamente un plan (un decreto-ley de medidas de protección
 de la laguna) que establece regulaciones cuya sola enunciación señala 
con claridad a los sectores responsables de la 
contaminación, por mucho que en declaraciones al margen del texto elaborado se diga que el Gobierno regional no quiere estigmatizar a nadie.
 
 El
 PP se ve entre la espada y la pared, pues no tiene más remedio que 
contener a los productores a los que hasta ahora dejaba hacer. Esto no 
habría tenido mayor trascendencia si esos productores, conscientes de 
que su actividad no podía mantenerse en las actuales circunstancias, 
hubieran comprendido que una regulación estricta sería el mal menor para
 ellos, entre otras cosas porque los mercados agrícolas internacionales 
exigen ya condiciones ecológicamente idóneas de los productos en origen.
 Pero en éstas llegó 
Vox. Y el PP se ha puesto a temblar.
 
 Hasta
 ahora, Vox no parecía tener entre sus prioridades cuestiones de la 
economía real, salvo por la difusión de mensajes genéricos y teóricos 
que reproducen el canon de una política liberal extrema. Su ideología, 
todavía no pulida por la práctica, parecía enfocar más el interés a 
asuntos de la cultura de costumbres con la intención de impulsar un 
retorno al viejo conservadurismo. Pero, de pronto, han encontrado un 
gran filón en el Mar Menor. Tal vez advertidos por su crecimiento 
electoral en las localidades limítrofes con ocasión de las últimas 
elecciones generales y la percepción de que en ese entorno se empieza a 
sufrir una mala digestión de las medidas que prevé el decreto-ley, han 
decidido ampliar su campo de batalla.
 Alguien
 ha sacado de algún cajón las intervenciones públicas del ingeniero 
Andrés Martínez durante su etapa como jefe de la Demarcación de Costas 
(concluyó su mandato en el periodo en que presidía la Comunidad el 
predecesor de López Miras, 
Pedro Antonio Sánchez),
 en las que proponía las apertura de las golas que comunican el Mar 
Menor con el Mediterráneo para aliviar la contaminación de la laguna. Su
 iniciativa fue entonces duramente contestada por ecologistas y varios 
científicos, aunque contaba con el respaldo de otros a través de un 
estudio elaborado por dos especialistas de la 
Universidad de Murcia.
 
Vox
 ha copiado literalmente esa idea y la ha convertido en iniciativas 
parlamentarias. La 'solución' consiste en comunicar más ampliamente los 
dos mares, de modo que las aguas del Mayor regenerarían las del Menor, 
lo cual facilitaría que continuara la actividad agrícola tal y como 
funciona ahora. Gráficamente sería como si nos tomáramos el gintónic con
 dos tónicas y la misma dosis de ginebra; el efecto es que el alcohol 
quedaría muy rebajado. Pero ¿seguiría sabiendo a gintónic?
Los críticos a
 esta solución alegan que así no se 'salvaría' el Mar Menor' sino que 
éste se convertiría en un embalse del Mediterráneo, es decir, perdería 
lo que le es más propio: su peculiar ecosistema, incluyendo su fauna y 
flora marina específica. Por lo demás, se trataría de ampliar el radio 
contaminante para que quedara diluido en un espacio más extenso. Pero 
quienes apoyan esta vía aseguran que las golas naturales existen porque 
hace años la comunicación entre ambos mares era lo natural.
 En cualquier caso, es una idea muy Vox: sencilla o, mejor, simple, 
dirigida a quienes ven amenazados intereses consolidados por la batería 
muy amplia de medidas estructurales que recoge el decreto-ley. Por 
cierto que, dado que la propuesta se originó en Costas durante el 
Gobierno Rajoy, se podría alegar que la 'solución golas' es una 'idea 
PP', aunque no se practicara.
 La
 'solución' que reclama Vox ha sido extraordinariamente bien acogida por
 las organizaciones agrarias de la zona, que están decididas a 
estudiarla y compartirla. De prender esta iniciativa como reivindicación
 de los sectores afectados por el decreto-ley, el PP corre el riesgo de 
aparecer ante los crecientes votantes de derechas como un partido 
acomplejado que asume desde el Gobierno consignas sobre el decrecimiento
 económico que proceden del laboratorio de las izquierdas, es decir, el 
cliché que Vox ha establecido para los populares, y no podría decirse 
que sin éxito.
 Tal vez sea por 
esto que López Miras ha rehuido entrevistarse con el socialista Diego 
Conesa para impulsar los pactos que éste le propone: Mar Menor, 
Justicia, Pobreza estructural... Ha delegado un acuerdo de partidos 
sobre el decreto-ley que afecta al Mar Menor a una reunión de sendas 
comisiones que se celebrará mañana. El presidente no quiere fotos 
previas con Conesa, y le vendría bien que éste se desentendiera del 
consenso.
Su política, como se percibe en la disminuida actividad 
parlamentaria, consiste a este respecto en borrar al PSOE, ofrecerle el 
menor espacio posible en el escaparate. Así, López Miras ha remitido al 
PSOE antes del fin de semana, a instancias reiteradas de Conesa, lo que 
los populares denominan 'el texto definitivo' del decreto, modificado 
sobre el que había trascendido, que califican de 'prematuro' y achacan 
su filtración a un 'funcionario socialista'.
Quizá estos pretextos 
constituyan un recurso para dulcificar algunas propuestas iniciales, una
 vez que la estrategia de Vox parece contar con todos los ingredientes 
para conectar con los grupos de interés (no olvidemos que el sector 
agrícola es probablemente el más consistentemente asociado) de Cartagena
 y el cinturón del Mar Menor, donde ya dio el palo en las últimas 
generales.
 En definitiva, a 
efectos prácticos electorales, Vox le está llevando la mano al PP al 
lanzar de manera inesperada una propuesta simple que espera obtener 
respaldo entre la derecha sociológica de la zona tradicionalmente 
abrigada en el PP. Para sacar adelante su decreto ley, si no cuenta con 
el apoyo parlamentario de Vox, el presidente tendrá que recurrir al 
PSOE, y éste solo lo apoyará si contiene medidas que no haga palidecer 
la ruleta de colores de la Agenda 2030 que luce habitualmente en su 
solapa.
Pero, a su vez, el PSOE también resbala desde el Gobierno en 
funciones con una decisión sobre el trasvase que devuelve al PP a la 
zona de confort del victimismo. Los socialistas ya debieran estar 
advertidos, desde la etapa Narbona, acerca de que la práctica del 
'despotismo ilustrado' es escasamente pedagógica y despierta irritación.
Otra vez el agua. De ahí no salimos.
(*) Columnista