Dicen que la foto de Rajoy en Bruselas se ha hecho viral. No me 
extraña. Es una imagen impactante a fuer de simbólica. Ahí está solo, a 
la mesa, hurgando las tripas de su cartera pero mirando enfurruñado a 
los demás, como si sospechara que se reían de él, cosa que no podía 
saber porque ignora todas las lenguas vivas excepto la propia y aun en 
esa tiene dificultades. Las redes, tumultuosos campos de batalla, ponen 
verde al presidente. 
 
Pero
 eso no es lo peor porque lo mismo le pasaba a Zapatero aunque este, de 
natural más afable, se quedaba en un rincón, sonriendo beatíficamente. Y
 antes a Aznar quien, no habiendo aprendido el Queen's English  
que, según parece, hoy se gasta, para disimular su aislamiento, iba y 
venía rodeado de hombres con gafas ahumadas y pinganillo, dando a 
entender que el problema de acceso era de los demás. El único que se 
salvaba era Felipe González, que hablaba un francés de Lovaina, o sea, 
medio belga; pero hablaba, se relacionaba, no estaba como uno de sus 
adorados bonsais, clavado en una maceta. 
 
A Suárez no le dio tiempo a 
viajar allende los Pirineos y al Caudillo se lo había prohibido el 
médico. Franco debe de ser el único estadista del siglo XX en Europa que
 jamás visitó otro país del continente, como no fueran las dos reuniones
 de Hendaya y Bordighera. Ni a Portugal llegó a ir, si no recuerdo mal. 
De su inglés, en efecto, da prueba el vídeo en el que explica al mundo el glorioso movimiento nacional con la fluidez de Ana Botella en Sao Paulo hablando del relaxing cup of coffee. 
En
 este caso, el problema no es de Rajoy, sino de todos los gobernantes 
españoles desde tiempos inmemoriales. A Rajoy puede achacársele especial
 ineptitud, al no haber conseguido para De Guindos la presidencia del Eurogrupo.
 Que su contrincante obtuviera todos los votos menos uno muestra un 
error de cálculo tan garrafal que parece delictivo. ¿No había sondeado 
la diplomacia española los estados de ánimo antes de lanzarse en plancha
 a ese ridículo? El único voto restante, el español, claro, fue para De 
Guindos. Y con un canto en los dientes pues, siendo español, pudo haber 
ido a parar a su adversario Dijsselbloem. 
¿Y
 qué esperaban? El peso de España en Europa es casi nulo. Nunca ha sido 
considerable, pero hoy es peso pluma; pluma de ganso. Y su manifestación
 más evidente, esa ridícula incomunicación en que se encuentran siempre 
en Europa nuestros mandatarios a quien todo el mundo sabe que es inútil 
dirigirse pues no entienden. La cuestión de las lenguas, además, no es 
solo simbólica, con serlo mucho, es un handicap material tremendo.
Hubo
 un tiempo, en los siglos XVI/XVII en que toda persona culta en Europa 
hablaba español; los autores, dramaturgos, componían en español; se 
traducían las obras españolas; se dominaban los temas españoles y se 
entreveraban las creaciones literarias, como se prueba por el Gil Blas de Santillana de Lesage o El Cid
 de Corneille. Luego en los siglos XVIII y XIX, lo español desaparece 
por entero de Europa porque España desaparece. Los extranjeros que 
viajan a la Península en el XIX vienen a la frontera, a tierras 
exóticas, a una especia de adelantada del Oriente misterioso. Y no 
consideraban necesario aprender la lengua. Si no yerro mucho el último 
el dominarla fue Victor Hugo, que estaba aquí por lo que estaba. Y en el
 siglo XX, black out. España no existe. Los españoles se 
encuentran con que nadie habla su lengua en el continente y ellos no 
hablan ninguna otra pues, como todo imperio, se habían acostumbrado a 
ser entendidos en la suya en todas latitudes. Como los anglohablantes 
hoy. 
Así
 que los mandatarios españoles en las reuniones europeas no hablan con 
nadie y andan siempre agarrados al móvil, como despachando asuntos 
urgentes para disimular. En espera de que den comienzo las reuniones, 
los protocolos, las intervenciones. Entonces, pillan los auriculares, a 
ver si se enteran. Para ellos, en su tradición autoritaria, esto es la 
política: uno habla, los demás se callan; de arriba abajo; o desde un 
plasma y a distancia. Nada de diálogos y menos en lenguas bárbaras. 
 
Para
 el resto de los europeos, esos momentos formales, de las 
intervenciones, enmiendas, votaciones, etc no son sino una parte de la 
política, la de exteriorizar y materializar los acuerdos; la otra parte,
 la de negociar, debatir los acuerdos, formular propuestas y 
contrapropuestas, se hace previamente, hablando en torno a unos cafés, 
de modo cordial, en unas reuniones informales de las que los españoles 
están autoexcluidos por su ignorancia. Y la consecuencia no es solamente
 que hagan el ridículo sino que nunca consiguen imponer sus criterios, 
que pierden siempre en cuestiones de reparto de poder.
El
 peso de España en la UE es nulo. Todos los países votan en contra de 
ella en el momento decisivo. De Guindos, probablemente el peor ministro 
de Economía de la UE, se queda colgado de un solo voto, el de su país. Y
 lo peor es que no lo supiera de antemano, a tiempo de luchar por sus 
opciones o de retirar su candidatura para no hacer el ridículo. El país 
no tiene peso en la UE y no va a ganarlo porque Rajoy asegure en la TV 
que todos cuentan con él ya que, en realidad, Rajoy no pinta nada fuera 
de España y dentro, tampoco. 
 
 
*****
 
 
Ayer se firmó el acuerdo para la lista única entre CDC y ERC y, al mismo
 tiempo, la CUP se desmarcaba. David Fernàndez sostiene que esa lista es
 un 9N 2.0 y, en el fondo, un fraude de un acuerdo anterior en el que 
estaban involucradas la ANC y Óminum Cultural sobre lista única civil. 
La CUP no quiere políticos en la lista y menos a Mas. Insiste en ir por 
su cuenta con un objetivo doble y paralelo en el eje social y el eje 
nacional. Una Cataluña independiente con justicia social. Y advierte que
 competirá con todas las demás opciones.
Llegados
 a este punto, la opción de lista única soberanista aparece dividida. 
Teniendo en cuenta las diferencias, es una situación similar a la de la 
izquierda española. Quiere la unidad, pero se presenta separada. Queda 
tiempo hasta septiembre y puede haber sorpresas pero, en lo esencial, 
conviene hacerse a la idea de que, estando todos de acuerdo en la 
conveniencia de la unidad, no la alcanzan. Y si no la alcanzan, puede 
que sea por razones de peso. No es justo pensar que estas decisiones se 
tomen siempre por criterios personalistas o caprichosos. Por ejemplo, es
 bastante correcto que los de la CUP quieran una lista sin políticos por
 dos razones: primera porque los políticos tienen siempre partidos 
detrás que tratan de beneficiarse de los logros comunes; y segunda 
porque ellos no son políticos. Es verdad.
Pero
 también es legítimo que los políticos que han llevado el proceso 
durante estos últimos años quieran seguir liderándolo, con independencia
 de consideraciones sobre si CDC ha dejado de ser un verdadero partido y
 Mas se ha quedado sin apoyo partidario. Es aspiración legítima seguir 
liderando un proceso que se ha encarrilado y dirigido (o seguido) hace 
ya tiempo. La presencia de políticos, añade una porción considerable de 
experiencia práctica que será necesaria en la gestión de las 
instituciones con independencia de para qué se gestionen. Además, 
incorpora una aureola institucional que, guste o no, influye en el 
comportamiento de sectores sociales y, cuando se está a ganar unas 
elecciones, no es recomendable ignorar los votantes a puñados. 
Y
 ello sin contar con que, si la acusación de la CUP es que Mas, CDC, en 
cierto modo también ERC instrumentalizan el proceso para sus fines, la 
misma acusación cabe hacerles a ellos, que quieren imponer su criterio, 
en definitiva tan válido como el otro, aunque a ojos de quienes lo 
profesan lo sea más. Dicho en otros términos: el discurso de la unidad 
tiene un elemento nacional ante el que parece sensato aplazar, 
postergar, poner entre paréntesis fenomenológicos los criterios e 
intereses singulares. Un discurso al que todos rinden pleitesía pero de 
boquilla. 
No
 obstante, el proceso sigue su ritmo. A estas alturas es bastante claro 
que las elecciones del 27 de septiembre van a ser decisivas. Pero no lo 
está cómo; precisamente se celebran para salir de dudas de una vez y 
saber cada cual a qué atenerse. La insistencia en que, adoptando un 
criterio de unos o de otros, los resultades van a ser más o menos 
favorables a la opción independentista no es disparatada. He visto un 
estudio demoscópico que da 67 escaños a los soberanistas si estos 
concurren con tres listas, 62 si lo hacen con dos, sin la CUP y 75 si 
hay una única lista única. Eso está bien, pero es tan convincente como 
lo contrario. Es predicción de comportamiento humano y no puede aspirar a
 certidumbre. Podrían ser esos los resultados u otros. 
 
La
 lista única de CDC y ERC se propondrá también a las asociaciones 
civiles, incluida la AMI, Asociación de Municipios por la Independencia,
 que la apoyarán seguramente, con lo que se pondrá en marcha la gran 
plataforma independentista y, sobre todo, lo que es más importante, se 
despejará la incógnita de la convocatoria del 27 de septiembre que 
todavía no es fija. Cuando lo sea es probable que cambien algunas 
relaciones en el campo soberanista. 
 
La
 segunda lista por la independencia de la CUP puede en principio restar 
algo del voto soberanista global, rebajando la superaditividad que se le
 supone, pero, por otro lado, funciona como un polo de absorción del 
voto de izquierda no independentista que, cuando menos, tendría un 
motivo para transferirse de Podemos a la CUP. 
 
La
 lista única de siempre es lo mejor, pero no conviene caer en la trampa 
de perder lo bueno por obcecarse en conseguir lo mejor. Primero vamos a 
contarnos y luego veremos qué hacemos.  
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED