Democracia Real Ya es lo mejor que ha pasado en este país y en esta  Región en los últimos años. Pero es verdad que al tratarse de un  movimiento abierto, en conformación, transparenta sus debilidades, que  son muy bien aprovechadas por quienes desean que nada se mueva. 
Así, hay  quienes intentan poner en primer plano la cuestión de las acampadas a  sabiendas de que se trata de una acción a la larga insostenible, que  crea problemas de insalubridad, de rechazo en el entorno y donde se  visualiza durante muchas horas una concurrencia aparentemente ajena a la  intención política que pretenden significar.
 Pero poner el foco  exclusivamente en las acampadas permanentes constituye un intento  indisimulado de sofocar las voces de la protesta y de la reivindicación.  Se pone el énfasis en lo formal para obviar la profundidad,  transparencia y hasta obviedad del clamor que alientan esos miles de  jóvenes.   
Los promotores de Democracia Real Ya son sin duda conscientes del  riesgo de que su razonable enmienda a la situación y las elementales  alternativas que proponen sean aplastadas por la propia dinámica que han  puesto en marcha. Es difícil escapar de las acampadas, a pesar de que  la prolongación de éstas pueda llevarlas a la endogamia, pues el paso  siguiente podría conducir a una formalización más o menos burocrática,  desprendida del espíritu asambleario con que surgió. 
De todos modos, ya  es perceptible la distinción entre Democracia Real Ya (DRY) y el  ‘movimiento 15M’, que según las circunstancias aparecen como una misma  cosa o como módulos diferenciados de un idéntico fenómeno de  movilización política. 
  
Lo más sólido de este proceso es la primera parte, la que se  articula expresamente como DRY, con independencia del arrastre que ha  desembocado en las instalación de campamentos urbanos estables. 
Hasta el  día de hoy, los portavoces han mantenido el discurso original, sin  dejarse penetrar por influencias partidistas; siguen impertérritos a los  cantos de sirena de las formaciones políticas establecidas que  comparten algunos de los puntos de su manifiesto, y no se han decantado  por siglas a pesar de los halagos de unos, de la iracundia contra ellos  de otros y de los reclamos conciliadores, pactistas o paternalistas de  casi todos.
 Lo más sorprendente y espléndido de todo es que la gente de  Democracia Real Ya tiene perfectamente asumido el virus de la  independencia. Es probable que supieran de antemano que salían a una  selva política en la que podrían ser confundidos por los sonidos, las  trampas, los señuelos y la violencia (ésta no siempre física) y se  pusieran en marcha muy bien pertrechados.
  
Ahí están todavía, intactos, aun a riesgo de que se los trague la  inercia del propio movimiento que han generado, a lo que empujan las  potentes fuerzas políticas y mediáticas que pretenden incidir sólo en  las contradicciones, en las ingenuidades y en los signos que pudieran  ser interpretados como pruebas de identificación política expresa. 
  
Se intenta que las exhibiciones extrapolíticas que muestran a  veces los campamentos impidan ver el bosque de las ideas y de las  reivindicaciones que residen tras ellos. La pretensión de muchos es que  no llegue a la ciudadanía la voz clara de estos jóvenes, que dicen cosas  tan evidentemente razonables y de sentido común que hieren, sobre todo  porque desvelan la artificialidad de los discursos dominantes, su  lejanía de los problemas reales del ciudadano y, peor aún, la traición a  los intereses de éste en beneficio de las corporaciones y de la propia  clase política constituida como tal. 
Resulta increíble que la mayoría de  los ciudadanos desconozca todavía, a pesar del revuelo montado por las  movilizaciones, que lo que piden estos chicos es, por ejemplo, que los  bancos no conviertan los créditos hipotecarios en personales una vez que  las familias no alcancen a completar el pago de los primeros. O que el  voto que se introduce en la urna cuente como tal, sin que después sea  tratado por fórmulas matemáticas de compensación que falsican la  voluntad popular. O que los Estados apliquen tasas a las grandes  transacciones dinerarias internacionales de la misma manera que cobran  el IVA al ciudadano que compra una bolsa de pipas. O que no sea posible  que concurran a las elecciones candidatos que hayan sido encausados por  corrupción. Y así.
  
Es imposible detectar el disparate, la utopía irrealizable o el  tufo antisistema en propuestas que encajan perfectamente en el concepto  de regeneración política. Ni siquiera es posible clasificar estas ideas  como de izquierdas o de derechas. Utopía, o eso creíamos hace tan sólo  unos meses, es que se modificara a la baja el sistema de pensiones o que  se banquerizaran las cajas de ahorros, y ha sucedido. Por lo visto,  sólo son posibles las utopías del ultraliberalismo salvaje, mientras  aparecen bajo sospecha las aportaciones ciudadanas que aspiran a mejorar  y hacer más saludable, participativa y beneficiosa para el individuo la  convivencia democrática. 
  
El incordio no son los campamentos, como muchos pretenden. El  incordio es que la mecha de estas ideas no se apagará. Han venido para  instalarse; esta vez las ideas, no las personas.