Muy recomendable la entrevista de Esther Palomera a PS en el Huffington Post y también la de Sandra Llinares a José Borrell en La Opinión,
 de La Coruña y en la que el exministro señala que "Si el PSOE no cuenta 
con sus militantes se acabará extinguiendo como los dinosaurios". Ambos 
dicen cosas muy puestas en razón y evidentes: el PSOE oficial, el de la 
gestora y Díaz, no ha entendido el cambio en el que estamos. Y, 
añade Borrell, "hace un mes nadie daba un duro por Sánchez". ¿Será que 
Sánchez sí entiende el cambio? Quizá. Eso lo sabrá él y lo probará o 
probará lo contrario si alcanza la SG, cosa cada vez más verosímil a 
pesar de todos los vaticinios en contra. 
Él no dice comprenderlo, sino que está en él.
 Los otros es que ni están. El propio Sánchez es tan sujeto como objeto 
del cambio que se ha articulado espontáneamente desde la militancia. Y 
¿cómo se ha articulado? A través de las redes. Internet es un ámbito de 
acción de la militancia que el aparato no puede controlar por 
desconocimiento. La pesada maquinaria confiaba en que la vieja inercia, 
la rutina de transmisión jerárquica hasta unas bases locales,  aisladas e
 impotentes, funcionaría como siempre. Pero esas bases están hoy 
coordinadas en una inmensa red distribuida en multitud de nodos que el 
aparato ni entiende. La candidatura de Sánchez, entre otros activos 
(imagen, relato, discurso) se ha armado en las redes, en el 
ciberespacio.
Se
 dirá que así se articuló Podemos y antes el 15M y después las 
confluencias porque es el signo de los tiempos: las opciones políticas 
son básicamente digitales y móviles. Cierto. Pero en la acción digital 
de la militancia del PSOE interviene un factor real nada desdeñable: la 
red distribuida es una réplica de una red material igualmente 
distribuida, formada por las agrupaciones y las casas del pueblo. La 
diferencia entre un partido digital y un partido digitalizado (que
 es el meollo del cambio de que habla PS) puede verse, por ejemplo, en 
los respectivos porcentajes de participación en las consultas. Frente al
 70% de la militancia en los avales, Podemos muestra cantidades 
inferiores al 20 por ciento. La participación mide el grado de 
implicación y compromiso de la militancia. Es la columna vertebral de un
 partido. A su vez, los avales de Díaz eran los esperados (aunque algo 
inferiores), pero los de PS fueron inesperados. El cambio está ahí y se 
ha valido de PS para imponerse.
La
 otra candidatura, no pudiendo ser menos que sus mentores, tampoco 
entiende el cambio en el que, aun sin saberlo, está. Se echa de ver 
cuando Díaz, indignada, rechaza la sola posibilidad de esconderse detrás de la militancia.
 Es imposible ser más inepto. La imagen sugiere el mundo de la 
tauromaquia pues se toma a la militancia como un burladero. No es lo 
peor. Lo peor es la opción alternativa que se infiere: no esconderse 
tras la militancia implica la exigencia de salir a campo abierto y 
cuerpo gentil, ¿a qué? A batirse en singular duelo entre líderes. Y Díaz
 es quien reprocha a los demás tendencias al liderazgo cesarista. No está mal la ocurrencia. Pero la caudilla le gana. 
Y como de caudillos va la cosa en el hispánico solar, Iglesias se postula candidato a la presidencia del gobierno a lomos de la moción de censura.
 Un gesto que ha disparado las cábalas de los mentideros: si interfiere 
en las primarias, si lo hace a favor de Díaz, si de Sánchez, si Díaz se 
lo echará en cara a Sánchez, si Sánchez a Díaz. Otra vez la centralidad 
de este chinchorrero PSOE, que no se quita de enmedio ni con aguarrás. 
Nadie se molesta en analizar la candidatura en sí y todos están a ver 
qué hacen en el PSOE. 
Pero
 la candidatura en sí tiene su miga. La manifa convocada para el día 20 
en apoyo a la moción de censura se ha convertido en un apoyo personal a 
Pablo Iglesias. Y eso es otra cuestión que adquiere un toque 
plebiscitario. Si se refleja en la asistencia al acto será imposible de 
calibrar. Y queda también por ver si este acto, con su recarga 
plebiscitaria, consigue desplazar al PSOE de la centralidad. Dudoso, 
porque las primarias son más que las primarias del PSOE, son las 
primarias de la socialdemocracia y el ensayo de las legislativas, y la 
jornada se vivirá como una jornada electoral que, además, promete ser 
abundante en chascarrillos y pintoresquismos.
En
 cuanto a la moción de censura, así formulada, recogerá, si acaso, los 
votos de Podemos. Si alguna posibilidad había de que contara con los de 
otro grupo, por ejemplo el PSOE, se disipa con un trágala personalista. 
Si eso es lo que se quiere o no, cada cual sabrá. Lo que sí está claro 
es que esta política a base de pulsiones narcisistas e histriónicas es 
la responsable de que el personal empiece a no tomarse en serio a 
Podemos.
En cuanto a las 
dos candidaturas del PSOE, el efecto de la moción, nulo. Si gana Díaz, 
el PSOE se abstendrá o votará en contra, aunque el candidato fuera el 
otro Pablo Iglesias porque ella está a que gobierne la derecha. Si gana 
PS, como parece, el PSOE pedirá la dimisión y/o reprobación de Rajoy. De
 no producirse, probablemente planteará una nueva moción de censura 
(dado que la de Podemos es un cartucho ya percutido) en la que, por 
supuesto, negociará la candidatura que más le interese.
 
 
El discurso de Puigdemont en la Corte.
A
 veces, en las grandes cuestiones de los destinos de los pueblos, los 
pequeños gestos son más significativos que las declamaciones. En el 
salón del automóvil, celebrado hace unos días en Barcelona, Puigdemont 
se sentó en el asiento del piloto de un nuevo simulador dejando el poco 
lucido puesto de copiloto a Rajoy. El protocolo de la comitiva española 
entendió que tan sencillo como natural gesto era una afrenta e intentó 
neutralizarlo sin conseguirlo con lo que consiguió elevar a categoría de
 Estado un asunto en sí mismo nimio.
Algo
 parecido está pasando con la propuesta de Puigdemont de explicar en 
Madrid la posición independentista de la Generalitat. La primera oferta 
de hacerlo en una sesión plenaria del Senado levantó la misma suspicacia
 protocolaria y fue rechazada. Se le ofreció hacerlo en una comisión, 
cosa que el gobierno catalán rechazó. Se le argumenta que no objetó a 
hacerlo en comisión en el Parlamento Europeo. Pero este Parlamento no es
 el Senado español, cuya justificación reside precisamente en ser la 
Cámara de representación territorial de España. Y es raro que una cámara
 de representación territorial se niegue a debatir –incluso a escuchar- 
las razones de uno de los territorios que representa y tienen relevancia
 constitucional.
La
 solicitud se ha trasladado al Ayuntamiento de Madrid, que sí ha 
acordado ceder un espacio municipal para la celebración del acto. De 
inmediato ha habido reacciones contrarias. El grupo municipal del PSOE, 
por boca de su portavoz, se ha opuesto a la decisión de la alcaldesa. Ni
 que decir tiene, otros grupos o sectores se suman a la negativa. La 
Comunidad Autónoma, a su vez por boca de su presidenta, se escandaliza 
de que se permita un acto que podría considerarse ilegal. 
Al
 final, un gesto sin mayor trascendencia como es que Puigdemont pueda 
exponer en Madrid, capital del Estado, lo que expone por doquiera dentro
 y fuera de España, se convierte en un problema político de primera 
magnitud. El nacionalismo español del PP y del PSOE no solo se niega a 
escuchar las razones de una reivindicación política pacífica y 
democrática, sino que pretende impedir que otros las escuchen. Esto es 
ya más que seguir el consejo de Rajoy de “saber mirar para otra parte” e
 invade el terreno de la libertad de expresión e información.
Aunque
 solo fuera por respeto a esos dos derechos de la ciudadanía, se debiera
 apoyar la presencia de Puigdemont en Madrid. Lo contrario, es decir, lo
 que sucede, es que se priva a la ciudadanía de la información no 
manipulada sobre un asunto que le afecta y mucho. Y esta sería la razón 
más poderosa para facilitar a Puigdemont el acceso a una tribuna a 
exponer sus argumentos y que la gente pueda hacerse una idea por sí 
misma, sin que vengan otras partes a contársela. Es absolutamente cierto
 que Cataluña tiene mucha más información sobre España que España sobre 
Cataluña.
Está
 claro el interés para España de la comparecencia de Puigdemont. Lo que 
no está tan claro es el interés para Cataluña. Hay muchas voces en el 
independentismo que cuestionan la utilidad de este empeño en seguir 
ofreciendo diálogo y fórmulas de negociación, habida cuenta de su nulo 
resultado pasado, presente y futuro. Incluso algunas, más radicales, 
consideran que el propósito del gobierno de la Generalitat pretende 
ganar tiempo u ocultar una debilidad o una inseguridad en el 
cumplimiento de la tarea.
A
 la hora de justificar cualquier decisión unilateral en el orden de la 
legitimidad y la moral (porque en el legal ya se sabe que será 
imposible) es imprescindible que se haya demostrado sin sombra alguna de
 duda que, habiendo tomado todo tipo de iniciativas en busca de una 
solución negociada, aquellas resultaron infructuosas por negativa de la 
otra parte.
A
 la vista de la situación, crudamente expuesta hace unos días por García
 Margallo, queda claro que, si los independentistas insisten en hacerse 
oír en Madrid es solo a estos efectos de agotar las posibilidades. El 
cumplimiento de sus objetivos dependerá luego de la decisión de las 
fuerzas políticas, el apoyo de la población y las simpatías que la causa
 pueda suscitar en Europa ante la eventual represión española.
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED