Se acabó la paz social. La huelga general del pasado  29 de septiembre contra la reforma laboral decidida por el gobierno de  José Luis Rodríguez Zapatero constituye la apertura de una temporada  social probablemente agitada. 
El Gobierno ha prometido presentar al Congreso, antes de final de  año, un nuevo proyecto de ley que pretende elevar de 65 a 67 años la  edad legal de jubilación y ampliar el periodo de cómputo, para fijar la  cuantía de la pensión, de los últimos 15 años de vida activa a los  últimos 20... Sumado a la reforma laboral y al decretazo de mayo pasado  que rebajó el salario de los funcionarios, congeló las pensiones y  recortó los gastos en obras públicas, este proyecto acrecienta la ira de  las organizaciones sindicales y de buena parte de los asalariados. 
De antemano, el Presidente del gobierno ha presentado sus decisiones  como irrevocables: "Al día siguiente de la huelga general -alardeó en  Tokio el 1 de septiembre- seguiremos con la misma actitud". Lo cual  incita a los sindicatos a prever ya nuevas jornadas de protesta. 
En su intransigencia, el Ejecutivo español sigue el modelo de otros  gobiernos europeos. En Francia, a pesar de tres recientes movilizaciones  masivas contra la reforma de las pensiones, el presidente Nicolas  Sarkozy ha reiterado que no modificará la ley. En Grecia, seis huelgas  generales en seis meses han sido desoídas por el Primer Ministro Yorgos  Papandreu. 
                     
Amparándose en el principio de que, en democracia,  la política se decide en el Parlamento y no en la calle, estos  dirigentes ignoran el desconsuelo de amplias categorías sociales  obligadas a recurrir a la huelga o a la manifestación callejera,  expresiones de la democracia social, para reflejar su malestar  específico (1). 
 
Actuando de ese modo, tales gobiernos yerran. Se  comportan como si la legitimidad electoral se impusiese sobre las demás  formas de legitimidad y de representación, y en particular sobre la  legitimidad de la democracia social (2). En cualquier caso, esa  inflexible actitud puede alentar a las masas descontentas, en una  segunda etapa, a rechazar el diálogo social y a buscar un enfrentamiento  frontal. 
Sobre todo que, desde mayo pasado con el anuncio del brutal plan de  ajuste, el disgusto de una parte importante de la sociedad española no  ha parado de exacerbarse (3). Entre los casi cinco millones de  desempleados, los trabajadores precarios, los jóvenes sin empleo, las  mujeres asalariadas, los pequeños funcionarios y las familias de todos  ellos se extiende la convicción de que el Ejecutivo los ha sacrificado. 
Al mismo tiempo, a través del fondo de rescate bancario, el gobierno  transfería a las instituciones bancarias y de ahorros (responsables de  la burbuja inmobiliaria) hasta 90.000 millones de euros... No  contemplaba aumentar significativamente la fiscalidad de las rentas más  altas, ni crear un impuesto sobre las grandes fortunas, ni reducir los  presupuestos de defensa (unos 8.000 millones de euros anuales), ni la  financiación de la Iglesia católica (unos 6.000 millones de euros), ni  tan siquiera la partida presupuestaria de la Casa Real (casi 9 millones  de euros)...    
Lo que desazona a muchos ciudadanos es la certeza de que el  Ejecutivo ha adoptado esas medidas regresivas contra los asalariados,  más que por convicción, por dictado de la Unión Europea y del Fondo  Monetario Internacional. Y por presión de los mercados financieros que,  bajo amenaza de no invertir, exigen una caída de los salarios y una  reducción del nivel de vida. 
 
De hecho, así lo reconoció ante un grupo de  inversores japoneses el propio Presidente Zapatero: "Estamos abordando  -confesó- las reformas que más preocupan a los inversores  internacionales" (4). Y ante los máximos directivos de los principales  bancos de negocios y fondos de inversión de Estados Unidos repitió que  esas medidas  las adoptaba "para que los inversores y los mercados  valoren la firme determinación que tengo de hacer que la economía  española sea competitiva" (5). 
La reforma laboral no tiene ninguna relación con el recorte del  déficit público ni con la reducción de los presupuestos del Estado,  principales exigencias de los mercados financieros. Pero como el  gobierno no puede devaluar la moneda para estimular las exportaciones,  decidió favorecer el desplome de los salarios para ganar en  competitividad. 
Lo peor es que tan desacertadas medidas tienen pocas garantías de  éxito. Los datos del paro registrados en agosto pasado, con la reforma  ya en vigor, demuestran que el 93,4% de los contratos realizados fueron  temporales... O sea, la precariedad continúa dominando el mercado  laboral. La única diferencia es que ahora, a los empresarios, el despido  les resulta más barato. 
Después de la crisis de los años 1990, el paro tardó trece años en  reducirse al nivel medio europeo; en una época en que la tasa de  crecimiento era muy fuerte y España recibía masivamente fondos  estructurales europeos. Hoy, con esta reforma laboral y  con una  previsión de raquítico crecimiento de larga duración, "el empleo en  España -según la economista estadounidense Carmen Reinhart- no  recuperará los niveles de 2007 hasta... 2017" (6). 
Entretanto, rechazado por sus propios electores, este gobierno habrá  perdido probablemente el poder y cedido la dirección del país a la  oposición conservadora y populista. Generalmente es lo que ocurre -lo  vimos en Alemania, Reino Unido y más recientemente en Suecia- cuando los  partidos de izquierda reniegan de sí mismos y optan por políticas  desvergonzadamente derechistas.     
            Notas:             (1) El voto democrático, precisamente por ser  general y universal, no siempre permite la expresión de sensibilidades  particulares.   
(2) Léase Pierre Rosenvallon, "Le pouvoir contre l'intérêt général",    Le Monde   , París, 21 de septiembre de 2010.   
(3) Según una reciente encuesta del Centro de Investigaciones  Sociológicas (CIS), el PSOE pierde 3,1 puntos. Sólo el 2,5% de los  encuestados dice que la situación económica es buena o muy buena, frente  al 22,6% que la considera regular y el 74,4% que la define como mala o  muy mala.   
(4)    El País   , Madrid, 1 de septiembre de 2010.   
(5)    Ibid   , 21 de septiembre de 2010.   
(6)    Ibid   , 12 de septiembre de 2010.