
 
Ha caído un símbolo. Se ha cerrado otro capítulo de la historia de la Transición, una época que, más o menos, ha durado 40 años, los que van de la muerte en la cama del general  Franco hasta la abdicación de Juan Carlos I.
 La mayoría de los protagonistas del periodo, gente que dejó su sello en
 la política, en la economía, en las finanzas, en la comunicación, han 
pasado ya a mejor vida, sea porque han fallecido (Adolfo Suárez, Jesús Polanco, Emilio Botín) o porque, jubilados, se dedican ahora a ver las tardes pasar al sol del otoño (Felipe, Aznar, Alierta y algún otro). Son contados los testigos de aquella época que siguen con mando en plaza. Tal vez Mariano Rajoy sea uno de los últimos de Filipinas. Juan Luis Cebrián,
 otro de los indiscutibles protagonistas de la Transición, acaba de 
echar el cierre. Se ha ido. Mejor dicho, lo han echado los accionistas 
del grupo Prisa, haciendo bueno aquello de que quien a hierro mata a 
hierro muere. Se cierra una etapa de la Historia de España, sin que lo 
que ha de venir, lo que debe nacer, el futuro que está por llegar, acabe
 de hacerse presente en medio de las convulsiones de un parto cuyos 
dolores encarna como nadie la tragedia de Cataluña.         
 
Supongo que muchos -tan sobrado de enemigos anda el 
muchacho- juzgarán una exageración fuera de lugar calificarle de 
“protagonista indiscutible de la Transición”, pero a un servidor le 
parece una evidencia incuestionable, para bien y para mal. Para bien, 
como alma mater de 'El País', el hasta hace
 poco indiscutible líder de la prensa escrita española, una realidad que
 algún mérito debe llevar aparejada. Para mal, porque el diario de Prisa
 ha sido el mayor dispensador de ideología habido en España desde el 
final de la dictadura. Ideología “progre”, como se decía antes, 
ideología sectaria, ideología cainita, de buenos y malos, de izquierdas y
 derechas, siempre abrevando en la fuente de las dos Españas prestas al 
garrotazo, reñida con todo atisbo de liberalismo, y en permanente y 
estrecha comunión con el Partido Socialista. ¡Cuán distinta sería hoy la
 sociedad española si El País y el grupo Prisa, con su capacidad de 
influencia, que la tuvieron, hubieran apostado a fondo por la 
materialización de una España abierta e integradora, no sectaria, 
hermanada con la democracia parlamentaria a la que decían representar!
Hubiera sido, bien cierto, pedir peras al olmo, porque 
estamos hablando de uno de los tipos más sectarios que ha producido este
 país en las últimas décadas. Cebrián, tan moderno él, tan elegante, tan
 demócrata, tan fisno, es un producto típico de la España franquista, un eximio representante de esos valores que conforman la urdimbre de ese establishment
 que, las raíces firmemente asentadas en el franquismo, echó arboladura 
de fama y dinero con la democracia. Esos españoles que hicieron de la 
libertad un negocio. Poder y dinero. Soberbia y cobardía. La cobardía ha
 sido quizá la herencia más envenenada del franquismo. La cobardía y el 
miedo a expresarse en libertad, el miedo a hablar de frente y mirando a 
los ojos, a dar la cara, a honrar “la dignidad de la andadura vertical y
 del paso erguido del hombre” de que hablaba Ernst Bloch,
 cualidades todas que nacen de un escrupuloso cumplimiento de la Ley. 
Regalo del franquismo fue que, muerto Franco, el poder en España se haya
 seguido ejerciendo en la sombra, en la penumbra de los cenáculos, en 
las influencias, en el hoy por ti mañana por mí, a través del 
conseguidor de turno, mediante la corruptela perpetua. Una España cuyo 
mejor embajador ha sido y es Cebrián. 
Una anécdota ocurrida este miércoles, con motivo de la 
Junta  General Extraordinaria de Prisaque lo descabalgó,
 pone de nuevo en evidencia esa forma de operar del fanfarrón amamantado
 en la filosofía del Gobernador Civil franquista, del prepotente 
convencido de que nada ni nadie puede oponerse a sus caprichos, nadie le
 puede negar nada a quien, con permiso del rey Juan Carlos y de Suárez, 
trajo la democracia a España, nos regaló la libertad, nos hizo libres y 
felices, que a él se lo debemos todo. Y no es que lo diga: es que lo 
cree. A las 10,30 de la mañana le anuncian que va a ser 
cesado como presidente ejecutivo
 y ante testigos varios, en pleno arrebato, exclama indignado que “ahora
 mismo me voy a ver al Rey…” Y desaparece durante una hora, tiempo que 
algunos sospechan despachó en el bar más cercano, sin que su 
plenipotenciario protector, se supone que Emérito, diera señales de 
vida. Pero es que también esta semana, cuando el accionariado en bloque 
le hace saber que su sucesor en la presidencia va a ser 
Manuel Polanco, hijo del fundador, corre a 
Moncloa
 y se planta en el despacho de Mariano Rajoy (Soraya, su eficaz 
rompeolas, en discreto mutis por el foro), y que cómo le van a hacer eso
 a él después de haber puesto su periódico al servicio del Partido 
Popular, que eso no puede ser…
Duro y rocoso, además de un gran cínico
A
 Cebrián nunca le ha gustado dar la cara porque nunca ha tenido 
necesidad de hacerlo. Ha dispuesto de tanto poder que no ha necesitado 
arriesgar. Le bastaba con figurar en la mancheta de 'El País' como 
director, primero, y como mandamás, después, para infundir un pánico 
casi general entre el stablishment patrio sin tener siquiera que forzar el gesto. Era el “cañón Bertha” del que presumía Jesús Polanco.
 Mucho más inteligente que el fundador (“no le hagas caso a Jesús, que 
es un frívolo al que solo interesan las relaciones sociales”, decía un 
día a un amigo a las puertas del Ritz, en los tiempos en que don Jesús 
bebía los vientos por la Barreiros), Juan Luis es un tipo duro y rocoso,
 además de un gran cínico, a quien, la pura verdad, los accionistas no 
han conseguido aún desalojar de Prisa. Bastaba amagar con un editorial 
en 'El País' para que el Villalonga de turno y el imperio Telefónica se 
lo hicieran por la pata abajo. Semejante capacidad de influencia sería 
difícil de entender sin reparar en la condición del grupo como 
portaestandarte ideológico del PSOE en el poder durante más de 13 años, 
con Felipe González al frente, con Rubalcaba siempre, incluso con el problemático Zapatero después.   
Si a don Jesús le atraían los devaneos con la alta 
sociedad, a Cebrián solo le han interesado poder y dinero. Un tipo 
dispuesto a matar por el poder y el dinero, en perfecta comunión con los
 valores de las élites que gobernaron la Transición, nuestros pequeños “amos del universo”,
 gente extasiada ante el milagro de los panes y los peces del boom 
inmobiliario y la burbuja financiera. Tal fue la identificación de 
Cebrián con su época que fue capaz, mimetismo casi místico, de endeudar a Prisa en más de 5.200 millones,
 una enormidad imposible de devolver en cualquier circunstancia, que 
condenaba al grupo de forma inmisericorde a la quiebra. Sólo a este 
prepotente engreído se le pudo ocurrir una operación tan desastrosa, 
además de innecesaria, como la salida a Bolsa de Sogecable.
 El aguerrido periodista, el ejecutivo agresivo, el intelectual 
orgánico, creyó que valía para todo, para un roto y para un descosido, 
para convertir 'El País' en el primer diario español y para competir con
 el más aguerrido lobo de Wall Street. Y siempre con la misma fórmula: con su capacidad de intimidación ante las cobardes élites empresariales hispanas.
A lo que no renunció pese a la quiebra de Prisa fue a hacerse rico.
 Poder y dinero. En el ejercicio 2011, en pleno valle de la crisis, fue 
capaz de adjudicarse unos emolumentos de 13,6 millones mientras el grupo
 perdía 451, convirtiéndose en el ejecutivo mejor pagado de España, solo por detrás de Pablo Isla
 (Inditex). Pero donde el genio del personaje salió a relucir en todo su
 esplendor fue en la espectacular voltereta ideológica protagonizada por
 Prisa a partir de la victoria electoral del PP en diciembre de 2011. 
Amenazado por la liquidación del grupo y su venta por piezas, Cebrián 
comprendió que solo podía salvarle un cambio de caballo en plena 
carrera, pasando del famélico rucio que ya entonces era el PSOE a las 
albardas llenas de votos de un PP y, en particular, de una 
vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría,
 a la que supo camelarse hasta convertirla en su principal punto de 
apoyo en estos últimos y tormentosos años. Fue ella quien muñó la 
conversión en capital de una parte de la deuda que Prisa arrastraba con Santander, Caixabank y Telefónica.
 Y ha sido ella quien le ha sostenido frente los embates crecientes de 
un accionariado convencido de que él es el cáncer que hay que extirpar 
si quieren salvar algo del naufragio del grupo.
En perfecto do ut des, Prisa ha sido
 el palo mayor al que la vicepresidenta se ha aferrado a la hora de 
cuidar una agenda personal orientada a sustituir a Mariano en la 
presidencia del Gobierno. El de mesana ha sido AtresMedia. Hoy la vice ha perdido, o está en trance, dos de sus grandes apoyos en este mundo del periodismo canalla: Cebrián y Mauricio Casals. ¿Y qué le ha dado Juan Luis al PP
 a cambio de su ayuda para seguir en el machito? ¿Cómo ha pagado el 
editor los favores de la reina Soraya? Con un espectacular golpe de 
timón en la guerra que el Estado sostiene contra el golpe protagonizado 
por el separatismo catalán, ello después de años de haber alimentado el 
monstruo del pujolismo con lisonjas y negocios mil, que el business
 ha sido la estrella polar de estos patriotas movidos siempre por el 
olor del dinero. Es de justicia, sin embargo, reconocer que la firmeza 
de la línea editorial mostrada por Antonio Caño,
 director de El País, ha resultado decisiva en el fracaso de la 
intentona golpista, no tanto por el apoyo a las tesis de Mariano, cuanto
 por mantener firmemente embridado, en línea con la defensa de la 
Constitución, a ese caballo loco que es el PSOE.
Las maniobras del gran sectario
Al final, hasta los hijos de Jesús Polanco
 han terminado por rebelarse contra el pretendido gestor que ha sido 
capaz de llevar a la ruina a uno de esos imperios que parecían llamados a
 la eternidad. La cadutta degli dei. Y ha tenido que ser un curioso inversor armenio, de apellido Oughourlian (Amber Capital),
 dueño del 20% de Prisa y de un perfecto castellano, quien haya venido a
 decirle a Cebrián lo que jamás nunca nadie se atrevió a decirle en 
España. Las maniobras de este gran sectario para dar esquinazo al 
accionariado, tan bien contadas aquí por Rubén Arranz, darían, 
ciertamente, para un Quijote. Siempre con la misma estrategia: colocar 
como consejero delegado a un hombre de paja susceptible de ser manejado 
en la sombra a su antojo. Varios –Luis Velo, Javier Monzón, Jaime Carvajal
 (“Pues papá me dice que lo acepte”), Cristina Garmendia- han sido 
algunos de los triturados por este devorador de famas, eximio 
representante del régimen de la Transición que muere. Su último intento 
consistió en proponer para el cargo a Gregorio Marañón, su eterno mozo 
de estoques.
No está claro, con todo, que vaya a marcharse. Sí lo están, desde luego,
 los 6 millones que se meterá en el bolsillo el día que definitivamente 
se jubile, y está por ver qué pasa con los 1,9 que se ha adjudicado en 
caso de que llegue a buen puerto la ampliación de capital que por 
importe de 450 millones la Junta de Accionistas aprobó el miércoles. 
Todo con el permiso de Ana Patricia Botín, que el Santander es ahora el auténtico power broker
 en Prisa, además de financiador de la familia Polanco, y de algunos 
más, en la referida ampliación. El 1 de enero abandonará finalmente la 
línea ejecutiva, pero Juan Luis, el literato de la prosa atormentada, el
 político frustrado, el falso ejecutivo y el cianuro del periodismo, se 
ha buscado la presidencia de una neonata Fundación Prisa desde la que 
seguir mangoneando para prolongar la agonía del Régimen y la del propio 
grupo, haciendo realidad aquello de que plus ça change, plus c'est la même chose. Hace falta, empero, que los accionistas se lo consientan.
(*) Columnista