A medida que uno va envejeciendo tiende a hacerse conservador. Dicen que esta deriva es ley de vida, sin embargo, José Vidal Beneyto–Pepín   para todos los que lo conocimos– prueba todo lo contrario, pues año   tras año su pensamiento ha ido ganando en radicalidad. En esto, y en su   beligerancia contra el capitalismo desbocado, se asemeja al Pierre Bourdieu de Contrafuegos.   Tanto Bourdieu como Pepín fueron dos sociólogos europeos que pusieron   por escrito, en las últimas etapas de sus vidas, es decir, en estos   últimos diez años, reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal.
 
La corrupción de la democracia, el libro recientemente editado por  Libros de la Catarata, está formado en su mayor parte por artículos publicados en la prensa española, predominantemente en el diario El País,   del que Pepín fue socio fundador y habitual colaborador. Pero, a pesar   de que sus artículos son análisis de carácter sectorial, análisis   relacionados con campos muy diversos, sin embargo, bajo esos fogonazos   aparentemente inconexos, nos encontramos con un razonamiento sociológico   de fondo, con un diagnóstico a la vez lúcido y ácido de nuestro  tiempo.  Pepín disecciona en este libro los síntomas de un síndrome, es  decir,  define las raíces del mal que aqueja a nuestra sociedad. Señala  las  causas de nuestro malestar, intenta, como señala Cécile en la nota preliminar del libro, tejer un tapiz que nos sirva de diagnóstico del presente.
 
Voy  a intentar sintetizar las grandes líneas maestras de la  argumentación  del Profesor Vidal-Beneyto sobre las que se apoya a mi  juicio su  diagnóstico, es decir, la corrupción de la democracia. Creo que por razones de coherencia lógica es preciso comenzar el razonamiento por la última parte del libro, Los desafueros del capitalismo, para pasar posteriormente a explicar en ese marco La quiebra de la política, y para llegar, en fin, a la primera parte titulada La deriva de los valores. Por último queda una cuarta parte muy importante, la de los remedios, o, si se prefiere, las alternativas.
 
Los desafueros del capitalismo
 
 
 
En los últimos treinta años se ha producido a escala mundial una gran revolución del capitalismo, una gran transformación, por utilizar la terminología de Karl Polanyi,   que se asemeja, por sus efectos de cambio social en cadena, a la   revolución que se operó en la Inglaterra del siglo XVIII. Y es que el   capitalismo ha dejado tendencialmente de ser predominantemente un   capitalismo industrial, territorializado, basado en la extracción de   plusvalía del trabajo de los obreros de las fábricas, para ser   sustituido por un capitalismo financiero radical, un   capitalismo global fruto de la concentración del capital en manos de las   multinacionales y de los magnates de las finanzas.  Dicho en otros   términos, un tanto esquemáticos, el trabajo ha dejado de ocupar el   centro de la vida social para ser sustituido por la especulación, las   jugadas de póker, las opas hostiles y las fusiones, por el   comportamiento devastador de los hedge funds, los fondos   especulativos y los bonos basura, por el imperio, en fin, del   capitalismo de casino. Se calcula que al menos un tercio de las empresas   norteamericanas que cotizan en bolsa manipularon sus resultados   financieros. A esta carrera desbocada por el enriquecimiento, al margen   de la menor consideración ética, no es ajena la economía del crimen.  Los  delitos económicos, los delitos de cuello blanco han proliferado,  así  como el refugio del dinero negro en los paraísos fiscales, pero   también  el narcotráfico, el comercio de seres humanos, la prostitución,  la  industria armamentística, el tráfico de inmigrantes, en suma las  mafias y  la criminalidad organizada. Las nuevas tecnologías han  contribuido por  su parte a la rápida expansión de esta mancha de aceite  financiera, pero  sobre todo el pretendido mercado auto-regulado a  escala mundial careció  del control de los Estados, y de organismos  internacionales como el  Fondo Monetario Internacional y el Banco  Mundial. Así fue como la  economía financiera pudo desarrollarse en  forma de burbuja a lo largo y a  lo ancho del mundo alejada de la  economía real. Los estallidos de esta  burbuja producen efectos  catastróficos en el tejido productivo, y en el  tejido social, de modo  que se podría afirmar que los bonos basura, los bonos buitre, como se denominan en el libro, son la otra cara de la miseria del mundo.
 
Las  nuevas industrias flexibles,  las multinacionales, las nuevas  empresas  de la comunicación, supeditadas al capital financiero  internacional,  las reconversiones industriales, las deslocalizaciones de  empresas,  favorecidas por el desarrollo de las nuevas tecnologías,  han   transformado en profundidad el viejo tejido productivo. La amenaza del   paro y el crecimiento de la precariedad pesa sobre cada trabajador como   una espada de Damocles. En la era del capitalismo especulativo el   crecimiento económico ya no va acompañado del crecimiento del empleo,   sino más bien de su destrucción. Un buen ejemplo nos los proporciona la   reciente fusión de Iberia y British Airwys que sin duda ampliará la   cuota de mercado de la nueva compañía pues evitará reduplicaciones y   rigideces, pero supondrá a la vez un reajuste de las plantillas y nuevos   despidos. De momento, y antes de que la reestructuración empresarial  se  haya hecho realidad, los responsables de la cúpula de la nueva  empresa  se han subido el sueldo fijo, tras la fusión, en un 56%.
 
La  revolución operada por el nuevo capitalismo financiero ha  desbordado  doblemente al Estado-nación: por arriba (globalización,  mundialización,  actores transnacionales) y por abajo (nacionalismos,  actores básicos  subnacionales –clanes, etnias, tribus, comunidades–). La  lógica misma  del Estado social ha sido puesta en entredicho y el  capitalismo renano  tiende a ser desplazado por el capitalismo  anglosajón.
 
La quiebra de la política
 
 
 
Georg Simmel ya mostró en su Filosofía del dinero, un  libro  publicado en 1900, cómo la expansión de la economía monetaria  provocaba  la fragilización de los vínculos sociales y un proceso de   individualización cada vez más intenso. El imperio del capital ha   generado el secuestro de la democracia y su progresiva corrupción. Vidal   Beneyto comparte la tesis de sociólogos, como Alain Touraine, Ralf Dahrendorf e Ignacio Sotelo,  de que la socialdemocracia ha muerto. La socialdemocracia ha muerto porque, entre   otras cosas, la escena social ha sufrido una mutación. El paro   fragiliza a la clase obrera y a sus organizaciones de defensa y   protección. Si el Estado social promovió un fuerte desarrollo de la   propiedad social, de los servicios públicos, y de las empresas públicas,   ahora los magnates de las finanzas reclaman, en nombre de la   eficiencia, de la competitividad, e incluso de la creación de empleo, la   privatización de las empresas públicas. En realidad velan por sus   propios intereses, y los de sus amigos del colegio. Amenazan con la   quiebra de lo público y proponen la sustitución del ámbito solidario de   la Seguridad Social por unos planes de pensiones que suponen en  realidad  el retorno al primitivo sistema de capitalización abierto por  las  mutualidades en el siglo XIX. El aborrecimiento de lo público, la   fragilización de lo comunitario, la volatilización del bien común, va   acompañada de la entronización del individuo autotélico, del carrierismo   y del imperio de la trampa, la evasión fiscal, y el desprestigio de la   política. La primacía del dinero es también la primacía del individuo   calculador, del homo oeconomicus que sabe aprovechar las  múltiples oportunidades que le ofrecen los mercados para enriquecerse.
 
Una  marea de cemento ha arrasado y sigue arrasando las costas  españolas, y  no solo las costas como prueban esas ciudades fantasmales  construidas  por los Poceros de turno. Bajo el manto democrático  han  proliferado los negocios turbios, las recalificaciones de terrenos,  los  planes urbanísticos diseñados a medida de quienes van a dar el   pelotazo, los golpes de mano de empresarios y políticos sin escrúpulos.   No se trata sin embargo de casos aislados de corrupción: la sociedad, sus élites y sus instituciones están corrompidas. Es la democracia misma, convertida en una ciénaga, lo que está en entredicho, pues nos encontramos ante una  corrupción sistémica.
 
La  desestabilización del mercado de trabajo y de los sistemas de   protección social provocan incertidumbre, inseguridad, miedo. Se explica   así la búsqueda de refugios como reacción salvadora: Todos refugiados en la familia, escribe Pepín,   escondidos en la pareja; acuclillados en el microgrupo; mitificando  los  valores más tranquilizadores, la autoridad, la seguridad, la  patria;  ocultando el conflicto y reivindicando el consenso como razón  de ser de  la sociedad.
 
La deriva de los valores
 
 
 
El  individuo glorificado permanece autista en su torre de marfil   narcisista. No sabe a qué atenerse pues el debate público ha sido   secuestrado por los voceros mediáticos y por el pensamiento único de los   partidos políticos en permanente campaña de autocelebración. El ruido   mediático no deja espacio para un debate serio que permita la   objetivación y la clarificación de los problemas sociales, de modo que   se ha creado el mejor caldo de cultivo para el rechazo de la política y   la personalización del poder, es decir, para el avance de la demagogia. En este marco no es extraña la progresión de la nueva derecha, del racismo y de la xenofobia.
 
Un  hilo rojo de corrupción y redes clientelísticas parte de las  grandes  organizaciones financieras, atraviesa el espacio social y  político,  para llegar a envolver a los grupos mediáticos encargados de  servir de  eco a la teodicea del capital. A ello concurren intelectuales  de  izquierdas que se pasaron con armas y bagajes a las filas   reaccionarias, pero también intelectuales mediáticos de inteligencia   estrecha. Las grandes empresas de la información pertenecen a los nuevos   amos del universo que hacen posible la sociedad mediática de masas y   secuestran la opinión pública. Para ello cuentan no solo con   periodistas sumisos, sino también con filósofos mediáticos, literatos y   políticos encargados de sustituir la ética por la estética, lo   sustantivo por lo accidental, la verdad por la mentira, la información   por la persuasión-manipulación. La prensa, la radio, la televisión, los   sondeos, no sólo enmascaran la realidad, producen la realidad mediática   y determinan la agenda del debate político del que quedan excluidos  los  profesionales críticos de las ciencias sociales. La izquierda debe a  su  vez asumir sus responsabilidades pues no logra romper la argolla   ideológica que la bloquea para salir de la pobreza de su discurso.
 
¿Qué hacer?
 
La  postmodernidad, el pensamiento débil, las narrativas del yo  encajan  bien en el proceso de desterritorialización del capital en una  especie  de no man’s land social. En el seno de la nueva sociedad líquida proliferan la anomia y la depresión.
 
En La Política Aristóteles definió a la democracia como el gobierno de los pobres,   y Vidal-Beneyto es sobradamente inteligente como para no dejar que se   apropien de la democracia precisamente quienes la corrompen, es decir,   los ricos que nos gobiernan. En consonancia con su trayectoria  personal,  la trayectoria de un intelectual comprometido con la  democracia (desde  el “contubernio de Munich”, a la creación de la Junta  democrática,  pasando por la creación de CEISA) nos convoca a  intervenir como  ciudadanos en el espacio público, y a crear redes de  resistencia para  hacer surgir, entre todos, una nueva democracia participativa que   frene la irresistible ascensión del capitalismo depredador en el que   estamos instalados. Para esta ingente tarea hace falta el concurso de   todas las fuerzas progresistas, desde los que militan en el ecologismo   político, las asociaciones de mujeres, los nuevos movimientos sociales y   los viejos militantes de la izquierda, hasta la revitalización o   refundación de los organismos internacionales. Frente a la corrupción,   frente al terrorismo y el individualismo, nos propone recuperar la moral pública, volver al espíritu de resistencia ciudadana.    Voy a detenerme aquí, voy a dejar en suspenso las alternativas, que se   pueden ir desgranando a lo largo de la lectura de la obra. Este es un   libro para reflexionar y debatir, y si es posible para tratar de llevar  a  la práctica las innumerables  propuestas que surgen de la lectura de   este ensayo, escrito por un pensador consecuente, que a sus más de   ochenta años se alza valiente contra Estados, iglesias, nacionalismos,    multinacionales, sectas y mafias. Pepín Vidal-Beneyto, maestro y amigo,   libertario, internacionalista, republicano, demócrata, habla aquí con  la  voz propia de un sociólogo crítico, y lo hace para poner en práctica  un  proceso de objetivación de la realidad al servicio de la verdad. A   nosotros nos corresponde ahora intentar estar a su altura, retomar el   testigo que él nos entrega, y prolongar su resistencia ejemplar ante lo   intolerable.
 
(*)  Intervención de Fernando Álvarez-Uría, catedrático de Sociología  de la  Complutense, en la presentación del libro de José Vidal-Beneyto, La corrupción de la democracia (Libros de La Catarata, 2010), celebrada (3 de octubre de 2010) en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.