De pronto, el establishment parece no temer tanto a
 quienes se han echado al monte en Cataluña como al españolito vulgar y 
corriente. No me refiero, desde luego, al que vive acogotado en 
Cataluña, porque ese en su inmensa mayoría, a fuerza de haber sido 
abandonado, anda desaparecido en combate, sino aquel que, en el resto de
 regiones, empieza a perder la paciencia con los “hechos diferenciales” 
y, sobre todo, con esta tropa de burgueses que, acostumbrados como están
 a que se les consienta todo, tan pronto montan un Maidán, como se 
marchan a las fiestas de La Merced a beber Gin Tonic.
Hay miedo, en efecto, a que, después de 38 años 
de cambalaches y pasteleos, el común haga por fin balance y descubra 
que, en el haber del modelo autonómico, además de deudas, lo que queda es el horizonte del secesionismo,
 con los enormes costes económicos y sociales que esto conlleva. En 
definitiva, temen que la gente corriente, harta de tomaduras de pelo, 
ponga pie en pared y desempolve ese “españolismo” que, al decir de los 
medios de información, es extrema derecha. Porque de todos es sabido que
 en España uno pude ser o sentirse lo que le plazca, pero jamás español, porque eso es abrir la caja de los truenos. Y sólo faltaría.
“Concentración tumultuaria de nazis”
La primera advertencia se produjo este domingo, cuando unas 600 personas, según la policía, se manifestaron frente al pabellón Siglo XXI
 de Zaragoza, donde tenía lugar un evento para reclamar una “salida 
política al problema catalán”, y al que habían acudido diferentes cargos
 públicos del PNV, PDECat, Podemos, IU, Compromís, En Comú, En Marea, 
ERC y Geroa Bai; es decir, la flor y nata de los amantes de España.
Inmediatamente,
 numerosos medios de información, incluso los que no tenían ningún 
periodista sobre el terreno, calificaron a los manifestantes de ultras y
 nazis,  tal y como hizo el diario La Varguardia, que además tachó la manifestación de “concentración tumultuaria”,
 como si fuera a arder Troya o se mascara la tragedia. También 
propagaron el bulo de que en el evento no había suficiente seguridad, 
porque muchos efectivos de la policía habían sido trasladados a 
Cataluña… según el sinvergüenza de Puigdemont, para perseguir urnas. 
Para dar pábulo a esta ficción, un energúmeno tuvo la ocurrencia de lanzar un botellín de agua que impacto en Violeta Barba,
 presidenta de las Cortes de Aragón. Acto sin duda intolerable. Este 
incidente, unido al hecho de que una persona de las 600 allí congregadas
 llevara una bandera preconstitucional y que otra hiciera un saludo 
fascista, permitió a los medios de información, con sus dos acorazados, Mediaset y Atresmedia, al frente, certificar la mentira.
Así, cualquiera que sintonizara Antena3, La Sexta, Tele 5, Cuatro o TVE,
 y viera sus informativos, descubriría con espanto que los nazis habían 
hecho acto de presencia en Zaragoza en número extraordinario. Un 
desagradable fenómeno que podría reproducirse por toda la geografía 
española. Y cuya conclusión urgente era que el españolito demócrata no 
debía bajo ningún concpeto manifestarse; menos aún agitando banderas 
españolas. Porque usted, querido lector, puede enarbolar la de la Unión 
Europea cuando, Brexit mediante, la Europa de Merkel se ve amenazada, 
pero nunca la española cuando su país las pasa canutas.
La desvergüenza de los medios
Pero
 las cosas, en efecto, no son como las cuentan los mensajeros de la 
posverdad española. Y en este sentido es impagable el trabajo periodístico que, a través de Twitter, ha venido realizando mi compañero Matthew Bennett,
 quien no sólo supo buscar y encontrar el vídeo donde se ve cómo el 
botellín de agua impacta en Violeta Barba, sino también otras 
informaciones reveladoras sobre lo sucedido en Zaragoza.
En efecto, Bennett hizo sus deberes, contactó 
con la Policía Nacional de Zaragoza para contrastar la información 
vertida por los medios. Así, a la pregunta de qué tipo de personas 
conformaban lo que La Vanguardia calificaba de “concentración 
tumultuaria” de “nazis”, la Policía afirmó literalmente: “Había de todo, familias, gente normal y corriente”.
 Respecto de si la policía lo consideraba un acto “ultra” o de 
“neonazis”, la Policía respondió: “No, no. La gente gritaba ‘no somos 
fascistas, somos españoles’. 
Las banderas eran españolas 
[constitucionales], ‘senyeras’ y una con él águila”
 (la negrita es mía). Por último, sobre si faltaban agentes, tal y como 
alegaban los políticos que habían acudido al evento, la Policía afirmó: 
“No, estaba reforzado todo, a pesar de lo de Cataluña, y había [también]
 agentes de paisano”.
Por si esto no fuera 
bastante, en las redes sociales circulan vídeos de la manifestación 
donde hay mujeres que bailan jotas en medio de improvisados y divertidos
 corrillos, padres con sus hijos que agitan despreocupadamente banderas 
(constitucionales) y, en general, gente corriente que, como se puede 
apreciar, no echa espuma por la boca ni tiene sed de sangre, aunque esté
 muy cabreada.
Sí es verdad que en ciertos 
momentos se profirieron insultos y, sobre todo, se calificó a los 
políticos allí reunidos, no ya de traidores sino de “basura”. Pero de 
ahí a calificar a los manifestantes de nazis media un abismo, de lo 
contrario, todos los domingos los estadios de fútbol estarían llenos de 
ellos.
Desde los hechos contrastados, ni qué decir tiene que el vídeo colgado en Twitter por Juan Carlos Monedero, donde emula a Davy Crockett
 momentos antes de morir en la Batalla de El Álamo, resulta 
desternillante. Y seguramente, con el paso del tiempo, pase a ser el 
vídeo más ridículo de los muchos que ha protagonizado este podemita. Por
 lo demás, no es aventurado pronosticar que Podemos pagará muy caro en 
las urnas su flirteo con quienes vituperan a España.
La nueva consigna
Sea
 como fuere, lo de Zaragoza ha servido para meter el miedo en el cuerpo y
 acelerar la difusión de una consigna: que aplicar la ley no es 
suficiente, que en Cataluña es necesaria una solución política. Sí, las 
leyes están para aplicarse… pero sólo la puntita. Hay que ser realistas,
 los nacionalistas no están acostumbrados a que se les aplique la 
legalidad vigente, ni a que las sentencias judiciales se hagan 
efectivas. Mal que nos pese, lo normal es pastelear las leyes, y lo anormal, que el Estado se substancie en Cataluña.
El
 nacionalismo étnico y supremacista, que se pasa por el forro de sus 
caprichos no sólo la Constitución, sino las propias leyes catalanas, ha 
dejado de ser el peligro. Establecido el falso mito de una radicalidad 
emergente y tumultuaria españolista, se pretende imponer la vía del 
diálogo, aunque sea en detrimento, claro está, de la aplicación de la 
ley con todas sus consecuencias. Ya lo advirtió Victor Hugo, "es cosa fácil ser bueno, lo difícil es ser justo".
Es verdad que la ley no es suficiente, pero esta
 afirmación no deja de ser una perogrullada. Por más leyes que tengamos,
 la delincuencia nunca desaparece.  Siempre habrá ladrones, violadores, pederastas, estafadores y asesinos.
 Las leyes no obran milagros, ni aquí ni en la Patagonia, porque están 
para disuadir al delincuente, no para hacernos felices. Son las personas
 las que han de aprender a gestionar sus propios conflictos.
Lamentablemente,
 esto casa muy mal con la pulsión de políticos, activistas y expertos de
 interferir en todas y cada una de las relaciones humanas, generando 
absurdas expectativas y montañas de normas, muchas de ellas 
disparatadas, que sí se aplican de manera inapelable, sin diálogo. 
Porque, cuidado, una cosa son los acuerdos entre jerarcas y otra muy 
distinta dirigir a ese rebaño al que a ratos se tacha de populista, a 
ratos de ultra y a ratos de nazi.
Lo 
importante es que la España surgida de la Transición siga escapando al 
control de quienes, además de ser españoles, se atreven a manifestarlo. 
Palabra de JP Morgan. Sólo así se explica 
que el gravísimo error de cálculo de los nacionalistas, en vez de servir
 de punto de partida para revertir una situación insostenible, vaya a 
terminar en chapuza constitucional con la que alargar los plazos de una 
secesión anunciada.
 (*) Articulista y escritor