MADRID.- A sus 86 años, Mercedes Loring tiene que reunir fuerzas casi a diario  para poder salir a la calle a protestar. Religiosa católica, Loring es  una simpatizante más de la llamada "revolución de los indignados".
"Estoy  indignada con los poderosos, con la economía, con este capital que está  estrujando al pueblo, a la gente", dijo Loring en una de las protestas  convocadas por el movimiento frente a la Bolsa de Valores de Madrid.
"Es  una injusticia total. Tengo claro que todas las riquezas de este mundo  son para repartirlas entre los hombres y no entre unos pocos hombres",  agregó.
Loring refleja mejor que nadie el espíritu de esta  revolución apartidista y heterogénea, también conocida como movimiento 15-M, y que ha calado hondo en una sociedad  golpeada por la crisis económica y ha encontrado eco en otros países del  entorno europeo.
Los indignados anuncian más movilizaciones e  incluso una posible huelga general. Pero, ¿qué clase de movimiento es  este?, ¿cómo se podría definir mejor su identidad?, ¿qué futuro le  espera?
Se cual sea la respuesta, el debate y los principales  políticos españoles no han podido sustraerse ni ignorar las protestas ni  el movimiento. A preguntas de la oposición, el vicepresidente Alfredo  Pérez Rubalcaba reconoció el miércoles en el parlamento, por ejemplo,  que es imposible obviar el malestar social.
Con unos 200  manifestantes en los exteriores del Congreso abucheando a diputados que  entraban y salían del recinto, Rubalcaba se mostró partidario de  "escuchar" a la calle y reflexionar sobre las causas de la indignación.
Indignación  que se vio bien representada el domingo cuando centenares de miles de  personas recorrieron las principales calles de España a expresar ese  sentimiento en contra las medidas económicas del gobierno, con la clase  política, a la que acusan de corrupta, y al sistema financiero y los  mercados, a quienes, como sistemas, los responsabilizan de la crisis.
Sin  el apoyo de partidos, centrales sindicales o líderes sociales  conocidos, los indignados, jóvenes en su mayoría, encontraron en  internet y las redes sociales el vehículo perfecto para hacer oír su  voz.
Las convocatorias y concentraciones se anunciaron a través de  páginas de internet como "tomalaplaza.net" y se reprodujeron, como  espuma, a través de miles de seguidores de Facebook y Twitter. El  proceso dio resultado.
"Este es un movimiento que no hubiera sido  posible sin Facebook, sin Twitter, sin las nuevas tecnologías de la  comunicación", dice Ramón Cotarelo, profesor de Ciencias Políticas de la  Universidad Complutense de Madrid. "Es un movimiento, como el de los  países árabes, aunque tiene otros caracteres".
Las múltiples  adhesiones a la protesta, superior en número a las manifestaciones de la  huelga general del 29 de septiembre de 2010, significaron un nuevo  toque de atención para las autoridades, que se han visto desbordadas por  el empuje de la espontaneidad de las manifestaciones.
"Las  manifestaciones fueron sólo parte del apoyo al movimiento de los  indignados", dice el profesor Cotarelo. "En mi opinión, los indignados  articulan una serie de reivindicaciones que tienen un amplísimo apoyo  social".
Pocos, quizá nadie, imaginaban el pasado 15 de mayo el  devenir de la protesta. Unas manifestaciones convocadas por un grupo  llamado Democracia Real ¡Ya! derivaron en masivas acampadas que  empezaron en Madrid y rápidamente se extendieron a otras ciudades como  Barcelona, Sevilla, Valencia y Zaragoza, entre otras.
Tras un mes  de acampadas, el movimiento volvió a tomar impulso con las  manifestaciones del domingo y con pequeñas pero simbólicas  concentraciones que tienen lugar casi a diario ante instituciones  emblemáticas de la crisis como la Bolsa de Valores madrileña y las  oficinas bancarias.
Esta revolución pacífica se ha cocinado en un  caldo de cultivo propicio. La base sobre la que se asienta la  indignación es un desempleo del 21,3%, que supera el 40% entre los  jóvenes, una economía comatosa y un consumo congelado.
A  estos  factores se unen las duros recortes puestos en marcha por el presidente  José Luis Rodríguez Zapatero para evitar una crisis de deuda  similar a la de Grecia, Portugal e Irlanda.
Entre otras medidas,  el gobierno socialista retrasó la edad de jubilación de los 65 a los 67  años, rebajó el monto de las pensiones, recortó el sueldo de  funcionarios públicos e introdujo una reforma laboral que abarata los  despidos de personal.
Se trata, pues, de una época difícil, como  la que atraviesa Julia Ramos, de 31 años. El negocio de hostelería que  regenta su familia en Madrid, desde hace 30 años, está a punto de  quebrar.
"Lo único que pedimos es más poder para la ciudadanía,  más participación", dice Ramos, quien también se suma a las protestas  cada vez que puede.
Las reivindicaciones del 15-M exigen justicia  social, una defensa de la sanidad y la educación públicas, un mayor  control de los mercados y las entidades financieras, el fin de los  embargos hipotecarios y de los privilegios de la clase política, así  como una reforma del sistema electoral que rompa con el tradicional  dominio bipartidista del Partido Socialista y el Partido Popular.
"El  movimiento es básicamente de izquierdas", dice el profesor Cotarelo.  "Sus reivindicaciones son las de siempre de la izquierda, pero muchas  veces la izquierda se olvida de ellas, las traiciona o las vende por un  plato de lentejas".
El movimiento se define como apolítico y no  quiere oír hablar de crear un partido. En palabras de uno de los grupos  más activos del movimiento, Democracia Real ¡Ya!, "el 15-M no tiene  líderes, es algo horizontal, asambleario. Nosotros somos democráticos y  nadie toma una decisión en nombre de los demás. Todos debatimos,  consensuamos y decidimos. Eso es democracia real, y no lo de ellos (los  partidos políticos), que se hacen llamar a sí mismos demócratas",  escribieron en su cuenta de Twitter.
Para los indignados el  referente, el espejo en el que suelen mirarse, es Islandia, donde entre  2008 y 2009 multitudinarias protestas callejeras forzaron la dimisión  del gobierno y lograron la convocatoria de un referendo en el que la  ciudadanía rechazó costear con sus impuestos la deuda contraída por  varios bancos.
"El ejemplo de Islandia no sirve", dice Cotarelo.  "Islandia tiene 300.000 habitantes. Hay que ser realistas, con 300.000  habitantes se posibilitan una serie de cosas que con 46 millones, como  en España, no se puede hacer".
"Si quieren ser eficaces, tener  algún tipo de impacto en la sociedad, tienen que organizarse. Y la forma  de organización hasta la fecha son los partidos. Si quieren ir  adelante, tendrán que darle una estructura parecida", añadió.
En  las elecciones locales del 22 de mayo, uno de los momentos de mayor  apogeo de las protestas, la incidencia del movimiento en las urnas fue  escasa, según los analistas.
Su intención es que el impacto sea mayor de cara a las elecciones generales, previstas para marzo de 2012.
"Una  de las cosas que se habían cuestionado más con respecto a la  legitimidad del movimiento era su escasa representatividad", comentó  Cotarelo. "Creo que esa idea ha cambiado tras las manifestaciones del  domingo. Y, si se presiona más, puede salir mucha gente".
Los  indignados reclamaron el domingo la convocatoria de una huelga general.  Pero el reto, sin el apoyo de los principales sindicatos, es complejo.  Incluso dentro de la propia estructura horizontal y asamblearia del  movimiento, no todos parecen estar de acuerdo.
"Prefiero  soluciones creativas a una huelga general, que me suena algo caduco, del  siglo XIX", dice Nacho Bermeja, de 30 años, uno de los habituales en  las protestas.
"La huelga general tiene un elemento mítico muy  fuerte", dice el profesor Cotarelo. "Pero aquí están pidiendo a la gente  un compromiso mayor".
Con la llegada del verano a España, los  indignados se irán replegando para recuperar fuerzas y mantener su lucha  pacífica en las calles en otoño.
Mientras la llama de la protesta  siga viva, Mercedes Loring, a sus 86 años, seguirá dejando el convento  cada mañana para acompañar a los jóvenes que pelean por un futuro mejor.
"Tenemos  que concretar, si no el movimiento hará agua", dice Loring. "Estoy  esperando que propongamos cosas concretas para que cambie algo. Que  cambie ya esta situación".