Hoy se celebra el aniversario de la Constitución de 1978 que hace la número ocho del país, según el autorizado criterio del Congreso de los Diputados. Faltan en la enumeración, la non nata
 liberal de 1856 y la republicana de 1873. La explicación es que el 
Congreso solo reseña las constituciones que han estado en vigor y 
aquellas dos, la una por el golpe de Estado del general O'Donnell y la 
otra por el general Manuel Pavía y su famoso caballo, no llegaron a 
estarlo. No pasaron de proyectos. No obstante, algunas historias del 
constitucionalismo las consideran. Pero dejar en ocho las constituciones
 que han estado en vigor en España plantea otro problema: en vigor 
también estuvieron la Constitución de 1808 o Estatuto de Bayona y las Leyes Fundamentales de Franco, ninguna de las cuales aparece en la relación del Congreso. 
La
 "ideología" constitucional española ignora la Constitución de 1808, sin
 duda por considerarlo un texto extranjero impuesto por la fuerza del 
ocupante, y las Leyes Fundamentales de Franco por no ser democráticas. 
Ambos argumentos, sin embargo, son más que dudosos. El Estatuto de 
Bayona fue una carta otorgada por quien tenía autoridad para hacerlo, 
José I, nombrado Rey de las Españas y las Américas por su hermano 
Napoleon, en cuyas manos habían puesto la corona los dos reyezuelos 
felones, Carlos IV y su hijo Fernando VII voluntariamente. Que la
 conciencia generalizada ignore el texto de Bayona, no quiere decir que 
no estuviera en vigor. Lo estuvo desde 1808 a 1813, fecha de la 
abdicación de José I, tanto en España como en América. Las Leyes 
Fundamentales franquistas lo estuvieron entre 1937 y 1978 y generaron 
unos efectos que llegan al día de hoy, razón por la cual se sigue 
discutiendo sobre la memoria histórica.
Total,
 según el punto de vista que se adopte España ha tenido ocho, diez o 
doce Constituciones, siendo la de 1978 la octava, décima o duodécima, 
según nos dé. 
No
 es la única paradoja del constitucionalismo español. Hay otras también 
curiosas. Y lo mismo pasa con la vigente, que llega a su 38º aniversario
 en mitad de un clamor casi general pidiendo su reforma, cuando no su 
derogación sin más. Prácticamente todos los partidos piden revisar su 
texto. Hasta el PP, adalid férreo de la intangibilidad constitucional, 
se muestra abierto a sugerencias reformistas siempre que no vayan muy 
allá. Lo curioso es que el PP es el heredero de Alianza Popular, el 
partido de la derecha franquista de entonces bajo la dirección de Fraga 
Iribarne cuyos diputados se dividieron en tres grupos a la hora de la 
votación parlamentaria de la Constitución: unos votaron sí, otros 
votaron no y otros se abstuvieron. Los sucesores de estos "noes" son los
 partidarios de la intangibilidad de la Constitución. No deja de ser 
gracioso y significativo.
El
 alcance de las reformas que los demás piden es muy variado y oscila 
entre asuntos de mayor y de menor calado. Pero, a su vez, el 
procedimiento de reforma constitucional previsto en la misma 
Constitución es tan complicado y difícil, impone tales requisitos y 
diferentes mayorías (según sea la entidad de lo que se quiera reformar) 
que en el fondo, dada la orientación política del electorado español y 
la composición de las cámaras, toda reforma suena a quimera.
La
 reforma que debiera considerarse más urgente es la de la organización 
territorial del Estado, porque es donde se concentra la iniciativa 
política independentista catalana. Pero esta es probablemente la 
revisión que menos posibilidades tiene de salir en el Parlamento 
español. A no ser que se negocie un referéndum de común acuerdo, cosa 
harto improbable, el independentismo no tiene más remedio que actuar a 
través de la unilateralidad. Y ello porque, lejos de reconocer su 
actitud intransigente, el Estado se limita a responder a las peticiones 
catalanas que hay que cumplir la ley. La ley que él mismo no cumple.  
Siguiendo
 inveteradas prácticas, el PP está tratando de resolver el problema a su
 manera, esto es, pactando al margen de la Constitución con el PNV, cuyo
 apoyo necesita para los presupuestos. A cambio de conseguir nuevos 
favores y dádivas del gobierno de central, los nacionalistas vascos 
acabarán apuntalando el gobierno de Rajoy.   
Eso
 deja el independentismo catalán como estaba porque ya el domingo 
Urkullu venía negando posibilidad de materializarse a la independencia. 
No es nuevo y confirma un entendimiento tácito del juego de la 
transición constitucionalmente consagrado. El País Vasco y Navarra 
tienen su soberanía fiscal reconocida en la Constitución. Cataluña, no. A
 estos efectos prácticos, Cataluña se halla fuera de la Constitución y 
así lo vienen entendiendo las instituciones catalanas que consideran a 
Cataluña fuera de la jurisdicción del Tribunal Constitucional.
 
 
 
 
En 1945, bajo la dictadura franquista, Antonio Román, director de renombre y veteranía, rodó Los últimos de Filipinas,
 un film sobre el sitio de Baler, en Luzón, en donde cincuenta soldados 
españoles resistieron un asedio de más de once meses de los rebeldes 
filipinos, muy superiores a ellos en número. Lo asediados defendieron su
 posición (se habían refugiado en la iglesia del poblado) hasta mucho 
después del Tratado de París, que ponía fin a la guerra 
hispano-norteamericana y consagraba la pérdida de los últimos jirones 
del imperio, Cuba, Puerto, Rico, Filipinas, Guam, etc. 
 
De hecho, tanto 
los rebeldes como los yanquies ocupantes y los españoles con mando que 
quedaban en el archipiélago, enviaron diferentes mediadores a 
parlamentar con los sitiados, haciéndoles ver que su actitud carecía de 
sentido, pues el Estado español había entregado Filipinas a los 
vencedores yanquies. Pero sin conseguir nada. Los tozudos defensores, a 
las órdenes del teniente Saturnino Martín Cerezo, solo capitularon seis 
meses después (junio de 1899) cuando se convencieron directamente de 
que, en efecto, España había perdido las Filipinas en diciembre anterior
 y los rebeldes combatían ahora contra los ocupantes yanquies. De los 
cincuenta sobrevivieron 33. Doce murieron de beri-beri, dos fusilados 
por desertores. Bajas en combate, tres. Se calcula que los caídos 
filipinos fueron más de 700.
En
 1945, la guerra mundial había terminado con la derrota de los 
nazifascistas aliados de Franco y, aunque el régimen empezó un viraje 
político subrayando ahora sus méritos anticomunistas, afrontaba lo que 
sería un largo periodo de aislamiento internacional. Como todo lo que 
hizo el franquismo, la película de Román, interpretada entre otros por 
Fernando Rey y Tony Leblanc, tenía una función legitimatoria y 
propagandista. La resistencia de Baler evocaba la "gesta" del Alcázar de
 Toledo y presentaba unos heroicos españoles luchando contra unos 
rebeldes que venían a ser, a su vez, trasunto de los comunistas. 
 
El film
 tuvo un éxito inmenso porque, contra lo que cabía esperar no era un 
españolada cutre al uso y contaba una historia que, dentro del desastre 
hispánico finisecular, tenía cierta grandeza. Se basó en un guión de 
Enrique Llovet, diplomático, intelectual y creador polifacético, 
dramaturgo, periodista, crítico, novelista, poeta. Un hombre del régimen
 de Franco, pero con categoría y nivel, y no un propagandista. La 
película dio título a la gesta filipina que hasta entonces se conocía 
solo como "el sitio de Baler" y pasó a llamarse Los últimos de Filipinas,
 expresión que ha enraizado en el acervo popular, aunque muchos que la 
usan no sepan ya de dónde viene. Igual que la bellísima habanera que 
escribió también Llovet, Yo te diré,
 que Nani Fernández canta en la versión de 1945 y en esta Alexandra 
Masangkay, copla muy conocida en España , aunque no se recuerde para qué
 fue escrita. 
Esta
 versión de Salvador Calvo, con Luis Tosar de protagonista, reitera la 
historia de modo fidedigno pues actualmente contamos con bastante 
bibliografía y es un buen film del género guerra/sitio/heroica defensa. 
Los exteriores, rodados en Gran Canaria y Guinea con algunos planos 
aéreos son fascinantes, la tensión y el drama con su multiplicidad de 
peripecias (epidemia de beri-beri, deserciones, etc) está muy bien 
contados. La interpretación espléndida. 
La
 historia tiene también elementos críticos con España y su trayectoria 
que no podía haber en la versión de 1945 y ahora no sería admisible que 
no aparecieran. La idea de los oficiales y la tropa de estar defendiendo
 un reducto del imperio está matizada por la conciencia que tienen de 
ser parte -la más despreciada, ignorada y olvidada- de un engranaje que 
va camino al desastre por su propia inoperancia. Un diálogo entre el 
teniente y un soldado extremeño con ambición de llegar a pintor, resume 
el pensar de aquellos hombres en el que podemos reconocernos los que 
hemos venido después. "¿Quiere decir que estamos gobernados por 
traidores?" pregunta el teniente al soldado. "No, mi teniente", dice el 
soldado, "por traidores, no; por incompetentes".
Y
 esa es la cuestión. El imperio se perdió porque estaba gobernado por 
incompetentes. Y no solo en el llamado "desastre" de 1898, sino desde 
mucho antes, siglos antes. Incompetentes, corruptos, canallas, 
auténticos idiotas y todos ellos indiferentes a los derechos, la 
dignidad y el bienestar de los pueblos que una divinidad sardónica puso 
bajo su jurisdicción. Después de más de cuatrocientos años de echar la 
culpa del hundimiento del imperio y la decadencia de España a los 
piratas y bucaneros ingleses, los judíos, los franceses, los 
protestantes, los herejes, los masones, los comunistas, etc., no es 
demasiado tarde para que los españoles empiecen a aceptar que sólo 
ellos, su incompetencia, su autoritarismo, ceguera y orgullo, su falta 
de conciencia patriótica y nacional españolas, son los responsables de 
sus desgracias.  
1898: los últimos de Filipinas es una metáfora del desastre del 98 y
 el testimonio de la penúltima pérdida del imperio español... de 
ultramar. Queda por ver lo que sucederá con el peninsular. Pero lleva el
 mismo camino y por idénticas razones.
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED