En Murcia ha estallado un 
debate público
 sobre si dar o no el nombre del inventor del autogiro al aeropuerto 
regional. Las proezas tecnológicas e ingenieriles que conllevó el 
desarrollo del aparato, precursor del helicóptero, serían motivos más 
que suficientes para justificar dicho galardón. Un ilustre hijo de la 
autonomía se vería así recompensado póstumamente. 
 
Pero, a veces hay un 
pero, tan ilustre personaje (que ya da sus nombres a conocidas becas de 
investigación postdoctoral y a un Premio Nacional) no está exento de 
sombras. Entre ellas figura en lugar destacado su papel en el alquiler 
del avión más famoso de la historia contemporánea de España, el Dragon Rapide. Hay más.
Hace
 algunas semanas me llamaron de Murcia para que dijera algo sobre la 
actividad del ilustre inventor en este sentido. Lo hice de forma, a lo 
que parece, insuficiente. Como he escrito en varias ocasiones sobre su 
actividad no ingenieril creo que conviene resumir lo que puede y debe 
ponerse en claro. Lo que sigue es una sucinta valoración en tres posts. 
Me apresuro a señalar que, para escribirlos, he hecho ante todo lo que 
probablemente han hecho también muchos participantes en la controversia 
de Murcia: ver lo que se dice en Wikipedia.
Esto no significa que crea que lo escrito en Wikipedia es
 palabra de Evangelio. En el presente caso, un dato común a la entrada 
española e inglesa es que Juan de la Cierva, después de varios intentos 
aeronáuticos en España, se marchó en 1925 a Inglaterra. Probablemente 
consideró que en un país mucho más avanzado tecnológicamente que el suyo
 podría tener más éxito. Al fin y al cabo, la aviación británica, civil y
 militar, se había desarrollado a toda velocidad en el curso de la 
primera guerra mundial. En Inglaterra permaneció hasta 1936. 
¿Consecuencia? 
El ingeniero Juan de la Cierva no participó personalmente
 en los debates ideológicos y políticos españoles de la primera mitad de
 los años treinta. Su intervención se limitó a mediar en el alquiler del
 Dragon Rapide sin saber a ciencia cierta para qué serviría. No lo digo yo. Lo dice la Wikipedia en castellano. Cito: no se ha "confirmado
 nunca si Juan de la Cierva era conocedor del destino del avión, máxime 
cuando falleció en diciembre de 1936 y llevaba años viviendo en Londres y
 alejado de la política nacional".  Esto es, con perdón, una estupidez producto bien del deseo de embaucar o de la ignorancia más roma.
Cualquier
 historiador hubiera podido, y debido, analizar algo del trasfondo. En 
Wikipedia se dice simplemente que la mediación la hizo a petición de 
Luis Bolín, corresponsal de ABC en la capital británica. Es no haber leído ni siquiera las memorias del intrépido periodista, por muy falaces que sean.
Hagamos
 un sucinto recorrido. El período 1931-1936 fue tumultuoso en España. 
Hubiera resultado sorprendente que los españoles asentados en Londres no
 se hubiesen visto interesados o incluso afectados por lo que pasaba en 
la madre patria. De la Cierva, de familia de recia raigambre monárquica,
 no estuvo al margen. 
Formó parte activa del mundillo, más o menos 
cerrado, de los clubes londinenses en el que existía una pequeña 
tertulia que agitaba contra la República española. La mayoría eran 
ingleses y con capacidad de influir sobre la opinión pública. Todos 
ellos se movieron mucho desde el fracaso en 1932 de la "Sanjurjada" para
 "vender" a los lectores sus peculiares ideas sobre la “inquietante” 
dirección en que se movía España.
El fundador fue sir 
Charles Petrie, historiador y católico a machamartillo. Si el lector 
echa un vistazo a su entrada en Wikipedia en inglés verá que flirteó con
 el fascismo, que escribió un libro laudatorio sobre Mussolini, que era 
un ferviente admirador de sir Oswald Mosley (el líder fascista inglés), 
que defendió la política de apaciguamiento británica hacia los 
dictadores fascistas, que fue un encendido propagandista de la ulterior 
"España nacional" en la guerra civil, etc. etc. 
No extrañará que 
destacara en el mundillo intelectual londinense por sus estruendosos 
ataques al decadente liberalismo y porque solía saludar efusivamente a 
las viriles potencias del futuro Eje. Por sus amigos los conocerás es 
una máxima aplicable en este caso a Juan de la Cierva.
Otro
 de los tertulianos fue el marqués del Moral, angloespañol y también 
denodadísimo defensor de Franco cuando llegó el momento. Figuraba 
igualmente el duque de Alba, de rancia estirpe aristocrática española y 
escocesa, posterior "embajador" de la España de Franco. Hubo un diputado
 conservador, Victor Raikes, derechista furibundo, que cuando Hitler 
ocupó militarmente Renania en la primavera de 1936 destacó por oponerse a
 cualquier tipo de cooperación franco-británica porque podría llevar a 
la guerra. Un patriota de vía estrecha. 
Para nuestro tema el tertuliano 
fundamental fue Douglas Francis Jerrold, católico a machamartillo y que 
intervino en el asunto del Dragon Rapide. 
Participaron también Luis A. Bolín y Juan de la Cierva, únicos españoles
 de pura cepa. Tan insignes personajes contaban con acceso ilimitado a 
varios diarios de derechas como el MorningPost, el DailyMail y el DailyTelegraph. Muy combativos todos ellos contra la experiencia republicana.
Como
 es lógico, este grupito filofascista ha sido objeto de estudio 
detallado en la historiografía. Sus resultados no nos interesan porque 
en ellos los tertulianos españoles no suelen destacarse. Sí nos interesa
 subrayar que Jerrold, el marqués del Moral y Bolín reelaboraron un 
opúsculo escrito por el político Don José Calvo Sotelo. El lector 
comprenderá que el opúsculo difícilmente era una obra científica. La 
reelaboración en forma de librito, The Spanish Republic,
 se publicó en 1933 y tuvo gran éxito en el mercado británico. Se trató 
de un ataque despiadado contra el nuevo régimen español. Ello animó a 
los tres autores a unirse a la tertulia de Petrie.
En 
algún momento se incorporó también Juan de la Cierva. Para entonces la 
empresa que había fundado en Londres desarrollaba un programa de pruebas
 en cooperación con el Ministerio del Aire. Esto lo ponía en contacto 
con militares británicos. No es exagerado afirmar que, con el apoyo 
intelectual y de contactos de Bolín y De la Cierva, los tertulianos se 
plantearon como objetivo fundamental contribuir a la salvación de España
 del inminente "peligro comunista". Esto, como es sabido, constituyó el leit-motiv
 de los conspiradores españoles. La historiografía ha demostrado que se 
trató de una superchería, pero que sigue moviendo en España a almas 
cándidas.
A finales de mayo de 1936 el conde de los 
Andes, uno de los activistas más emperrados en derribar a la República y
 del que diré algo en un próximo libro, comunicó a Bolín en Londres que 
en España se estaba tramando una cosa seria. Era verdad. No sabemos si 
el corresponsal de ABC pasó tal noticia a De la 
Cierva, pero sería sorprendente que no lo hubiese hecho. Al fin y al 
cabo, pocos días más tarde Bolín dio, el 8 de junio, una interesante 
charla en un famoso hotel londinense. ¿Sería demasiado ilusorio suponer 
que de la Cierva no habría ido a escuchar a su amigo? 
La tesis que el 
eminente, pero falaz, periodista fue que en España existía un estado de 
guerra civil latente. Es decir, salvo que se demuestre que De la Cierva 
era más impermeable que el plexiglás al medio que lo rodeaba, hemos de 
suponer que el encargo del 
Dragon Rapide no le 
sorprendería demasiado. En cualquier caso, su fe monárquica se vería 
robustecida poco después cuando pudo charlar con el exrey Alfonso XIII 
en su visita a la capital británica. También estaba al corriente de lo 
que se preparaba y es difícil, por no decir imposible, que no charlaran 
de ello.  El lector puede suponer cuál sería la respuesta del ingeniero De la Cierva.
II
En relación con el aspecto fundamental de si el inventor 
del autogiro sabía o no sabía la finalidad para la cual se le pidió que 
procurase un avión inglés el autor o autores de la entrada de Wikipedia 
fueron unos merluzos, por decirlo suavemente. No solo ignoraron los 
resultados de la historiografía sino también los dos libros de memorias 
que han alumbrado, aunque no del todo, el episodio. Se citan una y otra 
vez, pero ya se sabe que no vale iluminar a quien no quiere ver. 
Así, 
por ejemplo, Douglas Jerrold contó lo que sabía de cómo se embarcó a De 
la Cierva y para qué en sus memorias aparecidas en 1937. También Bolín 
aportó su granito de arena en las suyas, aparecidas treinta años más 
tarde. Para quienes aspiren a nota podrían acudir igualmente a las del 
marqués de Luca de Tena, propietario de ABC, que siguieron un poco 
después. Es más, si "fuentes" lejanas en el tiempo hubiesen resultado 
difíciles para tan audaces autores, podrían haber utilizado el librito 
de un periodista, Peter Day, publicado en España hace pocos años. 
Resume, acríticamente por cierto, lo escrito por los dos primeros y 
muestra que sabrá mucho de Inglaterra, pero poco o nada de España.  
Entre
 los tres primeros autores mencionados puede reconstruirse la operación 
(aunque con lagunas, porque Jerrold no conocía el trasfondo español y 
los dos patriotas no quisieron contar todo lo que sabían). Aparte de lo 
que escribió Jerrold, las versiones de Bolín y Luca de Tena difieren 
algo (afán de protagonismo del periodista, deformación y cuidadoso 
silencio en el segundo), pero lo que está absolutamente claro es que 
Juan de la Cierva supo desde el primer momento para qué iba a servir el 
Dragon Rapide. 
Y, enemigo de la República como era, no le pareció nada 
mal. No pretendo en estas líneas darme autobombo, pero al tema le he 
dedicado parte de tres libros y para el avión he contado con la 
inapreciable ayuda de mi primo hermano y expiloto Cecilio Yusta. Sobre 
el trasfondo monárquico de la operación (de lo que algunos creen que ya 
se sabe todo) todavía queda bastante por decir. Dentro de unos meses 
daré a conocer un grueso libro en el que expondré los manejos de la 
trama civil de cara al 18 de julio.
Por el momento baste con decir que a Juan de la Cierva le
 llamó días más tarde Alfonso XIII para que se desplazara desde Londres a
 Roma. La misión, que no explicó pormenorizadamente en carta a 
Mussolini, estribaría en convencer a los italianos de que el golpe que 
esperaban desde hacía varias semanas era el preparado por los 
monárquicos. 
El 20 de julio anunció el viaje al Duce brevemente: "Le 
supongo enterado de la enorme importancia del movimiento español. Faltan
 elementos modernos de aviación y con objeto de adquirirlos van a Roma 
Juan la Cierva [sic] (inventor del autogiro) y Luis Bolín, personas de 
mi entera confianza. El marqués de Viana [ayudante] portador de la 
presente le explicará todos los detalles y la ayuda que espero nos 
prestará".
Es una misiva que se conoce desde hace más 
de cuarenta años, pero no se ha encuadrado suficientemente. Implica una 
triangulación telefónica entre el exmonarca, de vacaciones en Austria, y
 sus dos mensajeros. Bolín le habría anunciado el viaje bien desde 
Lisboa o desde Biarritz mientras que De la Cierva probablemente seguía 
en Londres. Sus implicaciones no se han explicitado. Para hacerlo hay 
que recordar que Bolín silenció cuidadosamente la presencia del 
ingeniero, que tuvo que llegar a Roma después de él. 
A decir verdad, 
también puso en segundo plano a Viana, que según el intrépido periodista
 no pintó absolutamente nada. Solo él, Bolín, arrancó a los italianos el
 compromiso de enviar aviones a Franco. Una estupidez como un pino que 
ha teñido gran parte de la historiografía. Las ventajas de ser un 
embustero consumado y un cínico de gran calibre. Cuando publicó sus 
memorias (España: los años vitales) en español y en
 inglés (aunque, por motivos no explicados, las dos versiones no siempre
 coinciden) De la Cierva llevaba casi treinta años criando malvas. 
Quien
 pudo desmentir a Bolín no lo hizo por razones que ignoramos. Se limitó a
 escribir una gélida referencia solapada que el experiodista no llegó a 
leer porque murió a los pocos años de publicar su panfleto. Es indudable
 que, como ya había hecho con el para él glorioso vuelo del Dragon 
Rapide, quiso llevarse para sí el triunfo histórico de desencadenar la 
ayuda italiana a Franco.
No sabemos si De la Cierva 
llegó a ver a las autoridades romanas. Es probable que no. Hasta ahora 
no se ha encontrado ningún papel que lo documente.  Así que no tuvo más 
remedio que regresar a Londres. Si informó al exrey del resultado de su 
viaje tampoco es conocido. En aquel momento era difícil que pudiera 
pensar que, treinta años más tarde, Bolín iba a tener el tupé de alzarse
 con todo el mérito.
En Londres, ya metido de lleno en
 las labores de ayuda a los sublevados, hizo lo que sabía hacer. Gracias
 a sus contactos con el mundillo del transporte aéreo procuró adquirir 
aviones civiles para pasárselos a Mola. La sublevación había estallado 
sobre una Europa bastante desprevenida (no en los casos de Italia e 
Inglaterrra), pero ya el 25 de julio Hitler había decidido enviar ayuda a
 Franco. Pocos días después dos aviones italianos tuvieron que hacer un 
aterrizaje forzoso en la zona francesa de Marruecos. 
La noticia apareció
 en grandes titulares en la prensa internacional. En el ínterin el 
consejo de ministros francés dudaba en si ayudar o no a la República y 
cómo. A principios de agosto, lanzó la idea de la no intervención, una 
forma de cordón sanitario para evitar que los países europeos apoyasen 
activamente a los contendientes. Con ello escondía la incapacidad 
francesa de ayudar al Gobierno legítimo de la República.
Alemania
 e Italia hicieron caso omiso y durante agosto procuraron retrasar la 
puesta en práctica de la no intervención mientras enviaban armas, 
municiones y militares a Franco y Portugal prestaba una preciosa ayuda 
diplomática, sobre todo en Londres. Aquí el gobierno tory incluso se 
adelantó y el 19 de agosto la proclamó unilateralmente. 
El ingeniero 
pudo apañarse, en un plazo sumamente corto de unas tres semanas, para 
según Gerald Howson adquirir unos diez aviones civiles (a Barcelona 
llegaron 14).  No le faltó dinero. Se ignora de dónde lo obtuvo. Pudo 
ser de March (que había pagado a toca teja los italianos). Tal vez del 
propio exrey. No en último término de monárquicos agradecidos.
Le
 ayudaron dos circunstancias: el nuevo embajador en Londres, Julio López
 Oliván, siguió una conducta sinuosa de doble juego. Demoró en todo lo 
posible los encargos que le hacía el Gobierno de Madrid (una forma de 
sabotaje) y pintó en negros colores al británico lo que pasaba en 
España. Mientras tanto, casi todo el cuerpo diplomático español asentado
 en Londres, incluidos los agregados militares, se pasó a los sublevados
 salvo contadas excepciones. A principios de agosto hubo que enviar a un
 jefe, el comandante Carlos Pascual Krauel. Sus comunicaciones fueron 
rápidamente descifradas por las autoridades británicas.
Sin
 duda a Juan de la Cierva la exploración del mercado inglés no le llevó 
todo su tiempo. Así que miró hacia el continente. Por fortuna, he 
encontrado un documento -conocido, pero mal interpretado- que permite 
echar luz sobre sus andanzas en la Alemania nazi. Lo expondré en el 
próximo y último post.  
En el ínterin más detalles sobre lo tratado hasta ahora pueden encontrarse en tres de mis libros La soledad de la República, La conspiración del general Franco y El primer asesinato de Franco
 (escrito al alimón con Cecilio Yusta Viñas y Miguel Ull Laíta). Todos 
en CRÍTICA. Daré infinitamente mucha más información en el previsto para
 esta primavera.
III
En la diversificación de actividades del ingeniero, que 
verosímilmente se acentuó en la segunda mitad de agosto de 1936, lo que 
ha podido documentarse (y que servidor reinterpreta) es que hizo caso, 
como era lógico, a una orden de Mola para viajar a la Alemania nazi con 
el fin de aclarar la situación en materia de suministros. 
Hitler había 
decidido apostar por Franco. Sus emisarios llegaron a Berlín mucho antes
 que los de Mola, que se había basado en viejos contactos monárquicos 
generalmente de tipo comercial e industrial. Franco, desde Tetuán, 
apostó por la línea del partido, tras una primera aproximación por la 
vía de un militar conocido suyo. Es un tema sobradamente conocido.
El
 resultado es que Franco recibió armamento desde el exterior por dos 
vías. La alemana y la italiana. Esta última esencialmente por razones 
logísticas pues era más fácil enviar a Marruecos por vía aérea y 
marítima. A Mola no le quedó más remedio que aguantarse, aunque tras 
hablar con algún militar italiano logró que una pequeña parte se le 
remitiera a Vigo.  
Más tarde optó por hacer sus propios pinitos en 
Alemania. Lo que podía esperar era utilizar otras vías. No 
necesariamente las de los arsenales, sino las de los traficantes o 
mercaderes de armas. Las primeras las controlaba Göring rígidamente 
tanto en el plano militar como en el económico. Las segundas daban 
margen. ¿Quién era la persona de que Mola podía fiarse? Juan de la 
Cierva.  
El hecho es que en septiembre Juan de la Cierva estuvo en
 Berlín. El 19, al día siguiente de su regreso a Londres, escribió a 
mano una carta a Mola en la que rindió cuenta de los resultados de su 
misión. Había sido un viaje azaroso que emprendió desde París y en el 
que, mientras dormía en el coche-cama del tren que lo llevaba a la 
capital alemana, intentaron robarle papeles y dinero. Es imposible saber
 si se trató de un caco o de otra alternativa.
Nada 
más llegar, De la Cierva se puso en contacto con Canaris. Lo identificó 
como la persona "que se encarga de la ayuda al Movimiento". No creo que 
ya lo hubiera visto antes porque esta descripción fue totalmente 
inexacta. La ayuda dependía del operativo militar montado por Göring. El
 servicio secreto militar de Canaris (Abwehr) se 
ocupaba de otras materias colaterales. Por ejemplo, de la coordinación 
con la ayuda italiana. A principios de agosto se había encontrado en 
Bolzano con el general Mario Roatta, director del SIM (Servizio 
Informazioni Militare) que conocía perfectamente las circunstancias en 
las cuales Mussolini había decidido ayudar a Franco.
La
 carta de Mola no se ha encontrado en ningún archivo. Al menos que 
servidor sepa. Tampoco es de extrañar porque después de su accidente 
mortal en junio de 1937 todos sus papeles, su diario de guerra y los 
materiales con los que al parecer estaba escribiendo una historia del 
"Alzamiento" se esfumaron por arte de magia -y de un pelotón de 
soldados- de su cuartel general.
Ahora bien, el 
informe de su enviado a Mola revela que estaba al tanto de los arreglos 
hechos tanto en Berlín como en la España controlada por Franco en 
relación con la ayuda alemana. Gracias a que Canaris lo puso en contacto
 con otras personas se enteró además de que el marqués de las Marismas 
del Guadalquivir (José Ignacio Escobar, posteriormente marqués de 
Valdeiglesias) había encargado cinco millones de cartuchos de 7 m/m. La 
entrega se había concertado para agosto, pero le dijeron que se trataba 
de un error y que la fecha prevista era realmente septiembre. 
Esto 
permite comprobar que, efectivamente, Escobar había contratado el 
suministro en uno de sus viajes cuando Mola intentaba, por su cuenta, 
allegar armamento. El señor marqués (un pronazi de cuidado) se expandió 
con multitud de detalles ya de difícil contrastación en sus propias 
memorias (pero sí indicó que el suministro previsto era de diez millones
 y que se fabricarían en Alemania).
La idea con que se
 topó De la Cierva fue que los nazis pensaban aprovechar el viaje de 
retorno a España de un barco a punto de llegar a Hamburgo, el Girgenti,
 cargado de cobre. Es un caso muy conocido ya que se trató del primer 
envío de Franco a cuenta de la deuda que representaban los primeros 
suministros de armas. De la Cierva insistió en que había que darse más 
prisa y convenció a sus interlocutores para utilizar otro barco en el 
que se cargaran inmediatamente cuantos cartuchos pudieran apañarse. De 
todas maneras, no era posible enviar las cinco toneladas. Con dos habría
 que aguantarse. Esto significa que el Estado alemán no estaba detrás de
 la operación.
La gestión del ingeniero resultó en que el 19 de septiembre salió para Vigo el Kamerun, con los dos millones de 7 m/m, dos mil fusiles del 7,92 con otros dos millones de cartuchos y 875.000 cartuchos de pistola.
Había
 otro pedido en tramitación que había hecho un exagregado naval, el 
capitán Génova, de 1750 fusiles alemanes y que De la Cierva aceptó a 
aumentar a 2.000. Abonó los gastos extra porque prácticamente todo lo 
demás ya se había pagado desde Londres. Los 3 millones de cartuchos de 7
 m/m restantes saldrían para Vigo poco más tarde y el cargamento lo 
completarían 1 500 toneladas de carbón.
La complejidad 
de estas operaciones clandestinas se manifiesta en que fue entonces 
cuando el ingeniero se enteró de que los cartuchos los suministraba una 
fábrica austríaca y no polaca como habían dicho los intermediarios. 
(Notó que la cosa no hacía gracia a los alemanes). Encargó, por si las 
moscas, otros cinco millones en Alemania a entregar en un plazo máximo 
de tres semanas. Hacia el 5-10 de octubre llegarían a Vigo. El pago 
también se efectuaría desde Londres.
Nada de lo que 
antecede tenía que ver con Franco. Canaris informó al ingeniero que a 
este se le enviarían semanalmente cinco millones de cartuchos, según 
había pedido, y que se tardaría de 10 a 15 días en hacer la primera 
expedición. De la Cierva insistió en la urgencia. La respuesta fue que 
si los españoles proporcionaban una muestra de cartuchería se ahorrarían
 dos o tres días pues pensaban enviar un aeroplano a España para 
recogerla. 
"Saqué del bolsillo lo que V. me dio y entonces me dijeron 
que estaban casi seguros de poder hacer el primer envío en una semana", 
escribió De la Cierva. También se enteró de que alguno de los 
traficantes nazis de armamento había arreglado compras de armas en 
Finlandia para la República y que pensaba, tras cobrarlas, quitar 
algunas partes de su mecanismo para inutilizarlas (un ejemplo de 
sabotaje que se repitió innumerables veces).
Cumplida 
esta misión, el ingeniero se dispuso a cumplir otras que tanto Mola como
 Franco le habían encargado. Se puso a sus órdenes con un ¡Viva España! 
En diciembre Juan de la Cierva pereció en un accidente de aviación. 
Salvo que se demostrara que en aquellos cometidos no hubo hecho gala de 
su proverbial energía sería difícil argumentar que Juan de la Cierva no 
puso toda su lealtad al servicio del autodenominado "Movimiento 
Nacional".
Por lo demás, hasta ahora se ignora que 
poco después de la entrevista Canaris se desplazó rápidamente a España, 
en donde habló con Queipo de Llano y Franco. Que sepamos fue su primera 
visita tras la sublevación. Un militar italiano lo escoltó a su partida.
 De lo que departieron no se ha encontrado constancia.
(La
 carta a Mola, escrita a mano, se encuentra en el Fondo Maiz, en el 
Archivo Real y General de Navarra donde la consulté. El Centro 
Documental del Bombardeo de Gernika guarda una copia. La reprodujo Maiz 
en sus memorias póstumas Mola frente a Franco, pp. 331-334, y le dio una interpretación delirante. La ligó a conexiones previas, nunca demostradas, de la Abwehr con los conspiradores antes de la sublevación, aunque nada de ello se desprende de la carta misma).
(*) Historiador