Estas son algunas de las recetas que se necesitan para preservar la “salud planetaria”. Bajo ese término 
la revista científica The Lancet engloba la “salud de la civilización humana y el estado de los sistemas naturales de los que dependen”, recoge el diario 
El País.
El planeta tiene un problema: el insostenible modelo de consumo que 
el ser humano empezó a desarrollar a partir de la II Guerra Mundial. 
“Se
 necesita urgentemente una transformación radical del sistema 
alimentario global”, advierte un panel internacional de 37 expertos de 
16 países —agrupados en la comisión EAT-Lancet— que durante tres años ha
 trabajado para elaborar un modelo de dieta saludable para el ser humano
 y para el planeta, y cuyas conclusiones se conocen ahora.
Nada menos que de la necesidad de una “nueva revolución agrícola” 
habla Johan Rockström, uno de los coordinadores de la comisión y miembro
 del Instituto Potsdam para la Investigación del Cambio Climático. 
“La 
producción mundial de alimentos amenaza la estabilidad climática y la 
resilencia de los ecosistemas”, alerta la comisión EAT-Lancet. Y si 
ahora —con más de 7.000 millones de habitantes en el planeta— se 
necesita “urgentemente” una transformación “radical” del sistema, más 
acuciante será con el aumento proyectado de la población para las 
próximas décadas. 
El informe pone en el punto de mira el año 2050, para 
cuando se espera que en la Tierra habiten 10.000 millones de personas. 
La buena noticia es que esos expertos aseguran que se podrá alimentar a 
todos esos habitantes, pero se tendrán que aplicar cambios profundos en 
la dieta y en el modelo de producción si se quiere cumplir con acuerdos 
como el de París contra el cambio climático. 
Esas transformaciones en la
 dieta podrían evitar 11 millones de muertes prematuras al año 
relacionadas con la alimentación.
Aunque exista una “brecha dietética” en función del país y del área 
geográfica —en Indonesia y África occidental, por ejemplo, se consumen 
cantidades muy reducidas de carne y lácteos, a diferencia de en 
Norteamérica—, el informe de los expertos detecta que de media en el 
mundo la ingesta de carne roja, vegetales almidonados —como la patata— 
ricos en hidratos y huevos es demasiado alta. 
 La comisión plantea una 
dieta ideal —basada en 2.500 kilocalorías diarias— y sugiere que solo 30
 de ellas procedan de carnes distintas de las aves, lo que equivaldría, 
por ejemplo, a consumir una hamburguesa de ternera pequeña a la semana. 
El objetivo global es doblar el consumo de frutas, hortalizas, legumbres
 y frutos secos, y reducir a la mitad el de carne roja y el azúcar. 
Actualmente, y fundamentalmente en Occidente, el consumo de carne roja y
 de alimentos procesados y refinados es excesivo, lo que acarrea riesgos
 para la salud, mayores que los causados por el sexo no seguro, el 
alcohol, la droga y el tabaco juntos, detalla el informe.
“Existe una desviación entre lo que la gente come y lo que debería 
comer”, resume Francisco Botella, vocal de la Sociedad Española de 
Endocrinología y Nutrición. Explica que una dieta saludable conseguiría,
 por un lado, reducir la tasa de obesidad y patologías asociadas, como 
diabetes, problemas arteriales o colesterol elevado, y, por el otro, 
disminuir el riesgo de algunos tipos de cáncer, como los que la 
Organización Mundial de la Salud
 (OMS) ha asociado a la carne roja y procesada. 
“¿Qué tenemos que 
potenciar? Pescado, vegetales, legumbres secas, cereales integrales, 
promocionar el consumo de frutos secos como alternativa, y, en la 
práctica, reservar la carne para ocasiones especiales”, resume el 
endocrinólogo, muy favorable al planteamiento del estudio. Sin embargo, 
advierte de las dificultades de cambiar los hábitos: “Es más difícil 
cambiar de dieta que de religión”.
Paralelamente, los expertos proponen cambios para reducir los 
impactos medioambientales de la agricultura y la ganadería, como ponerle
 freno al aumento del uso del suelo para la alimentación y los 
fertilizantes, y la eliminación de los combustibles fósiles en este 
sector.
Sonja Vermeulen, una de las expertas de la comisión
 EAT-Lancet y miembro del 
Centro Hoffmann
 y de WWF, se muestra optimista: “Hemos visto enormes cambios en la 
dieta mundial en el pasado, así que es posible un cambio en el futuro”. 
Y
 pone como ejemplo el éxito que en México han tenido los “impuestos para
 reducir el consumo de refrescos azucarados”. 
Esta especialista cree que
 los cambios en las dietas pueden resultar más “complejos” que los que 
se tienen que acometer en el modelo de producción de los alimentos. 
“Muchos agricultores están interesados en explorar maneras de optimizar 
la producción, por ejemplo utilizando con más precisión los 
fertilizantes o el riego, porque mejora también sus beneficios”, detalla
 Vermeulen.
“Necesitamos la colaboración de todos los actores, incluidos los 
ciudadanos, los Gobiernos y los agentes económicos”, apunta Francesco 
Branca, director del departamento de Nutrición para la Salud y 
Desarrollo de la OMS y miembro también de la comisión EAT-Lancet. 
Y para
 ello se deben utilizar, según Branca, herramientas como “los incentivos
 económicos, o la eliminación de estos incentivos, información a los 
consumidores...”. 
Los gobiernos, añade, deben realizar cambios “en las 
inversiones públicas en investigación e infraestructuras y en las 
subvenciones a los agricultores”. Y aprobar regulaciones sobre el uso de
 la tierra, el agua y los fertilizantes, concluye Branca.
El olvidado menú de la cuenca mediterránea
Francesco Branca, director del departamento de Nutrición para la 
Salud y Desarrollo de la Organización Mundial de la Salud, se muestra 
optimista cuando mira al pasado.
“Tenemos experiencias concretas sobre 
la viabilidad de estas dietas en muchas partes del mundo. En Europa, la 
dieta consumida en los años sesenta alrededor de la cuenca del 
Mediterráneo era en gran parte similar a lo que ahora estamos 
describiendo como una dieta sana y sostenible”.
Branca es uno de los expertos que han formado parte de la comisión 
EAT-Lancet responsable del informe publicado ahora.
“En la actualidad, 
hemos aumentado nuestro consumo de carne roja, grasas saturadas y azúcar
 y disminuido el consumo de legumbres”, añade este experto, que confía 
en que se pueda revertir esta tendencia empleando, por ejemplo, 
incentivos económicos.
Jesús Román, presidente del comité científico de 
la Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación, en la 
misma línea, incide en que la propuesta de los expertos no es otra cosa 
que la tan alabada dieta mediterránea.
Román alerta sin embargo que 
incluso en países como el nuestro existe un problema de aplicación: “La 
dieta mediterránea la conocemos de oídas: en España vivió su momento 
cumbre desde los años cincuenta hasta los setenta, después la gente 
empezó a tener más dinero y a comer más productos envasados”.