Cuando el 24 de febrero Rusia invadió Ucrania, desconocíamos muchos 
detalles de esa criminal y desgraciada aventura. Hoy, cuando los 
peligros de una escalada militar entre Occidente y Rusia se incrementan 
con las semanas hasta producir vértigo en un diario belicista de Nueva 
York, sabemos con certeza que, aunque Ucrania no estaba en la OTAN, la 
OTAN estaba en Ucrania. Desde hace años. Lo que eso significaba y 
significa en la práctica lo sabemos, no a través de informaciones y 
propagandas justificatorias rusas, sino por fuentes de Estados Unidos: 
por declaraciones de sus personalidades e informes de sus medios de 
comunicación.
El rearme atlantista de Ucrania comenzó inmediatamente después de la 
revuelta popular y operación de cambio de régimen del invierno de 2014. 
Las fuerzas nacionalistas antirusas, que no representaban ni a la mitad 
del país –obviamente ahora el panorama ha cambiado de manera radical–, 
se hicieron entonces definitivamente con el poder en Kiev. 
Al derogar el
 precepto de no alineamiento de la Constitución ucraniana y optar 
abiertamente por una decidida disciplina occidental, esas fuerzas 
rompieron el delicado equilibrio plural entre las regiones del oeste y 
el este sobre el que reposaba la integridad territorial del país, 
desencadenaron una guerra civil en Donbás y también la anexión de 
Crimea, una reacción rusa de consolación a la debacle que los intereses 
de Moscú habían sufrido en Kiev, y que la administración Obama leyó como
 un intolerable desafío militar merecedor de ejemplarizante castigo.
Según el Instituto Internacional de Investigaciones sobre la Paz de 
Estocolmo (SIPRI), desde entonces y hasta 2021, Ucrania incrementó su 
gasto militar un 142% (Rusia un 11%).
A partir de 2015, Estados Unidos se gastó 5.000 millones de dólares 
en armas para Ucrania. En ese mismo periodo se formaron “por lo menos 
10.000 hombres de las fuerzas armadas ucranianas al año, durante más de 
ocho años” en el cuadro de la OTAN, según informó el 13 de abril The Wall Street Journal en un artículo titulado “El secreto del éxito militar de Ucrania: años de entrenamiento de la OTAN”. 
Muchos de esos, por lo menos, 80.000 hombres, fueron formados en los 
“estándares militares occidentales” y “tácticas modernas de combate” en 
la base de Yavoriv (Yavorov), cerca de Lviv.
Yavoriv es un enorme campo de entrenamiento de 200 kilómetros 
cuadrados de extensión –tres veces el área metropolitana de París–, que 
fue objeto de un sonado ataque de misiles ruso el 13 de marzo. Al 
principio, allí se formaban unidades de la Guardia Nacional y luego del 
ejército regular. Cuando empezó la guerra, “por lo menos ocho países de 
la OTAN” estaban formando en Yavoriv a militares ucranianos. Lo 
aprendido con esa dilatada labor de formación y modernización “ha tenido
 un impacto significativo” en el curso de la guerra, ha dicho el 
secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg. 
La CIA formó también unidades de élite y de inteligencia ucranianas 
en territorio de Estados Unidos. El programa tuvo problemas, porque se 
sospechaba que el contingente estaba infiltrado por informantes rusos, 
lo que exigió restricciones de información y filtrados de seguridad, 
informaba en enero el corresponsal para asuntos de seguridad Zach 
Dorfman. Los rusos estaban al día de esa labor de la CIA. 
El jefe de 
operaciones especiales de la inteligencia ucraniana, Coronel Maksim 
Shapoval, vinculado a ese programa, murió el 27 de junio de 2017 en 
Kiev, en un atentado con una bomba lapa colocada bajo su coche. El 
atentado fue atribuido a los servicios secretos rusos y considerado 
respuesta a otros atentados cometidos por Shapoval en Donbás. 
Mientras sucedía todo eso, paralelamente tenían lugar dos procesos 
fundamentales. El primero, el rechazo activo de Estados Unidos, y como 
consecuencia de los ucranianos, a los Acuerdos de Minsk, la fórmula de 
paz firmada entre Rusia y Ucrania, y arbitrada por Francia y Alemania 
que estos dos países dejaron languidecer. El segundo, la retirada 
unilateral de Estados Unidos, en 2019, del acuerdo de prohibición de 
armas nucleares de alcance intermedio (INF), firmado en 1987 por Reagan y
 Gorbachov, y que fue un hito para el fin de la guerra fría en Europa.
Tras escuchar durante años que la ampliación de la OTAN hacia el Este
 no era contra Rusia, y que las baterías de misiles desplegadas en 
Rumanía y Polonia eran “contra Irán”, –que carecía, y carece, de misiles
 de tan largo alcance–, los rusos asistieron con doble irritación a las 
explicaciones que el Consejero de Seguridad Nacional de Trump, el 
demente John Bolton, ofreció en Moscú en octubre de 2018: la retirada 
del INF no va contra Rusia, les dijo Bolton, sino contra China, para 
poder desplegar esas armas nucleares tácticas en Asia. Que Bolton dijera
 que ya no consideraban a Rusia “una amenaza” y que lo que importaba en 
Washington era China, no hizo más que herir el acomplejado orgullo de 
gran potencia venida a menos de los dirigentes rusos.
En marzo de 2021, Ucrania aprobó una nueva estrategia militar en la 
que se apunta directamente a la reconquista militar de Crimea y Donbás, 
lo que desde el punto de vista del derecho internacional era 
completamente legítimo, puesto que ambas regiones eran territorio 
ucraniano, pero que a efectos prácticos equivalía a un anuncio de 
preparativos de guerra contra Rusia. 
En septiembre del mismo año, Estados Unidos y Ucrania firmaron un 
acuerdo por el que Washington prometía ayuda militar para restablecer la
 “integridad territorial” de Ucrania, tal como anunciaba el propósito de
 la nueva doctrina militar de Kiev.
En febrero comienza la guerra, después de que EE.UU. no reaccionara a
 la propuesta diplomática de Moscú –neutralidad de Ucrania, retirada de 
infraestructuras militares de la OTAN del entorno de Rusia, entre otros 
aspectos– y de que el presidente ucraniano declarara en la Conferencia 
de Seguridad de Múnich su derecho a disponer de armas nucleares en el 
futuro.
Tres meses antes del inicio de la invasión rusa, en noviembre de 
2021, el director de la CIA, William Burns, había visitado Moscú con un 
claro mensaje. Putin estaba en su residencia de Sochi, en el Mar Negro, 
pero Burns advirtió que si los preparativos de invasión detectados en 
Washington se ejecutaban, habría una reacción occidental fuerte. Desde 
Moscú, Burns habló por teléfono con Putin. 
Sin molestarse en desmentir 
las sospechas de invasión de Washington, el presidente ruso “le recitó 
pausadamente una lista de agravios sobre cómo Estados Unidos había 
ignorado durante años los intereses rusos de seguridad”. Respecto a 
Ucrania, Putin le dijo que “no era un verdadero país”
 (WSJ, 1 de abril), es decir la idea que el presidente ruso ha defendido
 en diversas ocasiones, y que merece una pequeña explicación.
Según una visión bastante común en Rusia,
 una Ucrania hostil a Rusia que niega su pluralismo etnolingüístico, 
cultural y religioso interno, no tiene derecho a la existencia en sus 
actuales fronteras. Tal país, considerado traidor, puede ser 
desmembrado, con su parte oriental vinculada a Rusia de una u otra 
forma, un trozo occidental de la Rutenia subcarpática incorporado a 
Hungría –escenario que, seguramente, Putin ha transmitido a Orban en la 
última visita de éste a Moscú–, otro a Polonia, y el resto, si queda 
algo, para un estado ucraniano hostil pero inofensivo, sin acceso al mar
 y desatado, pero geográficamente aislado, en su irremediable rusofobia. 
Todo esto ya estaba implícito en 1994, cuando Aleksandr Solzhenitsyn 
mencionaba las “falsas fronteras leninistas de Ucrania”, injustificables
 porque “rompen millones de vínculos de familia y amistad”, en su 
opúsculo La cuestión rusa en el final del siglo XX. 
En condiciones normales esa mentalidad se habría disuelto con el 
tiempo, o habría sido patrimonio de sectores radicales políticamente 
marginales en Moscú, pero la ruptura de 2014 en Kiev con su afirmación 
de una Ucrania “traidora” a ojos de Moscú y decididamente hostil a 
Rusia, así como los propios problemas internos de Rusia, la colocaron en
 el centro del poder moscovita...
Volviendo al director de la CIA, a mediados de enero Burns viajó en 
secreto a Kiev para exponerle al presidente Zelenski lo que sabían del 
inminente ataque ruso, con un avance rápido hacia Kiev desde 
Bielorrusia. Los rusos iban a ocupar el aeropuerto Antónov de Hostómel, 
cerca de Kiev, con tropas especiales aerotransportadas, con el fin de 
utilizarlo para desembarcar allí fuerzas para tomar la capital. 
También 
se dio a los ucranianos información sobre los objetivos de la primera 
ola de misiles rusos para destruir la aviación y la defensa antiaérea 
ucraniana en las primeras horas. Esos informes permitieron salvar 
algunos recursos cambiando su emplazamiento, y desbaratar la operación 
de Hostómel.
Desde el primer momento, la OTAN puso los ojos –información de 
satélites– y los oídos –interceptación de transmisiones– al ejército 
ucraniano, con un intenso flujo de información a tiempo real.
“La inteligencia de Estados Unidos ha 
compartido información detallada desde antes de que comenzara la 
invasión (…) y ahora está trabajando estrechamente junto con la de otros
 socios para rechazar la invasión rusa”, explicaba el domingo el Wall Street Journal.
 La cadena de televisión NBC informó el 26 de abril de que, gracias a 
ello, se derribó un avión de transporte ruso repleto de fuerzas 
especiales en los primeros días de la invasión. 
A finales de ese mismo 
mes, The Washington Post reveló que se habían facilitado las 
coordenadas para hundir con misiles, el 14 de abril, el crucero Moskvá, 
buque insignia de la flota rusa del Mar Negro, hecho que los rusos no 
atribuyen a un ataque sino a un “accidente” para no perder la cara. The New York Times
 informó poco después de que la elevada mortandad de altos mandos rusos 
en la campaña, doce generales en apenas tres meses según el diario, se 
debía a la información sobre coordenadas de puestos de mandos y horarios
 en los que se conocía la presencia de altos mandos en ellos.
Todo esto no lo sabíamos el 24 de febrero, 
pero llevaba en marcha muchos años y da mayor plausibilidad a los 
argumentos rusos sobre los motivos de la invasión como “guerra 
preventiva”.
En su discurso del 9 de mayo con motivo del día de la victoria, Putin
 repitió los argumentos ya formulados la madrugada del 24 de febrero 
cuando dijo que un ataque contra Rusia “era solo una cuestión de 
tiempo”: 
“En diciembre propusimos firmar un acuerdo sobre garantías de 
seguridad (…) que tuviera en cuenta los intereses de unos y otros. Todo 
en vano. (…) Se estaba preparando otra operación punitiva en Donbás, una
 invasión de nuestras tierras históricas, incluida Crimea. Kiev declaró 
que podía hacerse con armas nucleares. El bloque de la OTAN llevaba a 
cabo un activo fortalecimiento militar junto a nuestras fronteras. Se 
estaba creando una amenaza inadmisible. 
Teníamos todas las evidencias de
 que era inevitable un enfrentamiento con los neonazis y banderistas 
apoyados por Estados Unidos y sus vasallos. Veíamos cómo se 
incrementaban las infraestructuras militares con centenares de 
consejeros extranjeros y envíos regulares de armas modernas por parte de
 países de la OTAN. La amenaza aumentaba con los días. Rusia lanzó un 
ataque preventivo contra esta agresión. Fue una decisión impuesta, 
correcta por parte de un país independiente, fuerte y soberano”.
Sea como sea, la decisión correcta ha costado, bien la vida,
 bien terribles heridas a miles de soldados y civiles, trece millones de
 desplazados y la estimación de que una tercera parte de las 
infraestructuras del país hayan sido destruidas. Eso sin contar con el 
efecto de las sanciones en Rusia y en la Unión Europea, la sumisión de 
esta a la OTAN, el aislamiento internacional de Rusia –únicamente 
matizado por la posibilidad de desarrollo de un bloque antioccidental en
 el mundo a medio y largo plazo, sin duda un incierto consuelo) y los 
problemas de hambre e inseguridad alimentaria que se anuncian en África y
 Oriente Medio. 
Y como gran cuestión, la guerra entre imperios combatientes
 tomando definitivamente el relevo a la necesaria concertación contra el
 cambio climático en las prioridades de los gobernantes de las grandes 
potencias. En resumen: una catástrofe planetaria en toda regla con años,
 sino décadas, apartados de prioridades y objetivos fundamentales para 
el conjunto de la humanidad.
A fecha de 1 de mayo, el Congreso de Estados Unidos había destinado 
un total de 13.670 millones de dólares en ayuda a Ucrania en los 
primeros dos meses de guerra. A eso se suman los dineros para armas de 
Inglaterra y la Unión Europea, así como el desastre y los riesgos, para 
unos y otros, que se desprenden del demencial objetivo declarado de las 
sanciones europeas formulado en mayo por la insensata presidenta de la 
Comisión, Ursula von der Leyen: “Arrasar, paso a paso, la base 
industrial de Rusia”. 
Sobre este panorama, se suceden desde hace meses las declaraciones y 
reconocimientos por parte de personalidades occidentales sobre la 
verdadera naturaleza de esta guerra. Preguntado el pasado marzo sobre si
 Ucrania, Estados Unidos y Rusia se encontraban en una guerra por país 
interpuesto (proxy war), el ex director de la CIA, Leon 
Panetta, respondía en una entrevista televisada: “Podemos decirlo o no, 
pero se trata de eso”. 
En su visita a Kiev del 24 de abril, el secretario de defensa de Estados
 Unidos, Lloyd Austin, un hombre de la industria armamentística, también
 lo confirmó al explicar a sus interlocutores ucranianos que “el 
cometido de nuestra reunión es hablar sobre lo que nos permitirá ganar 
esta guerra”. 
El uso de la primera persona del plural despeja toda duda 
sobre quién está librando tal guerra. Por aquellas mismas fechas, el 
editorial de The New York Times explicaba que el objetivo de la
 guerra “es poner a Rusia de rodillas” y, mientras tanto, el Congreso ya
 ha aprobado 40.000 millones de dólares más de ayuda a Ucrania, de ellos
 23.000 para ayuda militar. Sumados a los 13.670 millones de la primera 
fase, la ayuda asciende a 53.000 millones, casi a la par con el 
presupuesto militar de Rusia. Nunca un país había recibido tanta ayuda 
de Estados Unidos en los últimos veinte años.
La conclusión de todo esto es evidente: no es solo una guerra atroz e
 injustificable de Rusia contra Ucrania, es, además y sobre todo, una 
guerra de la OTAN contra Rusia, de momento en territorio de Ucrania y 
con Ucrania como víctima e instrumento. ¿Por qué de momento en territorio de Ucrania?
“En el entorno del presidente Zelenski se dice que habrá una 
contraofensiva militar ucraniana a mediados de junio”, capaz de 
ampliarse a territorio ruso, explica el consejero presidencial Olexij 
Arestovich al diario alemán Die Welt. “Para entonces los ucranianos tendrán más armas recibidas del extranjero. Antes es poco probable”, asegura.
“La contraofensiva ucraniana necesita sistemas de misiles de alcance 
medio y largo, artillería de gran calibre y aviación”, explicaba el 
domingo al Wall Street Journal el general Kyrylo Budanov, el jovencito de 36 años de edad, que dirige la inteligencia militar ucraniana. 
En las redes sociales y medios de comunicación, triunfa una estupidez
 incapaz de medir los riesgos y consecuencias de lo que se propone. En 
la tele rusa, periodistas y analistas energúmenos frivolizan con la 
capacidad de “eliminar Gran Bretaña” con un solo misil nuclear ruso 
Sarmat. En el campo opuesto, el delirio de los liberal-estalinistas 
rusos contrarios a Putin, muchos de ellos en el exilio y trabajando para
 organizaciones atlantistas, las llamadas al desmantelamiento de su 
propio país no conocen límites, incluso a riesgo de una guerra nuclear. 
Es un nuevo ejemplo del tipo de oposición que los regímenes autocráticos
 siempre han generado en Rusia. 
Regresan con sus nefastos consejos asesores occidentales de la 
“terapia de choque” de los noventa en Rusia como el fanático 
incompetente Anders Aslund: “Mi humilde consejo a la OTAN sería: 1-Dar 
cuanto antes el máximo de armas posible a Ucrania, 2-Abrir los puertos 
del Mar Negro a la navegación 3- Bombardear preventivamente las ciudades
 rusas más importantes para garantizar que Putin no usará armas químicas
 o nucleares”, dice. 
Por su parte, Seth Cropsy, presidente del Yorktown Institute en el Wall Street Journal, escribe: “Estados Unidos debería mostrar que puede ganar una guerra nuclear”.
Ante este espectáculo, hasta el belicista New York Times 
siente el vértigo de las consecuencias de aquel “poner a Rusia de 
rodillas” proclamado en su editorial de abril como objetivo de la 
guerra. 
Con la vista puesta en la inflación y el desastre demócrata que 
se anuncia para las elecciones midterm de noviembre, el diario 
constata en su editorial del 19 de mayo que “el conflicto puede tomar 
una trayectoria más imprevisible y de potencial escalada”, se pregunta 
si eso va “en interés de Estados Unidos”, estima que “una victoria 
decisiva de Ucrania sobre Rusia en la que se recupera todo el territorio
 arrebatado por Rusia desde 2014 no es un objetivo realista”, aconseja a
 Biden que debería “explicarle los límites” a Zelenski, y recuerda 
finalmente que el adversario “todavía es una superpotencia nuclear”. 
Tres meses después de su inicio, comprendemos mejor el cúmulo de 
irresponsabilidades multilaterales que han desembocado en esta guerra.
 
(*)  Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en 
Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, 
sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la 
Alemania  de la eurocrisis.
 Emplazamientos de la OTAN en Ucrania
(Amarillo y azul): Instalaciones no oficiales de la OTAN.
(Solo en azul): Instalaciones oficiales de la OTAN.
 DE ARRIBA ABAJO, COMENZANDO POR LA IZQUIERDA:
-Polígono 242 del ejército regular de Goncharovski, región de Chernigov.
-Polígono 233 del ejército regular del pueblo  Malaya Liubasha, región de Rovno
-Centro internacional de mantenimiento de la paz y la seguridad de Yavoriv, región de Lviv.
REGION COSTERA DEL MAR NEGRO (De izquierda a derecha)
-Base de la flota británica de Yuzni, región de Odesa.
-Base de mando operativo de la flota de EE.UU de Ochakov, región de Nikolayev.
-Centro de observación y escucha de la isla Zmeiny.
-Centro 235 de preparación, pueblo Mijailovka, región de Nikolayev.
-Polígono 241 del ejército regular de Aleshki, región de Jerson.
-Centro de entrenamiento de tiradores de precisión de Mariupol, región de Donetsk.
ANGULO SUPERIOR DERECHO
-Campamento militar de la OTAN de Shostka, región de Sumy.
-Campamento de la OTAN, Sumy.
FUENTE: riafan.ru
 
https://ctxt.es/es/20220501/Firmas/39740/Rafael-Poch-Rusia-Putin-ucrania-guerra-origen-otan-europa-estados-unidos-imperios-combatientes-consecuencias.htm