Escuchando una y otra vez sus palabras 
acerca de los refugiados e inmigrantes y de los pobres tengo que empezar
 diciendo con todo el convencimiento y respeto que la Iglesia que usted 
representa no es mi Iglesia y no creo que sea la Iglesia de Jesús, y que
 usted habla de un Dios que yo no conozco; por tanto, no creemos en el 
mismo Dios. ¿Cómo voy a entrar en comunión con una persona que habla de 
los refugiados e inmigrantes como invasores, como una amenaza, y de los 
pobres como una realidad que va a menos y si alguien los quiere ver que 
se asome a un puente?
Usted habló de los refugiados como si muchos
 de ellos fuera gente mala, utilizó el concepto 'caballo de Troya' 
mostrando una gran insensibilidad ante el drama de esas familias que 
huyen de los conflictos bélicos, de esas criaturas que mueren en el mar 
cuando vienen a Europa. ¿No le impresionó la imagen de ese niño sirio 
ahogado llamado Aylan? No sólo mostró insensibilidad y un corazón 
endurecido y cruel, sino que alentó a rechazarlos por parte de las 
autoridades políticas y a blindar Europa ante esa pobre gente que busca 
un poco de vida digna. 
Sí, don Antonio Cañizares, buscan vida digna, 
porque son gente que sólo quieren vivir, sólo eso, pero no les hemos 
dejado: les vendemos armas, fomentamos el Estado Islámico desde Arabía 
Saudí, país apoyado incondicionalmente por Estados Unidos, mirando 
Europa para otro lado. Querer poner a salvo a sus hijos e hijas me parece
 algo loable; yo haría lo mismo. Sigo sin entender cómo usted no puede 
comprender ese tremendo sufrimiento y verlos como invasores, y sugerir 
que vamos a sufrir las consecuencias dentro de unos años. Por cierto, 
estos refugiados para algunos países, entre ellos el imperio alemán, son
 mano de obra cualificada y barata; por eso se ofrecen a coger un cupo, 
el cupo que necesitan para su economía, no lo hacen por humanidad.
Le
 recordaré el evangelio de Mateo y también a esos políticos que se 
declaran cristianos y opinan igual que usted: «Porque tuve hambre y no 
me dísteis de comer, tuve sed y no me dísteis de beber, fui forastero y 
no me recibísteis, anduve sin ropa y no me vestísteis, caí enfermo y no 
me visitásteis, estuve en la cárcel y no vinísteis a verme. Señor, 
¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o falto de ropa, o 
enfermo o en la cárcel y no te ayudamos? El Rey les contestará: os 
aseguro que todo lo que no hicísteis por una de estas personas más 
humildes, tampoco por mí lo hicísteis». ¿Recuerda este pasaje del 
evangelio? A los que Jesús de Nazaret llama personas humildes usted los 
denomina invasores, no trigo limpio y caballos de Troya. ¡Dios mío! ¿En 
qué Dios cree usted?
En esa intervención, también habló de la 
pobreza, no de los pobres, porque indudablemente creo que no conoce a 
muchos; a las autoridades, a las élites sociales y económicas sí los 
conoce, porque decir que no ha aumentado la pobreza pues no ve «a más 
gente debajo de un puente» me parece otra nueva insensibilidad, además 
de un disparate Según usted, para saber si hay más pobres o menos es 
cuestión de asomarse a los puentes. Me sale otro ¡Dios mío! ¿Por qué no 
se acerca a las colas de Cáritas o de Cruz Roja y dialoga con ellos? 
¿Por qué no visita las plataformas de afectados por la hipoteca, a los 
centros de acogida? Se daría cuenta del sufrimiento que ha causado esta 
estafa financiera que ha provocado tanto dolor, suicidios, destrucción 
de familias, que sigue y aumenta porque, entre otras cosas, los trabajos
 son precarios, eventuales, sueldos con una media de seiscientos euros y
 en condiciones inhumanas y humillantes. ¿Usted puede vivir con 
seiscientos euros? Pues imagínese una familia con hijos. Dice que «hay 
que reconocer la recuperación»; lo único que se ha recuperado ha sido la
 avaricia, la codicia, la ambición, el egoísmo y la violencia 
institucional y estructural.
Tal vez haya que agradecerle su 
sinceridad y eso siempre es bueno, porque nos indica lo que realmente 
pensamos y sentimos, y en función de lo que pensamos y decimos, actuamos.
 A los tres días pidió perdón, espero que no sea un perdón estratégico o
 político, es decir, que lo diga obligado por las circunstancias y no 
desde el corazón. Ha dicho que se siente calumniado; le pido que no se 
sienta calumniado, sino interpelado. Ustedes, los obispos, están 
acostumbrados a decirle a la gente lo que tiene que hacer, lo que tienen
 que pensar, cómo tienen que vivir su vida, incluida la conyugal; en 
cambio, no aceptan de buen grado las críticas. El poder, en este caso 
eclesiástico, peca también de orgullo, prepotencia y soberbia. Siento, 
igualmente, el silencio de la Conferencia Episcopal Española, porque sus
 declaraciones han herido a muchísima gente, católica y no católica, no 
en cambio a la derecha dura y pura, ni a los banqueros ni a los 
políticos cómplices.
Desde aquí quiero pedir perdón a los 
refugiados, inmigrantes y empobrecidos en nombre de mucha gente que 
estamos en la Iglesia y que no coincidimos en nada con estas 
declaraciones. Les expreso nuestra solidaridad, reivindico la justicia y
 les muestro nuestra angustia e impotencia al ver este mundo corroído 
por el dinero y el afán de tenerlo.
Usted suele venir a Murcia con
 frecuencia invitado por la UCAM, además de que fue obispo de esta 
diócesis en sustitución de don Javier Azagra. Sea bienvenido y también 
sea interpelado, no se enrosque en la vanidad y la soberbia episcopal de
 los que se creen 'pequeños dioses', porque nuestro Dios nos transciende
 a todos nosotros. No sé de lo que hablará, pero no llame a los 
refugiados invasores, sino hermanos que sufren, y queremos una pobreza 
cero y un trabajo digno para todos. 
Un abrazo.
(*) Sacerdote