MADRID.- Como un un fuerte resfriado capaz de poner en riesgo la vida de un enfermo crónico, la muerte de miles de peces
 en el Mar Menor el pasado fin de semana ha dejado de manifiesto la 
debilidad en la que se encuentra la albufera murciana tras el paso de la
 destructora DANA, relata hoy El Mundo. 
Científicos y ecologistas debaten si la gota fría que azotó Levante a
 principios de septiembre ha sido la causante de la alta mortandad de 
animales o si, en realidad, es consecuencia de las malas condiciones con
 las que afrontó las fuertes lluvias esta zona, muy castigada por la 
contaminación resultante de las prácticas agrícolas y el urbanismo 
descontrolado. Una situación que llevan denunciando desde hace años. 
En 
juego está la restauración de este paraje singular y que se reponga 
antes de que vuelva a ocurrir otro desastre ambiental. La ministra para 
la Transición Ecológica en funciones, Teresa Ribera, que el miércoles 
visitó la zona, afirmó que estamos ante "un episodio extraordinariamente
 traumático" y "una emergencia ambiental, una prueba evidente de lo que 
ocurre cuando miramos para otro lado". 
Según la ministra, "no hay 
soluciones mágicas, pero hay que ser muy serios y rigurosos" para la 
recuperación de este espacio "emblemático".
Ribera cree que el 
presidente de Murcia, Fernando López Miras, "no está en condiciones de 
exigir", y aunque celebró "la voluntad de trabajar codo con codo" que le
 ofreció el jefe del Ejecutivo regional, abogó por que cada uno asuma la
 competencia que le corresponde, porque "se trata de sumar y no de 
sustituir". 
El Mar Menor se extiende a lo largo de un área de 135
 kilómetros cuadrados de aguas tranquilas, someras, que no superan los 
seis metros de profundidad. Su salinidad es cambiante, salobre, según el
 lugar y el aporte de las ligeras mareas mediterráneas. 
Esto también 
depende de su interacción con el acuífero del Campo de Cartagena y de la
 estacionalidad de las ramblas, como la del Albujón, que desemboca en 
él. El frágil equilibrio de este sistema de agua salada marítima y dulce
 terrestre es el responsable de su rica y a la vez amenazada 
biodiversidad. 
En el Mar Menor y 
sus salinas conviven flamencos, fochas, gaviotas, anguilas, peces aguja,
 caballitos de mar, mújoles, sargos, chirretes y doradas. Hay cangrejos,
 quisquillas, ermitaños y nacras de 50 centímetros, un molusco muy 
vulnerable. 
Se trata de un espacio de la Red Natura 2000. Es un Lugar de
 Importancia Comunitaria (LIC), una Zona Especial de Protección para las
 Aves (ZEPA) y una Zona Especialmente Protegida de Interés para el 
Mediterráneo (ZEPIM). Su gestión ambiental corresponde a la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia.
Muchas
 de las especies de peces del Mar Menor viven en los fondos, ocultos 
entre la vegetación. Es el caso de la anguila, los lábridos, los 
blénidos, caballitos de mar, peces mula y lenguados. No pueden vivir en 
la columna de agua porque serían devorados por las doradas y las 
lubinas. 
La semana pasada, al desaparecer el oxígeno en profundidad, los peces migraron por el fondo hacia las orillas buscando oxígeno. Llegó un momento en que había tantos peces en las zonas poco profundas, que al agotar el oxígeno ya no tenían donde ir.
 "Había peces saltando literalmente fuera del agua. Lo mismo ha pasado 
con las quisquillas, saliendo a la orilla unas sobre otras", relata con 
voz entrecortada Pedro García, director de la Asociación de Naturalistas
 del Sureste (ANSE). 
"La situación es dramática", ha expresado. "No sólo
 han aparecido muertos miles de peces en las orillas, son de todas las 
especies y tamaños incluyendo alevines diminutos, por lo que no sólo se 
ha perdido el pescado que podría ser capturado por la flota pesquera 
este año, sino, en algunas especies, el de varios años siguientes, como 
es el caso de las anguilas".
Juan Manuel Ruiz, científico del Instituto Español de Oceanografía y 
miembro del Comité Científico del mar Menor aporta datos de mortandad de
 peces muy altos. "Han muerto todos los seres vivos a partir de los tres metros de profundidad,
 lo que podría representar un 70% de la superficie total del fondo de la
 laguna", ha afirmado. 
La cifra la calcula teniendo en cuenta la 
extensión de la capa anóxica por debajo de los tres metros de 
profundidad y teniendo en cuenta las observaciones de las zonas 
afectadas. No obstante, no es un dato compartido por todos los expertos 
del grupo, que consideran que esta información podría ser prematura.  
La
 explicación de lo ocurrido en los últimos días está en el depósito 
-debido a las las fuertes lluvias- de agua salobre y poco densa sobre la
 masa de agua salada. Se formaron dos capas que no se mezclaron y 
dejaron sin oxígeno a los fondos. 
El efecto no se vio de inmediato, pero
 sus estragos comenzaron a las pocas horas aunque hasta casi un mes 
después de la DANA no se ha percibido la magnitud del desastre: la 
muerte de tres toneladas de peces y crustáceos. 
Sin embargo, para 
entender por qué en episodios anteriores de lluvias igualmente fuertes 
no se ha producido  mortandades similares, hay que poner la vista en el 
Campo de Cartagena, su agricultura extensiva y un acuífero rebosante de 
aguas contaminadas.
"El problema del Mar Menor es la relación que tiene con un acuífero fuertemente contaminado por nitrato",
 explica José Luis García Aróstegui, científico titular del Instituto 
Geológico y Minero de España. 
Se trata del Acuífero Cuaternario del 
Campo de Cartagena, que  recibe lo que le entra por infiltración de la 
lluvia y del agua de riego. Cuando la precipitación es importante se 
produce mucha escorrentía superficial y mucha entrada de agua al 
acuífero. Su salida es hacia el Mar Menor y hacia el Mediterráneo o 
hacia los pozos de las explotaciones agrícolas cuando se bombea el agua.
 
Históricamente se ha ido elevando el nivel del acuífero y, por 
tanto, su descarga al Mar Menor. "Los niveles están ahora muy altos. En 
algunas zonas incluso se produce la asfixia de las raíces de las 
plantas, ya que el agua subterránea está a tan solo un metro o metro y 
medio de la superficie", asegurado el hidrólogo. El investigador ha 
desarrollado un modelo tridimensional en el que compara la situación de 
hace décadas con la de ahora y concluye que el sistema se ha llenado.  
El
 Mar Menor es un mar interior, una albufera que encierra al Mediterráneo
 por un brazo de 21 kilómetros de arenas blancas y dunas móviles. No lo 
atrapa del todo. La Manga está abierta a lo que los lugareños llaman el 
Mar Mayor y ambas aguas se comunican y mezclan por varios canales: las 
golas. 
Lo coronan, al norte, las salinas de San Pedro del Pinatar. Al 
sur, el último coletazo de las Cordilleras Béticas, el Cabo de Palos, 
del latín palus, en referencia a la palabra laguna. Al oeste ciudades, 
pueblos, playas y urbanizaciones alternan con huertas y terrenos 
rurales. Al este, el paisaje turístico de altos edificios apenas deja 
pasar el aire. No hay un hueco libre. En el centro, las islas del Barón,
 El Ciervo, Perdiguera, Rondella y del Sujeto son antiguos conos 
volcánicos y los últimos reductos vírgenes de la zona. 
El Mar 
Menor está apoyado sobre el propio acuífero que, además, lo rodea por 
completo. Por debajo de él, el agua subterránea es salina. Mientras la 
lámina de agua del Mar Menor tiene una profundidad de entre cuatro y 
seis metros, la del acuífero es de 50 metros. 
En la parte 
terrestre, el agua subterránea del acuífero es salobre y no se puede 
usar directamente para riego. Para satisfacer la demanda de la 
agricultura cuando no se tiene agua del trasvase Tajo-Segura, se han 
empleado desalobradoras. 
El proceso origina salmuera de baja salinidad 
pero muy alto contenido en nitratos que requieren desnitrificarse antes 
de verter su contenido. Este proceso es muy costoso y forma parte del 
Plan de Vertido Cero que el Ministerio Para la Transición Ecológica 
(Miteco) prepara junto a la Región de Murcia.
El Proyecto de Vertido Cero, elaborado por el Ministerio para la 
Transición Ecológica (Miteco) y la Consejería de Agua, Agricultura y 
Medio Ambiente de la Región de Murcia, identifica las presiones que 
sufre la zona debido, sobre todo, a un modelo agrícola insostenible. 
Según fuentes del Miteco consultadas por este medio, en él se cita la 
sobreelevación del nivel freático del acuífero del Campo de Cartagena, 
como consecuencia de las tareas de regadío; la contaminación por 
nitratos de los fertilizantes agrícolas de las aguas superficiales y 
subterráneas, que acaban en el Mar Menor; y la sobreexplotación de los 
acuíferos por pozos que devuelven al sistema agua contaminada y 
salmuera. 
Esta situación se agrava cuando se producen lluvias 
torrenciales que arrastran tierra y contaminantes al mar o fenómenos 
extremos como la DANA del pasado septiembre, que inundó la zona y afectó
 gravemente a la albufera. Por eso, este proyecto recoge 21 tipos de 
actuaciones. De ellas, tres dependen del Miteco y el resto son 
competencia de la Región de Murcia y de la comunidad de regantes. 
Las
 medidas que dependen del ministerio consisten en establecer el régimen 
de explotación de la masa de los acuíferos, cuantificar la descarga 
subterránea que llega al Mar Menor y la recuperación ambiental de los 
espacios litorales. Por su parte, la región de Murcia debe administrar 
el modelo productivo, controlar el agua de rechazo de regadío, las 
deyecciones de la ganadería o los retornos de riego.
Desde 
diciembre de 2018, la Confederación Hidrográfica del Segura ha 
establecido 24 puntos de sondeo para el seguimiento del volumen de agua 
subterránea que llega al Mar Menor. Los análisis concluirán a principios
 de 2020 y monitorean una franja de tres kilómetros desde el borde 
costero de la albufera hacia el interior, de norte a sur, entre las 
localidades de San Pedro del Pinatar y Cabo de Palos.
"A lo largo de este verano, la Confederación ha hecho una serie de 
sondeos de batimetría para calcular la cantidad de agua que pasa desde 
el acuífero al Mar Menor y ver cómo actuar. Se valora la posibilidad de 
hacer bombeos desde el acuífero del Campo de Cartagena para intentar 
descargarlo", ha confirmado a este periódico el gabinete de prensa de 
este organismo.
 Para Ángel Pérez Ruzafa, miembro del Comité 
científico del Mar Menor, la clave también está en tener controlado el 
nivel freático. "Estoy convencido de eso. Sin un control de lo que pasa 
con el agua en la cuenca de drenaje no tendremos capacidad de gestión", 
argumenta. 
Según el biólogo, al margen de que se controle la agricultura
 para que sea razonable y se cumplan las medidas urgentes  -entre ellas 
la instalación de setos, que se evite  fertilizar en las épocas de mayor
 riesgo de lluvias torrenciales- éstas serán insuficientes si hay un 
nivel freático alto que penetre en el Mar Menor, y no hay un sistema de 
recogida de aguas. 
"Si hubiéramos hecho esto antes, las 
consecuencias de la DANA no habrían sido tan intensas y estaríamos en 
mejores condiciones para la siguiente. Además hay que contar con ello, 
porque estamos en un contexto de cambio climático en el que este tipo de
 eventos van a ser cada vez mas frecuentes", añade Pérez Ruzafa.