Un 
manifiesto titulado '
Contra el confinamiento de la población' pide poner 
fin a la medida del confinamiento
 por ser "fascista, ineficaz, humillante, traumatizante y destructiva”. 
La decisión del Gobierno, sostienen los firmantes, está "aniquilando la 
economía española, con el pretexto de proteger a las personas más 
afectadas por la epidemia en curso", esto es, para garantizar la 
seguridad de quienes "tienen más de 60 años, rango demográfico en el que
 se concentran el 96% de fallecidos".
Los firmantes "se oponen absolutamente a susodichas medidas" y recalcan que son "mayores de 70 años": Juan José R. Calaza, Andrés Fernandez Díaz, Joaquín Leguina y Guillermo de la Dehesa.
 Por ello, han lanzado un manifiesto en el que "explican detalladamente 
las razones técnicas, generacionales, económicas y humanas de su 
oposición" a un confinamiento que es "una medida fascista, ineficaz, humillante, traumatizante y destructiva que supone más problemas que soluciones".
"Sorprende la visión cortoplacista y chapucera de medidas draconianas, tomadas en España,
 cuyos impactos económicos, familiares, penales, intelectuales, 
laborales, afectivos, físicos, síquicos, etc., debidos al confinamiento 
obligatorio, serán sin duda devastadores", aseveran, sobre una medida 
que califican de “arresto domiciliario”, 
"sin que en este caso previamente haya habido juicio ni sentencia, y es,
 por ende, una medida de dudosa legalidad adoptada brutal e 
irracionalmente, sin ningún tipo de base científica".
El manifiesto íntegro
Los
 abajo firmantes tenemos 60 años o más (algunos rondamos los ochenta) 
categoría demográfica en la que se han registrado hasta la fecha  96% de
 fallecimientos por la Covid-19 en España. Sucede que si los abajo 
firmantes  hemos vivido hasta edades relativamente avanzadas es porque 
en la juventud, nuestros padres y nosotros, entendimos que los contagios
 forman naturalmente parte de la vida en sociedad al potenciar la 
inmunidad de grupo. Lo cual no excluye estimular el avance de la ciencia
 en vacunas. Ahora, en nuestro nombre se han tomado medidas de 
confinamiento que estigmatizan a las personas mayores haciéndolas 
responsables, ante los jóvenes, del desastre económico que en marcha por
 no hablar del que nos espera. Y tanto es así que partidos políticos 
anti-constitucionalistas e independentistas propugnan medidas de 
confinamiento extremosas, descontando una crisis peor que la del 2008, 
en aras de abonar el terreno a sus nefastas y no ocultadas pretensiones.
 Los abajo firmantes nos oponemos al confinamiento –por ineficaz, 
humillante, traumatizante y destructivo-  y apelamos a la 
responsabilidad individual adoptando personalmente  medidas de 
protección en orden al distanciamiento social aunque aconsejamos aplicar
 el poder coercitivo del Estado en cuanto a la obligatoriedad de 
mascarillas y guantes fuera del hogar.
 Asimismo,
 solapando cálculos sobre dos años, teniendo en cuenta que quizás vuelva
 estacionalmente la enfermedad, incluso poco después de poner fin al 
confinamiento, consideramos que, si bien es preferible no infectarse 
nunca,  la infección de parte de la población, digamos el 70%, propulsa 
una forma de Herd immunity.  La cual protegerá a los mayores el próximo 
invierno habida cuenta que muchas personas son reacias a vacunarse y 
desconocemos los efectos secundarios de una eventual vacuna. El contagio
 ha sido, de todas formas, imparable y seguirá. La tasa de letalidad 
real posiblemente sea baja, doble en hombres que en mujeres siendo la 
incidencia igual en ambos sexos, pero  sube en general a partir de 60 
años, especialmente en varones mayores de 80 con patologías previas que 
representan el 50% de fallecimientos. En España, ciertamente, salimos 
perjudicados respecto a Corea del Sur por un factor 1,4 (14% de la 
población con más de 70 años; 10% en Corea) pero la gran diferencia en 
el número de fallecidos en ambos países radica en la utilización de 
mascarillas fuera del hogar: inmediatamente obligatorias en Corea del 
Sur en los primeros focos. Al no haber medicación milagrosa contra la 
Covid-19 en manos de un solo país, los sistemas de salud de los países 
occidentales son, prácticamente, igualmente eficientes. No lo son en 
cuanto al día a día de otras enfermedades. Están muriendo personas en 
España por causas distintas a la Covid-19 al crearse plétoras y cuellos 
de botella en urgencias. Es un mito que el “aplanamiento” de la curva 
epidémica por confinamiento de la población salve muchas vidas. Y las 
pocas que relativamente  pudiese salvar, en el corto plazo, sería a 
costa de multiplicar los fallecimientos en el medio y largo plazo. El 
aplanamiento de la curva evita, quizás tropeles en urgencias, pero no 
frena los contagios en medio y largo plazo. Pocas vidas salva la 
descongestión de urgencias. Lo que salva vidas es la prevención y 
utilización masiva de mascarillas cuando aún no se ha alcanzado un 
umbral critico de contagio y protegiendo, desde un principio, a ancianos
 que difícilmente pueden asumir su propia protección en residencias y 
otros lugares.
No obstante, hay 
que relanzar inmediatamente la economía para que jóvenes y trabajadores 
en general no sufran las consecuencias de la voladura del entramado 
económico. Un Estado endeudado por el desmoronamiento económico carecerá
 de medios para mantener un sistema de salud eficiente capaz de salvar 
vidas en el futuro. El aplanamiento de la curva epidémica, en el corto 
plazo,  solo se consigue, eventualmente, con un inasumible coste 
económico siendo, en el medio/largo plazo, peor el remedio que la 
enfermedad. La tasa de letalidad en trabajadores es muy baja, menos del 
0,4%, inferior, por ejemplo, a la de la gripe (influenza) que cursa en 
este momento: 0,8%. No se puede cerrar una fabrica de automóviles por 
una gripe; mucho menos, toda la economía. Hay que volver a poner el país
 a producir.  Si en las guerras se pide a los jóvenes que den un paso al
 frente para defender la Patria, en la actual situación somos las 
personas mayores de 60 años las que decidimos asumir el sacrificio 
moral, y eventualmente vital, por los jóvenes y el resto de la 
población. Con todo, ello no justifica que las personas con baja 
esperanza de vida sean relegadas en urgencias: la persona sintomática 
grave que llega debe ser atendida antes que la siguiente. 
Incoherentemente, la discriminación contradice de lleno la finalidad del
 confinamiento: no se confina a la población para evitar el contagio a 
personas de menos de 60 años, con baja tasa de letalidad, sino con más 
de 60, que, por definición, tienen menor esperanza de vida. Ni cabe 
posponer la atención a una persona de 95 años, con baja esperanza de 
vida, en favor de otra de 65 con esperanza superior por su estado 
general de salud. La dignidad de la persona, de cualquier persona, no 
debe jerarquizarse por aplicación discriminatoria de discutibles 
criterios de eficacia utilitarista.
En
 una joya del profesionalismo científico, John P. A. Ioannidis (“A 
fiasco in the making? As the coronavirus pandemic takes hold, we are 
making decisions without reliable data”, 17/03, STAT)  Professor of 
medicine, of epidemiology and population health, of biomedical data 
science, and of statistics at Stanford University,  argumenta 
solventemente que los datos suministrados por distintos gobiernos y la 
OMS son un completo fiasco en cuanto a la confianza que podemos 
depositar en ellos. La principal laguna es que no sabemos cuántas 
personas han sido infectadas realmente hasta hoy por el virus 
Sars-CoV-2. Sin información fiable es arriesgado tomar decisiones, 
difícil corregir el impacto de la pandemia y probable cometer 
monumentales dislates. Ejemplo canónico de dislate: el estado de alarma 
impuesto en España. No así en países que confían más en la autonomía y 
responsabilidad personal respetando cierto distanciamiento social. 
Guantes y mascarillas, incluso de buena fabricación casera, son 
realmente las únicas medidas de protección relativamente eficaces. Y 
quienes deseen confinarse voluntariamente son libres de hacerlo. 
 Esto 
es lo importante. Posicionarse contra el confinamiento obligatorio no 
excluye que las personas con riesgo se confinen y tomen voluntariamente 
todas las medidas de protección necesarias y recaben la protección del 
Estado que debe ser la misma en toda España.  Lo otro, “aplanar la 
curva” y “el dilema entre mitigar y suprimir” son pamplinas dado el 
desconocimiento general de la verdadera tasa de letalidad del virus 
emergido en noviembre 2019. Ni el intimidatorio modelo matemático del 
Imperial College de Londres se sostiene en datos sólidos, de ahí que 
dispare en todas direcciones esperando acertar en alguna. El modelo 
anticipa el número de muertos en ausencia de medidas de distanciamiento 
social, sin conocer la tasa real de letalidad, pero los modelistas 
evitan estimar precisamente los fallecimientos si se aplican las 
susodichas medidas. Dicen que las medidas adoptadas ya han salvado 
vidas. Cómo lo saben comparativamente si no se han aplicado medidas 
alternativas, verbigracia, concentrando los esfuerzos en evitar el 
contagio de persona con patologías.  Obviamente, desconoceremos la 
capacidad predictiva del modelo.
Sorprende
 la visión cortoplacista de medidas draconianas, tomadas en España, 
cuyos impactos económicos, familiares, penales, intelectuales, 
laborales, afectivos, físicos, síquicos, etc., debidos al confinamiento 
obligatorio, serán sin duda devastadores. Esas medidas, confinamiento y 
distanciamiento social, no garantizan la disipación estacional de la 
pandemia ni evitan su vuelta, el próximo otoño. Por no hablar de la 
economía, a la que se le planta literalmente fuego con el señuelo de 
cientos de miles de millones de euros que van a dejar caer desde 
helicópteros. Es lamentable que países latinos europeos que han 
pulverizado sus economías, consecuencia de las exageradas medidas 
impuestas,  pidan a Holanda y Alemania que las salven emitiendo 
eurobonos.  Más razonablemente -contraejemplo de esa miopía decisoria 
impuesta irracionalmente a una sociedad absolutamente desinformada, 
aterrorizada y sin datos fiables en que apoyarse- algunos países 
calculan integrando los efectos de la pandemia este año y el próximo con
 la estructura productiva en funcionamiento, en la medida de lo 
posible,  para evitar el colapso económico susceptible de debilitar los 
sistemas nacionales de salud en el futuro.
La
 situación es tan grave desde el punto de vista científico que ningún 
país dispone de datos en los que se pueda confiar suficientemente, esto 
es, nadie conoce la prevalencia del virus en una muestra aleatoria no 
sesgada representativa de la población general. A medida que hospitales e
 improvisados centros se vean desbordados solo se harán pruebas a los 
casos más severos, de mayor riesgo aparente, con lo cual aumentará la 
letalidad artificialmente empeorando el sesgo de selectividad. El primer
 fallecido de la Covid-19, en España, fue diagnosticado post mortem, no 
estaba en las listas de infectados reportados.
 Suponiendo que en ese 
momento hubiese 100 personas contagiadas, con un R0 cercano a
 3 para el Sars-CoV-2, pueden estimarse alrededor de 500.000/800.000 
infectados en pocos días  días. Con crecimiento exponencial, si el 
número de infectados dobla en seis días, la mitad, desde el principio de
 la infección,  se habría infectado los seis últimos días.  En cualquier
 caso, el número de infectados reales es entre 12 y 15 veces superior al
 reportado por el Gobierno. Con esos datos, no sorprendería que el 
sacrificio económico resultase inútil  al ser inevitable el contagio de 
gran parte de la población sin haber previsto ni actuado en favor de 
quienes no pueden protegerse por sí mismos. Es vergonzoso, casi 
criminal,  el desamparo de personas  mayores residenciadas.
Con
 estas estimaciones –tomadas con minuciosa precaución- el aplanamiento 
de la curva epidémica quizás carezca de sentido. Salvemos al menos la 
economía y el futuro de los jóvenes. El confinamiento, desde el punto de
 vista de la administración judicial constituye “arresto domiciliario”, 
sin que en este caso previamente haya habido juicio ni sentencia, y es, 
por ende, una medida de dudosa legalidad adoptada brutal e 
irracionalmente, sin ningún tipo de base científica, pretextando 
proteger la vida de las personas mayores. Que, en realidad, quedan 
estigmatizadas ante la sociedad. Pronto los jóvenes nos harán 
responsables de la hecatombe económica culpándonos de haberles bloqueado
 el futuro.
 España no podrá encajar dos crisis seguidas.  Primero, 
epidémica; después, económica. El país quedará abatido hasta la 
melancolía enfermiza, noqueado por falta de perspectivas, hundido en el 
pesimismo nihilista. Todo ello será encauzado por los enemigos de la 
nación para inventarse una sarta de nuevos agravios comparativos que 
pueden resultar fatales a la democracia y a los españoles de bien. Ya 
que no fueron capaces de evitar la primera crisis evitemos la segunda. 
(*) Juan
 José R. Calaza (Economista y matemático)/ Andrés Fernández Díaz 
(Catedrático emérito Política económica UAM) / Joaquín Leguina 
(Estadístico Superior del Estado)/ Guillermo de la Dehesa (Economista 
del Estado).