La expresión es muy dura, desagradable, 
grosera, probablemente injusta. No es mía. Es de Ignacio Gónzález en una
 de sus castizas conversaciones telefónicas con alguno de sus 
compinches, cómplices y amigos, entre los que se encuentran, al parecer,
 el ministro de Justicia, el ex-ministro Zaplana, etc. Todas personas 
relevantes de la derecha; gentes de orden, probablemente católicas. 
Entre ellas el tal González, personaje público que llegó a ser 
presidente de la Comunidad de Madrid, tras haber sido mano derecha (y 
larga) de Aguirre. 
 
Un hombre por encima de toda sospecha, que administró
 miles de millones de dinero público de los que, con ayuda de su familia
 (la derecha siempre vela por la familia) sustrajo presuntamente cientos
 en una complicada red mafiosa, según parece con complicidades en muchos
 puntos de todos los poderes del Estado. Del ejecutivo, ministros; del 
legislativo, diputados y senadores; del judicial, jueces y fiscales.
¿Un
 caso aislado? No, claro. Un partido con 900 imputados no tiene 900 
casos aislados. Es un partido corrupto o, como dicen los jueces, una 
supuesta organización para delinquir. Y no de hace tiempo o en un lugar 
lejano. Aquí, ahora y hasta el futuro inmediato. Ese partido y ese 
gobierno tienen un nuevo presidente de Comunidad Autónoma (el de Murcia)
 imputado y un ministro reprobado con petición de dimisión junto a sus 
dos máximos fiscales, esos probos funcionarios a los que se atribuye la 
resurrección del viejo afilador. El titular de "Anticorrupción" es 
copropietario de una sociedad off-shore. El conjunto presidido por alguien citado a declarar como testigo en un proceso penal por primera vez en la historia.
Todo
 lo anterior era evidente hace meses, años incluso. Defenestrado en el 
golpe de mano "chusquero", Sánchez levantó bandera por el "no", sostuvo 
que la abstención habia sido un error y ganó las elecciones asegurando 
que pediría ipso facto la dimisión de Rajoy por que ni él ni su partido 
están en condiciones de gobernar. En lugar de ello lo ha llamado y se ha
 puesto literalmente a sus órdenes. Esgrimiendo el sagrado interés de la
 Patria, el PSOE renuncia a cuestionar la gestión anterior de la derecha
 respecto a Cataluña y apoya incondicionalmente una orientacion 
represiva del gobierno. Nada de dimisión: apoyo en toda regla. Y, de 
regalo, los presupuestos.
¿Cuál
 es la razón de este giro? Tengo una hipótesis. Asustados los barones y 
viejas glorias del PSOE (los de la foto del Ifema), al ver en directo y 
en tiempo real las condiciones de la candidata que apoyaban, tomaron una
 decisión. Hablaron con el candidato al que habían defenestrado por 
sospecharle veleidades pactistas con los indepes y le prometieron 
neutralidad en la campaña si él, a su vez, prometía mantener la unión 
nacional bajo la égida del PP. 
 
Obsérvese que ninguno de los del Ifema 
volvió a hablar en público a favor de Díaz, exceptuado el inimitable 
Zapatero. La andaluza se trabajó la campaña a solas y únicamente 
consiguió llevar al mitin de cierre a un Alfonso Guerra que parecía el 
espectro del Comendador. El resultado fue el que fue y lo primero que ha
 hecho Sánchez ha sido cumplir con el pacto antes que con su palabra. Y,
 de este modo, quien venía del frío para echar a la derecha, ha sido 
quien ha acabado de apuntalar el gobierno de la derecha más corrupta de 
Europa. Si non è vero, è ben trovato. 
Hay
 que hacer las paces, unir y recuperar el partido y prepararlo para las 
próximas elecciones que pueden ser en cualquier momento, sobre todo si 
el mandato del congreso es que pida la dimisión de Rajoy y haga una 
oposición eficaz, no "constructiva" como la de la gestora y la que el SG
 ha empezado a hacer. Esto quizá le resuelva la cuestión de la paz 
interna en el partido, depende de cómo se lo tome la militancia. 
Pero
 le queda articular una posición respecto al otro partido de la 
izquierda. La obsesión de Podemos con el protagonismo mediático lo lleva
 a entender su relación con el PSOE como una de amor-odio en la que 
acaba prevaleciendo el odio porque está anclado en el esquema conceptual
 de la vieja relación PSOE-IU. Por ello no puede convertir el 
espectáculo en realidad tangible y se ve obligado a recurrir muy a su 
pesar al primogénito, al que, como Jacob, trata de engañar sin 
conseguirlo porque el PSOE ahora está ahito, pisa fuerte, pues ¿no se 
codea con el presidente del gobierno en un episodio que sintetiza el 
renacer del venerable bipartidismo? Eso es preparar maquinaria de 
elecciones en nada de tiempo. Chapeau.
Lo
 malo es el discurso. Y sobre todo el punto negro de este, el pasaje de 
turbulencia, el nombre que, como el de la Biblia, no se puede nombrar: 
Cataluña y su proceso independentista. Al llegar aquí, se cierran las 
filas y surge un "no" bronco y a coro, el "no" nacional español. Sin 
razones, salvo el respeto a la ley. Pero ninguna ley puede pasar por 
encima de la voluntad del 75% del electorado de un territorio, una 
inmensa mayoría. Se responde que esa mayoría es minoría en el seno de 
otra mayoría, la española. Cabe dejar este debate a quien le interese y 
preguntar directamente al PSOE (a la izquierda en general) si también 
cree, como finje hacerlo la derecha, que el independentismo es una 
cuestión de un grupo de fanáticos, medio nazis y corruptos que han 
secuestrado la voluntad del buen pueblo catalán, más español que los 
manchegos. 
Si
 no es así, si cree que el millón y medio de votantes del JxS y los 
cuatro y pico millones de electores que piden un referéndum merecen un 
respeto y que se les escuche, como tanto preocupa a la vicepresidenta 
del gobierno, ¿qué piensa hacer al respecto? ¿Tratar la cuestión como un
 problema de orden público que se resuelve solo con medidas represivas 
o, como dice un dirigente de la nueva socialdemocracia, coercitivas?
 Esa propuesta de reforma federal de la Constitución,  se inspire o no 
en las de Anselmo Carretero, ¿qué viabilidad tiene? Sobre todo, ¿qué 
viabilidad tiene en Cataluña? 
Entre
 tanto, en este país, en donde rige la ley, y donde se fusiló a un 
presidente de la Generalitat, hoy hay otro que lo fue, procesado, como 
procesada está la presidenta del Parlamento y otros cargos o excargos de
 la Generalitat. Y la perspectiva es que el conflicto se agrave y se 
convierta en una espiral. 
A lo mejor tiene razón Ignacio González en su juicio. Él parece parte inseparable de este país.
 
 
Escuchar a los catalanes
 
 
Realmente, ¿cómo iba a haber diálogo 
cuando una de las partes no parece estar enteramente en sus cabales? El 
contundente juicio de Sáenz de Santamaría sobre las auténticas 
intenciones de Puigdemont roza el delirio, es casi una declaración 
patafísica, dadaísta: Puigdemont quiere hacer un referéndum para no 
escuchar a la población.  Desde luego, el diálogo era imposible.
Y
 esa imposibilidad viene apuntalada por el respaldo manifiesto de Pedro 
Sánchez a la línea del “no” del PP, formándose así ya de hecho una 
“unión sagrada” de los tres partidos dinásticos, PP, PSOE y C’s. Frente 
al independentismo catalán que es, además, republicano. Es también una 
“unión dinástica”.
Tan
 fuerte que permite a la vicepresidenta seguir haciendo gala de su 
sentido de la lógica, cuando sostiene que el referéndum es ilegal pero 
invita a Puigdemont a defenderlo en el Parlamento; es decir, lo invita a
 defender una ilegalidad. Como cuando el emperador convocó a Lutero a la
 Dieta de Worms para que abjurara de sus tesis. Lutero no abjuró y 
Puigdemont no compareció.
La
 cumbre del referéndum no tiene otra opción que convocarlo con fecha y 
pregunta. A partir de aquí empieza la cuenta atrás del juego de 
acción-reacción-nueva acción. El Estado estará al acecho para impugnar 
cualquier acto de la Generalitat, por nimia que sea la causa, si 
entiende que propicia la realización del referéndum. A su vez esta 
tendrá que ir poniendo barreras y cortafuegos para avanzar en sus 
intenciones, descansando en su base popular y la movilización social. 
Sin pacto por medio, el referéndum se convierte de hecho en otro 9N, 
pero en condiciones distintas, agravadas.
La
 cuestión no es hasta dónde está dispuesta la Generalitat a seguir con 
su hoja de ruta pues está clara: hasta el final, hasta la celebración 
del referéndum. Antes bien, la cuestión es hasta dónde está dispuesto el
 Estado (es decir, el gobierno con su mayoritario apoyo parlamentario) a
 llegar en su política represiva o, como dicen sus aliados socialistas 
en esta tarea, sus “medidas coercitivas”. 
Según
 se acerca el momento de eso que llaman los medios “el choque de 
trenes”, surgen vacilaciones, desconciertos, presiones, búsquedas de 
terceras vías sin mucho crédito ya y hasta bien intencionadas 
propuestas. Por ejemplo, se dice que la represión del referéndum se 
mantendrá hasta que el bloque independentista desista en su actitud con 
el menor descalabro posible y convoque elecciones autonómicas ordinarias
 que, se espera, traerán una composición distinta del Parlamento.
La
 opción de elecciones autonómicas es tan válida como otra cualquiera y, 
de verse en la necesidad por causa de fuerza mayor sin duda los partidos
 independentistas estarán preparados. Es una vía que tienen abierta y a 
la que pueden dar el valor simbólico que quieran. Pero no es eso lo que 
pretenden y, al mismo tiempo, temen que una nueva consulta electoral por
 imposibilidad de culminar la hoja de ruta desmovilizará un porcentaje 
del electorado independentista.
Por
 ello, a la vista del bloqueo sistemático de todas las iniciativas de la
 Generalitat, la mayoría independentista del Parlamento puede acudir a 
otra vía posible, la declaración parlamentaria unilateral de 
independencia (DUI). La unión sagrada española de los tres partidos 
habrá previsto que, al negar toda posibilidad de diálogo, esta opción se
 hace verosímil.
De
 adoptarse, se generarían dos reacciones paralelas: de un lado, una 
intensificación de la acción represiva del Estado, por medios 
excepcionales, incluida la intervención de hecho de la Generalitat y una
 previsible escalada de inestabilidad que no beneficiará a nadie y 
servirá como trasfondo de la otra reacción, la de una 
internacionalización del problema, pues la Generalitat la llevaría a la 
Corte Internacional de Justicia, argumentando el precedente de la 
opinión consultiva sobre Kosovo. 
No
 está claro que prosperara pero la internacionalización sería un hecho, 
con el agravante de una situación interior de excepcionalidad. Justo los
 elementos que invitarán ofertas de mediación extranjera todas las 
cuales, obviamente, comenzarán por recomendar un referéndum. 
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED