La acusación directa de Iglesias a 
González de tener las manos manchadas de cal viva me pareció tan 
injusta, tan inicua y tan cínica que ayer subí el tuit que figura a la 
izquierda a Twitter. Inmediatamente me eché encima una legión de trolls 
furiosos insultándome a mansalva. No es necesario reproducir los 
insultos porque está toda la panoplia. Imaginen uno cualquiera y seguro 
que aparece.
¿En
 dónde radicaba la rabia? La acusación es falsa, como se demostró hasta 
la saciedad en su día pues el asunto de los GAL llegó al Tribunal 
Supremo, que condenó a quien juzgó que debía condenar y a nadie más. Por
 tanto, está claro que no hay pruebas ni puede demostrarse esa acusación
 y, salvo que Iglesias tenga alguna nueva (con lo que debiera acudir a 
los tribunales en lugar de echar veneno) la repetición de la acusación 
es un infundio, si no una calumnia. Algo verdaderamente detestable.
Por
 supuesto, mucha gente no acepta esta situación y continúa alimentando 
los rumores y las falsedades más indignas, que si Mr. X, que si la 
cárcel de Guadalajara, que si cuando el río suena es que agua lleva, que
 si en aquella época se habló mucho de ello, que si el proceso dejó 
mucho que desear, etc., etc. Lo de siempre, vamos. Todavía hay quien 
dice que las bombas del 11M las pusieron etarras. Es más o menos la 
misma gente con el chip político algo cambiado o quizá ni eso.
Esta
 oposición al empleo del infundio y la difamación en política, se haga 
contra quien se haga, también me costó ataques sañudos en Facebook. Se 
esgrimían los "argumentos" esos del río que suena, etc y se añadían 
numerosas recriminaciones ad hominem, en el sentido de que si mis
 simpatías por González no me dejaban ver la cegadora realidad de su 
condición de amparador de asesinos y lindezas de este tipo. Y se añadían
 barbaridades del tipo de que si González era inocente, que lo 
demostrara, como si con él no rezara el principio elemental de que la 
carga de la prueba corresponde al que acusa y no al acusado. 
No
 hace falta que diga, pues es público, que mi buen juicio sobre González
 en su etapa de gobernante no empaña mi visión crítica de su etapa 
posterior, pues considero que ha actuado muy mal en muchas ocasiones 
desde el punto de vista político y moral y ha acabado proyectando una 
imagen francamente lamentable. Digo que no hace falta que lo diga porque
 es así: no hace falta. No defiendo a González al decir que no hay 
derecho a levantar falsas acusaciones contra nadie. Defiendo a todo el 
mundo que sea víctima de estas malas artes, haya hecho lo que haya hecho
 en otros aspectos de la vida. El señor Mas puede haber sido todo lo 
amigo que se quiera de Pujol y haber hecho drásticos recortes 
neoliberales con alegría sádica, pero no hay derecho a mancillar su 
reputación personal con rumores, infundios y acusaciones sin pruebas.
En
 el caso de González llama la atención la saña, la contumacia con la que
 se lo difama. Hay en esto una envidia muy española. El más brillante 
político de la transición (insisto en que su comportamiento al dejar el 
gobierno es otra cosa), el que consolidó el Estado del bienestar que el 
PP lleva cuatro años desmantelando y gracias al cual salió adelante 
mucha gente de la que ahora lo ataca, es el más vilipendiado y, en 
efecto, con auténtico odio. Hagan ustedes un repaso y díganme si no es 
cosa de psiquiatra que González sea más atacado que Aznar. Porque es 
así.
Por
 cierto, llamo la atención, porque es muy significativo, sobre la 
cobardía del PSOE que, como ya sucedió en los años 90, protesta de estos
 atropellos pero en la intimidad y no se atreve a defender como merece a
 uno de los suyos, víctima de una injusticia. Y ¿cómo va a luchar contra
 las injusticias sociales una gente que se acobarda ante las que la 
afectan directamente? Sánchez solo sacó un hilo de voz en el Congreso 
para decir que estaba muy orgulloso de González y en una entrevista en 
el país se pregunta maravillado de dónde le sale a Iglesias tanto odio 
hacia el PSOE. Pues, si no lo sabe de verdad es que, además de cobarde, 
es tonto. Le sale de la vieja frustración anguitiana de no haber 
conseguido el sorpasso y la aniquilación del PSOE, que es lo 
único que lo mueve. Y la difamación a González es parte de esta 
estrategia de que "el PSOE es el partido de la cal viva".
Recurrir
 a estos procedimientos de infundios, e Iglesias lo hizo el otro día, no
 tiene nada que ver con la izquierda democrática sino que es más propio 
del fascismo.
Y
 aquí es donde empecé a ver quizá la raíz de los ataques furibundos que 
recibía mi tuit. Por eso insistí en la tecla. Subí más tuits como: "El 
fascismo siempre ha sido muy mediático. Y el de izquierdas de ahora, ya 
ni te cuento: confunde el Congreso con el plató de la tele" o bien "El 
pensamiento crítico de algunas "nuevas izquierdas"  se convierte en 
rebuzno en cuanto les tocas a sus amados líderes" o incluso "Cuidado con
 llamar fascistas a los fascistas que van de izquierdistas. Se cabrean y
 les sale el fascio por las narices".Y, efectivamente, ahí había un 
punto sensible. La legión de trolls de Podemos llegó al paroxismo, dando
 la razón al aviso. Algún amigo me recordó que los "revolucionarios" son
 los que menos aceptan la crítica y la independencia de criterio. 
Si hubiera sido un experimento, no hubiera dado mejor resultado. 
El peligro del fascismo de izquierdas, pintado con los colores de la nueva política está ahí. 
¿Por qué no un tripartito?
Terminada la primera fase de la guerra 
de las investiduras, conviene entrar en la segunda con el ánimo más 
abierto y más firme propósito de encontrar una solución rápidamente para
 no agotar los dos meses y, sobre todo, para evitar las elecciones en 
junio.
Lo
 primero es despejar la cuestión del Rey. Patxi López va a verlo el 
lunes supongo que a comunicarle que sigue sin haber presidente del 
gobierno, como si no se hubiera enterado. Lo mejor es que el Rey desista
 de nombrar a nadie de momento y deje que los políticos inicien las 
rondas de contactos que quieran. Si acaban teniendo un candidato, ya se 
lo comunicarán. 
La
 negociación para la formación de un gobierno de izquierda arranca con 
un pie forzado nuevo: PSOE y C's irán a todas las mesas de negociación 
juntos, como las parejas de la Guardia Civil. Quieren dar mayor 
sensación de coordinación y tándem y trasmitir más confianza el uno en 
el otro. Se recordará a Rivera diciendo muy serio hace un par de semanas
 que, si fracasaba la investidura, se replantearía el pacto PSOE-C's y 
C's retiraría su apoyo a Sánchez. El citado pacto ha sido robustecido y 
por supuesto que C's sigue apoyando un gobierno de Sánchez. Está bien 
que Rivera se haya comido sus palabras anteriores. Si los políticos 
fueran presa de sus afirmaciones o negaciones y estuvieran obligados a 
atenerse a ellas, a lo mejor el mundo sería más justo pero también más 
aburrido.
Así
 como Rivera ha cedido y ha cedido Sánchez, ¿por qué no va a hacerlo 
Iglesias? Podemos lleva semanas exigiendo al PSOE que rompa con C's si 
quiere negociar con ellos, una doctrina Hallstein tan absurda como ella.
 ¿Por qué el PSOE no va a sentarse a negociar con C's? Los izquierdistas
 suelen argumentar que este partido es la marca blanca del PP y que es 
el PP con otras formas o un PP en diferido. Es posible pero, al decir que es como o parecido al PP, ya se está diciendo que no es igual, que no es el mismo PP, con el cual el PSOE también se ha negado a negociar. 
En
 este asunto de las investiduras y las negociaciones conviene que los 
españoles aprendan de los catalanes que los han pasado hace un par de 
meses y tienen cosas que enseñar. La primera de todas que CiU, la ahora 
inexistente federación, con la que han pactado ERC, que no es menos de 
izquierda que el PSOE y ls CUP, que no son menos de izquierda que 
Podemos es la derecha catalana, tan derecha como la española. Se dirá 
que CiU, ahora solo Convèrgencia, no puede compararse del todo con el 
PP. Es verdad, Convèrgencia es una derecha europea, civilizada, 
demócrata, mientras que el PP es derecha nacionalcatólica y oligárquica 
española, mucho más bronca y bruta. Pero en lo que hace a recortes 
neoliberales, restricciones, compadreo de capitalismo de amiguetes los 
dos son similares. Y si las CUP pueden pactar con Convèrgencia, ¿por qué
 no puede pactar Podemos con C's que no son el PP?
El
 mantenimiento del pacto es un acierto y más lo será si los firmantes 
está de acuerdo en abrirlo a una negociación con Podemos, de forma que 
este pueda marcar su impronta en el texto y no se limite a firmar lo que
 le ponen delante, que es el trágala que quisieron hacer C's y PSOE. Es 
el mecanismo más rápido para resolver el asunto también en un plazo 
brevísimo. Si Podemos firma ya el acuerdo para investir a Sánchez, la 
primera consecuencia será de universal aplauso: nos habremos librado del
 presidente de los sobresueldos y la banda de presuntos ladrones por una
 temporada. Lo cual no es moco de pavo. La segunda es también esencial: 
echaría a andar de inmediato un gobierno del cambio que atendería a sus 
tareas más urgentes con la correspondiente premura a base de poner en 
marcha la legislación de emergencia más necesaria. 
Por
 mucha tirria que el PSOE y C's le tengan a la idea de un referéndum 
catalán, habrán de reconocer que el proceso independentista plantea una 
situación de excepcional gravedad para la supervivencia de España. Tanta
 que hace recomendable no aferrarse a negaciones abolutas ni a 
maximalismos estériles. Si la respuesta es que "no" al referéndum, ¿a 
qué estarán dispuestos a decir sí? Si la opción de que la ciudadanía 
decida no es de su agrado, ¿qué proponen en concreto?
Por
 lo demás, si las discrepancias de las tres formaciones residen en el 
referéndum, habiendo acuerdo en todo o casi todo lo demás, no se ve por 
qué no habrá un pacto teniendo el cuidado de dejar fuera de él la 
cuestión del referéndum. Cada una de las partes debe respetar el 
criterio de la otra y su derecho a seguir propugnando su punto de vista.
 Podemos deberá aceptar que el PSOE y C's no quieran saber nada del 
referéndum y estos que Podemos siga propugnándolo. Carece de sentido 
obligarlo a renunciar a él, como si esto fuera un auto de fe. 
De
 este modo, Podemos no podrá poner en marcha el referéndum pero es obvio
 que tampoco podría hacerlo si no llegara a un acuerdo tripartito que 
es, al menos desde el punto de vista de Palinuro y en las circunstancias
 actuales, lo más práctico. Y lo llamo "tripartito" por uso habitual, 
pero había que contar también con los dos diputados de IU.
En
 cuanto al fondo de la cuestión catalana, cada vez es más evidente que, 
digan lo que digan en el PSOE y en C's el referéndum acabará siendo 
inevitable porque lo impondrá la Unión Europea.  Así que, entre tanto, 
más vale un gobierno de centro izquierda que otro de gran coalición.
P.S.
 como aclaración: construyo sobre lo que hay. Por supuesto, sigo 
prefiriendo el pacto de izquierdas, PSOE+Podemos+IU+canarios+ERC+DiL,
 lo que quiere decir que el PSOE acepta el referéndum. También puede 
hacerse aparcando el referéndum, PSOE+Podemos+IU+Canarios, pero este 
depende de la abstención de C's. Ninguna de las dos cosas parece muy 
viable. 
 
La ley contra el pueblo.
Siempre
 que se plantea el ejercicio de la autodeterminación de Cataluña, los 
unionistas, centralistas y nacionalistas españoles responden que no es 
posible porque la ley no lo permite. Esgrimen la ley como límite 
absoluto al ejercicio de un derecho del pueblo. Hacen servir a la ley 
contra el pueblo. Es una posición demagógica y tramposa que juega a la 
confusión mezclando tres órdenes que es preciso distinguir si queremos 
entendernos.
Primero,
 el orden más abstracto. Se insinúa que los partidarios del referéndum 
catalán son contrarios al principio civilizatorio general del imperio de
 la ley. Que pretenden romper los fundamentos mismos del Estado de 
derecho. El discurso implícito es que España es un Estado de derecho y, 
cualquier intento de replantear su estructura, atentará contra aquel 
principio básico de la convivencia del rule of law. Con ello se desliza 
asimismo la sospecha de que, si se salieran con la suya, los 
independentistas establecerían una especie de despotismo arbitrario, una
 tiranía posiblemente de carácter etnicista. Se pasa por alto el hecho 
de que la autodeterminación es un derecho, que pretende ejercerse dentro
 de la ley y que es precisamente ese espíritu respetuoso con la 
legalidad el que justifica el recurso a la voluntad del pueblo, que es 
el origen de toda ley. 
Después,
 en el orden concreto, el de la legislación vigente en un momento 
histórico determinado, se esgrime la ley positiva como el límite a las 
aspiraciones de autodeterminación de los pueblos, entre ellos el 
catalán. En el Estado democrático de derecho, se dice, cualquier 
aspiración es legítima y no tiene otro límite que la ley, a la que se 
someten por igual gobernantes y gobernados. El ordenamiento jurídico, 
con la Constitución a la cabeza, no permite ejercicio de 
autodeterminación de ninguna de sus partes. Ninguna Constitución lo 
hace, salvo algún caso estrafalario e insignificante. Este positivismo 
jurídico, que pretexta la vigencia de la ley como límite absoluto e 
inamovible de toda pretensión o acción ignora obstinadamente la realidad
 en que se mueve. Igualmente se opone a las inevitables tendencias de 
cambio que se dan en toda sociedad y que, forzosamente, obligan a 
ignorar o derogar las leyes que hayan quedado anticuadas o sean 
injustas.
¿Quién decide si una 
ley es o no injusta? Obviamente, la conciencia moral de quienes han de 
acatarla y cumplirla. Por supuesto, ningún orden legal puede permitir a 
los ciudadanos arrogarse el derecho a desobedecer las leyes por razones 
morales. Ningún orden legal puede aprobar una ley que autorice a 
desobedecer la ley. No obstante, eso es lo que sucede, que las leyes que
 son injustas (o que devienen injustas) son desobedecidas de hecho hasta
 que, finalmente, el ordenamiento jurídico cambia. Así es como han 
progresado todas las sociedades que han progresado. Si las sufragistas 
en el Reino Unido no hubieran desobedecido la ley vigente, las mujeres 
seguirían sin poder votar. Si Rosa Park no hubiera desobedecido la ley 
en Alabama, los negros seguirían viajando en la parte de atrás de los 
autobuses en los Estados Unidos. Si George Washington no hubiera 
desobedecido la ley inglesa, los Estados Unidos no existirían.
Por
 último, en el orden específico, el aquí y ahora, el debate adquiere sus
 tintes más estrambóticos y decididamente hispanos. Tanto Rajoy como 
Sánchez y Rivera, la santísima trinidad del nacionalismo español, se 
escudan en la vigencia de la ley, que es imperativo acatar. Además el 
sedicente derecho de autodeterminación de los catalanes no existe ya que
 pertenece al campo del derecho internacional en la relación entre 
metrópolis y colonias y no es el caso. Que sea o no el caso es materia 
discutible, pero innecesario hacerlo aquí, en donde hay cuestiones 
conflictivas más urgentes. 
El
 referéndum catalán no es posible porque la ley y la Constitución no lo 
permiten y obligan por igual a gobernantes y gobernados, reiteran los 
tres tenores del unionismo. Pero esto no es cierto. Los dos partidos 
dinásticos no necesitan desobedecer la ley, como Rosa Parks, cuando les 
incomoda, porque tienen la llave para cambiarla siempre que les place. 
El PSOE y el PP se pusieron de acuerdo en 24 horas en reformar la 
Constitución y en un asunto fundamental como el artículo 135, sin dar 
cuentas a nadie más. El PP lleva cuatro años valiéndose sin escrúpulos 
de su mayoría parlamentaria absoluta para cambiar las leyes a puñados 
cuando le ha interesado. Esas mismas leyes cuyo cumplimiento pretende 
luego imponer a los demás, quieran o no. Si la X legislatura puede pasar
 a la historia con un nombre, será con el de la “ley del embudo”.
Se
 dirá que los nacionalistas españoles cambian a su antojo la ley que sin
 embargo imponen a los demás como barrera mediante un procedimiento 
legal, ya que cuentan con la mayoría requerida para ello. Su acción es 
consecuencia legal del principio democrático de la decisión de la 
mayoría. Si otros quieren cambiar las leyes pueden hacerlo consiguiendo 
ser ellos mayoría a su vez. Pero en este caso concreto (y en muchos 
otros) este principio es falso y una trampa: los catalanes son una 
minoría nacional estructural en el Estado español y jamás conseguirán 
ser mayoría de forma que, para ellos, toda decisión de la mayoría de los
 españoles tendrá elementos de tiranía de la mayoría si es que no lo es 
por entero y, como tal decisión, radicalmente injusta, antidemocrática y
 antipopular.
Por
 último solo los ingenuos o los malintencionados aceptan que la decisión
 de la mayoría se refiera a la obligación de acatar la ley y la 
Constitución. Eso no existe. Lo que hay es la obligación de acatar una 
determinada interpretación de la ley y la Constitución ya que estas, 
como toda norma jurídica, son interpretables. Lo que los nacionalistas 
españoles imponen no es la ley y la Constitución sino su interpretación 
de la ley y de la Constitución, dentro de su manifiesta voluntad de 
emplearlas en contra de la voluntad del pueblo catalán y con la sola 
finalidad de sojuzgarlo.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED