Aquí no sobra nadie. Si la izquierda, 
toda la izquierda, quiere tomarse en serio a sí misma, tendrá que hacer 
un esfuerzo, un supremo esfuerzo en pro de la unidad y dejarse ya de 
monsergas. Porque son monsergas.
O
 la derecha seguirá gobernando en Madrid capital, en Madrid Comunidad y 
en España. Y con menos votos, lo que ya es para pillarse una depresión.
Más
 de una vez se ha preguntado por qué la derecha concurre unida a las 
elecciones y la izquierda, no. Y ¿cuál es la respuesta? Hay muchas, pero
 una es indudable: no se engañan sobre sus intereses. En el doble 
sentido de engañar y engañarse. La izquierda hace ambas cosas. ¿Por qué 
pueden los exmilitantes y simpatizantes del fascismo más sombrío, tipo 
Fuerza Nueva, como Rafael Hernando, ser miembros y hasta portavoces del 
PP? 
 
Porque no se engañan sobre lo que les conviene. ¿Por qué pueden 
estar en el mismo partido, formar una unidad férrea, seguir las 
directrices de un solo jefe fascistas, falangistas, franquistas, 
monárquicos, xenófobos, nazis, demócratas cristianos, liberales, 
tradicionalistas, cacicones y puros delincuentes sin adscripción 
política precisa? Porque no son tontos y saben lo que les conviene: más 
vale ganar las elecciones, compartir el poder con gentes no 
estrictamente afines pero que se dejan vivir mutamente, que ponerse 
exquisitos y puros, perder aquellas e impartir lecciones de coherencia 
ideológica e inutilidad práctica otros cuatro años.
¿Alguien
 cree que hay menos distancia entre un falangista y un 
demócrata-cristiano que entre un comunista y un socialista? ¿Qué están 
menos enemistados los nazis y los monárquicos que los trostkistas y los 
socialdemócratas?
¿Por qué están enfrentadas las izquierdas? ¿Por qué es hoy impensable una alianza PSOE-IU-Podemos? Exactamente, ¿por qué?
Se
 dan, que yo sepa, cuatro tipos de causas: personalismo, sectarismo, 
intereses creados y cálculo electoral. Por supuesto, si va uno a 
preguntar a los protagonistas de este desastre, todos las negarán 
escandalizados y apuntarán a un abanico de causas fabulosas, que van 
desde profundas discrepancias filosóficas sobre el modo de entender 
la ciencia económica de El Capital a tonterías sincopadas del tipo programa, programa, programa,
 habitualmente emitidas por quien ni siquiera tiene uno. Puras excusas 
para ocultar que la izquierda habla de unidad pero no la quiere en 
absoluto. Y, claro, así no hay modo.
El personalismo en la 
izquierda es abrumador. Antes de que apareciera la llamada 
"americanización de la política" que consiste en acentuar el factor de 
liderazgo personal de las opciones a través de la televisión, la 
izquierda ya era un campo dividido en terrenos, parcelas y chiringuitos,
 cada uno de ellos encabezados por un guía esclarecido indiscutible. 
 
Aun
 ciñéndonos a esta parte reciente de la historia, la lista de jefes es 
larga: Carrillo, González, Anguita, Llamazares, Sánchez, recientemente 
Iglesias y, todavía en el horno, pero a punto ya de caramelo, Garzón el 
joven. Y dejo fuera a l@s luminos@s guías de opciones menores, tod@s 
ell@s depositari@s de la tradición rebelde de nuestro pueblo. Realmente 
no es solo personalismo. Es narcisismo mezclado con canibalismo. Hay que
 ser duro, correoso, sin contemplaciones. Los líderes dubitativos, 
pactistas, tolerantes, acomodaticios, los barre el viento de la 
historia: Rubalcaba, Gerardo Iglesias, Lara... Hay que actuar con visión
 y coraje y sin contemplaciones, ocupar todo el escenario, excluir a 
todos los demás al grito de "unidad".
El sectarismo no es mal 
menos grave sino más a fuer de compartido. Son docenas, cientos, los 
militantes de aquí y de allí que no llegarán al final de este artículo; 
que probablemente no hayan llegado ni aquí, indignados, furiosos, con la
 sola idea de que alguien sea tan payaso o tan canalla o tan vendido que
 tenga al PSOE por un partido de izquierdas. ¡Por amor de Lenin! ¡La 
socialdemocracia de izquierdas cuando hasta los pingüinos saben que está
 podrida y al servicio del capital y el neoliberalismo! La izquierda, la
 verdadera, auténtica izquierda, la izquierda transformadora, revolucionaria
 es nuestra y solo nuestra, los de esta mesa y cuatro sillas más. 
 
Del 
otro lado, la réplica:  ¿de izquierda quienes no han gobernado jamás y, 
cuando lo han hecho en exóticas tierras han montado dictaduras 
absolutamente incompetentes y ruinosas tiranías de las que la gente se 
ha librado como ha podido? ¡Por favor! La única izquierda seria es la 
que ha mantenido las libertades democráticas en Occidente y dado lugar 
al Estado del bienestar, conquista que otros combatían antaño y hoy 
dicen todos respetar, añorar y querer restaurar, incluso cometiendo la 
villanía de acusar de desmantelarlo a quienes lo inventaron.
De los intereses creados  no hace falta hablar mucho. Por fin están a la vista sin tapujos. Su forma más palmaria se llama tarjetas black.
 Tarjetas, canonjías, bicocas, sueldos, pagos, puestos en las 
listas, cargos de concejales, diputados autonómicos, diputados en las 
Cortes, eurodiputados; obligaciones sin obligaciones pero con suculentos
 sueldos, incluso cuando, por perder electoralmente, no se tienen 
responsabilidades de gobierno, pero se cobra por estar en la oposición y
 a vivir tan ricamente otro mandato. ¿Qué interés tiene un pollo que 
lleva dos legislaturas cobrando en la oposición en el órgano que sea, 
que quizá haya colocado ya a su hijo, o prima o cónyuge, en que su 
partido gane las elecciones si, perdiéndolas, va a seguir cobrando?
Cálculo
 electoral. Esta es la peor causa porque es la que más se presta a la 
mentira y el engaño. Dos sondeos aquí, unas décimas allí, un aumento de 
la abstención allá, un apunte de tendencia acullá son suficientes para 
que los gabinetes de comunicación de los partidos de izquierda anuncien 
perspectivas halagüeñas en las próximas elecciones: el sorpasso, 
la hegemonía, como en Grecia, en Francia, en Italia o en las islas 
Vírgenes, nuestro partido subirá como la espuma de diecisiete a 
veintidós diputados y medio si no establece alianzas erróneas que le 
resten votos. 
 
Nada de alianzas o frentes o unidades de la izquierda que 
confunden a los votantes incapaces de distinguir bien entre cristianos 
viejos y nuevos, entre los de verdad y los de pacotilla, lo cual obliga a
 extremar las acusaciones mutuas, a jurarse odio eterno. Cierto que 
todos debemos hablar de unidad, pues la cháchara está bien vista, pero 
primero vamos por separado, a ver qué resultados dan las urnas y, luego,
 si eso, ya hablamos. 
Por supuesto, luego, si eso, vuelve a gobernar la derecha. Porque en ella, la estupidez es de otro tipo. Menos suicida 
 
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED