España es un infierno para los animales. Millones 
de animales (cerdos, lechones, vacas, terneros, ovejas, corderos) 
padecen en las granjas un suplicio diario que convierte la explotación 
de sus vidas en un continuo espanto de cosificación, cautiverio, 
encierro, inseminaciones forzadas, partos en soledad, separación de sus 
crías, enfermedades, empujones, golpes, angustia, pavor. 
España es un 
infierno para los animales. Miles de animales son torturados para 
diversión de un público sin restricción de edad en plazas de toros, 
festejos populares taurinos, capeas privadas que celebran despedidas de 
solteros, bodas, campechanías de empresa. Desde cachorros, los becerros,
 las vaquillas, los novillos son condenados a una existencia de abuso, 
de dolor y de muerte, a una vida en la que solo son víctimas de una 
violencia extrema. España es un infierno para los animales. 
Decenas de 
miles de animales de familia, animales compañeros como perros y gatos, 
son abandonados a su triste suerte en campos y carreteras, maltratados y
 violados en numerosos hogares, utilizados por los agresores como 
herramienta de coacción para, haciéndoles daño, sembrar más pánico entre
 sus otras víctimas. 
Los que sobreviven están hacinados en perreras 
gestionadas por empresas de residuos que los eliminan cuando se cumple 
un plazo que nada tiene que ver con su interés por seguir vivos.
 Los más
 afortunados son acogidos en refugios y en casas particulares donde una 
ciudadanía voluntaria, desbordada por la crueldad, se deja la piel, el 
sueldo y la moral en darles una mínima protección. España es un infierno
 para los animales. 
España es un descomunal coto de caza donde los 
escopeteros propalan el terror entre humanos y no humanos, dejando al 
paso de sus botas de caza un monte sembrado de cadáveres y los pozos 
llenos de perros que tiran vivos al fondo como si fueran basura. España 
es un gigantesco zulo de rehalas. 
España un infierno para los animales. Y
 las palomas urbanas y los gatos callejeros y los animales que los 
circos arrastran acá y allá y los pequeños animales olvidados en los 
balcones, arrumbados en diminutas jaulas en un rincón de una cocina o de
 un baño: conejos, hamsters, periquitos, canarios. 
Los niños y niñas 
humanos sometidos a la influencia de un Estado que fomenta y permite esa
 violencia contra los otros animales son víctimas también y serán pronto
 verdugos: en los platos, en los montes, en las calles, en las plazas, 
en las casas.
¿Qué pasa con esta realidad cuando en 
España, en sus comunidades y en sus municipios se celebran elecciones 
políticas? ¿Qué pasa con los votos de las personas animalistas? Hasta 
hace bien poco, los partidos generalistas han hecho malos cálculos con 
esos votos. Obviemos que se trata de una cuestión ética que ha de 
tratarse, por tanto, como un asunto político. 
Centrémonos, simplemente, 
en los réditos electorales, en las posibilidades de gobierno (nacional, 
autonómico o municipal) que puede reportar la voz, representada, de los 
otros animales. Porque lo que pasa con los otros animales, lo que les 
pasa, lo que les hacemos, está teniendo más influencia en los resultados
 de las urnas de la que interesa reconocer a la mayoría de las 
formaciones políticas. 
De hecho, es en campaña electoral cuando los 
otros animales parecen preocupar súbitamente a unos candidatos que a lo 
largo de las distintas legislaturas se olvidan de ellos hasta la 
siguiente.
En 2003 nació el Partido Animalista 
(PACMA). Dieciséis años después no ha logrado representación a través de
 las urnas ni en el Congreso de los Diputados, ni en los órganos 
autonómicos ni en los ayuntamientos del Estado español. A pesar de ello,
 ha ido ganando votos, cita electoral tras cita electoral, hasta llegar a
 la posibilidad real de conseguir en Europa esa representación. 
Y a 
nadie se le escapa que el resto de las formaciones ha ido tomando nota 
de la necesidad de incorporar sus reivindicaciones, las de la justicia 
con los otros animales, a los programas electorales. Son 
reivindicaciones que se han ido metiendo con calzador, a través de la 
presión de organizaciones de defensa y protección de los animales y del 
esfuerzo de determinadas personas activistas, pero que pasado el periodo
 electoral han sido, salvo más o menos relevantes excepciones, 
condenadas una y otra vez al olvido. 
Las reivindicaciones de la causa 
animalista (y, por tanto, de PACMA) ejercen, pues, una influencia 
electoral, del mismo modo que ha ejercido influencia la reacción contra 
la revolución ética que el animalismo propone: no es casualidad que la 
formación filofascista Vox tenga como baluartes la tauromaquia, la caza y
 la ganadería. Antes los tuvo su masa madre: el PP. Y antes su masa 
padre: el franquismo.
Los partidos y formaciones de la llamada izquierda viven 
una esquizofrenia política respecto a la causa de los otros animales. Ni
 Unidas Podemos ni las confluencias o plataformas creadas para concurrir
 a las urnas abrazan la causa animalista sin ambages, como 
reivindicación justa que es y desde su natural lógica solidaria, pero 
saben que ha llegado el tiempo en que deben incorporarla a unas ofertas 
electorales que no cuestionan el sistema pero que pueden llegar a ayudar
 a un cierto número de animales en el caso de que sus propuestas lleguen
 a aplicarse desde políticas públicas de protección animal. 
No se 
arreglaría el problema (que España es un infierno para los animales 
porque el sistema es infernal) pero podría mejorar un poco la situación 
de las víctimas. Sobre todo si la incidencia se lleva a cabo desde las 
instituciones locales, más cercanas, con herramientas y mecanismos más 
asequibles y manejables. De ahí que sea tan buena noticia que esas 
formaciones incorporen en sus listas a activistas por la liberación y 
defensa de los otros animales.
Es el caso de Amanda 
Romero, que va como número 24 en la candidatura de Más Madrid al 
Ayuntamiento de esta ciudad. Que Más Madrid tuviera lo votos suficientes
 para que Amanda saliera elegida concejala sería una excelente noticia 
animalista. No porque Más Madrid se haya vuelto súbitamente animalista 
sino porque ella sí lo es, como sabe cualquiera que conozca mínimamente 
el movimiento de derechos animales. 
Amanda Romero procede de las filas 
antiespecistas y, si bien su presencia en el pleno del Ayuntamiento no 
va a ser suficiente para transformar el sistema que convierte a España 
en un infierno para los animales, seguro que lo es para transformar 
estructuras, modificar normativas e impulsar proyectos locales que 
ayudarán a muchos animales y fomentarán un cambio de conciencia a través
 de las políticas públicas de protección animal que aspira a desarrollar
 desde un Área de Gobierno específica y que aún, incomprensiblemente, no
 existe. 
Para quienes la conocemos desde hace años y sabemos de su 
trabajo, no habría mejor resultado electoral. A ella le tocaría la 
enorme tarea de convencer a los líderes de Más Madrid, Carmena y 
Errejón, de que las vidas de los animales (ese infierno) no duran lo que
 dura una campaña electoral. Ojalá tenga la oportunidad de hacerlo. La 
voz de los animales es oirá mucho mejor con Amanda que sin ella.
(*) Periodista