Buenos días y gracias a todas las autoridades que
 me acompañan. No quiero tampoco extenderme en las mismas, pero sí 
agradecer tanto al rector, a Ricardo, como a la presidenta de la CRUE y 
al resto de rectores que estáis con nosotros, vuestra compañía, y estar 
en un acto que consideramos desde el Gobierno que es importante. 
Hace
 50 años -y se ha dicho de una manera diferente, pero creo que todos más
 o menos hemos llegado al mismo punto-, el destino de las generaciones 
enteras de españoles estaba escrito, desgraciadamente, en piedra. Los 
hijos y las hijas estaban destinados a repetir la historia de los padres
 y madres. 
Lo ha dicho antes la ministra Diana Morán. Unos, una minoría,
 los más afortunados, pues heredaban bienes, propiedades, redes de 
contacto y, lo más importante, heredaban el capital intelectual, el 
conocimiento, la cultura, los libros presentes en el hogar, aportados 
casi siempre por un padre que era el único que había tenido acceso a la 
educación superior. 
Era una 
minoría, porque nada de eso estaba presente en la amplia mayoría de las 
viviendas de la clase trabajadora de nuestro país. Una enciclopedia o 
una estantería de libros era un lujo inalcanzable para muchísimas 
familias hace 50 años. Y allí, además del oficio del padre, con 
frecuencia precario, duro, mal pagado, se heredaba la resignación ante 
una evidencia dolorosa, y era la imposibilidad de ir a la universidad, 
de cursar estudios universitarios. 
Eso
 también tuvo su traslación en la Formación Profesional, a la cual 
también estamos dando un impulso decisivo durante estos últimos siete 
años. Pero entonces vivíamos en una España donde el talento no bastaba, 
donde los sueños tenían un techo, donde la cuna pesaba más que el mérito
 y, por tanto, donde la movilidad social, como bien se dice en términos 
de ascensor, pues era una utopía. 
Esto
 es verdad. Comenzó a cambiar, como ha dicho antes el rector, hace 50 
años, en especial durante la década de los 80, cuando España fue capaz 
de construir el verdadero ascensor social que, por encima de todo, 
ofrecía a nuestros hijos y a nuestras hijas algo tan valioso como la 
capacidad de elegir su propio futuro. 
Esto lo viví yo también en mi 
casa, con mi padre y con mi madre, y por supuesto, a diferencia de lo 
que ocurriera a las generaciones previas, a la de nuestros abuelos y 
abuelas, entonces levantamos un sistema de salud universal, un modelo de
 protección social que no dejaba a nadie atrás, y un sistema educativo 
de calidad. 
Y la piedra de toque
 de ese ascensor social fue la radical transformación de nuestro sistema
 universitario. Yo recuerdo, durante la crisis financiera que se hablaba
 de que había que suprimir muchas facultades, muchas 
universidades….'Tenemos muchas universidades públicas' se decía 
entonces, ¿os acordáis? 
Y realmente lo decían siempre desde una parte de
 la geografía española, muy concentrada en su capital, porque 
evidentemente en la provincia de Granada bien se sabía la importancia de
 tener una universidad en Granada, sobre todo para las familias más 
humildes, para sus hijos y para sus hijas. 
En
 todo caso, esos avances fueron posibles gracias a una visión de país 
basada, como decía la ministra, en la igualdad de oportunidades; una 
igualdad de oportunidades cuyo máximo exponente era nuestra universidad. 
Y
 de entre todos los modelos posibles, España optó por un sistema 
universitario público de calidad, accesible, presente en todo el 
territorio. Una universidad concebida como un motor de crecimiento, pero
 también de transformación, de esa joven democracia que éramos entonces. 
Y creo que es muy importante, como se ha dicho antes por parte de 
algunos de los representantes estudiantiles, hablar de la parte de la 
empleabilidad, por supuesto, pero también de la de la formación 
intelectual que te da las herramientas, como decía Fernando de los Ríos,
 para poder ser libre. 
Y, en ese
 sentido, yo creo que la Universidad, lo que hicimos entonces, lo que se
 logró desde España, fue que no fuera un lugar donde se reprodujeran los
 privilegios de antaño, (sino) que se convirtiera en un espacio de 
encuentro entre estudiantes procedentes de todos los entornos sociales; 
una universidad que permitiera a cientos de miles de jóvenes de familias
 humildes, convertirse en ingenieras, en médicos, en juristas, en 
definitiva, en lo que ellos y ellas quisieran. 
Muchas
 y muchos de esos jóvenes fueron los primeros universitarios de la 
historia de sus familias -antes lo ha dicho la propia ministra de 
Ciencia e Innovación y Universidades, hasta llegar a ser ministra del 
Gobierno de España-. Esa fue nuestra gran apuesta de país: una 
universidad pública que apuntala el progreso, la cohesión social, la 
cohesión territorial y que abriera sus puertas de par en par a toda la 
sociedad. 
Y lo conseguimos. 
Algunos datos son muy elocuentes del esfuerzo que se ha hecho colectivo 
por lograr este objetivo. De los 350.000 estudiantes que había en 1970, 
pasamos al doble en tan solo una década, y alcanzamos el millón y medio a
 finales de los años 90. 
Si en la generación de nuestros abuelos apenas 1
 de cada 10 personas tenía estudios superiores, hoy más de 1 de cada 2 
jóvenes ha accedido a la educación universitaria. Y, además, la 
universidad llegó a muchos territorios históricamente ignorados, 
convirtiéndose en un elemento vertebrador de nuestro país, de cohesión 
territorial. 
Construimos una red
 pública sólida, sin distinciones entre centros ni comunidades 
autónomas. Ya no había que emigrar a las grandes capitales para estudiar
 la carrera, algo que antes solo era posible si se contaba con un apoyo 
familiar y, por tanto, un joven de Badajoz podía licenciarse en medicina
 en Valencia, o una chica de Teruel podía estudiar Ciencias del Mar en 
Cádiz. Porque aquí lo importante nunca ha sido dónde estudias, sino lo 
que aprendes. Y nunca fue relevante si estudiaste en Madrid o en La 
Laguna (Tenerife), en Málaga o en A Coruña. 
Gracias
 a ese esfuerzo colectivo que hizo España, ya somos el séptimo país de 
la Unión Europea con los jóvenes mejor formados, y eso se reconoce 
cuando uno sale fuera de España y se habla, precisamente, del capital 
humano. 
Ahora que hay mucho interés en España por todo lo que está 
sucediendo, por las inversiones, la reindustrialización y las 
transformaciones que se están haciendo, se reconoce, y mucho, por parte 
de muchas empresas, de muchos inversores extranjeros, la formación de 
nuestro capital humano. 
Jóvenes que son reconocidos, como he dicho, 
dentro y fuera de nuestras fronteras, por su preparación, por su 
capacidad, por su adaptación y su talento. Y somos, además, el tercer 
país de la Unión Europea con mayor número de personas matriculadas en 
estudios superiores. 
En fin, 
nuestras universidades públicas no solo han formado a los mejores 
profesionales, también han sido, y aquí se ha dicho por parte de algunos
 de los intervinientes, grandes centros de investigación y desarrollo 
del país. Hoy ejecutan el 70% de la investigación científica y 
tecnológica que realiza España y lo hacen en áreas que son clave para 
nuestro crecimiento, por ejemplo, la salud, el medio ambiente o la 
tecnología en un sentido amplio. 
Por tanto, gracias al modelo 
universitario público universal y de calidad construido durante estos 
últimos 50 años, con sus avatares y sus dificultades, hoy cualquier 
ciudadano, viva donde viva, sabe que el cirujano que lo operará ha 
recibido una formación de excelencia. 
Y, gracias a ese modelo, España ha
 podido transformar su tejido productivo, adaptarse al cambio 
tecnológico, convertirse en uno de los países que más crece y que más 
empleo crea de Europa. Y gracias también a ese modelo, los mejores 
centros de investigación del mundo compiten por atraer a nuestros 
estudiantes. 
Y es verdad, esto 
no ha sido fácil. Lo sabéis bien los que estáis aquí. Pero, si hay una 
historia que, a mi juicio, explica el progreso de España en estas 
décadas, es la historia de la universidad pública, de nuestro sistema 
educativo en su conjunto. 
Y esta, hay que decirlo, es una historia de 
éxito. Sí, es una historia de éxito, que representa el orgullo de muchas
 familias españolas y la satisfacción de ver que sus hijos han podido 
estudiar en universidades públicas aquello que ellos no pudieron. 
Y aquí
 también se ha dicho, y es cierto que todo ese logro no impide el que 
tengamos que mejorar, el que de alguna manera nos resignemos a una 
situación que, en efecto, corre un riesgo muy evidente. Lo que está en 
juego no es solo una institución. 
Lo que está en juego es el futuro de 
cientos de miles de jóvenes en nuestro país y, por tanto, el modelo de 
país que queremos construir. 
Ayer
 mismo veíamos en uno de los principales medios de comunicación de 
prensa escrita las consecuencias que puede tener la deriva que se está 
llevando en la privatización, nada más y nada menos que del sistema 
universitario. 
Porque política también hay detrás de esa privatización, 
como bien ha dicho una de las representantes de los estudiantes. Lo que 
está en riesgo es un modelo de educación superior en el que el acceso 
universal y la garantía de calidad y excelencia están deliberadamente 
amenazadas. 
Yo creo que lo está 
por la voluntad de quienes pretenden fragmentar y privatizar nuestra 
universidad. De quienes están dispuestos a que la igualdad de 
oportunidades deje de estar garantizada, como si la igualdad de 
oportunidades y la meritocracia estuvieran reñidas cuando es justo lo 
contrario. Sin igualdad de oportunidades no hay capacidad de poder hacer
 y materializar el mérito en nuestra sociedad. 
El método ya sabemos cómo
 es. Lo conocemos bien, no están inventando la rueda, no están 
descubriendo América, están aplicando lo mismo que han hecho en otros 
muchos ámbitos pilares del Estado del bienestar, por ejemplo, la salud 
pública. Lo que se hace primero es debilitarla, cuestionarla, para 
después privatizarla. 
Primero recortan recursos para minar su 
funcionamiento y -aquí se ha dicho- después qué se hace: se cuestiona su
 servicio, su calidad, precisamente afectados por los recursos que se 
detraen. Y finalmente, cuando el deterioro es evidente, pues presentan 
como solución la privatización como única salida. Por tanto, detraen 
recursos, el funcionamiento empeora y al final la salida no es otra que 
la privatización. 
Y el proceso 
ya está en marcha desde hace tiempo. Aquí en Madrid, por ejemplo, el 
Gobierno autonómico ha recortado casi un 30% la financiación a las 
universidades públicas desde el año 2016. Da igual que se creciera más, 
que se creciera menos, que hubiera más o menos ingresos públicos, en la 
Comunidad autónoma lo que se ha hecho ha sido recortar, recortar y 
recortar como he dicho antes, un 30% la financiación de las 
universidades públicas desde el año 2016. 
Una
 comunidad autónoma tan importante en número de población como es la 
andaluza, l presupuesto universitario lleva seis años completamente 
congelado. Y, como bien se ha dicho antes, por parte de la ministra, 
hemos aumentado de media los recursos a todas las comunidades autónomas,
 las transferencias, en más de un 50% respecto a las administraciones 
previas. 
Y el resultado, por 
tanto, de este plan deliberado es la merma de la calidad del sistema. Es
 una auténtica, si podemos utilizar el término, obsolescencia programada
 que empieza por la degradación de las instituciones, continúa con la 
precarización del personal docente e investigador y concluye con la 
reducción de plazas en los grados más demandados, que es lo que está 
pasando, por ejemplo, en las áreas vinculadas con la salud. 
Buscan
 reemplazar el paradigma de la igualdad por el de la peor de las 
desigualdades, que es la que premia los apellidos y la cuenta bancaria. 
Es la consecuencia lógica de priorizar los regalos fiscales a los que 
más tienen y recortar los servicios públicos. 
Y
 además lo hacen, si me permiten, con una dosis extra de cinismo, porque
 después lo que hacen es pedir a la Administración General del Estado 
que asuma los costes de los servicios públicos que esas administraciones
 públicas han degradado. 
En definitiva, menos recursos, más exigencias y cero compromiso en el bienestar de la ciudadanía. 
Y
 mientras se ahoga desde el punto de vista de la financiación de las 
universidades públicas, se extiende una alfombra roja a la creación de 
esas academias a las cuales antes se ha hecho referencia. Centros que, 
en muchas ocasiones, no todas, no buscan la excelencia ni la 
investigación, sino simplemente hacer caja emitiendo títulos sin 
exigencias reales, convertidas en chiringuitos educativos, un proceso 
con una víctima colateral más allá de la universidad pública, que es 
también desprestigiar a buenas universidades privadas que tenemos en 
nuestro país y que son además una referencia internacional. 
Es
 decir, se fractura y se debilita a todo el sistema universitario, 
fundamentalmente el público, pero también a aquellas universidades 
privadas de prestigio. 
Fíjense, 
desde que se abrió la última universidad pública, que fue en 1998, se 
dice pronto, en 1998 se abrió la última universidad pública en nuestro 
país, se han creado 26 universidades privadas. Solo en esta última 
década se han autorizado otras diez y nueve más esperan la evaluación de
 su expediente de apertura. 
Esto
 no sería un problema si todas cumplieran con los requisitos, pero no es
 el caso, como aquí se ha dicho. El problema es que muchas cuentan con 
informes negativos de la Conferencia General de Política Universitaria y
 pese a ello, hoy están abiertas, aquí se ha dicho. 
Informes que alertan
 sobre la falta de criterios de calidad de, por ejemplo, en el sistema 
de selección de los profesores, sobre la escasa inversión en 
investigación, sobre la falta de variedad de estudios ofertados o sobre 
la ausencia de garantías internas y de experiencia de gestores. 
Y
 esto no solo supone una pérdida de rigor académico, supone también un 
compromiso de calidad a nuestros profesores, a nuestro profesorado, a 
nuestros profesionales, porque hablamos de quienes mañana van a cuidar 
de nuestra salud, van a defender nuestros derechos, van a construir 
nuestras infraestructuras. 
En 
definitiva, la universidad no puede ser una garantía o mejor dicho, una 
fábrica de títulos sin garantías. Lo que está en juego no es solo la 
educación, es la confianza de toda la sociedad en sus profesionales y en
 sus instituciones. 
Y esa es la 
razón que lleva a que el Gobierno de España dé la batalla en defensa del
 sistema universitario español. Vamos a defender la calidad, la equidad y
 el prestigio de nuestro sistema universitario. 
Y,
 por supuesto, vamos a romper una lanza a favor de lo público, sin 
demérito de aquellas instituciones privadas, insisto, que sí funcionan 
bien, con rigor y con calidad. 
Y
 sí, lo sabemos. Sabemos que buena parte de las competencias que esta 
materia tiene, descansan sobre los gobiernos autonómicos, como bien ha 
dicho antes la ministra. Pero eso no va a hacer que nos crucemos de 
brazos. Nunca lo hemos hecho, ni lo vamos a hacer en esta ocasión, 
porque lo que tenemos en juego es muy importante. 
Y
 así lo hemos hecho durante estos años. Durante estos últimos años hemos
 aprobado la LOSU, hemos incrementado el presupuesto en becas en un 65%,
 es decir, en más de mil millones de euros desde que llegamos al 
gobierno en 2018. 
Hemos hecho 
posible que las prácticas universitarias coticen a la Seguridad Social, 
para proteger a nuestros jóvenes en su incorporación al mercado de 
trabajo. Hemos aumentado el número de plazas; hemos mejorado las 
condiciones laborales de los investigadores en formación, aunque todavía
 quede mucho por hacer; y hemos logrado que los precios de las 
matrículas se hayan reducido drásticamente. 
Por
 eso, hoy, desde este lugar emblemático, querido rector de las Escuelas 
Pías de San Fernando, uno de los probablemente más prestigiosos y desde 
luego, una de las más de 60 sedes que la UNED tiene repartidas por todo 
el país, me gustaría anunciar dos medidas que vamos a adoptar en los 
próximos días. 
Lo primero que 
vamos a hacer es un Plan de Relanzamiento de la UNED, que no deja de ser
 la gran universidad pública de ámbito estatal de nuestro país y la 
primera en número de estudiantes. 
Este
 plan, junto al Plan Plurianual de Financiación, lo que pretende es 
sentar las bases de la transformación que va a experimentar la UNED en 
los próximos años. 
Vamos a 
dedicar una partida de 30 millones de euros para el primer año, lo que 
supone un 35% más de aportación por parte del Gobierno. Lo que queremos 
es que la UNED esté a la altura de los desafíos de nuestro tiempo y por 
eso vamos a actuar en tres frentes. 
El
 primero, queremos renovar las capacidades digitales con tecnología 
puntera para que pueda competir en el creciente mercado de la educación a
 distancia.
En segundo lugar, queremos ampliar
 a 5.000 las plazas en grados y másteres habilitantes, como por ejemplo 
el Máster de Formación de Profesorado o el de Psicología General 
Sanitaria. Y vamos a duplicar así con ello la oferta actual para que 
nadie tenga que pagar una fortuna en la privada para poder ejercer una 
profesión regulada. 
Y 
finalmente, vamos a crear 2.000 nuevas plazas vinculadas a grados y 
másteres en títulos de alta demanda, como, por ejemplo, Educación, 
Comunicación, así como nuevas titulaciones que respondan a las demandas 
del mercado, como es el grado de Inteligencia Artificial, el de 
Neurociencias o el de Neutrónica Computacional. 
En
 definitiva, lo que queremos qué es. Lo que queremos es que la UNED sea 
la universidad de referencia en España en enseñanza virtual, pública y 
de calidad. Una institución moderna, accesible, con prestigio, que 
lidere la transformación digital del sistema universitario sin renunciar
 a los valores de la universidad pública: igualdad, excelencia y 
vocación de servicio. 
Apoyamos a
 la universidad pública con la misma convicción con la que queremos 
combatir el avance de centros privados que priman sin rigor y sin 
escrúpulos el negocio sobre la calidad. Esos chiringuitos que no cumplen
 el nivel que cabe exigirle a nuestra educación superior dañando el 
conjunto del sistema. Por eso me gustaría recoger el guante que se ha 
planteado por parte de los profesores y por supuesto, también de los 
alumnos para anunciar esta segunda cuestión. 
Lo
 que vamos a hacer es endurecer los criterios de creación, de 
reconocimiento y de autorización de universidades y centros 
universitarios. Una universidad no puede ser una máquina expendedora. 
Vamos a perseguir las prácticas que atenten contra el prestigio de 
nuestras universidades, tanto públicas como privadas, para que cumplan 
con nuestros estándares de calidad y aseguren la excelencia de los 
profesores, o mejor dicho, de los profesionales que nos cuidan y nos 
defienden. 
¿Y cómo lo vamos a 
hacer? Bueno, lo vamos a hacer de tres formas. La primera de ellas es 
que vamos a reforzar las exigencias para garantizar que las 
universidades sean proyectos de calidad. ¿Ello qué significa? Pues 
significa que al informe de la Conferencia General de Política 
Universitaria añadiremos un informe de evaluación y subrayo, preceptivo,
 preceptivo, elaborado por la ANECA o las agencias autonómicas 
equivalentes. 
Por tanto, es lo que vamos a poner en marcha. Un informe 
que sea vinculante, vinculante en el proceso de creación de nuevas 
universidades, garantizando así el control riguroso e independiente. 
Junto
 con ello, en segundo lugar, lo que vamos a hacer es endurecer los 
criterios de apertura y, por lo tanto, se va a exigir una masa crítica 
mínima de 4.500 estudiantes en los primeros cinco años de ejercicio. 
Vamos a reformar las garantías de solidez económica.
 Vamos a pedir que 
se asuma el compromiso de disponer al menos de un 10% de plazas de 
alojamiento universitario para facilitar el acceso a la vivienda. Y se 
va a exigir experiencia en la gestión universitaria a sus promotores. 
Y 
tendrán requisitos, por tanto, más estrictos en materia de investigación
 para asegurar un compromiso real con la generación de investigación y 
de conocimiento. 
Y, en tercer 
lugar, vamos a proponer que las universidades online se consideren de 
ámbito nacional, porque su radio de actuación es en la práctica todo el 
país y por ello sólo podrán ser autorizadas con la aprobación de las 
Cortes Generales para reforzar la supervisión y garantizar su calidad 
académica en beneficio de los estudiantes de todo el territorio. 
Y
 se me preguntará, cuándo se va a hacer todo esto. Pues dada la urgencia
 de esta cuestión, ya les anuncio que mañana mismo vamos a llevar el 
endurecimiento de los criterios al Consejo de Ministros y Ministras para
 su tramitación urgente, con el objetivo de que pueda entrar en vigor lo
 antes posible. 
Concluyo. Sé que
 debemos hacer mucho más para proteger y fortalecer nuestro sistema 
universitario. Todas las administraciones con competencias en este 
ámbito lo deberían hacer. Pero es verdad que hay una inacción de unos, o
 una gestión irresponsable de otros, o también deliberada de otros 
tantos. 
Pero no les quepa duda 
de que desde el Gobierno de España vamos a actuar porque hay mucho en 
juego. Porque toca elegir entre un modelo de educación superior, 
universal, de calidad, que dé oportunidades a quien los necesita y que 
cohesiona social y territorialmente a nuestro país, como bien se ha 
calificado antes un modelo universitario centroeuropeo.
 Un modelo, en 
definitiva, que discrimina entre quienes pueden pagar y quienes no. Que 
no cree en la excelencia, la investigación y la responsabilidad social. 
Me refiero a estos que no creen. Un modelo que no quiere que las 
universidades sean lugares de encuentro, donde surja la innovación, el 
conocimiento que nos enriquece a todos y a todas, sino negocios de corto
 plazo que benefician a unos pocos. 
A
 toda la comunidad universitaria, al personal docente, investigador, al 
personal de administración, a los servicios y por tanto también al 
estudiantado y a sus familias, quiero reiterarles que el Gobierno está 
en la defensa de nuestro modelo universitario y que les apoyará para que
 hagan ver a la sociedad lo que está en juego. 
Y
 al resto de la ciudadanía lo que les pido es que se unan en esta 
movilización en defensa de lo público, de la igualdad de oportunidades y
 del mérito. En defensa de esa Universidad que nos une y ennoblece como 
sociedad y como país. En defensa de todo lo bueno que nuestra historia 
ha dado un sistema educativo, un sistema universitario como el que hemos
 construido desde los años 80 con ese ascensor de movilidad social que 
hoy. desgraciadamente como se ha dicho, está gripado. 
De todos depende 
que ese ascensor no se vuelva a detener nunca más. Y ahí estará, sin 
ninguna duda, no les quepa duda, el compromiso del Gobierno de España. 
Nada más. Y muchas gracias.