Salvo en el lluvioso norte, la mayor parte de 
nuestro país tiene un clima tan soleado que en cuanto empalmamos algunas
 semanas de lluvia nos quejamos, y cuando de nuevo vuelve a lucir el sol
 ―como ocurre siempre en la vida― nos cambia el ánimo.
La queja es
 comprensible y propia de nuestra voluble naturaleza humana, pero 
también es frívola: el agua es vida, para el campo, para la naturaleza y
 para el hombre, y los efímeros efectos melancólicos o las incidencias 
que puedan producir las lluvias no deberían oscurecer los enormes 
efectos beneficiosos que tanto añorábamos cuando sufríamos la sequía.
Como
 sucede habitualmente con la meteorología, la corta memoria del ser 
humano y el sensacionalismo de los medios nos empujan a tildar de 
«anormal» esta sucesión de lluvias, aunque se repitan irregularmente 
cada pocos años.
Por otro lado, dado que las precipitaciones no muestran
 una tendencia clara en el último siglo ―ligero crecimiento en el mundo[1] y un irregular e inapreciable decrecimiento en España[2]―,
 parece lógico que tras un período de sequía llegue un exceso de lluvias
 que equilibre la balanza, aunque su concentración en unas pocas semanas
 no implique necesariamente que el año en curso vaya a tener una 
pluviosidad extraordinaria.
En realidad, lo más preocupante no son
 las lluvias, sino el ingente volumen de agua que podría haberse 
acumulado y conservado y que se ha vertido y desperdiciado por falta de 
infraestructuras hidrológicas adecuadas. Ése es el verdadero problema.
Dicho
 eso, estas lluvias son una mala noticia para la propaganda del cambio 
climático, que prefiere fenómenos como el calor y la sequía que 
psicológicamente conectan mejor con el sugestionable «calentamiento 
global». 
Espero que, al igual que nadie piensa que España se haya vuelto
 como Inglaterra por unas semanas de lluvia, cuando sobrevengan 
condiciones meteorológicas opuestas nadie crea que el clima de España se
 está volviendo como el del Sahara.
El fracaso de la AEMET
La
 AEMET no supo predecir ni el comienzo de la sequía ni su final, y 
tampoco acertó cuando pronosticó un invierno astronómico «seco», razón 
por la que ha sido muy criticada. Aunque aplaudo que la Agencia sea 
objeto de constante escrutinio público, en el caso de su fallido 
pronóstico invernal la acusación es ligeramente injusta, pues la AEMET 
fue muy prudente y enfatizó las enormes incertidumbres de su predicción.
En
 realidad, la Agencia no tiene ni idea de qué ocurrirá durante el 
siguiente trimestre, pues el pronóstico más largo que puede hacerse en 
meteorología es de unas dos semanas, aunque en la práctica no exceda de 
cinco días. 
Por tanto, el único motivo por el que la AEMET finge hacer 
predicciones imposibles, envueltas en un falso halo científico, no puede
 ser otro que impostar una capacidad predictiva de la que carece, es 
decir, puro teatro, y lo adorna con rangos probabilísticos tan amplios 
como arbitrarios.
Lo que sí debe criticarse de la AEMET es que haya corrompido su carácter científico para convertirse en cheerleader
 de la propaganda climática, con minifalda y pompón incluidos. 
En 
efecto, cuando se trata de meteorología la Agencia se protege detrás de 
las grandes incertidumbres y limitaciones del conocimiento actual del 
clima. 
Sin embargo, cuando se trata del «cambio climático» realiza 
profecías con total certeza, y las anteriores incertidumbres y 
limitaciones desaparecen como por ensalmo.
En otras palabras, con 
sus predicciones meteorológicas, cuyo nivel de acierto es fácilmente 
comprobable, la AEMET se tienta la ropa, pero con sus inverificables 
predicciones climáticas para dentro de un siglo, ancha es Castilla.
Así,
 la Agencia se saca de la chistera dudosas o inexistentes relaciones 
causa-efecto que la ciencia maneja con enorme cautela, pues el clima es 
un sistema complejo, caótico, no lineal y multifactorial del que aún 
conocemos poco. Pongamos unos ejemplos.
En su propia web la AEMET 
resalta «el estrecho vínculo entre el cambio climático y los fenómenos 
meteorológicos extremos». Sin embargo, los fenómenos meteorológicos 
extremos no han aumentado en frecuencia o severidad en el último siglo. 
Así lo reconoce hasta el IPCC en los capítulos científicos del AR5[3] y
 AR6: «La evidencia es limitada o no hay señal» de que hayan variado 
significativamente las precipitaciones, las inundaciones o las sequías, 
por lo que las afirmaciones al respecto (como la que hace la AEMET) 
merecen una «baja confianza»[4].
Encontramos
 otro ejemplo de mala praxis en el torticero aprovechamiento que la 
AEMET hizo de las altas temperaturas del verano del 2023. En aquel 
momento un portavoz declaró que íbamos «a tener que añadir en nuestro 
diccionario meteorológico el término noches infernales»[5]. Obviamente, semejantes afirmaciones no pertenecen al ámbito de la ciencia, sino del amarillismo.
El ritmo de calentamiento global de las últimas cuatro décadas ha sido de menos de 0,15ºC por década[6], ritmo al que las temperaturas tardarían un siglo en subir sólo 1,5ºC (algo por lo demás improbable). 
Además,
 el planeta tiene temperaturas hoy similares a las que tuvo hace 1.000 y
 10.000 años (en el Período Cálido Medieval y en el Máximo del Holoceno,
 respectivamente), cuando el CO2 era inferior al actual y no había fábricas, meteorólogos o periodistas.
La
 AEMET también engañó al afirmar que «lo que estamos observando [la ola 
de calor veraniego del 2023] es consecuencia de las emisiones de gases 
de efecto invernadero antropogénico». 
Defender esta relación 
causa-efecto resulta inaceptable. La propia Organización Meteorológica 
Mundial reconoce que «ningún evento meteorológico concreto puede 
atribuirse al cambio climático inducido por el hombre»[7]. 
Además, jamás pueden extrapolarse pasajeras condiciones atmosféricas 
locales al clima del planeta. En ese mismo verano de 2023, la Antártida 
vivía un invierno austral extremadamente frío con temperaturas récord 
(por bajas), y no por eso los pingüinos emperador podían concluir que el
 planeta se estaba enfriando[8].
La
 AEMET también omite que el salto de temperaturas del 2023 ha causado 
perplejidad entre los científicos, que consideran «extremadamente 
improbable» que haya tenido que ver con el cambio climático[9]. 
Como la ciencia del clima aún está en pañales, hay diversidad de opiniones: unos lo achacan a El Niño[10], otros a una menor nubosidad en el planeta[11] y otros a la erupción del volcán submarino Hunga-Tonga[12].
Finalmente,
 cuando otro portavoz de la Agencia dice que «las temperaturas van 
subiendo conforme lo que dicen los modelos climáticos»[13]
 demuestra una gran ignorancia o una gran capacidad para mentir, pues es
 bien conocido que los modelos climáticos siempre han pecado de 
alarmismo previendo temperaturas muy superiores a las observadas[14].
La complejidad del clima
Dado
 el absoluto descrédito de la institución, he pensado que sería oportuno
 recordar épocas pasadas en las que la AEMET aún trataba de ser fiel a 
la ciencia. Para ello citaré extensamente al físico Inocencio Font 
(1914-2003), una referencia en la meteorología española del s. XX y cuya
 gran obra Climatología de España y Portugal (2ª edición) incluye un 
pertinente apéndice sobre lo que él denominaba «hipotético cambio 
climático». 
Font trabajó durante casi medio siglo en el Servicio Meteorológico Nacional (luego Instituto Nacional de Meteorología, hoy AEMET), dirigiéndolo sus últimos años de vida profesional.
Como
 explica Font, desde el final de la última era glacial hace unos 12.000 
años la Tierra ha vivido varios períodos climáticos que duran entre 
2.000 y 3.000 años, divididos en episodios de pocos siglos que a su vez 
están subdivididos en subperíodos más cortos que duran decenios. 
Estos 
muestran «marcadas fluctuaciones» de carácter errático que convierten en
 engañosa toda extrapolación selectiva de tendencias de series cortas, 
como hace la propaganda climática.
Respecto a las causas de dichos
 «cambios climáticos» (en plural) «todavía no se ha llegado a 
conclusiones satisfactorias», aunque sí se conozcan las variables que 
influyen en el clima (pero no su ponderación ni interacción exactas).
La
 primera variable es la cantidad de energía solar recibida por la 
Tierra, cuya variación depende de las perturbaciones solares y de las 
«imprevisibles» variaciones de emisiones ultravioleta y de partículas 
con carga eléctrica (viento solar). 
Aunque Font no lo menciona, también 
depende de los movimientos de traslación y rotación de la Tierra 
descritos en los ciclos de Milankovitch, es decir, de su excentricidad 
orbital, su inclinación axial y su precesión equinoccial.
La 
segunda variable son las variaciones de origen natural en las 
concentraciones atmosféricas de gases invernadero, cuyas variaciones 
sólo son significativas a muy largo plazo, y de aerosoles, cuya 
principal fuente son las erupciones volcánicas.
 Éstas son «imposibles de
 predecir» y pueden tener efectos atmosféricos opuestos: las erupciones 
en superficie (las más comunes) expulsan materia pulverizada y tienden a
 enfriar el planeta, mientras que las erupciones de volcanes submarinos 
pueden expulsar enormes cantidades de vapor de agua (el mayor gas 
invernadero) y tener un efecto calentamiento (como Hunga-Tonga en 2022).
Un
 tercer factor son los cambios en los océanos, que absorben la mitad de 
la radiación solar y constituyen el gran reservorio de CO2. 
Los océanos son inmensos y misteriosos: cubren el 70% de la superficie 
mundial, tienen una profundidad media de 3.700 m y poseen unas 
características muy especiales de estratificación de temperatura, 
densidad, presión, luz y salinidad, con sus misteriosas termoclimas y 
sus corrientes horizontales y verticales. 
A pesar de su importancia, 
muchos supuestos «expertos» climáticos carecen de conocimientos 
oceanográficos.
El cuarto factor son los cambios en el albedo, que
 es el porcentaje de radiación que refleja la superficie terrestre y que
 depende de la naturaleza de ésta: los bosques reflejan poco (5-10%), 
mientras que el hielo y la nieve pueden reflejar el 100% de la 
radiación. 
Influye especialmente —por su feedback positivo— la 
extensión de los casquetes polares, que muestra «diferencias muy 
considerables, tanto de un año a otro, como entre décadas o siglos». 
Por
 eso, nunca deben proyectarse variaciones a corto plazo, como hace 
constantemente la propaganda del cambio climático.
Por fin, la 
quinta variable es la influencia de la actividad humana en la emisión de
 gases invernadero. Font aclara que el ligero calentamiento atmosférico 
medido en el s. XX «se mantiene todavía dentro de la variabilidad 
climática natural», pero defiende que el motivo más probable sea la 
quema de combustibles fósiles.
El problema de las nubes
Un
 calentamiento terrestre provocará un aumento de la evaporación y de la 
nubosidad. Por ello, a todos los factores anteriormente mencionados se 
une la ambigua influencia de las nubes, cuyo balance es casi imposible 
de modelizar y cuantificar debido a que no «depende únicamente de la 
cantidad, sino también de sus tipos y distribución geográfica».
Las nubes producen un feedback
 contradictorio. Por un lado, al “hacer sombra” a la radiación solar, 
aumentan el albedo y enfrían; por otro lado, si atendemos a su efecto 
invernadero, calientan. 
En verano un día nublado es más fresco que un 
día soleado, mientras que en invierno suele ser al revés: los días 
despejados suelen ser más fríos que los nublados. 
El neto posiblemente 
contribuya al enfriamiento, lo que explica que recientes estudios hayan 
ligado el ligero calentamiento global de las últimas dos décadas a 
«variaciones naturales en la nubosidad y en el albedo»[15].
Por lo tanto, el CO2
 de origen antrópico es sólo una pequeña variable de un sistema cuya 
característica fundamental es la complejidad, la imprevisibilidad y una 
medida temporal de escala geológica (miles o incluso millones de años) 
que convierte en fútil y engañoso la extrapolación de tendencias de años
 o décadas.
Los modelos climáticos
El
 alarmismo climático-apocalíptico se basa en escenarios poco realistas 
introducidos como inputs en modelos matemáticos de previsión climática 
que Font describe con escepticismo como «meras simulaciones artificiales
 de un sistema natural tan complicado y del que tenemos aún un 
conocimiento tan precario que hace inevitable la incertidumbre de sus 
predicciones».
En este sentido, el aumento de la capacidad de 
computación no implica un mayor conocimiento del clima; el ordenador se 
ha vuelto más listo, pero el hombre, no. Es más, los modelos sufren una 
maldición que tiene perplejos a los matemáticos: cuanto mayor es el 
número de variables que manejan, peor es su capacidad predictiva. A 
mayor complejidad y parametrización, menor precisión.
Por ello, 
sería deseable que los supuestos profesionales de la AEMET enfatizaran 
la «inevitable incertidumbre de las predicciones» no sólo cuando hacen 
predicciones meteorológicas, sino cada vez que hablan de cambio 
climático.
¿Qué hacer respecto de los cambios climáticos?
«El
 hombre no tiene poder para evitar el recalentamiento de la atmósfera, 
ni mucho menos para estabilizar el clima». 
Es posible que esta 
afirmación sea lo más relevante de la citada obra de Font, que además 
rechaza una reducción brusca de emisiones globales, pues implicaría «el 
colapso de la economía mundial», es decir, pobreza, hambre, muerte y 
guerra. Eso es a lo que nos conduce la suicida política europea de «cero
 emisiones».
Asimismo, Font se muestra muy poco preocupado con la 
posibilidad de un aumento descontrolado de la temperatura terrestre: 
«Aunque las emisiones de gases invernadero sigan creciendo, el 
calentamiento tendrá un límite, alcanzado el cual (…) la temperatura 
media global se mantendría constante, independientemente de cualquier 
incremento posterior en la concentración de dichos gases». 
Este fenómeno
 es conocido como la saturación del CO2, y significa que, a partir de cierta concentración de este gas residual, su efecto invernadero prácticamente desaparece.
Por
 todo ello, ante estas realidades «no cabe más actitud que la 
resignación, aceptando la impredecibilidad climática como una de las 
muchas limitaciones que la Naturaleza impone a nuestras actividades». El
 hombre no es Dios.
El insoluble problema de la predicción climática
Hoy
 en día, la férrea dictadura del poder y del dinero ha corrompido a la 
ciencia, que siempre fue una profesión pobre dependiente del mecenazgo. 
Pero hace un cuarto de siglo la ciencia era mucho más libre, y por eso 
Font se permitía escribir algo que hoy le condenaría a la hoguera: 
«También pudiera ocurrir que, a la larga, una vez pasado el período de 
adaptación a las nuevas condiciones climáticas, el balance final de las 
repercusiones económico-sociales resultase más bien beneficioso que 
perjudicial para el conjunto de la Humanidad».
Y continúa: 
«Respecto a la actitud de los climatólogos, nos parece que lo más 
acertado sería que en lugar de dedicar tanto esfuerzo y dinero en tratar
 de resolver el insoluble problema de la predicción climática pusieran 
mayor énfasis en la investigación de la naturaleza y comportamiento del 
sistema climático de la Tierra, así como en las causas de los cambios 
climáticos (…)».
Amén.
(*) Economista 
[1] Climate Change Indicators: U.S. and Global Precipitation | US EPA
[2] Evolución de la precipitación anual y estacional en la España peninsular – Clima de la pasada centuria en España
[3] IPCC AR5, WG 1, Chapter 2.6, p.214-220
[4] IPCC AR6, WG 1, Chapter 12, p. 1770-1856
[5] Aemet lanza un mensaje catastrófico: «En breve ya hablaremos de noches infernales»
[6] Latest Global Temps « Roy Spencer, PhD
[7] Citado por S. Koonin, El Clima: no todo es culpa nuestra, La Esfera de los Libros, 2023
[8] Extreme Antarctic Cold of Late Winter 2023 | Advances in Atmospheric Sciences
[9] The
 jump in global temperatures in September 2023 is extremely unlikely due
 to internal climate variability alone | npj Climate and Atmospheric 
Science
[10] ACP – The 2023 global warming spike was driven by the El Niño–Southern Oscillation
[11] Recent global temperature surge intensified by record-low planetary albedo | Science
[12] Hunga Tonga Volcano: Impact on Record Warming Explained
[13] Aemet: Es coherente un 2023 cálido y seco con el cambio climático
[14] New Article on Climate Models vs. Observations « Roy Spencer, PhD
[15] Millennium-Scale Atlantic Multidecadal Oscillation and Soil Moisture Influence on Western Mediterranean Cloudiness