Calculador, buen orador y siempre en busca de su hueco. Así definen 
a Albert Rivera quienes le conocen de cerca desde sus inicios. Este 
perfil es el fruto de una larga conversación con el propio Rivera y de 
dos docenas de entrevistas con personas que presenciaron el ascenso del 
presidente de Ciudadanos, el político español mejor valorado y el líder 
de un partido que aún puede crecer más.
Albert Rivera, presidente de Ciudadanos, desayuna Donettes y un zumo 
de naranja de bote en la cafetería del AVE a las 7.30 de la mañana el 
miércoles 25 de febrero. Viaja de Barcelona a Zaragoza con su esencial 
corbata fina. Las encuestas profetizan que Ciudadanos será la cuarta 
fuerza del próximo Congreso de los Diputados. Hay otro grupo, Podemos, 
que se cuela entre los dos grandes partidos. En Podemos van en mangas de
 camisa; son más rebeldes. Rivera sólo afina la corbata: quiere reformas
 pero no revoluciones.
Rivera, a sus 35 años, no se pasa de moderno. Lleva aún un iPhone 4, a
 pesar de que las chicas de prensa del partido tienen iPhone 6 nuevos. 
José Manuel Villegas, director de gabinete de Rivera y diputado en el 
Parlament, va con la tecnología española de BQ. Cuando el tren llega a 
Zaragoza, un pasajero pide una foto a Rivera en el andén. Se agarran de 
los hombros y Rivera levanta de puntillas el pie más alejado de su 
admirador. Cada centímetro cuenta.
En Zaragoza tiene un acto para los socios de la Asociación de 
Directivos y Empresarios de Aragón (ADEA). La entrada es con invitación y
 la sala del Hotel Petronila para unas 600 personas está llena. Hay 
gente que se ha quedado en la lista de espera sin poder entrar. ADEA 
hace desayunos con otros candidatos. Rivera sólo es el segundo. La 
primera fue Rosa Díez, de UPyD, que reunió a 300 espectadores.
Antes del acto, hay un desayuno cerrado con Rivera para los 
patrocinadores de ADEA: Santander, Deloitte, Palafox Hoteles, Caja Rural
 y La Caixa entre otros. Entre el desayuno y el acto posterior, el 
director de ADEA, Salvador Arenere, llama varias veces “Álbert Riera” a 
Albert Rivera. Hacia el fin del acto público, el presidente de 
Ciudadanos no puede más y le corrige el apellido. Pero Arenere tropieza 
una vez más antes de cerrar.
El error de Álbert “ocurre a menudo”, dice José Manuel Villegas. 
“Riera” pasa menos, pero presupone poca familiaridad. Rivera y 
Ciudadanos son sólo desde hace poco un nombre común en toda España. Este
 perfil describe los inicios, el ascenso y la explosión de Albert Rivera
 y su partido. Se basa en entrevistas con dos docenas de personas que 
han tenido relación en distintas etapas con el presidente de Ciudadanos,
 en noticias y en documentos oficiales.
El ascenso de Ciudadanos explotó a finales de 2014, cuando fracasó el
 último intento de fusión con UPyD. Rosa Díez se llevó la peor parte y, 
según las encuestas, la ciudadanía escogió al partido de Rivera como 
mejor opción nueva en su franja ideológica. Este salto es la culminación
 de años de esfuerzo. En noviembre de 2012, seis años después de su 
creación. Ciutadans obtuvo nueve diputados en el Parlamento catalán. Era
 el triple de los que habían conseguido en 2006 y 2010. Rivera empezó a 
circular por tertulias secundarias y reivindicativas en canales como 
Intereconomía o 13TV.
Antes de noviembre de 2012, la sala de prensa de Ciudadanos era poco 
requerida. Debían insistir para buscar huecos en los medios para el 
partido. Ahora, no. En su visita a Zaragoza, Rivera atiende a una docena
 de medios a la vez e hizo entrevistas individuales con ocho periódicos,
 teles y radios. En prensa tienen incluso que declinar peticiones. “Le 
estamos dando demasiada caña”, dice el jefe de gabinete Villegas. “Se 
enfadará. Si alguna entrevista sale mal por estar cansado, nos vendrá 
con gesto serio”. Rivera, dice Villegas, no levanta la voz. Al rato, el 
fotógrafo de EL ESPAÑOL, Alberto Gamazo, le hace unas fotos: “Te veo muy
 rígido, Albert, relájate”. Es la una del mediodía: “A esta hora no doy 
para más”, dice Rivera. “Es una vida apasionante”, le digo. “No te 
rías”, responde, sin levantar la voz.
Hacia el Congreso, en serio
El asalto oficial de Ciudadanos al resto de España empezó el 27 octubre de 2013 con 
la presentación del Movimiento Ciudadano
 en el Teatro Goya de Madrid: “Es el momento de enterrar las dos Españas
 con siete llaves”, dijo Rivera. Los partidos políticos, su corrupción y
 opacidad son el primer objetivo de esta regeneración. Hay que dejar 
espacio a los ciudadanos en marcha: “La sociedad civil tiene que estar 
libre y viva y no tenemos que meternos ni en las asociaciones de vecinos
 ni en las cajas de ahorros ni en el poder financiero ni en las teles ni
 en las radios”. La intervención pública debe, según Rivera, reducirse.
Rivera insiste en que para lograrlo la educación debe ser el camino. 
Pero en el vídeo promocional del acto, incluso después de escoger las 
mejores frases, Rivera repite tres veces que la educación es “el mayor 
arma”: en masculino para una palabra femenina.
El mayor éxito de Ciudadanos en este camino han sido las europeas de 
mayo de 2014. Ciudadanos logró medio millón de votos y dos 
eurodiputados, Juan Carlos Girauta y Javier Nart. Fueron las elecciones 
que también lanzaron a Podemos, que obtuvo más de 1,2 millones de votos y
 cinco representantes.
Las nuevas aspiraciones implican un crecimiento vertiginoso. En el 
último ciclo electoral, el partido presentó 70 listas; ahora preparan 
700. La coordinadora de Ciudadanos en Aragón, Susana Gaspar, supo de 
Rivera hacia marzo de 2013 gracias a tertulias en la tele. Menos de un 
año y medio después se hizo cargo del partido en su comunidad. Si gana 
las primarias del ocho de marzo, será candidata autonómica. En las 
primarias podrán votar los más de 600 afiliados en Aragón. Antes de 
noviembre, cuando Gaspar asumió el cargo, eran 147. El crecimiento se ha
 debido a docenas de carpas del partido por ciudades aragonesas y a lo 
que llaman cafés ciudadanos. Los cafés son 
encuentros programados con simpatizantes para que puedan consultar sus dudas sobre el partido.
No hay aún sondeos oficiales, pero cuando se le pregunta por su 
futuro, Gaspar sonríe. Con las prisas, la sede central de Ciudadanos en 
Barcelona solo ha aprobado de momento el programa para las municipales 
en Zaragoza. El programa autonómico sigue pendiente a poco más de dos 
meses de las elecciones. El panorama político en España cambia a una 
velocidad que pone a prueba la capacidad de improvisación.
La prehistoria catalana
La creación de Ciudadanos se fraguó en un manifiesto de 15 
intelectuales que creían que en Cataluña había un espacio para un 
partido nuevo no nacionalista. El 7 de junio de 2005 hubo un acto de 
presentación del manifiesto en el Centro de Cultura Contemporánea de 
Barcelona.
Albert Rivera era entonces abogado en el departamento jurídico de La 
Caixa. A finales de 2003 había pasado un concurso interno al que se 
presentaron unas 1.500 personas para tres plazas, según un compañero de 
promoción. La selección consistía en entrevistas sucesivas. La última 
era con el letrado jefe de la asesoría jurídica de La Caixa, Sebastián 
Sastre, que desde noviembre de 2013 es magistrado del Tribunal Supremo.
Rivera obtuvo una de las tres plazas. Otra fue para José María 
Espejo, un madrileño tres años mayor que él. “Nos conocimos el día que 
aprobamos”, dice Espejo. Se hicieron amigos rápido: “Teníamos 
inquietudes por la política, eran los años del Estatut, del plan Ibarretxe”.
La política le gustaba a Rivera, y no sólo como aficionado. El 
acontecimiento político que despertó su conciencia política fue el 
asesinato de Miguel Ángel Blanco. “Lo viví como si fuera de la familia”,
 dice. Rivera tenía 17 años. Cinco años después, con la carrera 
terminada, llegó el momento de vivir la política más de cerca. Rivera 
dice que ha votado al PSC, al PP y a CiU, pero se interesó sobre todo 
por el Partido Popular, donde fue a pedir información. Rivera aduce que 
nunca militó porque nunca pagó una cuota. Pero los Estatutos de Nuevas 
Generaciones del PP establecen la distinción: “Los vigentes Estatutos 
del partido establecen una única figura, la del afiliado, con dos 
modalidades: militante, con obligación de cuota; simpatizante, sin 
obligación de cuota”. Rivera estuvo afiliado al PP, pero no fue 
militante. Recibía por ejemplo información del partido, pero no podía 
votar en sus asuntos internos.
Los dos intelectuales que más se implicaron en la creación del 
partido fueron el catedrático de Derecho Constitucional Francesc de 
Carreras y el periodista Arcadi Espada. Rivera había hecho un curso de 
doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona con De Carreras. Era 
la misma época en que intentaba entrar en La Caixa. Cuando meses después
 los intelectuales anunciaron su acto del manifiesto, Rivera escribió a 
De Carreras para anunciarle que iba a ir. “Allí estaba”, recuerda De 
Carreras. Rivera se llevó a Espejo con él.
Rivera y Espejo se apuntaron desde el principio a la agrupación 
sectorial jurídica de la plataforma cívica que se creó tras el 
manifiesto. Era el germen del partido político. Rivera, además, formó la
 agrupación de Granollers, donde su padre tenía una tienda de 
electrodomésticos. Allí organizó al menos un acto del nuevo grupo. 
Arcadi Espada le conoció en aquella época: “Era perfectamente 
voluntarioso, encantado de la vida de poder ayudar, un chico joven, se 
explicaba correctamente, decía cuatro tópicos ensartados pero bien 
dichos; tenía una formación política nula”.
Rivera participó en aquellos meses en un grupo de trabajo de la 
plataforma sobre el Estatut del tripartito. El empresario Ginés Górriz 
recuerda que había convocadas unas veinte personas para analizar y 
publicar un documento sobre el Estatut. Había que ir con los deberes 
hechos. Górriz dice que fueron muchos menos de los convocados y que a 
las 2 de la mañana quedaban cuatro o cinco: uno era Rivera. “Soy 
autoexigente”, dice él.
Cómo se funda (mal) un partido
En julio de 2006 llegó el congreso fundacional de Ciutadans. En el 
día inicial había dos listas, una era más de izquierdas, otra más 
liberal. Rivera estaba en las dos y apuntaba a portavoz. Todos se habían
 dado cuenta de que aquel chico hablaba bien. Ambos grupos intentaron 
unirse, pero no llegaron a un acuerdo. El segundo día del Congreso 
empezó y sólo había cerrada una lista alternativa, “de gente que pasaba 
por allí”, según un miembro de la ejecutiva. Los militantes más 
implicados no se ponían de acuerdo en su lista única.
El presidente del congreso, el economista Ángel de la Fuente, obligó a
 cumplir los Estatutos, que decían que de allí debían salir un 
presidente y un secretario general. Serían los dos primeros nombres de 
la lista. El grupo oficial seguía sin llegar a nada. Francesc de 
Carreras recuerda pasear por el hotel del campus de la Universidad 
Autónoma donde se celebraba el encuentro junto a Albert Boadella y 
decirle: “Hemos dejado esto a estos chicos y no se entienden”.
Por poner algún tipo de orden en la lista, se probó con el más 
sencillo: el alfabético. Quedaron primeros Jorge Fernández Argüelles y 
José Antonio Cordero. Pero eran muy distintos y no iban a aceptar. Una 
prueba de la improvisación es que Argüelles quedó primero por su segundo
 apellido, que era el que la gente conocía. Había que buscar otro camino
 y se probó por orden alfabético de nombre de pila. Los dos primeros 
eran Albert Rivera y Antonio Robles: un joven de 26 años recién llegado y
 un histórico de la lucha contra el nacionalismo en Cataluña.
Esta lista ganó con mucha ventaja. Rivera tenía al menos tres 
méritos: había nacido ya en democracia y no tenía mochilas carcas 
previas, era hijo de la inmersión lingüística y no venía tocado por 
ninguna ideología.  “Era impoluto, virgen”, dice Argüelles. En el caos 
posterior a la elección, Rivera estaba nerviosísimo. La escritora Teresa
 Giménez Barbat cree que “daba saltitos” a su lado. A De Carreras le 
decía: “Yo no he hecho nada, yo no he hecho nada”. Espada lo recuerda 
también “muy, muy nervioso”. La presidencia del partido le había caído 
del cielo a los 26 años y ahora debía improvisar un discurso.
Rivera subió al estrado y encandiló. Fue el gran momento del congreso
 tras la tensión: hubo lágrimas y corazones cálidos. Rivera se ganó la 
confianza de su partido con aquel discurso. No era la primera vez que 
Rivera ganaba algo con un discurso.
En 2001, el equipo de la Universidad Ramon Llull ganó la Liga 
Nacional de Debate Universitario en Salamanca. En una de las fases 
clasificatorias, el equipo de Rivera derrotó a la Pontificia de 
Salamanca. Su estrella era Eduardo Suárez, hoy subdirector de EL 
ESPAÑOL. El tema eran los transgénicos y Rivera ganó la batalla. En la 
final ganaron con la prostitución.
El compañero orador de Rivera en la Ramon Llull era Gerard Guiu. Eran
 dos de los líderes de su curso en la carrera de Derecho de ESADE. Pero 
Guiu, que hoy es profesor en el centro universitario y director de 
Proyectos del Barça, fue el delegado cada año: “Desde primero a mí me 
votaban unos 60 compañeros y a Albert, 15. El resto se abstenía”. Rivera
 no recuerda que se presentara a delegado, pero sí recuerda en cambio 
que ganó la votación para hacer el discurso de graduación. Otros dos 
compañeros de clase, la profesora de Derecho Tributario de ESADE Diana 
Ferrer y el abogado David Sánchez, están seguros de que Rivera se 
presentó “una o dos veces a delegado” y perdió porque su grupo de 
seguidores era claramente menor. Era aparentemente una pandilla 
constante durante la carrera que solía sentarse al fondo de la clase.
“Guiu y Rivera eran dos líderes en una misma clase”, dice Ferrer. Los
 piques eran normales. Hubo una discusión difícil sobre un viaje del 
ecuador de la carrera. No se podían de acuerdo sobre el tiempo: verano o
 septiembre. La clase había recaudado dinero con las típicas fiestas, 
pero Guiu no estaba dispuesto a compartirlo con los díscolos si no se 
unían a la mayoría e iban en septiembre. El sector de Rivera no se unió y
 Guiu acabó por ceder: viajaron en dos grupos con el dinero prorrateado.
En cuarto curso, la universidad iba a competir en la Liga de Debate y
 los profesores decidieron unir en el mismo equipo a Guiu y Rivera. 
Hicieron entonces un pacto para ganar la Liga. El equipo lo formaban 
otras tres personas. “Fueron muchísimos días de seis de la tarde a 12 de
 la noche en la facultad, con una cena de pizzas”, dice Guiu.
La rivalidad entre ambos parece seguir casi 15 años después. Rivera 
recuerda que “desbancó a Gerard como orador principal en el concurso 
nacional de oratoria”, aunque en este caso no hubiera votación. Guiu 
tiene una memoria distinta: “En el concurso final en Salamanca, entre 
los cinco miembros del equipo había dos oradores principales: él y yo”.
El decano de la Facultad de Derecho despidió a aquel curso 
diciéndoles que habían sido “académicamente normalitos, pero que habían 
hecho mucho ruido”. Había varios que apuntaban a la política. En la 
actitud universitaria de Rivera, algunos han visto soberbia. “Yo creo 
que más bien era seguridad”, dice Guiu. En una boda de un amigo común en
 los meses de creación de Ciutadans, Rivera contó a Guiu, que es miembro
 del PSC, su aventura con el nuevo partido. Guiu le dijo que no había 
espacio en Cataluña para un nuevo partido político. Guiu ve factible 
ahora a Rivera de ministro con algún pacto con el ganador de las 
elecciones, “aunque si le ofrecen solo Agricultura, no lo cogerá”.
Ahora toca desnudarse
Después del congreso de julio, los esfuerzos se centraron en las 
elecciones catalanas, que el presidente Pasqual Maragall había 
adelantado al 1 de noviembre. Se formó un comité electoral con el 
presidente Rivera, el secretario general Robles, Ginés Górriz y la 
economista Almudena Semur. Las decisiones entre pocos eran más fáciles 
de tomar. “Siempre se había hablado de hacer un calendario de desnudos”,
 dice Górriz. También se habló de un grupo de gente desnuda con carteles
 negativos: no a la corrupción, por ejemplo. Pero el mensaje debía ser 
positivo.
El comité electoral acabó por pedir a Rivera que saliera desnudo con 
esta frase: “Sólo nos importan las personas”. Rivera aceptó enseguida. 
El timing, dice Górriz, fue importante: no podían alargar el 
dinero. “Sólo teníamos un tiro y había que aprovecharlo”, dice Górriz. 
Buscaron un buen fotógrafo y con la ayuda de un diseñador hicieron el 
cartel. Alquilaron a lo grande el Palau de la Música para la 
presentación y compraron una página entera en La Vanguardia. “No 
nos hicieron descuento”, dice Górriz. Pero tampoco filtraron la foto: el
 departamento de publicidad tuvo una semana antes del acto en el Palau 
la foto de Rivera desnudo y no se la dieron a ningún periodista de la 
redacción.
El cartel recibió todo tipo de comentarios, pero todos los medios 
hablaron gratis de Rivera. El objetivo estaba conseguido. Fue la época 
en que Rivera era más manejable. “A todo decía que sí”, dice Antonio 
Robles. Un día otro miembro del partido fue a El Corte Inglés con 
Rivera a comprarle algún traje: “Creo que fue de Emidio Tucci”, dice 
quien le acompañó. La improvisación era grande.
El desnudo es un modo de llamar la atención para los pequeños. 
Ciutadans era pequeño y apenas tenía dinero, fuera de las aportaciones 
de los afiliados, que debieron avanzar mensualidades para sufragar la 
campaña. Pero hubo una financiación más importante: Miguel Rodríguez, 
propietario de Festina. Rodríguez era un andaluz que emigró a Suiza y 
que se hizo rico con relojes. Era muy de izquierdas. Llegó a militar en 
Bandera Roja: “Se hizo camarero, y a los 17 días ingresó en el Partido 
Comunista. Pero la alegría de las libertades le duró poco, porque le 
mandaron de observador un mes a Bulgaria, y a la vuelta fue tan crítico 
con ese capitalismo de Estado que le expulsaron, y fue a parar a Bandera
 Roja”, escribía La Vanguardia de Rodríguez en 2003. Rodríguez conocía a Felipe González.
En aquella campaña, la asesoría política RGservicios ayudó sin cobrar
 en la campaña de Rivera. (La empresa estaba convencida de que Rivera 
iba a salir y pasó las facturas con el partido ya en el Parlamento.) La 
asesoría puso un autocar, se encargaron de la seguridad, hicieron 
incluso una batida de micrófonos. También, según miembros del comité 
electoral, le colocaron a Rivera un chófer, Fernando Garrido, que sabía 
de política y al que luego escogió como gerente. Hubo cierta sorna en el
 partido, pero Rivera defiende hoy su decisión: “No era chófer. Era el 
que tenía experiencia en gestionar campañas. Y además, por nuestros 
escasos recursos, asumió llevar el coche. Era el verdadero coordinador 
de campañas”.
Rivera vio enseguida un problema político difícil de entender desde 
fuera: la importancia de confiar en un equipo. Ciutadans se formó con 
gente distinta. A la hora de trabajar juntos, no se entendieron: “No 
disfruté de la política con libertad hasta 2009. No pude hacer lo que 
quería. Me planteé incluso dejar la política. Al principio hubo un 
choque con gente que quería entrar en política desde hacía años. Uno 
decía ‘yo en los años 80’, otro que ‘yo en los años 90’. Y a mí qué. 
Hubo un choque de mentalidad”. En definitiva, dice Rivera, “estábamos 
ahí no por la historia de una lucha, sino por un manifiesto de 
intelectuales que habían dicho lo que pensábamos”.
Pero antes hubo un momento dulce: los primeros tres diputados del 
partido, el 1 de noviembre de 2006. Hubo un socialista que se alegró del
 éxito de Ciutadans aquella noche de noviembre de 2006: Alfonso Guerra. 
“Me llamó aquella noche en el Hotel Calderón, pero con el ruido no logré
 oírlo”, dice Francesc de Carreras. “Al día siguiente volvió a llamarme.
 Me dijo que era positivo para la sociedad catalana.” No era un gran día
 para un socialista: el PSC había perdido cinco diputados y más de 
200.000 votos. Guerra también llamó a Miguel Rodríguez mientras lo 
celebraba en el bar del hotel. Rivera no recibió aquella noche ninguna 
llamada de felicitación de políticos nacionales.
Con el poder, llegaron los problemas. Rivera ve 2007 como su peor 
momento político: “Albert tenía miedo de que le movieran la silla y en 
lugar de dar juego, se cerró”, dice Ángel de la Fuente, y aclara: “Pero 
con el tiempo ha ido mejorando”. El método de aprendizaje fue doloroso, 
según Teresa Giménez Barbat: “Aprendió, pero aprendió como los niños, 
que se hacen daño y hacen daño a los demás”.
Al principio su liderazgo no estaba asegurado y había muchos grupos 
que querían estirar el partido hacia un lado. Los codazos volaban. Se 
cayeron los otros dos diputados del partido, Robles y José Domingo. Pero
 Rivera resistió. En alguna de esas batallas iniciales, Robles y Rivera 
estaban en el mismo bando. Un día, según cuenta Robles, la ex mujer de 
Rivera, Mariona Saperas, le dijo: “No te preocupes, Antonio, conozco a 
Albert desde los 14 años y siempre ha ganado”.
Desde fuera, su peor momento fue su alianza con Libertas, obra del 
millonario irlandés Declan Ganley, euroescéptico y contrario al 
aborto. Aquellas elecciones europeas de 2009 fueron el punto de 
inflexión involuntario. Hubo montones de bajas. Sólo quedaron los 
fieles. Si en las catalanas de 2010 Ciutadans no hubiera repetido los 
tres diputados, Rivera sería hoy probablemente un letrado en el 
departamento jurídico de La Caixa, donde tiene una excedencia mientras 
sea cargo público. Desde aquel terremoto, Ciudadanos crece. Fue una 
catarsis: “Ahora jugamos a meter goles en la misma portería. Estamos en 
el mismo equipo. Todos juegan en su puesto y los roles están asumidos”.
Un origen y una ideología
Ciutadans nació con dos grandes dudas: una, si su aspiración era 
sobre todo Cataluña o debía dar el paso a España, y dos, si era de 
izquierdas o de derechas. El primero lo ha resuelto el tiempo: 
Ciudadanos se presentó a municipales, generales y europeas en sus 
primeros años y fue un fracaso tras otro. En este segundo intento más de
 cinco años después, España está en un momento distinto. La historia 
será distinta.
La salida de Cataluña tiene trampas en el resto de España. Sus 
rivales se encargarán de recordar el origen del partido y repetirán 
“Ciutadans” y “Albert”. Es una estrategia que a algunos seguidores de 
Ciudadanos les aterroriza: es hacer el juego a los independentistas, 
dicen. “Hay que presumir de ser catalán”, dice en Zaragoza el abogado 
José Ignacio Martínez. El mismo Rivera en Zaragoza no parece tenerlo tan
 claro. En su discurso no usa la palabra Cataluña ni catalán. Emplea en 
su lugar estos cuatro eufemismos: “Mi tierra”, “donde vivo”, “de donde 
vengo” y “mi comunidad autónoma”.
Sólo utiliza Cataluña cuando le preguntan por el conflicto sobre 
bienes religiosos entre Aragón y Cataluña. En un desliz similar, la web 
de Ciudadanos está de momento sólo en español. En abril debería estar en
 las otras lenguas oficiales. En una ironía sensible, los ingresos en 
los presupuestos oficiales de Ciudadanos de 2014 son de casi un millón y
 medio de euros. De esos, casi 1,2 millones provienen del Parlamento 
catalán por sus nueve diputados. El resto son afiliados (220.000) y las 
aportaciones de los cargos electos (casi 80.000).
El debate ideológico deberá resolverlo Rivera, si no lo ha hecho ya. 
Desde el congreso fundacional, la gran unión de Ciutadans fue el 
antinacionalismo en Cataluña, pero había miembros de todo el panorama 
político. En el congreso de 2007, el partido giró al centroizquierda. 
Robles estaba satisfecho: “Yo soy más de centroizquierda, de los países 
nórdicos. Albert es más liberal”. Le pregunto si a Albert le gustan más 
los Estados Unidos; “No me hagas hablar”, responde Robles. Rivera dice 
que para vivir le gusta más Finlandia, donde estuvo de Erasmus: “Me 
gusta mucho cómo compaginan economía de mercado con redistribución”. 
Pero para aprender política, nada como Estados Unidos: “La ciencia de la
 política está en Estados Unidos. Es la NBA. Juegan a otro nivel”. El 
Movimiento Ciudadano quiere emular la participación cívica en la 
política: tienen de momento 75.000 personas inscritas. Tienen otra 
ventaja, según Rivera: “Allí la sociedad civil está viva y aquí está 
asfixiada por la desidia o las subvenciones”.
En el acto de Zaragoza, Rivera comprobó que es una suerte hablar sin 
haber tenido que gobernar. Dijo que con los datos en la mano, sobraban 
universidades y carreras. El moderador le preguntó si había que suprimir
 los campus de Huesca y Teruel. Rivera dijo que, sin más datos, no lo 
sabía. Pero si no es en Huesca o en Teruel, si cuando gobierne sobran 
estudios, sobrarán también profesores y funcionarios. Los funcionarios 
se manifiestan y votan.
La lucha por la regeneración política en España es otro gran eje de 
Ciudadanos. De momento, el partido está casi limpio de grandes casos de 
corrupción. Solo el ex diputado Jordi Cañas está imputado por un caso 
previo a su entrada en política. Se le acusa de defraudar a Hacienda 
cerca de medio millón de euros mediante una trama inmobiliaria en 2005, 
antes de la creación de Ciutadans. Renunció a su acta de diputado, pero 
ahora es asesor de un eurodiputado de Ciudadanos, Juan Carlos Girauta, 
en Bruselas. Rivera parece haberlo aceptado a su pesar. Su jefe de 
prensa entre 2008 y 2009, Daniel Tercero, dice: “No creo que Rivera esté
 en política para hacer amigos. Puede sonar mal, pero le hace ser 
íntegro e independiente en sus decisiones”. Con el crecimiento de 
Ciudadanos en 2015, es admisible imaginar que deberán cortar cabezas. 
Desde el partido dicen que no les temblará la mano.
Una cara fresca pero precavida
Albert Rivera entró en política hace casi nueve años. Pero antes ya 
sabía que le gustaba. En Estados Unidos los aspirantes a políticos saben
 que deben ir puliendo su biografía desde jóvenes. Los periodistas 
suelen buscar en la ingenuidad juvenil pistas de convicciones futuras. 
Rivera lo sabe. Le pregunté por los libros que han descrito su educación
 intelectual y dijo tres ideales que marcan sus etapas.
El primero es la formación de una ideología de la mano de Norberto 
Bobbio. “Yo soy una persona de corte liberal”, dice Rivera. “Creo que 
somos individuos, que concedemos al Estado que gestione unas cosas pero 
que no nos debe decir qué hacemos, que sería una visión más estatista”. 
Pero cree que debe haber algún tipo de red de seguridad pública para los
 ciudadanos. Me lo explicó así: “Yo vengo de una familia de clase media.
 Me han pagado la carrera en una universidad privada y me han mandado a 
Londres a estudiar inglés en verano, pero mis padres renunciaron a 
comprar una segunda vivienda o a irse de vacaciones. Este país no puede 
tirar a nadie por la borda. Yo mismo soy el ejemplo de que si un año a 
mis padres les hubiera ido mal no podría saber idiomas o hacer un máster
 o una Erasmus. Mucha gente no puede hacerlo hoy en España”.
El segundo referente tiene que ver con la etapa catalana de la mano 
Ayaan Hirsi Ali. La biografía de la política holandesa de origen somalí 
Ayaan Hirsi Ali, 
Infiel,
 le gusta a Rivera por su descripción de “la persecución islamista y por
 ser una persona hecha a sí misma que a los 22 años se va a Holanda”. 
Hirsi Ali huyó de un matrimonio acordado de su Somalia natal para 
denunciar desde Holanda el peligro para Europa si los progres no 
entienden que no hay que hacer concesiones ante la expansión del islam. 
El libro de Hirsi Ali es de 2006 y se publicó en España en 2007. Con 
todas las distancias pertinentes, era la época dura de Albert Rivera en 
Ciutadans y en Cataluña.
La tercera etapa es el salto a España y su ejemplo es Mandela el sanador. 
El factor humano,
 de John Carlin, es un libro que Rivera ha leído hace poco. Con el 
liberalismo ideológico y tras la brega catalana, llega la hora de la 
madurez y el salto a España. “Llámenme para buscar soluciones”, 
dice Rivera en Zaragoza, y también: “Estoy harto de los conflictos”. No 
quiere ya más peleas. Es obvio que por poco bien que vayan los 
resultados de Ciudadanos en las municipales, Rivera será candidato de su
 partido al Congreso de los Diputados. Allí quiere pactos educativos, 
regenerar los partidos políticos y reformar la economía. Ya no es la 
hora del enfrentamiento. Es hora incluso de atraer a los catalanes con 
la promesa de una España nueva, como dice Podemos.
En Cataluña, Rivera es una especie de Pepito Grillo. Al resto de 
España, llega desde las afueras para poner paz y sabiduría, aunque tenga
 que soportar de momento ser “Álbert Riera” a ratos. Son dos caras de un
 mismo político que ha demostrado que sabe rectificar y crecer. “Es una 
esponja”, dice Antonio Robles. Cuando pasa un tren en forma de 
oportunidad, lo coge.
Rivera ha llegado al escalón donde -como ocurre en Zaragoza- cuando 
sale de una sala, un enjambre de asesores, fans, periodistas y 
compañeros de partido le siguen. Mucha gente quiere algo de él. Pero él 
aún tiene por definir su recorrido. Rivera habla más natural que otros, 
pero tiene siempre activado ese tic aparentemente insalvable en un 
político de “no me vais a pillar”. Siempre está algo a la defensiva, 
aunque sea poco. “Mis gustos son eclécticos”, dice Rivera. Está por ver 
cómo de eclécticas acaban siendo esas ideas si tiene que aplicarlas en 
Madrid.