Cien negritos se fueron a cenar;
 el Faraón Aznar renunció al poder, se asfixió bajo el manto de armiño 
de su gloria y quedaron noventa y nueve.
            
Noventa y nueve negritos estuvieron despiertos hasta muy tarde; Jaime Mayor se quedó dormido y entonces quedaron noventa y ocho.
            
Noventa y ocho negritos viajaron por el mundo; Rodrigo Rato decidió anidar en Washington y quedaron noventa y siete.
            
            
Noventa y siete negritos cortaron leña; Álvarez Cascos se partió en dos y quedaron noventa y seis.
            
Noventa y seis negritos jugaron con una colmena; una abeja le picó a Juanjo Lucas y quedaron noventa y cinco.
            
Noventa y cinco negritos estudiaron Diplomacia; Federico Trillo se hizo embajador y quedaron noventa y cuatro.
            
Noventa y cuatro negritos fueron al mar;  un arenque rojo se tragó a Manolo Pizarro y quedaron noventa y tres.
            
Noventa y tres negritos pasearon por el zoo; un gran oso atacó a Eduardo Zaplana y quedaron noventa y dos.
            
Noventa y dos negritos se sentaron al sol; Ángel Acebes se tostó demasiado y sólo quedaron noventa y uno.
            
Noventa y un 
negritos se conformaron con la versión oficial del 11M; Jaime Ignacio 
del Burgo se empeñó en buscar la verdad y sólo quedaron noventa.
            
Noventa negritos se 
asustaron ante ETA; María San Gil cerró filas con las víctimas, la 
llamaron loca y sólo quedaron ochenta y nueve.
            
Ochenta y nueve 
negritos se postraron ante el jefe; Gabriel Elorriaga escribió un 
artículo -“no es este, no es este”- y sólo quedaron ochenta y ocho.
            
Ochenta y ocho 
negritos aprendieron catalán en la intimidad; Josep Piqué se empeñó en 
practicarlo y sólo quedaron ochenta y siete.
            
Ochenta y siete negritos se acercaron a Valencia; Juan Costa ardió en una falla cual ninot y sólo quedaron ochenta y seis.
            
Ochenta y seis 
negritos dijeron que sí a todo; Gustavo de Arístegui rechazó el trágala,
 lo mandaron a la India y sólo quedaron ochenta y cinco.
            
Ochenta y cinco negritos se olvidaron de pensar; Fernando Maura se marchó a UPyD y sólo quedaron ochenta y cuatro.
            
Ochenta y cuatro negritos se zamparon un pastel; Paco Correa se dio un atracón de época y sólo quedaron ochenta y tres.
            
Ochenta y tres negritos trasladaron maletines; a Pablo Crespo le pillaron con el de Galicia y sólo quedaron ochenta y dos.
            
Ochenta y dos negritos viajaron por Europa; Gerardo Galeote abrió una cuenta en Luxemburgo y sólo quedaron ochenta y uno.
            
Ochenta y un negritos organizaron eventos deportivos; Alberto López Viejo batió demasiados records y sólo quedaron ochenta.
            
Ochenta negritos circularon por la carretera; Jesús Sepúlveda se subió a un Jaguar y sólo quedaron setenta y nueve.
Setenta y nueve negritos se lo llevaron crudo; Arturo González Panero rodó como una albóndiga y sólo quedaron setenta y ocho.
            
Setenta y ocho 
negritos jugaron al urbanismo; Benjamín Martín Vasco se embauló 300.000 
del ala por Arganda y solo quedaron setenta y siete.
            
Setenta y siete 
negritos se fueron de compras; a Alfonso Bosch le sorprendieron gastando
 con identidad falsa y solo quedaron setenta y seis.
            
Setenta y seis 
negritos se enredaron en una correa; Jesús Merino se estranguló al 
intentar zafarse y sólo quedaron setenta y cinco.
            
Setenta y cinco 
negritos cobraron sobresueldos; Luis Bárcenas escondió el parné en 
Suiza, cuando se fue de la lengua lo metieron en el trullo y sólo 
quedaron setenta y cuatro.
            
Setenta y cuatro 
negritos pasaron por la caja B; Álvaro Lapuerta lo visó todo pero, tan 
mayor como estaba, tuvo un accidente raro y sólo quedaron setenta y 
tres.
            
Setenta y tres 
negritos merodearon cerca del tarro de mermelada; Ángel Sanchís se 
acercó demasiadas veces y sólo quedaron setenta y dos.
            
Setenta y dos 
negritos organizaron actos electorales; Álvaro Pérez, al ver al jefe tan
 cerca, tropezó con su bigote y sólo quedaron setenta y uno.
            
Setenta y un negritos fueron a la sastrería; Paco Camps se desentendió de las facturas y sólo quedaron setenta.
            
Setenta negritos 
financiaron ilegalmente al partido; a Vicente Rambla lo cogieron en el 
mercado de naranjas y sólo quedaron sesenta y nueve.
            
Sesenta y nueve negritos fueron imputados; Victor Campos firmó que era culpable y sólo quedaron sesenta y ocho.
            
Sesenta y ocho 
negritos disfrutaron de la huerta; Valcárcel se dio un hartón, se marchó
 a Estraburgo y sólo quedaron sesenta y siete.
            
Sesenta y siete 
negritos pasaron por la cocina; David Serra cayó despanzurrado dentro de
 la marmita y sólo quedaron sesenta y seis.
            
Sesenta y seis 
negritos recibieron al Papa; Pedro García firmó el contrato que 
convirtió las bendiciones en negocio y sólo quedaron sesenta y cinco.
            
Sesenta y cinco 
negritos aceptaron regalos de quien no debían; a Ricardo Costa le 
lucieron mucho en la muñeca y sólo quedaron sesenta y cuatro.
            
Sesenta y cuatro 
negritos ayudaron a que la familia que reza unida permaneciera unida; 
Juan Cotino se pasó de avemarías –y de testaferros- y sólo quedaron 
sesenta y tres.
            
Sesenta y tres 
negritos contribuyeron a las ONG; Rafael Blasco pensó que la caridad 
bien entendida empezaba por uno mismo y sólo quedaron sesenta y dos.
            
Sesenta y dos 
negritos firmaron contratos irregulares; Milagrosa Martínez se puso un 
pañuelo de Loewe y sólo quedaron sesenta y uno.
            
Sesenta y un negritos viajaron de gorrilla; Luis Díaz Alperi cogió una insolación en Creta y sólo quedaron sesenta.
            
Sesenta negritos se pusieron gafas negras; a Carlos Fabra le tocó demasiadas veces la lotería y sólo quedaron cincuenta y nueve.
            
Cincuenta y nueve 
negritos se embarcaron de vacaciones; José Joaquín Ripoll se subió al 
yate que no debía y sólo quedaron cincuenta y ocho.
            
Cincuenta y ocho negritos fueron fashion victims; la alcaldesita Sonia Castedo se divirtió en pijama con su protector y protegido y sólo quedaron cincuenta y siete.
            
Cincuenta y siete 
negritos pasaron de la política a las cajas; José Luis Olivas dio 
créditos raros, se emborrachó con ron cubano y sólo quedaron cincuenta y
 seis.
            
Cincuenta y seis 
negritos salieron a cazar; a Serafín Castellano se le disparó el rifle 
por la culata y sólo quedaron cincuenta y cinco.
            
Cincuenta y cinco 
negritos se enamoraron del dinero; Alfonso Rus contó los billetes con 
luz y sonido y sólo quedaron cincuenta y cuatro.
            
Cincuenta y cuatro 
negritos buscaron la trampa de la ley; Jaume Matas se saltó las reglas 
para contratar discursos, lo mandaron a prisión y sólo quedaron 
cincuenta y tres.
            
Cincuenta y tres 
negritos cometieron irregularidades urbanísticas;  a Eugenio Hidalgo, 
alcalde de Andratx, se le cayó encima su chalé y sólo quedaron cincuenta
 y dos.
            
Cincuenta y dos 
negritos cobraron comisiones; Antonia Ordinas las escondió en una lata 
de Cola Cao y cuando tuvo que desenterrarla ante la poli sólo quedaron 
cincuenta y uno.
            
Cincuenta y un 
negritos protegieron a los apandadores; al conseller Cardona le pillaron
 repartiéndose el botín, le metieron dieciséis años y sólo quedaron 
cincuenta.
            
Cincuenta negritos se fueron al prostíbulo; Rodrigo de Santos pagó con la tarjeta municipal y sólo quedaron cuarenta y nueve.
            
Cuarenta y nueve negritos apoquinaron al instituto Noos;  Pepote Ballester no regateó nada y sólo quedaron cuarenta y ocho.
            
Cuarenta y ocho negritos tomaron copas de más; Nacho Uriarte estrelló alegre su coche y sólo quedaron cuarenta y siete.
            
Cuarenta y siete 
negritos navegaron entre insidias; Daniel Sirera escribió “este partido 
es una mierda” y sólo quedaron cuarenta y seis.
            
Cuarenta y seis 
negritos se hicieron los simpáticos; Montse Nebrera se burló del habla 
andaluza y sólo quedaron cuarenta y cinco.
            
Cuarenta y cinco 
negritos asumieron graves riesgos; Regina Otaola dio la cara en Lizarza,
 se retiró decepcionada y sólo quedaron cuarenta y cuatro.
            
Cuarenta y cuatro 
negritos pidieron debates y primarias;  a Alejo Vidal Quadras le 
pusieron puente de plata y sólo quedaron cuarenta y tres.
            
Cuarenta y tres 
negritos cosecharon fracasos electorales; Antonio Basagoiti asumió con 
ejemplaridad el suyo y sólo quedaron cuarenta y dos.
            
Cuarenta y dos 
negritos se sintieron traicionados; el heroico Ortega Lara se marchó sin
 siquiera merecer ser oído en la Moncloa y sólo quedaron cuarenta y uno.
            
Cuarenta y un 
negritos denunciaron las promesas incumplidas; Santi Abascal escribió 
una carta de despedida, fundó Vox y sólo quedaron cuarenta.
            
Cuarenta negritos fueron envejeciendo; una mañana se murió don Manuel el Fundador y sólo quedaron treinta y nueve.
            
Treinta y nueve 
negritos levitaron al ganar por mayoría absoluta; Javier Arenas se pasó 
de listo, desmovilizó a los suyos y sólo quedaron treinta y ocho.
            
Treinta y ocho 
negritos tiraron victoriosos por la calle de en medio; a Ana Mato le 
atropelló el Jaguar que se le escapó del armario y sólo quedaron treinta
 y siete.
            
Treinta y siete 
negritos aplicaron su programa; a Javier Fernández Lasquetty le 
atropelló la “marea blanca”, se marchó a Guatemala y sólo quedaron 
treinta y seis.
            
Treinta y seis negritos tuvieron mala suerte; a Mercedes de la Merced se la llevó la enfermedad y sólo quedaron treinta y cinco.
            
Treinta y cinco 
negritos se creyeron impunes; Miguel Blesa las hizo de todos los colores
 hasta llegar al black y sólo quedaron treinta y cuatro.
            
Treinta y cuatro 
negritos fueron excluidos de la primera fila del poder; González Pons se
 quedó compuesto y sin ministerio y sólo quedaron treinta y tres.
            
Treinta y tres negritos prefirieron irse a ganar dinero; Michavila se metió en un buen despacho y sólo quedaron treinta y dos.
            
Treinta y dos 
negritos hicieron lo que pudieron en sus cargos; Arias Cañete gestionó 
bien, patinó en la campaña europea y sólo quedaron treinta y uno.
            
Treinta y un negritos se indignaron por la amnesia del poder; Consuelo Ordóñez lo dijo alto y claro y sólo quedaron treinta.
            
Treinta negritos pasearon por la muralla; Santiago Cervera metió la mano en un agujero y sólo quedaron veintinueve.
            
Veintinueve negritos
 guardaron secretos inconfesables; a Cristobal Páez le dieron el mejor 
de los finiquitos y sólo quedaron veintiocho.
            
Veintiocho negritos sabían más de la cuenta; a José Manuel Molina lo mandaron a Kinshasa y sólo quedaron veintisiete.
            
Veintisiete negritos salieron a captar apoyos; a Ana Botella se le indigestó una“relaxing cup of coffee in the Plaza Mayor” y sólo quedaron veintiséis.
            
Veintiséis negritos 
compraron propiedades; Ignacio González recurrió a un testaferro para 
camuflar su ático y sólo quedaron veinticinco.
            
Veinticinco negritos
 se quedaron colgados de la brocha; Leopoldo González Echenique dimitió 
por un quítame allá esos 130 millones y sólo quedaron veinticuatro.
            
Veinticuatro negritos fueron azotados por la ira; a Isabel Carrasco la mataron a tiros y sólo quedaron veintitrés.
            
Veintitrés negritos 
recibieron tarjetas de crédito a juego con su alma; Ricardo Romero de 
Tejada hizo honor a su fama y sólo quedaron veintidós.
            
Veintidós negritos 
volvieron a las andadas; a Paco Granados, tanto fue el cántaro a la 
fuente, le metieron en el trullo y sólo quedaron veintiuno.
            
Veintiún negritos se
 hicieron diputados “para tocarse los huevos”; José Miguel Moreno lo 
reconoció mientras le grababan y sólo quedaron veinte.
            
Veinte negritos 
escribieron los versos más tristes esta noche; el gran vate Gallardón se
 negó a observar la rima y sólo quedaron diecinueve.
            
Diecinueve negritos 
buscaron la mayoría absoluta; a Esperanza Aguirre le hicieron la cama 
desde dentro y, como le faltó un escaño, sólo quedaron dieciocho.
            
Dieciocho negritos querían perpetuarse en sus poltronas; Rita Barberá tuvo un caloret y sólo quedaron diecisiete.
            
Diecisiete negritos 
limpiaron la cloaca;  Alberto Fabra sucumbió en el empeño tras la 
enésima zancadilla y sólo quedaron dieciséis.
            
Dieciséis negritos ardieron por amor; Monago, el buen bombero, apagó su fuego en Canarias gratis total y solo quedaron quince.
            
Quince negritos buscaron remedio en la farmacia; a José Ramón Bauzá le dieron cuchillo de palo y sólo quedaron catorce.
            
Catorce negritos 
quedaron encerrados en el ascensor; a León de la Riva se le apareció una
 Leire turgente y del soponcio solo quedaron trece.
            
Trece negritos subieron a la Giralda; Jose Ignacio Zoido perdió pie y solo quedaron doce.
            
Doce negritos se fueron de Carnaval; Teófila Martínez se dio de bruces con la charanga del Kichi y sólo quedaron once.
            
Once negritos visitaron a la Virgen del Pilar; Luisa Fernanda Rudi se enganchó en el manto y sólo quedaron diez.
            
Diez negritos se reunieron en una bodega; Pedro Sanz organizó su sucesión -sacrificando a su delfín- y sólo quedaron nueve.
            
Nueve negritos perdieron la sonrisa; la de Juan Ignacio Diego se la zampó Revilla y sólo quedaron ocho.
            
Ocho negritos 
intentaron borrar huellas en Génova; Maria Dolores de las Mentiras 
resbaló en una simulación de finiquito en diferido y sólo quedaron 
siete.
            
Siete negritos 
dieron la cara para que se la rompieran; a Carlos Floriano le explicaron
 que el problema de comunicación era él y sólo quedaron seis.
            
Seis negritos se 
cayeron al pozo demoscópico; a José Ignacio Wert, cansado de vivir ahí, 
le mandaron, con alevosía agosteña, de luna de miel a la OCDE y sólo 
quedaron cinco.
            
Cinco negritos se 
arrimaron a la Púnica; Salvador Victoria hizo lo que le mandó su jefe y 
cuando le pillaron sólo quedaron cuatro.
            
Cuatro negritos medio pasaban por ahí; Lucía Figar fue imputada por firmar un contrato y sólo quedaron tres.
            
Tres negritos pidieron otro liderazgo; a Cayetana Álvarez de Toledo, vox clamantis in deserto, le pusieron bola negra y sólo quedaron dos.
            
Dos negritos se 
reunieron en Moncloa; a Alicia Sánchez Camacho la convencieron de que 
bebiera la cicuta pues el desastre catalán era cosa suya y ya sólo quedó
 uno.
            
Un negrito se quedó 
más solo que la una; después de dejar tirados a todos sus amigos, 
deshacerse de todos sus rivales y desviar a los demás todas sus culpas; 
doce años después de ser ungido por el dedo errado de Aznar y cosechar 
dos derrotas; cuatro años después de recibir, dilapidar y traicionar un 
mandato rotundo de los españoles; dos años después de mentir como un 
bellaco al parlamento, Mariano Rajoy se ahorcó de su cuarta candidatura a
 la Moncloa y pronto, de aquel PP refundado en 1990 que aglutinó a todo 
el centro-derecha y tanto sirvió a la democracia, ya no quedará ninguno.