Anda, pues resulta que sí, que el 
Gobierno regional dispone de competencias para proteger el Mar Menor. El
 presidente de la Comunidad, Fernando López Miras, ya casi nos había 
convencido de que esta cuestión no era cosa suya, pues correspondería a 
la Administración central, pero esta misma semana ha lanzado de manera 
controlada un globo sonda, el Decreto Ley de Protección Integral del Mar
 Menor, que parece reunir en una amplísima relación de medidas casi un 
infinito universo de competencias bajo su control. 
Esta iniciativa, 
aplazada o rechazada por su Gobierno hasta que ha tenido que ponerse las
 pilas a la vista de la irreversabilidad a que conduce la situación 
ecológica del Mar Menor, es más reveladora por lo que supone en sí misma
 que por su propio contenido.
 O
 sea, que sí, que el Gobierno regional podía actuar y debía haber 
actuado. Sería interesante escuchar su explicación sobre las razones de 
que, pudiendo haber aprobado antes una ley de esas características, 
rechazara hacerlo cuando estaba tan advertido como hoy acerca del 
deterioro de ese espacio. 
Aunque el presidente, en declaraciones 
públicas posteriores al anuncio del decreto, pretenda distraer las 
responsabilidades del ataque masivo y sistemático al ecosistema 
marmenorense, lo que ha trascendido del texto indica que el diagnóstico 
es claro acerca de los agentes, las causas y el sistema pluridireccional
 que ha sido consentido por su propia Administración y por las 
precedentes bajo la gestión de su partido.
 De Fraga a López Miras.
 No quiere López Miras estigmatizar a ningún sector en concreto, pero el
 esbozo de las medidas del decreto-ley, como no podía ser de otra 
manera, señala con claridad a los sectores que han de redefinir, 
contener, ordenar o clausurar su actividad. Es claro, a la vista está, 
que la voluntad política del presidente va a rastras de la situación, y 
que no le debe resultar agradable establecer exigencias allí donde hasta
 ahora ha facilitado el vivalavirgen.
 No
 es plato de buen gusto tener que dictar medidas restrictivas a quienes 
se ha dejado hacer sin control y hasta estimulando el desarrollo a lo 
bestia de las prácticas que ahora se pretenden planificar, todo ello en 
favor de un pacto implícito en que los agentes de la actividad 
depredadora carecían de coto para la obtención de beneficios a cambio de
 regar las urnas con papeletas del PP. 
Más duro es ponerse a redactar 
este tipo de decretos tan solo unas semanas después de comprobar que los
 votos del cinturón marmenorense han ido a parar a Vox en las generales,
 sin duda porque quienes antes gratificaban al PP saben que éste no 
tendría más remedio que tomar decisiones, a su pesar, para evitar más 
agresiones a la laguna, pues en este caso la enfermedad es peor que el 
remedio.
 En el intento de que 
las medidas del decreto-ley (habrá tiempo de desmenuzar las trampas que 
contiene), que en realidad debieran ser populares si satisficieran la 
inquietud general de la población acerca del futuro del Mar Menor, no 
resulten impopulares para sus intereses electorales, el presidente se 
salta la letra de dicho decreto (en el que resulta bastante claro qué es
 lo que hay que regular) y lanza su sorprendente análisis: la culpa del 
deterioro del Mar Menor corresponde a la sociedad en su conjunto, dice.
 Y
 precisa que esa culpabilidad pende sobre la conciencia de los murcianos
 desde hace sesenta años. Si hacemos las cuentas, parece que López Miras
 sitúa el origen de todo esto en las fechas en que el fundador del 
partido al que pertenece, Manuel Fraga Iribarne, entonces ministro de 
Información y Turismo de Franco, estableció unas condiciones 
urbanísticas especiales al promotor Tomás Maestre para que urbanizara La
 Manga a su modo. Por aquellos tiempos, López Miras ni siquiera tocaba 
la flauta, por razones obvias.
 Pero
 de Fraga a López Miras ha habido tiempo para observar la génesis del 
desastre. Ni siquiera hay que remitirse a los veinticuatro últimos años 
de gestión del PP, en los que se ha incidido en el desarrollismo 
urbanístico en la zona y en el amparo de la agricultura intensiva 
contaminante a las mismas faldas del litoral marítimo. 
Basta con repasar
 los dos años y pico de gobernación del propio López Miras (registrados 
en la hemeroteca y la videoteca) para distinguir una política activa 
derogatoria de la protección medioambiental y negacionista de la 
realidad del Mar Menor incluso después del primer sarpullido de la 'sopa
 verde', con anuncios chuscos (otra vez Fraga) de baños reparadores para
 instruir a la población sobre la normalidad sanitaria de las aguas. 
Ni 
moratoria urbanística, ni Ley de Protección, ni regulación parcial 
alguna. Para deducir ahora que el problema procede de hace sesenta años,
 poco ha hecho López Miras a fin de contemplarlo en los dos de su 
mandato, justo cuando los síntomas de colapso brotaban ya de manera bien
 visible.
 La culpa, de todos, menos del Gobierno.
 En realidad, el presidente ha gastado más saliva en transferir 'culpas'
 (por cierto, un extraño concepto entre religioso y prejudicial, pues 
sería más preciso hablar de 'responsabilidades') que en ofrecer 
soluciones, que es lo que corresponde a un jefe de Gobierno. 
La culpa, 
para López Miras, tiene muchos protagonistas: el Gobierno central (ahora
 que no es de su partido), la Confederación Hidrográfica (con el olvido 
de que ha estado gestionada durante las últimas décadas alternativamente
 por el PSOE y por el PP) y, finalmente 'la sociedad murciana en su 
conjunto'.
 Aquí, todos tienen 
la culpa, menos el Gobierno regional. La pregunta es: ¿para qué pagamos 
esa mastodóntica Administración? ¿A qué se dedican? ¿Por qué, hace tan 
solo unos meses, cuando vendían que el Mar Menor estaba pletórico de 
salud, se ponían las medallas por tamaño prodigio, y cuando se desveló 
que su estado real era el del enfermo terminal hay que mirar hacia otro 
lado? 
Sí, mirar hacia otro lado, pero no hacia donde se sitúan los 
agentes económicos que con el consentimiento y el estímulo del Gobierno 
regional han establecido unas dinámicas que ahora precisan de este tan 
urgente como tardío y probablemente incompleto decreto-ley.
 Esa
 mentalidad hace temer que las medidas incluidas en el decreto-ley 
anunciado acaben en papel mojado y constituyan otra patada hacia 
adelante. Este Gobierno tenía una agenda que se resumía en dos puntos: 
bajar impuestos y potenciar la enseñanza concertada. Pero el Mar Menor 
se ha impuesto en la hoja de ruta del 'murcianismo de amiguetes', y esto
 es un quebradero de cabeza. ¿Resolver los mismos problemas 
estructurales que ellos han propiciado? Es casi imposible, no está en el
 ADN. 
Todas las medidas necesarias les deben parecer concesiones al 
rojerío: ¿proteger, planificar, contener? ¡Por Dios! Véase que, en el 
orden práctico, ni siquiera se sienten capaces de ofrecer respuesta a 
una localidad, Los Alcázares, una parte de cuyas viviendas se vienen 
inundando sistemáticamente cada vez que se produce alguna tormenta más o
 menos intensa. «No podemos hacer ya nada más por Los Alcázares», ha 
dicho la portavoz del Gobierno. Y entonces ¿para qué querríamos un 
Gobierno?
 Aunque la Fiscalía, 
que ha detallado con mucha precisión las claves del acoso al Mar Menor, 
no esté muy de acuerdo con López Miras, no habría inconveniente en 
aceptar su criterio de que no hay sectores privados culpables. En 
efecto, la responsabilidad básica corresponde a un solo sector: el 
público. 
Si la Administración, por razones políticas y electorales, 
incentiva con su inacción las prácticas de la agricultura intensiva a la
 orilla del Mar Menor y promueve abiertamente el urbanismo desatado a la
 vez que hace dejación de otros controles ¿qué podríamos reprochar, al 
margen de consideraciones morales, al agente privado que encuentra en 
ese boquete las condiciones perfectas para promover su negocio? 
Ciertos 
empresarios han incurrido en irregularidades en el entorno del Mar Menor
 porque hacerlo así formaba parte del estado de cosas, ya digo, 
consentido y estimulado por el poder político. Una vez que ha sido 
inevitable que se corriera el velo que ocultaba malamente este sistema, 
sería patético que López Miras se sorprendiera y exclamara a lo Claude 
Rains: «Qué escándalo, aquí se juega».
 El
 decreto, primera medida de aparente alcance establecida por un Gobierno
 del PP para atender de manera global a la fragilidad del Mar Menor, 
resulta indiscreto porque desmiente al mismo presidente que se quejaba 
de no disponer de mecanismos para afrontar la cuestión. 
Cabe deducir que
 lo que en realidad hubiera deseado es no disponer de competencias para 
evitar mojarse con medidas aplazadas que, de estar bien enfocadas y de 
pretender efectividad, tienen que ser necesariamente molestas para un 
cierta parte del apoyo electoral del PP, y justo cuando hay para ese 
núcleo un punto de fuga que, con su política de pactos, los propios 
populares han contribuido a naturalizar.
 La legalización de la economía.
 Pero a pesar del inicial negacionismo de López Miras respecto a la 
situación letal del Mar Menor (tan semejante a cuando Zapatero se 
resistía a aceptar la existencia de la crisis económica) todavía habría 
podido dominar el problema si en vez de que los dedos se le convirtieran
 en lanzas para despejar su responsabilidad hacia otros y a todos en 
general, hubiera hecho lo que se ha de esperar de un líder que aspire a 
serlo de facto: proponer un marco ambicioso de actuaciones consensuado 
con el resto de las fuerzas políticas y los agentes sociales y empeñarse
 en representar a la Región (a la sociedad murciana en su conjunto) y no
 solo a los intereses de su partido.
 Es
 decir, si hubiera hecho lo contrario de lo que tan previsiblemente hace
 para decepción incluso de quienes creen que los políticos menos 
aparentosos, pero hábiles en el manejo interno del oficio, se pueden 
crecer ante una oportunidad que les permita elevarse sobre la redicha 
monotonía. Sin embargo, sospecho (y cuento con indicios para que así 
sea) que López Miras prefiere ser previsible porque tiene un concepto 
tan básico de 'la sociedad murciana en su conjunto' que prefiere 
situarse al nivel en que él la supone antes que tratar de elevarse un 
poco, por si lo pierden de vista. Esto, o es que no hay más.
 El
 decreto, en definitiva, no revela tanto lo que se proponen hacer en 
adelante sino lo que no han hecho hasta ahora. Es expresivo, por tanto, 
de la 'culpa', o mejor, de la 'responsabilidad' por ese no hacer, 
emboscada en una supuesta falta de competencias que en realidad no es 
tal, como el propio decreto demuestra. El proyecto legislativo indica, 
en fin, que aunque sea obligado por la fuerza de un espasmo de la 
Naturaleza, el Gobierno empieza a entrar en la legalidad. En su 
conjunto.
(*) Columnista