Seguimos con la antología del humor en la prensa catalana. Hace tres domingos homenajeé al ¡Cu-Cut!, hace dos me ocupé de L'Esquella de la Torratxa y el pasado de El Be Negre. Hoy toca entrar por La Vanguardia.
 Escribía el miércoles Enric Juliana con su perspicacia habitual: "Artur
 Mas ha sido llamado a declarar el próximo día 15 de octubre, fecha del 
75 aniversario del fusilamiento de Lluis Companys en el castillo de 
Montjuic. Quien fijó la fecha lo ha investido".
Puesto que en el párrafo 
anterior hablaba Juliana de que "la estrategia de la Moncloa" es 
presentar al "independentismo, vencido por la flema, la templanza y la 
firmeza de Mariano Rajoy ... camino de los tribunales", era evidente que
 trataba de sugerir que el Gobierno funciona como la carabina de 
Ambrosio: al tratar de perseguir a Mas de un modo tan tosco, lo está 
resucitando tras una cosecha electoral tan magra que en definitiva le 
obliga a compartir los 62 escaños de 2010 con muchos de sus rivales de 
entonces. 
Esa interpretación había sido 
esbozada ya en el apunte del director de ese mismo día pues Màrius Carol
 subrayaba con razón que las "explicaciones" del ministro de Justicia 
Rafael Catalá sobre el retraso de la citación para "no interferir" en 
las elecciones "son de las que chirrían en el oído". Y todo quedaba 
luego apuntalado cuando el propio editorial del diario advertía que las 
palabras del ministro habían supuesto "una manera, acaso involuntaria, 
de admitir que los ritmos de la justicia son influenciables".
 O sea que, en definitiva, la 
perfidia política del gobierno central al perseguir en los tribunales la
 desobediencia del presidente de la Generalitat cuando llevó a cabo la 
consulta prohibida por el TC, quedaba compensada por la chapuza de la 
elección de la fecha perfecta para alimentar su victimismo. Justicia 
poética, podría decirse, que restaura la posición de superioridad moral 
del paladín de la patria catalana de modo que hasta los iconoclastas de 
la CUP se vean obligados a respaldar su investidura.
Todo muy bien trabado pero, como
 digo, para la antología del humor. Y una vez más fue María Peral quien 
con precisión quirúrgica aportó en el Blog de El Español el dato clave 
que da rienda suelta a las carcajadas y a alguna que otra salpicadura de
 saliva irreverente a modo de condecoración sobre la farsa: resulta que 
"quien fijó la fecha" y por lo tanto "ha investido" a Mas -o al menos 
pretende hacerlo activando la profecía autocumplida- no fue otro que el 
juez instructor Joan Manel Abril, elegido miembro del Tribunal Superior 
de Justicia por el llamado "turno autonómico", en fecha tan reciente 
como 2012. "Fuentes del CGPJ -advierte Peral- recuerdan con nitidez que 
el apoyo para el nombramiento de Abril venía inequívocamente de CiU". O 
sea que al final ha sido el propio Mas quien ha escogido la fecha que 
rescatará a Mas de su nuevo fiasco electoral, desatando el paralelismo 
entre las variedades de pelotón de fusilamiento que aguardan 
inexorablemente a los defensores de la patria catalana.
Ojo, que este levantamiento del 
velo de la impostura no implica absolución alguna para el estólido 
Estafermo que se cree un valiente don Tancredo haciendo garbosos 
estatuarios ante los más aviesos astados. Porque Rajoy y sólo Rajoy es 
el culpable de que al cabo de cuatro años de mayoría absoluta del PP 
siga en vigor el ignominioso artículo 330.4 de la Ley Orgánica del Poder
 Judicial que permite a los parlamentos autonómicos designar entre 
"juristas de reconocido prestigio" a la mitad de los integrantes de la 
Sala Penal y Civil del correspondiente Tribunal Superior de Justicia. O 
sea el culpable de la perpetuación del inicuo onanismo jurisdiccional 
por la cual los aforados de cada comunidad autónoma eligen entre sus 
amiguetes a los jueces que tendrán que juzgarles cuando hagan de las 
suyas.
Esa era una de las nefandas 
artimañas con las que Guerra trató de enterrar a Montesquieu que iban a 
quedar desmanteladas por la reforma del Poder Judicial prometida por el 
programa electoral del PP. Así lo disponía el proyecto de ley de 
Gallardón, zancadilleado por Rajoy en persona en el mismo umbral del 
índice rojo que incluye los asuntos a aprobar por el Consejo de 
Ministros. Aquel proyecto de ley, anhelado vademécum de la 
despolitización de la Justicia, fue bloqueado por el presidente cuando 
vio el sesgo que empezaban a tomar los casos de corrupción que afectaban
 al PP. Si Gallardón hubiera dimitido entonces, y no cuando lo hizo, 
sería hoy el hombre providencial hacia el que se dirigirían todas las 
miradas de la derecha española.
A diferencia de lo que 
puede alegar con la bajada de impuestos que por arte de birlibirloque se
 trastocó en subida, ningún requerimiento presupuestario le impedía 
cumplir esa promesa ancilar, pero Rajoy prefirió engañar a sus electores
 con tal de blindar a sus dependientes, consciente de que sólo de ellos 
dependería a su vez él, en la eventualidad de que se destapara la fosa 
séptica de sus sobresueldos, mensajes de móvil y simulaciones de 
indemnizaciones en diferido.
"David habría durado dos horas 
en el 10 de Downing Street si se hubiera descubierto algo parecido", me 
contaba no hace mucho un antiguo colaborador de Cameron. Pero en España 
los aforados cerraron filas, el ministro del Interior se rebozó en el 
fango que para eso lo puso el jefe, Pablo Ruz se volvió a Móstoles y 
serán los afines Enrique López -que nada desearía tanto como ver pasar 
delante de él este cáliz- y Concha Espejel quienes juzguen el caso, si 
el pleno de la Sala no lo impide. Todo sigue tan del revés como con 
Filesa, los GAL, los Pujol o los ERE. Son los políticos quienes 
controlan a los jueces a través del CGPJ y no a la inversa.
Y ahí yace por lo tanto el PP, 
hundido en el descrédito del público, emparedado entre la basura y el 
inmovilismo, viendo como se amplía inexorablemente su cuerda de presos 
-¿será nada menos que Rodrigo Rato el siguiente?-, perdiendo elección 
tras elección, recibiendo aviso de Aznar tras aviso de Aznar, a la 
espera de que llegue el milagro de la Navidad.
Ni siquiera la extravagancia de 
llamarnos a votar entre la paga extra y la lotería es fruto de un plan 
premeditado o de una evaluación táctica. Sólo el resultado de la inercia
 de la inacción, del dejarse llevar hasta el final, estirando la 
legislatura hasta la última fecha posible con el pretexto de los 
presupuestos y la tramitación del aguinaldo que evita un coste fiscal de
 40.000 millones a la banca.
"Ahora está claro que lo que le 
hubiera convenido a Rajoy, habría sido convocar las generales a la vez 
que las catalanas", me decía esta semana un alto dirigente de un partido
 nacional. "Pero para dar un paso así se requería audacia política". Y, 
claro, esperar algo parecido a la audacia de este fósil del paleolítico 
inferior era como buscar mariposas azules en el mar. (Papallones blaves damunt la mar, que cantaba Pau de la Riba).
Vengo explicando desde hace meses el In Fear We Trust del
 presidente, esa ramplona estrategia electoral consistente en aguardar 
repantingado, bajo la espectral higuera de la España batida por todo 
tipo de tempestades, a que madure el miedo a la revolución podemita y su
 potencial Frente Popular con el PSOE. Nada le importaba lo que 
ocurriera entre tanto con su partido en las andaluzas, municipales, 
autonómicas o catalanas. Cuanto peor, mejor. La única elección que para 
él cuenta es la suya. Esperaba incluso que el triunfo de los 
independentistas catalanes en su plebiscito, avalado mediáticamente por 
el ministro de Asuntos Exteriores, precipitara los acontecimientos y 
diera lugar a un acto de autoridad -tan meramente reactivo como los 
remolinos del estafermo- que le presentara como garante y depositario de
 la estabilidad constitucional.
Pero ya sabemos que no caerá esa
 breva porque como ocurre en el Evangelio de San Lucas cuando entra 
Jesús en Jericó, ha habido un hombre valiente que como Zaqueo ha tomado 
la iniciativa y se ha encaramado resuelto a la higuera para ir al 
encuentro del destino. O mucho me equivoco o esa noche electoral en la 
que Rivera, Arrimadas y su pléyade de jóvenes sin tacha ni pasado, hijos
 todos de la libertad, coreaban "Ca-ta-lu-ña es Es-pa-ña" mientras 
afeaban la corrupción del "tres per cent" a Mas y sus 
compañeros de viaje, ha calado tan hondamente en el corazón de tantos a 
los que les gustaría ser como ellos, que la suerte del 20-D ya está 
echada.
"No me gustaría estar en el 
pellejo de Mariano", explicaba el martes por la noche a un grupo de 
amigos uno de los dirigentes históricos que llegaron al PP procedentes 
de UCD. "Él ya sabe que está perdido porque por primera vez en la 
historia nos ha ganado una fuerza no nacionalista de centro derecha. Y 
nos ha ganado por goleada. En cuanto eso empiecen a reflejarlo los 
sondeos, la dinámica será imparable. Teniendo en cuenta sobre todo que 
el PP está ya destruido como partido. No veo la más mínima posibilidad 
de que sigamos gobernando. Por eso digo que no me gustaría estar en su 
piel. Debe ser muy duro tener la sensación de que no vas a ser capaz de 
cumplir la misión que te encomendaron".
"¿Y tú cuánto hace que no hablas
 con Rajoy?", le preguntó uno de los presentes. La respuesta fue la 
misma que daría cualquier otro.
 (*) Periodista