El hombre propone y los dioses 
del Olimpo disponen. Estaba yo tan dispuesto a dedicar esta segunda 
crónica agosteña a mis partidas de ping pong con la reina del HTML y con
 la emperatriz del Javascript, mientras la madeja tecnológica se va 
trenzando espasmódicamente alrededor, cuando don Rodrigo Rato Figaredo 
Rodríguez de San Pedro Sela y Duquesne mandó llamar a su mecánico. Los 
de su estirpe no tienen conductor, menos aún chófer, sino mecánico y 
usan el plural con relamida condescendencia: "Saque el coche, que nos 
vamos al Ministerio del Interior".
El auriga sabía de sobra que 
todos los apellidos del prócer cabían holgadamente en el asiento 
trasero, pero no pudo evitar dirigirle una mirada de espanto. ¿Al 
ministerio del Interior? ¿Habría decidido don Rodrigo confesar nuevos 
delitos y entregarse? Su jefe se sintió obligado a tranquilizarle: "No, 
no se preocupe… Le contaré al ministro todo lo que me está pasando. Le 
daré mi versión".
Y allí que se fueron, arrojando al llegar a Castellana 5 la
 colilla que prendió el gran incendio del verano. Aunque el fuego tardó,
 por razones que explicaré al final, más horas de lo normal en 
propagarse, ya que entrada la semana todo el bosque político era pasto 
de unas llamas que avanzaban imparablemente hacia el reducto vacacional 
del Jefe del Gobierno.
Tan grave era la conflagración 
que estuve a punto de pedir a Javier Muñoz y al Arponero Ingenuo que 
interrumpieran sus vacaciones y acudieran en mi ayuda para adentrarnos 
entre las lianas de fuego y las columnatas de humo, antes de que no 
quedara ni una yesca que llevarse al folio. Pero hétenos aquí que 
irrumpió don Tomás Serrano -apunten este nombre pues les hará sonreír 
muchas veces desde ahora- enviándonos el magnífico dibujo que acompaña a
 este texto, con tres palabras como título: "Nada que ocultar". Y la 
magia de la imagen sirvió para activar un recuerdo de cuando el Arponero
 aún no había nacido, que cobra ahora extraordinaria importancia.
Partamos de la base de que yo 
creo a pies juntillas que Rato y Fernández no cerraron ningún trato 
inconfesable en su conversación del ministerio. Como bien refleja el 
dibujo, lo vergonzoso en sí, lo que obliga al pudor a meterse debajo de 
la mesa, fue el propio encuentro en el despacho oficial. A partir de que
 el ujier abrió la puerta del Excelentísimo al imputado acogotado, lo 
que se tratara allí ya sólo era un elemento ornamental. Un a más a más. Porque el medio era el mensaje y la noticia el encuentro en sí.
Por Rodrigo Rato como si había 
que hablar de las indubitadas apariciones de la Virgen de Fátima durante
 la vigilia de adviento en algunos cuarteles remotos de la Guardia 
Civil. Lo que le importaba era que la reunión se celebrara. Y que 
trascendiera. Que se supiera, que lo supieran los policías, los jueces, 
los fiscales, la prensa marianista –o sea toda la empapelada-, la 
opinión pública en suma: que él no es un apestado, que para la cúpula 
del PP sigue siendo "uno de los nuestros", alguien a quien hay que 
proteger y defender en memoria de los servicios prestados, como hizo 
Rafael Hernando al decir que él también lo hubiera recibido. ¡Criatura! 
No nos cabe la menor duda de que lo hubiera hecho.
Lo sustancial no era el 
contenido del encuentro sino su apariencia. Por eso Rato sólo precisó 
que, claro, cómo no, había ido a hablar de lo suyo, “de todo lo que me 
está pasando”; cuando Fernández Díaz, en un alarde de majadería política
 con pocos precedentes, dijo en su nota de prensa que había puesto como 
"condición previa" que no se tratara de la "situación procesal" del 
visitante.
Hacía tiempo que nadie nos 
tomaba tan abiertamente por imbéciles. ¿Se imaginan el pitorreo si "el 
Pollo del Pinar" -Eligio Hernández en este mundo- se hubiera parapetado 
en esa misma "condición previa" cuando recibió a Amedo durante uno de 
sus permisos carcelarios en la sede de la Fiscalía General del Estado? O
 si Bermejo hubiera alegado que aceptó compartir caza y mantel con 
Garzón con la “condición previa” de no hablar de la Gürtel. O, por 
quitarle hierro, si Florentino Pérez se reuniera con su ten million dollar baby con
 la “condición previa” de no hablar de su renovación. O si dos 
apasionados amantes superaran todas las dificultades para verse con la 
“condición previa” de no tocarse.
Por supuesto que hablaron de lo 
suyo, “de todo –todito todo- lo que me está pasando”, ¿cómo no iban a 
hacerlo? Pero los apaños ignominiosos, los tratos de favor 
inconfesables, se cocinan siempre a través de intermediarios de poco 
lustre. Cada cosa a su tiempo. Lo que Rato buscaba ahora era una especie
 de desagravio oficioso por el episodio de la mano en la nuca y el trato
 mediático anejo. Conoce lo suficientemente bien el percal como para 
saber que en la España del revoltijo de poderes sólo podrá afrontar 
acusaciones como las de blanqueo si previamente es blanqueado por los 
suyos. A partir de ahí, será cosa de los Enrique López, Concepción 
Espejel y demás jueces de partido.
La coartada recalentada por 
Fernández Díaz en el microondas de su comparecencia agosteña no pudo ser
 más ridícula. Dijo que Rato había recibido “400 tuits” intimidatorios 
–sin precisar si fueron de uno o de 400 tuiteros-, que estaba preocupado
 por el “eventual” riesgo de que le retiraran la escolta y que él 
consideró que era su deber “explicarle cómo funciona el sistema” de 
protección policial. Pamplinas. Ni Rato tiene cuenta de Twitter, ni se 
había tomado decisión alguna sobre su escolta, ni sería en todo caso el 
ministro el encargado de darle detalles técnicos.
  Ahora nos cuentan que en realidad fue la pareja de Rato quien recibió 
un tuit de un tarado diciendo que iba a “desmembrar” al ex 
vicepresidente al modo de “la matanza de Texas”; pero, a juzgar por las 
fotos difundidas de ambos, no parece que estén pasando el verano bajo la
 sombra de la “motosierra”. Aunque en materia de seguridad personal toda
 precaución es poca, el “principio de proporcionalidad”, varias veces 
invocado por el ministro, no aparece aquí por ningún lado. Demasiado 
despacho para tan poco motivo. Además, ¿por qué ninguno de los dos 
interlocutores mencionó las amenazas en sus primeras versiones? Con 
comparecencias así de cínicas se destruye todo atisbo de fe en un 
sistema basado en la rendición de cuentas.
La pregunta clave no es si el 
presidente lo sabía. Salvando las distancias, es tan imposible que Rajoy
 ignorara que su ministro del Interior iba a recibir a Rato como que 
González ignorara que el suyo andaba secuestrando viajantes de comercio 
por error. La pregunta clave es por qué autorizó y tal vez propició el 
encuentro precisamente con Fernández Díaz. Y aquí entra en 
funcionamiento la hemeroteca de la memoria.
Cuando en julio de 2013 publiqué
 mis "Cuatro horas con Bárcenas" actué por mi cuenta y riesgo. Yo era, 
como siempre, un electrón libre. Ni la conversación había sido grabada, 
ni había convenido con el ex tesorero su publicación. Pero tampoco me 
había pedido que no lo hiciera. En las normas deontológicas de El Español constará que un periodista sólo debe respetar el "off the 
record” tras haberlo convenido con la fuente de forma expresa. In dubio 
pro lector. Esa ha sido y será mi pauta. Pero no las tuve todas conmigo 
hasta que Bárcenas no avaló mi relato ante el juez Ruz.
El punto de no retorno para 
todos -menos para los lacayos del grupo parlamentario del PP que 
lamieron la mano del amo- fue la publicación de los SMS intercambiados 
durante años con Rajoy hasta desembocar en el "Luis, sé fuerte", dos 
días después de que se divulgara el descubrimiento de su dineral en 
Suiza. Aunque el impacto mediático de aquella portada fue fulminante 
-sobre todo para mí- su intrahistoria no deja de tener su guasa pues 
Bárcenas se comunicaba como podía con su entorno desde la cárcel y eran 
otras personas las que localizaban los SMS en los distintos terminales 
móviles que había venido utilizando. Pues bien, en medio de aquel 
barullo hubo otros mensajes que no aparecieron: los de Fernández Díaz. 
Aparecieron los de Rajoy, aparecieron los de Mauricio Casals, Príncipe 
de las Tinieblas, pero no los del ministro del Interior.
¿Se refería a ellos Bárcenas 
cuando comentó durante su merendola con Raúl del Pozo que "hay en marcha
 un libro –sin duda el de Marisa Gallero para La Esfera- con dos SMS más
 que sale en septiembre"? Lo que es obvio es que esta “liaison 
dangereuse” debe vincularse al dispositivo montado desde Interior para 
controlar a la familia Bárcenas y apoderarse de sus documentos. En ese 
contexto fui víctima de los seguimientos que denuncié hace dos veranos 
en el programa de Jesús Cintora. También tienen mucho que ver las 
gestiones encaminadas a que la UDEF aclarara que "Luis el cabrón" no era
 Bárcenas sino otro, copatrocinadas por María Pico, jefa de gabinete de 
Soraya.
Como bien han apuntado varios 
amigos tuiteros, Fernández Díaz emerge así como el "señor Lobo" que 
"soluciona problemas" en la "Pulp Fiction" de chamarilería montada en la
 calle Génova. O, mejor todavía –apunto de mi cosecha-, como el fiel y 
doliente mastín Doug Stamper que va borrando las huellas de los desmanes
 de su jefe en House of Cards. Tras abandonar el pecado, como Stamper el
 alcohol, Fernández Díaz siempre acompañó a Rajoy de departamento en 
departamento en plan criado para todo. Que haga ahora el trabajo sucio 
en su condición de Ministro del Interior, no deja de ser un pleonasmo 
gravemente embarazoso para nuestra democracia.
El problema es que, abandonado a
 su suerte, Rato se convertiría a cuatro meses de las elecciones 
generales en la peor bomba de relojería imaginable. Le bastaría 
corroborar que tanto Mariano como él cobraban sobresueldos prohibidos 
por la ley cuando eran ministros, o que la cúpula del partido conocía el
 flujo de maletines que llegaba al despacho de Lapuerta, para que las 
limitadas posibilidades de seguir en el poder de este PP saltaran por 
los aires. De ahí que el despacho del ministro se metamorfoseara el 29 
de julio en la ‘requetemanoseada’ consulta del "¿verdad que no vamos a 
hacernos daño, doctor?".
Y a modo de postdata aquí va la 
pregunta que se hacen con perplejidad algunos de los más conspicuos 
corresponsales extranjeros en España: ¿cómo es posible que tanto el 
periódico que tuvo la exclusiva del verano como el periódico que 
consiguió las declaraciones de Rato que desmentían la nota oficial del 
Ministerio enterraran esas impactantes noticias –devastadoras para el 
actual Gobierno- en sendas páginas pares, sin hacer mención alguna en 
sus portadas? En ninguno de los dos casos merecieron un lugar en el 
escaparate que con tanto cuidado se reparte. Ver para creer. ¿Tanto ha 
calado ya el responsable autocontrol –así se le llama ahora- en aquella 
“fábrica de Minerva” y en aquella “sabia Atenas”? ¿Tanto hay que mirar 
al poder por el rabillo del ojo, no vayamos a tener mañana un lío, que 
la última vez Soraya se puso como una fiera? Es para quedarse atónito. 
“Fabio, si tú no lloras, pon atenta la vista en luengas calles 
destruidas”.
Pero esto no pasará en El Español y espero incluso que no pase con  El Español. Por algo decía 
Falstaff que, además de por su propio “ingenio”, había que valorarle por
 el que inducía en los demás. Ya veréis como antes de que nazcamos 
empezará a notarse. ¡Qué difícil lo van a tener quienes han medrado 
entregando lectores al poder, ahora que va a volver a ponerse de moda 
proporcionar poder a los lectores!
(*)  Editor de 'El Español' y periodista