Habiendo llegado a este punto, las 
negociaciones están atascadas. El PSOE ha devuelto las propuestas de 
Podemos instándole a que retire 
"los controles políticos".
 No acepta que los jueces, la televisión y otros aparatos represivos e 
ideológicos del Estado dependan del gobierno, de su vicepresidencia y, 
más en concreto, de Pablo Iglesias. No parece difícil. En cuanto los de 
Podemos -sin duda animados por su celo bolchevique- entiendan que esas 
intenciones equivalen a establecer la censura del partido y una justicia
 tipo Vychinski (el infame fiscal de los procesos de Moscú de 1934, 1936
 y 1938), seguramente se olvidarán de ellas. Se venden mal en los 
medios.
Lo
 que ya no es tan fácil de retirar y supone el verdadero bloqueo no solo
 de las negociaciones actuales sino del conjunto de la política 
española, su 
nudo gordiano,
 es la petición de Podemos de una referéndum de autodeterminación en 
Cataluña a la que se opone el PSOE con uñas, rabo, dientes y miradas 
sulfurosas. Como ninguno de los dos puede ceder en su actitud, el pacto 
para un gobierno de progreso será imposible y habrá que ir a elecciones 
nuevas. De eso se alegrará mucho el Sobresueldos que será el candidato 
porque su asesor Arriola seguramente le garantiza que, cuando menos 
tendrá un voto: el suyo... si atina con la papeleta.
El
 PSOE no puede admitir el referéndum porque sus órganos colegiados no le
 dejan y sus barones armarían una fronda sediciosa que podría acabar con
 el partido. Podemos tampoco puede olvidarse de él porque sus 
franquicias catalana y gallega se le sublevarían y parte de su 
militancia retornaría al seno paterno de IU. Además, con referéndum en 
el programa, los 40 diputados de C's votarán en contra. Sin el 
referéndum, en contra votarán los 17 independentistas catalanes.
¿No
 hay, pues, solución? Sí, una que las partes negociadoras pueden acordar
 en silencio, en secreto, a la chita callando, sin hacerla pública. 
Expuesta con sencillez: PSOE + Podemos + IU + Compromís + CC forman un 
"gobierno de progreso" en el que no se menciona el referéndum contando 
con 162 diputados. Si los diputados de ERC y DiL se abstienen y los del 
PNV. por ejemplo, votan a favor, ganaría a los 122 del PP e incluso a la
 suma de estos con los 40 de C's, aunque, en principio, se buscará su 
abstención.
Esto
 será la investidura. A continuación, el "gobierno de progreso" lo que 
hace es convocar un referéndum de autodeterminación en Cataluña, 
mediante una ley orgánica al amparo del artículo 92 CE. Para esa ley 
ogánica, el gobierno "de progreso" tendría la mayoría absoluta necesaria
 pues a sus 162 diputados se añadirían los 17 independentistas 
catalanes, los 6 del PNV y los 2 de Bildu. En total, 187 diputados. 
El
 problema no estaría en la aritmética de las votaciones sino en la ética
 de la medida. Se dirá que el gobierno ha engañado a la ciudadanía, que 
ha hecho trampa, que ha traicionado. Efectivamente, así será. Pero eso 
es lo que hacen todos los gobiernos. El del Sobresueldos, por ejemplo, 
ganó las elecciones prometiendo bajar los impuestos y lo primero que 
hizo fue subirlos. El gobierno del PSOE ganó las elecciones de 1982 
pometiendo un referéndum para salir de la OTAN y lo hizo en 1986 pero 
para quedarse. El ex-monarca Juan Carlos juró fidelidad a los principios
 del Movimiento Nacional franquista y luego sancionó la Constitución de 
1978, traicionando su juramento, siendo perjuro. 
 
De Gaulle llegó al 
poder en 1958 prometiendo mantener a Argelia como colonia de Francia y 
firmó su independencia. Wilson ganó las elecciones inglesas de 1974 
prometiendo un referéndum para salir de la Comunidad Economíca Europea y
 lo hizo, pero para quedarse. Puedo seguir acumulando ejemplos, pero no 
merece la pena: la traición y el engaño son consustanciales a la 
política y, muchas veces, la única forma de desatascar situaciones 
bloqueadas, sin salida. ¿Por qué no iba a funcionar aquí? Se llega al 
gobierno diciendo que no habrá referéndum en Cataluña y lo primero que 
se hace es ponerse a organizarlo.
Es
 alambicado, desde luego. Y desconcertante. Pero todo el  mundo sabe que
 pasa. Es más, hasta es posible que aquí suceda porque sea la única 
forma de desatascar una situación bloqueada. Lo único que se requiere es
 discreción, no hablar, no decírselo a nadie, no levantar sospechas.
Así que ustedes tampoco han leído este post. Es más, yo no lo he escrito.
 
El futuro del futuro
Dice
 Mariano Rajoy, el gran representante del pasado, del reciente y del 
remoto, que el futuro de España no puede decidirlo solo “un grupo de 
españoles”. Como siempre, una sinsorgada que necesitaría del recién 
fallecido Umberto Eco para entender su significado, si alguno tiene. 
¡Con lo fácil que es decir: los catalanes no pueden hacer un referéndum 
porque a mí no me da la gana! Pero eso es demasiado peligroso por ser 
verdad y la política española, sabido es, está construida sobre la 
mentira, la tergiversación y el equívoco.
Solo
 cuando se jubilan osan los políticos españoles decir la verdad. Así, 
Felipe González afirma que la cuestión catalana no puede dilucidarse 
votando y que ni con un 1.200% a favor del sí serviría el referéndum 
porque esas cosas del futuro “de todos” no se votan. Es brutal, pero, al
 menos es claro y el expresidente se habrá quedado tranquilo: los 
catalanes no pueden hacer un referéndum porque a él tampoco le da la 
gana. Dicen lo mismo el uno y el otro, pero el segundo es más claro. Y 
más contundente. Se nota que está jubilado y no tiene que andar 
disimulando para conseguir votos.
Que
 el futuro de los españoles no pueda decidirlo solo un grupo de ellos, a
 primera vista, parece razonable, pero insignificante. No se trata del 
futuro de los españoles, sino del de los catalanes y quieren decidirlo 
ellos, los catalanes, todos; no un grupo. ¿En dónde está el problema?
A lo mejor en el término “grupo”, que suele tener mala prensa. ¿En dónde lo ha dicho el acting president?
 En un acto electoral (Rajoy siempre está en campaña electoral; siempre 
miente) en el País Vasco. Sí, como él desea, hay elecciones nuevas en 
España, él quiere ser el candidato. Al margen de si esta decisión es 
racional o no para su partido (ellos sabrán en quién depositan su 
confianza) la cuestión es: ¿y qué espera sacar en las elecciones? Los 
votos necesarios para tener un grupo parlamentario con el que tomar 
decisiones que afectan a todos. O sea, en efecto, un grupo de españoles 
(los electores de este Demóstenes) va a decidir el futuro de todos. ¿Por
 qué este grupo sí y otro posible, no? Obviamente, porque este grupo es 
el suyo. O sea, como decíamos antes, el futuro lo decide el grupo que le
 da la gana a Rajoy. Igual que el grupo que le da la gana a Felipe 
González y se compone de una sola persona: él mismo.
Se
 dirá que esto es falso, porque el grupo de que trate (aproximadamente 
un 20-25% del electorado, votantes del PP, o sea un 15-18%, más o menos,
 de la población del Estado) está distribuido por toda España, es 
representativo y está autorizado a tomar decisiones por todos. Lo que no
 se puede tolerar es que las tome un grupo solo, por muy numeroso que 
sea, incluso aunque resulte ser una mayoría tan abrumadora como el 
1.200%, porque esté concentrado en un territorio. Es decir, el problema 
no es que sea un grupo, sino que resida en el mismo sitio en donde, por 
cierto, los representantes del otro grupo, el distribuido por toda 
España, son inexistentes. El grupo de Rajoy tiene derecho a decidir el 
futuro de todos, incluidos aquellos que viven en lugares en donde el 
grupo de Rajoy es irrelevante.
A
 lo mejor el problema está en el término “españoles”. El futuro de 
estos, según Rajoy, no puede decidirlo solo un grupo. Interesante 
información que los catalanes verán sin duda con simpatía, pero sin 
sentirse afectados, ya que ellos no quieren decidir el futuro de los 
españoles sino el de los catalanes. Y aquí ya estamos en ese terreno 
resbaladizo de los sentimientos en donde un señor que no reconoce la 
existencia de los catalanes da por supuesto que él y su grupo deciden el
 futuro de quienes no se sienten españoles por no otra razón que porque 
son un grupo mayor y no les da la gana de ceder en su derecho a decidir 
por los demás, incluso en contra de su voluntad y mucho menos de 
reconocer a esos demás el derecho que ellos se arrogan por la fuerza.
A eso, como a la machada de que ni con el 120% lo llaman “democracia”. Buena lección de Realpolitik.
Descendamos
 a la realidad cotidiana. Al margen de las vaciedades de Rajoy, es obvio
 que el futuro de Cataluña habrán de decidirlo los catalanes en un 
referéndum. En términos prácticos, ya sabemos que ese referéndum no 
saldrá de la voluntad de la derecha ni de una parte de la izquierda 
española. ¿Cabe esperarlo de la otra?
Tiene
 sentido esperar a ver el resultado de las negociaciones para formar 
gobierno en España en la medida en que la cuestión del referéndum es 
medular en ellas. La actitud de entrada del PSOE es que referéndum, no. 
Pero también con relación al referéndum de 1986 sobre la OTAN la actitud
 de entrada fue que no y la de salida que sí. La prudencia manda esperar
 a ver el resultado de lo que se negocia y en qué términos, sobre todo 
porque no hay alternativa.
La
 excesiva confianza lleva al amargo desengaño, pero la excesiva 
desconfianza lleva a la parálisis. ¿Qué cabe esperar del llamado 
“gobierno de progreso” español si llega a constituirse? Lo más sensato 
es pararse a ver y no poner palos en las ruedas como dice Puigdemont que
 hace el gobierno español con la Generalitat. Tanto Homs, de DiL, como 
Anna Gabriel de las CUP, han manifestado su interés y buena disposición 
en el improbable (pero no imposible) caso de que del gobierno de España 
llegara una oferta de referéndum que fuera aceptable.
Actuar
 a la razonable expectativa no es ingenuidad, sino deseo de facilitar 
las cosas en lugar de dar pretextos a los adversarios. Sobre todo porque
 la hoja de ruta, que es el escudo más consistente del proceso 
independentista y la garantía de su futuro sigue su curso. Es decir, 
porque el futuro tiene futuro.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED