Hoy, 23 de enero, se cumplen 20 años ya de la emisión de la condena,
 por la Sala Civil del Tribunal Supremo en pleno, bajo la rúbrica de la 
infracción de culpa grave de 11 magistrados del Tribunal Constitucional a
 favor del demandante, que era yo, a abonarme 500 euros cada uno por 
inadmitir un recurso de amparo eludiendo el deber de motivación. Como 
veremos, los condenados recurrieron ante su propio tribunal y lograron 
anular la condena haciendo lo blanco negro y viceversa.
El proceso traía causa de otro anterior, de tipo contencioso, ante la
 Sala III del Tribunal Supremo (TS) con motivo de la contratación 
irregular de los letrados del TC bajo el sistema de libre designación en
 vez del concurso de oposición como fijaba la ley orgánica del TC.
Y es que la Sala Tercera del TS sentenció por 3 votos a favor y 2 en 
contra la desestimación del recurso planteado por dos abogados, uno era 
yo y la otra mi entonces compañera de despacho Nani Martínez Segado. La libre designación de los letrados no estaba amparada por la ley.
 Maurandi y Trillo, magistrados de la sentencia, no compartían el 
veredicto de la mayoría. Salvaron el honor del regimiento como se dice 
en lo militar.
La sentencia condenatoria fue recurrida por los propios magistrados condenados ante su mismo Tribunal Constitucional, que en composición diferente en 2012 se "auto amparó" en un acto de desahogo que aplicaba una jurisprudencia ad hoc construida para anular una sentencia legítima y razonada del Tribunal Supremo.
Los 5.000 euros que habían tenido que abonar los condenados y que yo 
había donado a un desamparado del propio TC –el gran inválido Antonio 
Pérez Ortín, víctima de una de las graves injusticias que saldrán algún 
día en alguna instancia futura que tal vez juzgue no solo a los vivos– 
tuvieron que ser devueltos a los condenados por el cobrador, que era yo.
La mayoría de los juristas opinan que el Supremo se había vengado del Constitucional
 por sus desavenencias y roces institucionales. Esto sería, en todo 
caso, una bagatela. La sustancia era de otro nivel de la realidad.
Los que piensan eso saben poco de los detalles del caso. Nunca los 
del Supremo se hubieran metido en ese "fregao", que era una guerra en la
 tuvieron que entrar (para salvar la supremacía del Supremo como 
tribunal máximo de leyes).
Hay que señalar que a los magistrados del Supremo condenantes luego 
"les pusieron bombas" contra su reputación porque desde los tentáculos 
de los condenados, que eran muy fuertes, lanzaron campañas de desprestigio contra la sentencia.
 Alguno de los jueces condenantes le dijo a un tercero, como me consta: 
"Teníamos que haberles condenado por dolo y no por culpa grave solo y 
haberlos destituido". La condena por dolo les hubiera obligado a 
dimitir.
Un servidor en el mes de mayo de 2004, es decir 4 meses después de la
 sentencia, recibo una llamada a media mañana de mi amigo el periodista 
de El País Bonifacio de la Cuadra. Me llamó inquieto para 
decirme que había escuchado una conversación de miembros del "staff" del
 periódico contra mí que le había dejado preocupado, aunque no me dijo 
quiénes eran ni el contenido preciso.
Pero el hecho de que me llamara expresamente para ello y relacionado con el tema de la condena del TS al TC, me hizo acudir a un notario para extender una declaración respecto a que si aparecía muerto o ‘suicidado’
 o con droga o material delictivo eso era provocado y ajeno a mi 
voluntad. Tuve que acudir a varios notarios hasta que uno aceptó la 
declaración, el notario de Alcantarilla (Murcia) en cuyos archivos está 
todavía el acta.
En diciembre de 2004 la Policía llegó a mi casa con una orden de 
registro y del ordenador que utilizaba mi hijo (15 años por entonces) 
extrajeron una cantidad ingente de archivos delictivos con los cuales proyectaban detenerme y publicitarme como pederasta.
Los archivos fueron extraídos de una web bajo vigilancia policial. Un ex agente de un servicio de información militar
 que era cliente mío me dijo que eso era obra de la alcantarilla del 
Estado y que tenían 9.000 personas fuera de la nónima del Estado 
trabajando en operaciones secretas desde donde hacían de todo.
El aviso de Bonifacio en mayo 2004 se había cumplido aunque con mala 
suerte para los organizadores. Yo sospecho de uno de los magistrados 
condenados con altas amistades en la dirección del lado más perverso del
 Estado fue quien planificó aquel "favor a fulano" para vengar la 
condena. Los magistrados de la Sala Civil sufrieron graves campañas de descalificación por la red tupida de los condenados que se comportaron con ellos como una verdadera mafia.
Un amigo que era juez de instrucción de un partido judicial murciano 
me dijo: "Llévate cuidado con quien te metes que te colocan droga en el 
maletero del coche". Añadió que él había temido algo similar cuando 
había llevado causas contra el aparato del Estado. Y otro amigo que era 
juez de Madrid me dijo que en un proceso donde él había tomado parte, 
agentes habían colocado droga en los coches de los que no se plegaban a 
sus chantajes.
Otras anécdotas dignas de ser contadas
Fue un "ficus" centenario del Jardín del Conde de Floridablanca en Murcia quien me aclaró las dudas sobre si iniciar o no el proceso civil contra los magistrados
 y es que se vencía el plazo para la demanda y me fui a meditar sobre 
ello en un asiento del susodicho parque cuando en el muslo izquierdo me 
cayó una semilla de ficus que rebotó y siguió en el muslo "uno partido 
por un millón" que me dijo un profe de física.
La madre naturaleza a través del ficus cual oráculo de Delfos había 
hablado. Por cierto, muy cerca estaba la estatua del Conde de 
Floridablanca, un personaje de la alta política de su tiempo,
 abogado, estadista, secretario de Estado de Justicia con el rey, jefe 
de la fuerza militar que inició la resistencia contra Napoleón. Nunca 
hasta hoy había pensado en el influjo telúrico del famoso Conde ministro
 y abogado.
Cuando en la mañana del 23 de enero 2004 recibí la noticia de la 
histórica sentencia, llamé a mi amigo, el periodista Bonifacio de la 
Cuadra, redactor en tribunales de El País: "Boni, han condenado a los magistrados del TC a pagarme 500 euros cada uno"; me contestó tajante: "Imposible".
El mensaje de la condena del 23 de enero de 2004 descalificando la labor de tribunal de amparo del TC, que no se ha enmendado
El amparo es un recurso maltratado por el Tribunal Constitucional 
desde los tiempos en que Manual García Pelayo dejó de ser presidente. 
Las inadmisiones tienen un nivel inaceptable e inhumano.
No les gustan los derechos humanos a las sucesivas generaciones del 
TC y anteponen sus egos y conveniencias al servicio público. Pues esa 
condena civil que ellos mismos se quitaron años después hay que 
transformarla en la señal que mandó el Supremo: "Hay que quitarle la 
competencia del recurso de amparo al TC, que se dedique a los otros 
menesteres y crear una Sala de Derechos Fundamentales en el Tribunal 
Supremo a donde puedan acudir los menesterosos de tutela de derechos 
fundamentales".
 Sería una reforma muy popular del acceso a la justicia 
de amparo, es barata y rápida. Y muchos dirán: "Dios existe".
Es tiempo de quitarle al Tribunal Constitucional (TC) la competencia 
para el recurso de amparo que tan malamente gestiona, mediante una 
reforma exprés de la Constitución ejecutable con el consenso del PP y 
PSOE, y pasar el amparo a una nueva Sala del Tribunal Supremo o Sala de 
los Derechos Fundamentales. 
De esta manera, se reduciría el alto gasto 
del TC – por avaricia se ha roto el saco o muerto el perro se acabó la 
rabia–. Y castigando al abusón de las funciones públicas, retirándole la
 custodia del amparo por maltratador.
Este es el mensaje final que saco en limpio de aquella condena contra
 11 magistrados del Constitucional emitida hace dos décadas y que me 
pareció influjo de una justicia divina en la que pocos creemos.
 
(*) Abogado