Fernando López Miras se observa en el 
espejo y se ve presidente. Lo es, de modo que esto constituye una 
obviedad. Lo que no es tan obvio es que haya quienes no lo vean como él 
se ve, más allá de lo que reza en el BOE. El presidente lo sabe; es 
consciente de que hay mucha gente a la que le cuesta verlo en ese papel,
 y entonces sobreactúa. Cuando sobreactúa, que es siempre, no sólo se 
aleja de su papel, sino que lo parodia. Y entonces se cae a ojos de 
todos. Esto es lo que quizá no sabe. 
 La
 cosa es como en esas series de televisión en que a mitad del rodaje 
muere el actor que interpreta al personaje principal y hay que cambiar 
el argumento sobre el esquema previsto. Esto a veces se resuelve con la 
introducción de nuevos protagonistas y con derivación de la trama hacia 
otros recovecos, pero se han dado casos en que a los productores y a los
 guionistas les ha parecido que el actor era lo de menos y bastaba con 
contratar a otro que se aprendiera el guion del ausente. Nunca 
funcionará. ¿Quién va a creer que el actor que la Disney acaba de 
contratar para hacer el papel de Han Solo en una enésima entrega de La 
Guerra de las Galaxias puede hacer olvidar a Harrison Ford?
 
En
 el caso del PP murciano ocurre además que los actores originales de la 
serie están muy desacreditados. Valcárcel tenía un buen sastre y mejor 
peluquero, y levantaba la barbilla con mucha autoridad para dictar 
discursos con voz grave y potente vaivén de nuez, trufados de alguna 
ocurrencia popular,  fundamentada sobre todo en frases de taberna que 
desvelaban un escaso acopio de lecturas, limitadas por confesión propia a
 ese tipo de poetisas jumillanas que facturan poemas eróticos haciendo 
rimar amor con dolor, y esto entre chiste y chiste presuntamente pícaro.
 En la concepción secreta de Valcárcel, como buen escaqueador en sus 
tiempos de profesor de un colegio privado, Murcia era una Región de 
pillos en que él se propuso ser el pillo más espabilado de todos, y 
durante años dio el pego, hasta que el aluvión de sus mentiras, en las 
que él mismo creía por compulsión mitómana, derivó la ola hacia atrás, 
inundándolo, y tuvo que salir escopeteado.
 Puso
 en su lugar, apresuradamente y al modo de Puigdemont, a un títere, 
Alberto Garre, que se dejó manipular inicialmente (cargó con dos 
consejeros imputados e hizo la vista gorda el contrato teledirigido de 
la televisión autonómica, promovido por su comisario de Economía, 
Martínez Pujalte, el de los cafelitos a 5.000 euros, aunque se rebeló al 
intento de que Sacyr recuperara el aeropuerto de Corvera, como pretendía
 Valcárcel) en agradecimiento al honor concedido, hasta que las 
exigencias se extendieron al punto de que él pudiera ser cómplice de 
ciertos hechos que lo llevaran a los tribunales por complicidad, y hasta
 ahí podía llegar, siendo él un abogado muy estricto que hasta como 
político cita ahora continuamente el numeral y la fecha de las leyes. 
 El
 mayor mérito de Garre, curiosamente del que no quiere presumir, fue 
conseguir que la operación de dimisión instrumental del consejero 
Antonio Cerdá, su amigo, para intentar que prescribieran las posibles 
responsabilidades de Valcárcel en el caso Novo Carthago (el evidente 
Señor X en el auto del juez instructor, Abadía) se frustraran y la 
opinión pública acabara teniendo conocimiento de ciertos asuntos 
inconfesables de la famiglia. Fue su mayor mérito y también la causa de 
su defunción política en el PP.
 Vino
 en su sustitución Pedro Antonio Sánchez, un artista de la política que 
mejoraba en capacidades y percepción del mundo contemporáneo a 
Valcárcel, agotado éste para las jergas del siglo XXI y acuciado por el 
aprovechamiento de su copiosa jubilación en el generoso monopodio 
europeo, pero con un mochilazo de errores absurdos a sus espaldas, el de
 Puerto Lumbreras, consecuencia de un ansia política que lo había 
llevado a procurarse a cualquier precio el prestigio como gestor 
precisamente porque no confiaba en que fuera suficiente el padrinazgo de
 un Valcárcel esquivo que jugaba su propia partida. 
Una desconfianza 
fundada, la de Sánchez, pues en el último tramo de la sucesión, el que 
ya era eurodiputado maniobró ante Cospedal para evitar que su ´sucesor 
natural´ se hiciera con la dirección del partido, tras decidir que la 
alternativa que correspondía para sus intereses era la de la alcaldesa 
de Archena, Patricia Fernández. Demasiado tarde, y además quedó 
retratado, de modo que en el PP murciano, al menos desde su dirección, 
nadie lo apoyará para repetir otro mandato de cinco años en el 
eurochollo. 
Tal vez por eso anda invitando a Bruselas a ciertos pedáneos
 de Murcia, para recomponer influencias. 
 Pero
 Sánchez cayó por su propio peso inaugurando el ´modelo Murcia´ para 
otros casos, como el de Madrid (moción de censura del PSOE que 
Ciudadanos amenaza con apoyar, dimisión consecuente del presidente o 
presidenta popular afectado por algún virus, y prórroga hasta 2019 con 
algún valido improvisado por el PP), solo a tiempo de efectuar una 
maniobra final consistente en colocar a alguien de confianza. 
Aquí, 
López Miras. Un líder secreto, sumergido en la ´nueva generación´ largo 
tiempo taponada por los que chuparon de la teta hasta el final, que 
inauguró su mandado alabando a su promotor y anunciando su sometimiento a
 éste. De ahí, error sobre error, incluso cuando era evidente que 
actuaba por su propio criterio. 
 Me
 permití anunciar aquí desde el primer momento que López Miras tenía el 
problema de que, si estaba tutelado, malo, y si no estaba tutelado, 
peor. Pero había que darle la oportunidad. Y en el trayecto de un año 
como presidente se ha distinguido por intentar demostrar que lo es por 
el curioso método de contar en la tele chistes no sólo sin gracia sino 
trasnochados, sugerir que los problemas de la Región que hereda de su 
propio partido (ejemplo, el Mar Menor) no le competen por su tiempo de 
responsabilidad, como si él no hubiera militado toda su vida en el PP y 
representara su ejecutoria para bien y para mal, y por reformar su 
Gobierno inicial, más bien frankenstiniano, sin conseguir mejorarlo. 
En 
el trayecto, ha hecho añicos todo el vocabulario reformista y de 
regeneración al que suelen acudir los líderes pretenciosos sin que, más 
allá de las palabras, se perciba cambio sustancial en esos capítulos: 
estropeó su actitud decidida de cambio de modales cuando en el ´caso 
Roque´ pidió la dimisión del concejal de Murcia al dar audiencia a éste,
 después de su cese, nada menos que en la sede regional del Gobierno, 
como si el invitado fuera un embajador, y fue el más entusiasta defensor
 público, en el ámbito nacional, de Cristina Cifuentes cuanto todo el 
país tenía claro que la señora mentía más que hablaba. A esas horas su 
pronunciamiento en TVE rozó no solo el ridículo, sino cierta indecencia 
intelectual.
 
Da la casualidad de que el principal asesor del Gobierno
 de López Miras está imputado en uno de los casos que afectan a quien lo
 promovió para el cargo, Pedro Antonio Sánchez, Púnica sin ir más lejos.
 Aceptaríamos pulpo como animal de compañía si no fuera porque el 
presidente se permite declaraciones muy taxativas sobre su tolerancia 
ante la corrupción. 
Se puede entender esta protección, entre otras cosas
 porque David Conesa es un crack en cuestiones de estrategia política, 
de las que tan desprovisto está López Miras en su entorno por confiar 
temerariamente en su propia suficiencia y en un consejero de Presidencia
 tan garantista como soso, pero no puede transmitir a los demás que esa 
dependencia es normal. ¿Cómo es posible creer que ha trazado una nueva 
línea roja para la refundación de una actitud regeneradora? ¿Qué clase 
de broma es ésta?
 Tiene López 
Miras además el problema de que el conjunto de su política consiste en 
rematar de prisa y corriendo los entuertos que han ido arrastrando las 
Administraciones de Valcárcel: aeropuerto sin aviones, Ave por donde 
sea, agua para nadie e infraestructuras varias al ya te veré. Vender 
como un logro que al cabo de las mil alguna de estas cosas se acabe 
solucionando, aunque sea en el caso del aeropuerto con vuelos a 
Manchester United que ya son practicables desde San Javier, es un 
intento de vendernos cosas raras. 
 
La suerte del presidente es que la
 oposición está atontada, en general. El PSOE es una realidad invisible,
 incapaz de definirse ante los ciudadanos como una alternativa 
consistente. Ciudadanos se acredita por cuestiones externas a los 
asuntos regionales, y está a la espera de renovar a sus líderes o de 
darles el visto bueno. 
En cuanto a Podemos, se trata de un ente extraño,
 que podría convertirse en una opción con perspectiva si no fuera por 
sus demonios interiores, y en cuanto a Garre cada día proyecta más 
impresión de que fuera del monotema del agua no sabe qué decir a las 
generaciones de este tiempo. 
 A
 López Miras lo salva, de momento, la invisibilidad de la oposición. 
También él debería, por su propio interés, ser invisible. Para 
protegerse de su propia creencia, cuando se mira al espejo, de que es el
 presidente.
(*) Columnista
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2018/05/13/politica-desdibujada/921712.html