Allí
 estaban, frente a una rudimentaria mesa de madera y unos libros de 
asientos con apuntes de compras y ventas escritos con primorosa 
caligrafía, los primeros empleados de esa recién nacida cooperativa: Cristóbal del Aguila, Carlos Sánchez, Joaquín Miras, Manuel Cuadrado, bajo la presidencia de
 José García López y después de Francisco Núñez Ortega, Joaquín Bretones
 Góngora, Juan García Giménez, Juan Ventura Belmonte, Antonio Vargas 
Mejías y los que vinieron después ( Rodolfo Fernández, Julio Vargas, Francisco Belmonte José María Andújar y Miguel Vargas). 
Así
 se fue haciendo grande esa primitiva cooperativa de La Cañada, 
bautizada con el nombre del santo campesino, articulada en torno a 
familias labradoras como los Berenguel, los Ventura, los Bretones, los 
Miras, los del Águila, los Ramón, los Vargas, los Andújar, hasta 
convertirse ahora en uno de los santos y señas de la industria agrícola 
de Almería, después de 75 años de una historia humilde y laboriosa. 
Al principio fue el brillo de esa patata temprana de la Vega lo que hizo crecer a la cooperativa
 y la producción de ese tubérculo alcanzó tal magnitud que las 
necesidades de semilla llegarían a alcanzar a finales de los sesenta las
 trescientas toneladas que había que ir a buscar a Navarra, Galicia o 
incluso a Irlanda. 
En esa CASI iniciática, La Cañada estaba llena de Cortijos con establos y chineras
 donde se engordaban los marranos y se sembraba trigo, cebada y tomates 
con caña; tiempos de aparcerías como la del Cortijo del Fiscal, 
propiedad de Rafael Romera y Juan Vargas, que administraba Francisco Gómez Montes Frasco, con unas cien tahúllas de tierra de regadío y cinco hijos que alimentar.
A
 las mujeres de La Cañada, con sus pañuelos y rempujas, se les pagaban 
ocho pesetas de jornal por recoger la cosecha de hortalizas dulzonas que
 se criaban y se crían en esa tierra. La primera mujer socia de la CASI,
 en 1945, fue la viuda Josefa Belmonte Román, después Luisa Ventura,
 y la primera que accedió como miembro de la Junta Rectora fue Rosa 
Moreno. El rol de la mujer de CASI fue siempre la crianza de los hijos, 
la labor doméstica y la administración de la casa y buena parte del 
éxito de la cooperativa se debe a ellas. 
El kilómetro cero de ese movimiento cooperativo fue la Vega y la zona baja de Los Llanos de El Alquián. Ese
 fue el venero de donde fueron saliendo los futuros socios de la CASI, 
extendiendo los cultivos al tomate, al pimiento y otras hortalizas. 
Labraban entonces con yuntas de vacas almanzoreñas, de cuello recio, y 
desplazaban el género en carros de mulas, hasta bien entrados los años 
50, hasta la alhóndiga de la capital. Después llegaron los  isocarros y los motocarros a los caminos de la vega y la modernidad de la furgoneta.
Las
 primeras juntas generales de socios se celebraban en el salón de actos 
de la Hermandad de Labradores, en la Avenida del Generalísimo, 143  de 
Almería. En los 70, todavía con cultivos al aire libre, fueron llegando agricultores de Albuñol y de La Rapita,
 que se fueron instalando en Los Llanos  y los socios de la cooperativa 
empezaron con el enarenado y se construyó la primera nave de 1.200 
metros en lo era el Chalet de Los Partidores que era de la familia Granados (donde
 desde tiempo inmemorial se partían las tandas de agua), junto a la 
tradicional Venta del Bacalao, el figón donde muchos compradores, 
renteros y muleros hacían parada y fonda.
Los socios de la cooperativa aún no disponían de una sala de ventas y medraron en esos años ya lejanos las corridas de Sáez y Miras, en La Curva y la de Agua Nueva, en un almacén de Manuel Trujillo. 
Al
 principio, los alhondiguistas fueron reacios a abandonar el puesto del 
Mercado, pero con el tiempo se dieron cuenta de el futuro estaba en las 
corridas de  la Vega, en esas subastas en origen a la baja que son una 
seña de identidad de la CASI, como se dieron cuenta de que el tomate 
tendría que terminar sustituyendo a la patata. Los nuevos almacenes de 
Los Partidores, fueron inaugurados en 1969 bajo la bendición del 
vicario, don Andrés Pérez Molina, y del párroco de La Cañada, don Luis Serrano Alcaina. 
Era
 el presidente de la cooperativa entonces Juan García Giménez y 
asistieron más de doscientos agricultores de la vega de Almería. Los 
socios podían ya disponer de una nave con sala de confección para 
envasado de hortalizas, otra para envases con explanada de almacén y 
fertilizantes y un muelle de 2.000 metros para estacionamiento de camiones. La incorporación del invernadero y del riego por goteo supuso un avance sustancial en el control del agua.  
En
 el ámbito de influencia de CASI, los primeros invernaderos datan de 
finales de los años 60 y primeros 70. Hasta tal punto fue así, que se 
cuenta como anécdota el hecho de que uno de los primeros invernaderos de los que se tiene noticia en la zona, fue el acondicionado por Antonio Quirantes,que fue gerente de la CASI, en el cortijo de Los Parrales, precisamente aprovechando la estructura de un parral en desuso.
Los primeros asesores de los vegueros fueron Juan El Melicena y Manuel Romera procedentes de La Rápita y de Adra, a los que se recurría para enarenar los bancales. Antonio Berenguel, del Cortijo Puerto Rico, fue uno de los que primero enarenó un bancal acarreando arena desde la playa con mulos.
La
 tercera incorporación técnica que caracteriza a la agricultura 
intensiva almeriense y la zona de influencia de CASI en la Vega, fue el 
sistema de riego gota a gota, heredero del riego por tandas que 
practicaban sociedades como Nuevos Riegos San Indalecio o la Sociedad de Regantes La Buena Unión. 
La primera se constituyó a instancias de don Indalecio Córdoba Escámez
 con el objetivo de poner en regadío 5.000 fanegas de tierra  a ambos 
lados de la Carretera de Granada, desde Benahadux hasta Almería. La segunda surge a finales del XIX impulsada por Francisco Morales Cortés y Francisco Moreno Salinas para construir un cauce desde Viator hasta la Balsa de los Pastores.
CASI
 es hoy una potencia agroalimentaria, la primera empresa de tomate de 
Europa, con casi 2.000 socios y millones de kilos de producción que se 
venden en todos los mercados europeos, como heredera de aquellas cooperativas naranjeras y uveras de finales del XIX y principios del  XX, con los nietos y bisnietos de los fundadores ya al mando del negocio. 
En el paisaje ya no aparecen setillos como cortavientos, ni se ve al tío Juan Ramón arando con bueyes en La Cruz de Martos, ni a la familia de Bernardo Miras de paseo dominical por la Huerta Araceli, ni a Rosendo Benavides jugando con su hijo sobre una montaña de tomates Marmande,
 ni se ve a don Juan Fuentes  enseñando aritmética en la escuela, pero 
aunque ya no se vea, todo eso latirá para siempre en la historia de esa 
cooperativa de la Vega de Almería, que cumple estos días siete décadas y
 media de imborrables vivencias compartidas.