López Miras dispone de dos años para 
hacerse presidente. De ahí su lema, ´No hay tiempo que perder´. Aunque 
los cambios y la reformulación de departamentos, sus primeras 
decisiones, estén produciendo un arranque lento. Pero ya parece tener un
 croquis. Y para elaborarlo no se ha privado de una cualidad que dicen 
propia de la juventud: el optimismo. Tenemos un presidente optimista, 
probablemente en exceso, lo que conlleva el riesgo de ser considerado 
ingenuo. Sobre todo porque alrededor de las ´soluciones PP´ relacionadas
 con su ´gran política´, las infraestructuras, lo que se ha generalizado
 es el escepticismo. 
Un escepticismo que suele ser convertido en parodia
 cuando desde el Gobierno se hacen anuncios sobre prontas conclusiones, 
con fecha o sin fecha, de asuntos como el Ave, el aeropuerto y otros 
etcéteras. López Miras cree que va a inaugurar la mayoría de los grandes
 proyectos estancados, soluciones que se han convertido en inmensos 
problemas. Es obvio que alguna vez tiene que ser, y el presidente tal 
vez concibe que puede convertir en éxito el escape de los callejones sin
 salida en que el propio Gobierno del PP se ha ido metiendo. Cuando se 
corten las cintas, quizá el personal olvide lo pasado y aplauda al mago 
que, como Houdini, es capaz de liberarse de las propias ataduras con que
 él mismo se ha inmovilizado.
El croquis de López Miras tiene dos 
columnas. Una, muy nutrida de epígrafes, en que constan todos esos 
grandes proyectos ingeniados en el periodo expansivo del valcarcelismo 
que quedaron estancados. Y están subrayados con rotulador fosforito 
verde. El grueso de esas cuestiones será resuelto en la antesala de 
2019, según la previsión de San Esteban, lo que en el imaginario 
estratégico de López Miras actuará en positivo frente a todo lo que ha 
venido lastrando al PP a lo largo de la actual legislatura y lo dejará 
en una buena plaza de salida para las próximas elecciones. Esa es la 
visión radicalmente optimista a la que aludo.
Pero en paralelo a 
la columna en verde hay otro apunte, un único apunte marcado en rojo. Y 
reza: agua. La Administración López Miras ha detectado que esta cuestión
 es mucho más complicada de resolver de manera consistente y que expone 
al PP mucho más que cualquiera de los otros problemas pendientes, pues a
 ese partido ha correspondido durante los más de veinte años de poder en
 la Región el discurso hegemónico del agua, con el resultado de un 
progresivo retroceso que la situación actual de sequía expresa en todo 
su dramatismo. El fracaso de la política del agua tras haber sido la 
bandera de los triunfos electorales del PP es especialmente dañino, por 
mucho que los sectores afectados confíen todavía menos en las 
alternativas de la oposición, lo cual es un flaco consuelo.
Por 
este motivo, López Miras ha empezado con un discurso viejo, el del agua.
 Y es que todos los otros asuntos, los señalados en verde, pertenecen a 
una política de futuro que no afecta en el presente a las personas. Las 
infraestructuras ayudan al desarrollo de la Región, pero es una carencia
 menos imperiosa que la del agua, que proyecta efectos inmediatos y 
tangibles. De ahí la prioridad que la flamante política de López Miras 
ha querido dar a este epígrafe. Es un problema que afecta ya, aquí y 
ahora, a sectores estratégicos muy movilizados, y a miles de personas 
que cifran su esperanza en la acción del Gobierno. Una cuestión que no 
se puede obviar ni aplazar.
El tajo del agua.
¿Y
 qué se ha encontrado el nuevo presidente tras sus primeras iniciativas?
 Primera constatación: el Gobierno de España cree que Murcia no tiene 
problemas con el agua, o no menos acuciantes que los de otras regiones, 
como Castilla y León. En el ministerio opinan que el Gobierno central ha
 cumplido sobradamente con Murcia, y no entienden la presión que les 
llega. Por increíble que parezca, veinte años después de que el PP 
copara el poder en la Región, la pedagogía sobre el problema ha dado 
resultado cero. 
De ahí que en el ministerio se mire con extrañeza la 
presión del que es objeto desde el estreno del nuevo presidente 
murciano. A la ministra sólo le queda expresar que López Miras delira. 
Antes de la reciente entrevista se produjo una larga conversación 
telefónica, de más de una hora, entre el presidente y Tejerina en la que
 al parecer la ministra mostró su perplejidad por lo que el murciano le 
contaba y por la ´incomprensión´ de éste ante los ´esfuerzos´ llevados a
 cabo por el Gobierno central.
En la entrevista cara a cara, 
López Miras se mostró reivindicativo y tenaz ante una ministra más o 
menos indiferente, que permitió que el presidente se acompañara de los 
más señalados representantes de los sectores económicos y sociales 
relacionados con el agua. A pesar de que el resultado de la reunión tuvo
 algún efecto (la apertura de los pozos de sequía y el recurso a los 
´bancos de agua´ estaban cantados antes de la reunión, pues de otro modo
 ésta no se habría producido; los ministros sólo acceden a estas 
entrevistas cuando tienen algo que ofrecer, aunque no sea todo lo que se
 les pide); 
a pesar de esto, digo, el presidente no desaprovechó la 
ocasión para exhibirse implacable ante los portavoces murcianos del 
problema agua, testigos en la cumbre. Por muy frustrados que regresaran 
éstos de Madrid, debió quedarles claro que López Miras no se achanta en 
esta cuestión. De modo que de nuevo el agua va a servir para fortalecer 
la posición de un presidente, con independencia de los resultados de 
gestión. Los regantes exigen una voz firme en esta cuestión, y han sido 
testigos de que López Miras ha hablado de tú a tú a la ministra. Y es 
que no tiene otra posibilidad. Tal vez en otras áreas se muestre más 
concesivo, pero en el agua se ha de poner impertinente, porque es un 
auténtico test para él y para su partido. Y le da, además, la 
oportunidad política de crecer, de ofrecer la imagen de que ´viene ya 
hecho´ como presidente.
Apeló López Miras ante Tejerina a la 
recuperación de la política trasvasista, algo que para el Gobierno 
central es una utopía, y habla en cada una de sus intervenciones de 
aquel primer discurso del PP (antes, del PSOE) previo al trasvase del 
Ebro sobre la interconexión sucesiva de cuencas, los multitrasvases, en 
los que se menciona la casi totalidad de los grandes ríos de España, 
menos el Miño. Volvemos a estar como al principio de todo, más o menos 
como en el cuento de la lechera tras haber derogado en la práctica el 
trasvase del Tajo, en la etapa de Valcárcel, con la sumisión al famoso 
Memorándum. Volver a empezar.
El nuevo presidente, de quien ya 
hemos dicho que se caracteriza por el optimismo, proclama una y otra vez
 que busca una ´solución definitiva´ para la cuestión agua. De momento, 
está a la búsqueda de la ´solución coyuntural´ para este preciso momento
 de sequía, pero no deja de emplear aquella expresión: solución 
definitiva. Demasiada ambición en un presidente por accidente con 
relación a un mantra que procede de los tiempos de la República y en un 
contexto político nacional en que las grandes cuestiones estructurales 
del país no están en la agenda política del Gobierno de la nación, al 
que la basta con sobrevivir con el manejo de los asuntos corrientes. El 
riesgo de poner de entrada sobre la mesa el ´programa máximo´ es acabar 
en la melancolía.
Dispone López Miras, no obstante, de una ventaja 
sobre sus antecesores. Quizá tiene interiorizado de antemano que su 
tiempo político en su actual cargo se limita a dos años y ni un minuto 
más. Esto significa que podría emplearse a fondo en ciertas 
reivindicaciones sin miedo a ser relevado, puesto que ya cuenta con 
ello. Si resultara un presidente ´molesto´ para algunos ministros, 
especialmente el de Agricultura y Agua, el PP tal vez podría recuperar 
su identidad perdida y ganar alguna credibilidad con independencia de 
que la insolencia ante Madrid no se traduzca, como hasta ahora ha venido
 siendo la actitud contraria, la sumisión, en resultados de gestión, y 
menos en esa ´solución definitiva´ histórica a la que el joven López 
Miras asegura aspirar en el breve plazo de dos años.
El nuevo 
presidente, a quien le deben de estallar los oídos de referencias a su 
papel de subdelegado, quizá podría concebir una operación de desmentido 
para esa etiqueta y lanzarse a territorios reivindicativos limitados a 
sus antecesores por la prudencia o la necesidad, en el caso de 
Valcárcel, para no encontrar reparos en la estructura central del PP a 
su futuro político europeo. López Miras no tiene mucho que perder, pues 
la presidencia le ha tocado para dos años lirondos. Y a ver qué pasa 
después.
(*) Columnista