
 
La
 devastadora austeridad impuesta por Berlín a toda la zona euro y en 
particular a sus socios del Sur (Grecia, Portugal, España, Italia y 
Chipre) está provocando en estos países una subida de la germanofobia. 
En sus recientes visitas a Madrid, Atenas y Lisboa, la canciller alemana
 Angela Merkel ha sido recibida por manifestaciones muy hostiles. Miles 
de víctimas de las políticas ‘austericidas’ denunciaron en calles y 
plazas la coacción del “IV Reich” y acogieron a la dirigente alemana con banderas nazis y uniformes de las SS o de la Wehrmacht...
En
 Francia también –cuando se acaban de celebrar por todo lo alto los 
cincuenta años del Tratado de amistad franco-alemán, piedra angular de 
la política europea de París– los amigos del presidente François 
Hollande ya no dudan en reclamar un “enfrentamiento democrático” con 
Alemania y acusan al vecino germano de “intransigencia egoísta”. El 
propio secretario general del Partido Socialista (PS), Harlem Désir, 
alienta a sus militantes a “colocarse a la cabeza de la confrontación” 
con Angela Merkel, “la canciller de la austeridad”. Y es que, hasta 
ahora, se había vivido en la idea de que el carro de la Unión Europea 
(UE) lo tiraba una yunta de dos Estados, Francia y Alemania, y que tanto
 montaba, y montaba tanto, París como Berlín. Pero eso –silenciosamente,
 sin bombo ni platillo–, se ha terminado desde que la crisis, a partir 
de 2010, golpea violentamente a la mayoría de los países europeos 
mientras Alemania se afianza como la economía más poderosa de Europa. 
Francia, que perdió en 2012 su triple A, se descolgó del pelotón de 
cabeza, y ve ahora cómo su vecino germano se aleja cada vez más, 
económicamente, de ella...
Hasta en el Reino Unido –que no 
pertenece a la zona euro–, la clase política se alza igualmente para 
protestar contra la nueva “hegemonía germana” y denunciar las 
consecuencias de ello: una “Europa dominada por Berlín, o sea 
precisamente lo que el proyecto europeo debía, en principio, impedir”. 
En efecto, la UE fue concebida con la idea de que ningún Estado ni 
podía, ni debía ser hegemónico. Pero Alemania, después del trauma de la 
reunificación –que sobrellevó gracias a la solidaridad de todos los 
europeos– se ha convertido en la gran potencia dominante del Viejo 
Continente. Es el país rico, sin crisis, que todos envidian y detestan a
 la vez.
Muchos analistas constatan que la crisis, 
paradójicamente, es lo que ha permitido a Berlín “conquistar Europa” y 
alcanzar una posición de dominación que no tenía desde 1941... Lo que le
 hace decir, con ironía, al semanario Der Spiegel: “Alemania ganó la Segunda Guerra Mundial la semana pasada...” (1).
El
 hecho es que Alemania lidera en solitario la Unión Europea. Basándose 
en lo que considera su “éxito económico”, Berlín no duda en imponerle a 
todos sus socios su detestable receta nacional: la austeridad. En 
particular a los de la orilla mediterránea, cuyos habitantes son 
considerados por muchos políticos y por los medios de comunicación 
alemanes como unos “perezosos”, unos “indolentes”, unos “tramposos” y 
unos “corruptos”. En cierto modo, esos alemanes están convencidos de que
 la crisis opone un Norte mayoritariamente protestante, trabajador, 
hacendoso, austero y ahorrador, a un Sur católico u ortodoxo, gandul, 
jaranero, vividor y rumboso. ¿No declaró acaso, la propia Angela Merkel,
 ante los militantes de su partido, la CDU, en mayo de 2011, que “en 
países como Grecia, España y Portugal, la gente no tendría que jubilarse
 tan pronto, en todo caso no antes que en Alemania (2), y los 
asalariados tendrían también que trabajar un poco más, porque no es 
normal que algunos se tomen largas vacaciones cuando otros apenas 
tenemos asueto. Esto, a la larga, aunque se disponga de una moneda 
común, no puede funcionar” (3)?
Otra prueba de esa convicción 
germana de que mientras el alemán trabaja los ribereños del Mediterráneo
 viven a la bartola (4), la constituye la provocadora declaración, en 
Salónica, del ministro adjunto alemán de Empleo, Hans-Joachim Fuchtel, 
enviado a Grecia por Merkel para ayudar a reestructurar los municipios 
griegos: “Los estudios demuestran –afirmó Fuchtel– que aquí se precisan 
tres griegos para hacer el trabajo que haría un solo alemán”. Y 
partiendo de semejante conclusión, el ministro recomendó el despido de 
miles de funcionarios locales... Los cuales, al día siguiente, se 
amotinaron y casi ajustician al cónsul alemán, Wolfgang 
Hoelscher-Obermaier, al grito de “¡Linchemos a los nazis!” (5)...
Más
 allá de los viejos clichés –“perezosos” contra “nazis”–, lo que está en
 juego es la salida de la crisis. Porque, a escala planetaria, las demás
 grandes economías, Estados Unidos y Japón, han vuelto al crecimiento 
mientras la UE sigue sumida en la recesión. De ahí que se cuestione más 
que nunca la “solución única” alemana, basada en la austeridad. Berlín 
sólo cree en la reducción de los déficits presupuestarios, en la 
disminución de la deuda soberana y, sobre todo, en la reforma laboral 
(6). Esta “reforma” ha convertido Alemania en un verdadero “infierno 
social” para millones de asalariados que trabajan por menos de 5 euros 
la hora en un país que no posee salario mínimo (7). Uno de cada tres 
empleos es precario. Y el número de “minijobs”, a menos de 400 
euros al mes, se ha disparado. La población alemana es la que más sufre 
con este “modelo”; en Berlín, uno de cada tres niños vive bajo el umbral
 de pobreza...
Pero es que, además, está demostrado que la 
austeridad no funciona y es destructora. Cada mes que pasa, Europa, con 
ese remedio, se hunde más en la recesión. Los ajustes y los recortes 
sucesivos matan el crecimiento y tampoco permiten el desendeudamiento de
 los países. Ya no son sólo los Estados del Sur y sus poblaciones 
quienes protestan contra las políticas de ajuste, a ellos se suman 
ahora, entre otros, los Países Bajos, Suecia, los socialdemócratas 
alemanes y la propia Comisión Europea que considera que “la austeridad 
ha alcanzado sus límites”. Sobre todo cuando las tesis “científicas” de 
los profesores Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, en las que se basaban 
las políticas de austeridad, se han revelado falsas; no se apoyaban en 
ninguna racionalidad económica (8).
Es hora, por consiguiente, de ir pensando en otras soluciones. Berlín y el “merkiavelismo”
 (9) pretenden que no las hay. Pero es fácil demostrar lo contrario. Por
 ejemplo, se le podría dar mucho más tiempo –como ya se está empezando a
 hacer– a los países europeos para alcanzar el célebre 3% de déficit 
presupuestario; y también cuestionar esta absurda “regla de oro”... 
Habría
 que reducir el valor del euro, moneda demasiado fuerte para la mayoría 
de los países de la eurozona, y estimular de ese modo las exportaciones.
 Japón, segunda economía del mundo, lo ha hecho bajo la dirección de su 
nuevo Primer ministro conservador, Shinzo Abe, inundando la economía de 
liquidez (todo lo contrario de la austeridad) (10), reduciendo en seis 
meses el valor del yen un 22%, mientras la tasa de crecimiento daba un 
espectacular salto adelante situándose en un 3,5% anual...
Otra 
perspectiva: los 120.000 millones de euros previstos en el Pacto Fiscal 
que se firmó el año pasado para el “estímulo del crecimiento”... ¿Qué 
espera la UE para decidirse a gastarlos? ¿Y los 5.000 millones de euros 
disponibles de los “Fondos Estructurales Europeos”? ¿Por qué no se 
utilizan? Con sumas tan colosales, ya presupuestadas, se podrían 
realizar grandes obras de infraestructura y dar trabajo a millones de 
desempleados... O sea un verdadero New Deal europeo, o como dice Peer 
Steinbrück, el candidato socialdemócrata rival de Angela Merkel en las 
elecciones legislativas alemanas del próximo 22 de septiembre: 
“Necesitamos un auténtico Plan de desarrollo y de inversiones europeo 
para estimular un crecimiento sostenible. Porque lo que está en juego no
 es la estabilidad del euro, sino la estabilidad de todo nuestro sistema
 social y político. La injusticia social amenaza la democracia” (11).
Otra
 alternativa a la austeridad consistiría en imitar lo que hizo Berlín 
después de la reunificación en 1993 en beneficio de los Länder del Este,
 creando un pequeño impuesto indoloro del 1%. A escala europea supondría
 un fondo de unos 200.000 millones de euros al año que no les vendría 
mal a los países en dificultad...
Otra medida sería que la 
canciller Merkel se decidiese a subir los salarios en Alemania, con lo 
cual relanzaría el consumo interno, estimularía su propia economía (que 
con un crecimiento de apenas el 0,1% en el primer trimestre de 2013 
ronda la recesión), aumentaría las importaciones procedentes de los 
demás países europeos y pondría así en marcha el motor del crecimiento 
en toda la Unión.
Y ni siquiera abordamos aquí otras soluciones 
como sería sencillamente el abandono del euro y el retorno al Sistema 
monetario europeo, propuesto recientemente por Oskar Lafontaine, ex 
ministro de Finanzas alemán y fundador de Die Linke. Como vemos, las 
soluciones no “austeritarias” existen ¿a qué esperan los gobiernos para 
adoptarlas?
      
(1) Georg Diez, “Wir Technokraten mit Goethe unterm Arm”, Der Spiegel, Hamburgo, 11 de noviembre de 2011. http://www.spiegel.de/kultur/gesellschaft/s-p-o-n-der-kritiker-wir-technokraten-mit-goethe-unterm-arm-a-797175.html
(2)
 Esta afirmación es errónea, según la propia prensa alemana, que cita 
las estadísticas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo 
Económicos (OCDE), la edad media de jubilación efectiva en Grecia 
(61,9), España (61,8) y Portugal (67) es semejante, o incluso superior, a
 la de Alemania (61,8). (Sven Böll y David Böcking, “Merkel's Clichés 
Debunked by Statistics”, Der Spiegel, Hamburgo, 19 de mayo de 2011.
(3) Ibidem. http://www.spiegel.de/international/europe/the-myth-of-a-lazy-southern-europe-merkel-s-cliches-debunked-by-statistics-a-763618.html
(4)
 Según un sondeo, el 40% de los alemanes tacha a los españoles de 
“ociosos o poco trabajadores”. En el mismo sentido, los italianos 
reciben calificaciones semejantes a las de los españoles, mientras los 
griegos aún son peor calificados. ABC, Madrid, 24 de abril de 2013.
(5) AFP, 15 de noviembre de 2012.
(6)
 Esta reforma del mercado del trabajo, es lo que se conoce generalmente 
como “reforma Schröder”, por el nombre del canciller socialdemócrata 
Gerhard Schöder que las adoptó – “Agenda 2010”– en 2003-2005. Consiste 
esencialmente en abaratar los costes del trabajo, facilitar el despido, 
reducir las indemnizaciones para “flexibilizar” el mercado de trabajo en
 el sector de los servicios y dar mayor “competitividad” a la economía. O
 sea un desmantelamiento de los derechos laborales.
(7) En el campo, millones de rumanos y búlgaros son empleados a 3 ó 4 euros la hora...
(8) El País, Madrid, 26 de abril de 2013.
(9) Concepto propuesto por el sociólogo alemán Ulrich Beck. Léase Le Nouvel Observateur, París, 16 de mayo de 2013.
(10) A pesar de que la deuda de Japón representa el 245% de su PIB...
(11) Le Monde, París, 17 de mayo de 2013.