ALICANTE.- Guiños y gestos simbólicos hacia las tierras alicantinas en los 
primeros pasos del Botànic II. Con el control de la Diputación 
provincial y del Ayuntamiento de Alicante, la derecha desdibuja la 
hegemonía progresista en el País Valenciano. La particularidad 
alicantina, históricamente vehiculada como cantonalismo, resucita una 
vez más y evidencia la desvertebración del territorio, según constata el periódico digital Público.
Tras el intenso calendario electoral en el País Valenciano, Alicante 
ha pasado a convertirse repentinamente en el centro de todos los
 halagos políticos. Los guiños por parte de las fuerzas del
 Botànic II no
 han dejado de intensificarse. Al elevado número de consellers 
procedentes de la demarcación (cinco de doce), se suma la estratégica 
firma del acuerdo de
 gobierno autonómico en el emblemático Castell de Santa Bárbara de la 
ciudad de Alicante –una operación con alto simbolismo político– y el 
nada desdeñable compromiso de establecer en la misma la sede de la 
Conselleria de Innovación,
 Universidades, Ciencia y Sociedad Digital, que comandará la ilicitana 
Carolina Pascual Villalobos, referente en la defensa de la 
visibilización de la mujer en al ámbito tecnológico.
No es para menos. Mimar Alicante ha pasado a ser uno de los objetivos primordiales de la Generalitat, ya no solo por la atávica percepción de desconexión
 respecto al País Valenciano que históricamente han referido los 
alicantinos, sino también por la dificultad creciente de las fuerzas del
 Botànic de consolidar sus marcas en tierras meridionales. El 
mapa electoral que surge tras los comicios estatales, autonómicos, 
municipales y europeos, en términos globales, dibuja un escenario 
provincial en que el Partido Popular recupera posiciones mientras la 
izquierda pierde plazas importantes y referencialidad. Un comportamiento
 electoral, el de la demarcación de Alicante, que se singulariza en 
cierto modo respecto a la realidad en otras latitudes del territorio 
valenciano.
Los guiños por parte de las fuerzas del Botànic II no han dejado de intensificarse
De las tres capitales de provincia, Alicante es la única que contará con un alcalde popular,
 Luis Barcala, que suma a sus nueve escaños el apoyo de los cinco de 
Ciudadanos en el consistorio, después de que estos últimos desoyeran la 
propuesta del PSPV para gobernar la ciudad y la Diputación. El dirigente
 popular, de hecho, ya ostentaba la vara de mando del Ayuntamiento, con 
la que se hizo en 2018 tras la dimisión del socialista Gabriel Echávarri
 por su imputación judicial en presuntos delitos administrativos, lo que
 significó el fin del gobierno tripartito del PSPV, Guanyar Alacant y 
Compromís, que en 2015 sí fueron capaces de sumar. El cambio, por 
cierto, fue posible gracias a la oposición de la tránsfuga de Guanyar, 
Nerea Belmonte, que impidió la mayoría necesaria para revalidar el 
gobierno progresista municipal.
El hecho de que el Partido Popular gane, cuatro años después, 
aglomeraciones urbanas como Alicante o Torrevieja, a las que hay que 
añadir las ya conquistadas Benidorm o Orihuela (cabe precisar, con todo,
 que ciudades como Elx o Crevillent se erigen en excepciones de gobierno
 popular), ha ayudado a incrementar su poder territorial en la demarcación,
 unido todo ello a la sangría de votos experimentada por formaciones 
como Compromís o Podem-EUPV. No en vano, será el popular Carlos Mazón, 
número dos en la lista al Ayuntamiento de Alicante y de la órbita de 
Barcala, quien presidirá la tan ansiada Diputación provincial, gracias 
de nuevo a un acuerdo con Ciudadanos. La corporación provincial se 
convierte de facto en contrapeso institucional a las políticas del Botànic.
La derecha vuelve a asomar por el sur
Suele decirse en el ámbito del análisis político, con bastante 
acierto en ocasiones, que la historia tiende a repetirse. Es lo que 
podría proclamarse a día de hoy a propósito de la existencia de una 
especie de
 cantón alicantino que cuestiona las dinámicas e 
inercias autonómicas, amenazando la actual mayoría de izquierdas en el 
País Valenciano. Es imposible no trazar un cierto 
paralelismo con el momento histórico de 1991, cuando el entonces desconocido 
Eduardo Zaplana fue
 investido alcalde de Benidorm gracias al voto de una tránsfuga del PSPV
 en esta localidad de la Marina Baixa. Desde entonces, el de Cartagena 
se lanzó a la conquista de una autonomía eminentemente socialista desde 
los años ochenta, consiguiendo en 1995 ganar las elecciones autonómicas 
por mayoría simple y desbancando a Joan Lerma de la Presidencia de la 
Generalitat al firmar el 
pacte del pollastre con la Unió Valenciana de Vicent González Lizondo.
Casi veinte años después de aquella hazaña, habiendo vivido 
constantes enfrentamientos internos entre campsistas y zaplanistas y con
 el expresident investigado por el caso Erial, vuelven a surgir voces 
desde el sur del país clamando por la "reconquista" de la Generalitat. 
Para empezar, el bastión popular en Alicante pone en evidencia la figura de Isabel Bonig,
 actual líder del partido a nivel autonómico. Los pésimos resultados 
electorales del pasado 28 de abril, que han hecho perder al Partit 
Popular de la Comunitat Valenciana (PPCV) la condición de primer partido
 en votos y escaños, vuelve a situar las espadas en alto en la 
estructura orgánica de la formación.
A pesar de que Bonig cuenta con una alicantina como mano derecha, la 
oriolana Eva Ortiz, lo cierto es que los cuadros del PP alicantino, 
ajenos a la dirección del partido a nivel autonómico, ha quedado 
revestida de una renovada legitimidad dentro del partido. La tradicional
 batalla entre campsistas y zaplanistas vuelve a reavivarse más aún con 
la reciente dimisión de José Císcar como secretario del partido 
en la provincia de Alicante, que deja a Bonig sin un destacado aliado en
 el sur y a merced de posibles tentativas golpistas del sector 
zaplanista.
La fortaleza popular en Alicante, de hecho, tal como el periodista Francesc Arabí pone de manifiesto en su obra 
Ciudadano Zaplana, se nutre esencialmente de elementos provenientes del 
zaplanismo irredento que,
 en esta ocasión, ha contado con el inestimable apoyo de Ciudadanos a la
 hora de configurar gobiernos. La formación naranja, siguiendo a Arabí, 
aloja en su seno destacados miembros del zaplanismo que vieron truncada 
su carrera política con el ascenso de Camps y que, debido a ello, no 
dudaron en
 pasar a engrosar  las filas del partido de Albert Rivera.
 Es el caso, entre otros, de Emilio Argüeso, actual diputado en Corts 
Valencianes por Ciudadanos que formó parte en su día de la ejecutiva 
local del Partido Popular en Elx, o de Fernando Mut, antiguo presidente 
de la formación popular en Gandía, también al frente de Societat Civil 
Valenciana. 
La línea Biar-Busot y el País Alicantino
Independientemente de las disputas intrapartidistas, parece razonable
 preguntarse por las causas históricas de la particularidad alicantina 
en el contexto del País Valenciano. Se habla a menudo de una frontera sociológica entre lo propiamente alicantino y lo valenciano,
 representada por la línea Biar-Busot. Fue éste precisamente el límite 
territorial y jurídico del primer Reino de Valencia, una empresa de 
reconquista cristiana catalano-aragonesa liderada militarmente por Jaume
 I de Aragón, que acabó de consumarse hacia el 1238. Posteriormente, a 
partir de 1243 y de la mano de Jaume II el Just, el primigenio reino 
consiguió extenderse hacia el sur a costa de Castilla, que por aquel 
entonces controlaba el Reino de Murcia. Las disputas territoriales entre
 Aragón y Castilla desembocaron en la firma del Tractat d’Almizra en 
1244, que estipuló que las tierras al sur de la línea Biar-Busot 
quedaban reservadas a Castilla; no obstante, las sentencias arbitrales 
de Torrelles (1304) y de Elx (1305) acabaron de decidir la suerte de los
 territorios más septentrionales de Murcia en favor del Reino de 
Valencia.
La división provincial de España acometida por Javier de 
Burgos en 1833, tal como sucedió en otros puntos de la península, 
inspiró la identidad alicantina, que se vio además reforzada con la 
creación de la Diputación Provincial de Alicante. Este hecho histórico 
cobra enorme trascendencia, pues explica el surgimiento de un 
cantonalismo alicantino activo especialmente durante los años de la 
Transición. En efecto, será en el contexto de la formación del Estado de
 las Autonomías, en pleno debate sobre el modelo territorial del estado,
 donde el alicantinismo, que hasta entonces puede considerarse un mero 
valor identitario, se reencarna en opción política. Aunque la provincia 
de Alicante fue incorporada desde el primer momento al proyecto 
autonómico valenciano, no faltaron voces de algunos intelectuales, como 
la del ya fallecido filósofo Vicente Ramos, que defendieron la creación 
de una comunidad del Sureste español integrada por Alicante, Albacete, Murcia y Almería. La idea del surestismo,
 cabe precisar, estuvo atravesada por intereses anticatalanistas y 
antivalencianistas, si bien no consiguió su propósito de dejar Alicante 
al margen del territorio valenciano.
A partir de los años ochenta, con la autonomía valenciana reconocida 
en su Estatut de 1982, el alicantinismo asume múltiples formas de 
reivindicación política: desde propuestas en favor de la creación de una
 comunidad uniprovincial al margen de la valenciana hasta la creación de
 un cantón independiente en el marco de la Comunitat Valenciana. 
Diversas formaciones políticas, como ahora Els Verds del País Alacantí o
 Unitat Alacantina, defendieron el regionalismo alicantino, en muchas 
ocasiones vehiculado como un particularismo antivalenciano. Es 
remarcable el caso del Partit Cantonalista del País Alacantí (ALICANTON)
 que, aunque minoritario, consiguió más de cuatro mil votos en las 
elecciones a Corts Valencianes en 1991, y que popularizó entre sus 
seguidores la célebre consigna “Puta València, Alacant independència”. 
Con muchos de estos micropartidos desaparecidos del mapa electoral, el 
alicantinismo a día de hoy se limita a ser una tímida propuesta incardinada en los programas políticos de las grandes formaciones.
¿Valencianocentrismo y falta de inversiones?
A pesar de lo exótico de las propuestas alicantinistas, lo cierto es 
que existe un consenso generalizado en entender el cantonalismo 
meridional como una respuesta en términos regionalistas y economicistas 
al centralismo que irradia de la ciudad de València, proveniente en todo
 caso de las élites de la ciudad de Alicante (y no de la provincia). Así
 lo ratifica Aquil-les Rubio, miembro del Casal Tio Cuc de Alicante, que
 en absoluto cree que ese particularismo lo marque la línea Biar-Busot 
sino, en todo caso, la capitalidad de Alicante: “Se trata de una desafección urbana hacia la vertebración del País Valenciano
 y se enmarca, por una parte, en una rivalidad con València y, por otra,
 en su vinculación histórica en términos económicos con Madrid. Esa 
desafección no existe de una manera tan profunda en Elx, la segunda gran
 ciudad del sur. Tampoco en Petrer, Elda, Santa Pola o La Vila Joiosa”. 
Rubio ve en el alicantinismo un elemento de fácil recurrencia que se ha modulado según los intereses del período histórico.
En la misma línea se expresa la periodista alicantina Rosa Solbes al 
ser consultada sobre la cuestión, quien no duda que el alicantinismo se 
utilizó en la misma medida que en València fue utilizado el blaverismo 
para socavar el nacionalismo o las propuestas vertebradoras que podía 
representar cierta izquierda. Solbes cree detectar en la ciudad de 
Alicante una actitud a veces hostil hacia València debido a un sentimiento de discriminación de “hermano pequeño”
 que ejerce la metrópolis. “Estos gestos simbólicos del Gobierno 
valenciano son actitudes momentáneas para acallar algunas voces o la 
propia conciencia de un centralismo valenciano que es inevitable”, 
sostiene.
Sobre estos pasos dados por el Consell, Rubio también cree que la 
solución real va más allá de simbolismos cosméticos. El activista imputa
 la desvertebración a las barreras físicas y a la falta de movilidad que
 suponen unos servicios de transporte públicos obsoletos y poco 
eficientes. En este sentido, Rubio considera indispensable acabar con los muros ferroviarios que
 impiden la comunicación con el resto del territorio y una mejora de ese
 mismo transporte (actualmente hay tramos sin electrificar). “No puede 
ser que nos llegue el AVE que nos comunica con Madrid y que tardemos 
infinidad de tiempo en ir a algunas ciudades de dentro de la misma 
provincia”, dice. La reversión de la concesión privada de la AP-7, así 
como la reversión a gestión pública de los hospitales de Elx, Torrevieja
 y Dénia, son otros de los deberes pendientes.
                                                                                
Si existe un caso especialmente ilustrativo de esta percepción de lejanía respecto a València, ese se da sin duda en la Vega Baja,
 comarca castellanohablante limítrofe con la región de Murcia. El 
secretario general de Podem en el País Valenciano, Antonio Estañ, 
precisamente oriundo de este histórico territorio, ya no solo refiere el
 tema en términos de desvertebración, sino que además introduce un nuevo
 elemento: la barrera geográfica y cultural con los signos 
identitarios valencianos: “Se viene de un largo agravio y desigualdad 
del valenciano, del que mucha gente en el sur no es consciente porque no
 le ha implicado nada en su vida cotidiana, pero también ser valenciano 
se vive de otras formas igualmente válidas”. Ser de la Vega Baja, 
concluye, debe significar una visión de ser un valenciano más: “Si 
decretos como el del plurilingüismo, por ejemplo, no van acompañados de 
una cierta sensación de que te incluyen, por mucho que objetivamente y 
pedagógicamente sean buenos, serán vistos como agravio”. Las fuerzas del
 Botànic tienen ante sí el reto de revertir esta situación y conseguir 
de una vez por todas hacer buena la consigna de que Alacant és important.