 Estamos en una crisis para la que todavía no se ha escrito el manual que  indique cómo enfilar la puerta de salida. En España, el efecto nocivo  más señalado ha sido el incremento del paro en una proporción superior a  la de todos los países de nuestro entorno. El manual keynesiano  aconseja en esos casos hacer una fuerte inversión pública para reactivar  la desfalleciente economía.
Estamos en una crisis para la que todavía no se ha escrito el manual que  indique cómo enfilar la puerta de salida. En España, el efecto nocivo  más señalado ha sido el incremento del paro en una proporción superior a  la de todos los países de nuestro entorno. El manual keynesiano  aconseja en esos casos hacer una fuerte inversión pública para reactivar  la desfalleciente economía.El Plan E fue aplicado en su día para  tratar de frenar la pérdida de empleo y ha tenido unos resultados  modestos y transitorios. Se crearon también partidas presupuestarias  para ayudar a las empresas en crisis, especialmente entidades bancarias,  sin que eso haya redundado en un aumento de las cantidades disponibles  para conceder créditos a las empresas y particulares que lo solicitaban.
Aún así, el endeudamiento del Estado, derivado de la menor recaudación  de impuestos por la disminución de la actividad económica y las mayores  necesidades de gastos sociales —prestaciones por desempleo—, se ha  disparado. La deuda pública creciente ha bajado su nivel de confianza en  los mercados y eso hace que conseguir compradores resulte más caro y  —pescadilla que se muerde la cola— eso aumenta todavía más el déficit  público por los gastos financieros. La única manera de contener ese  déficit público es aumentar los impuestos, pero esto puede tener un  efecto paralizante sobre una economía en recesión. Este es el laberinto.
El Gobierno, acusado de parálisis ante la crisis, o de responder con  medidas improvisadas y contradictorias, se ha decidido al fin a mover  ficha y presenta un plan que tiene tres puntos de apoyo: disminución de  gastos en la Administración, impulso a la concesión de créditos a las  empresas y particulares a través del Instituto de Crédito Oficial (ICO) e  impulso a la creación de empleo favoreciendo la reforma de viviendas.
Habrá que ver cómo se materializan estas medidas, pero volver a incidir  sobre el sector de la construcción no parece muy coherente con aquello  tan cacareado del cambio de modelo productivo. Un cambio cuya necesidad,  sin embargo, no puede ponerse en duda, visto adónde nos han llevado los  excesos del ladrillo.
En el fondo de todo ello late una aporía: es  necesario disminuir el gasto público y, al mismo tiempo, las medidas  destinadas a poner en marcha la economía sólo se pueden llevar a cabo  con fondos estatales, es decir, con gasto público. Lo que reequilibra  hace peligrar el equilibrio.
Y en Murcia estamos a la 
expectativa de que la 
Paramount o los chinos  nos saquen del furgón de cola del tren de la crisis en el que nos han  situado las cifras de paro y retracción económica. Nada menos que “un  salto de 15 años en la economía”, aseguraba el consejero Cruz.
No quiero  ser aguafiestas. Ojalá esos chicos de la productora lleven a cabo un  megaproyecto de parque temático y estudios de rodaje que nos arreglen el  futuro con una inversión millonaria, en dólares de los que no tiene que  financiar el ICO, y que cree los 20.000 puestos de trabajo anunciados.
Que como resultado de todo ello, y aprovechando que nos han sacado en el  suplemento de viajes del 
New York Times, nos lluevan  visitantes —y además que sean de esos que vienen a ver arte, y no los de  alpargata y bocata—y a esos 20.000 puestos de trabajo se sumen al menos  otros tantos derivados del turismo.
Pero seamos realistas, no repitamos otra vez el cuento de la lechera. Al  menos, hasta que no veamos el río de dólares corriendo y el parque de  atracciones funcionando a tutiplén. Porque hay motivos para ser cauto.  El primero, el fracaso en Europa de los parques temáticos, con  Eurodisney a la cabeza, que alcanzó unas pérdidas de 63 millones de  euros en 2009, para no hablar de Terra Mítica y otros más cercanos.
Por otra parte, si el mayor accionista de la empresa es el magnate  estadounidense Sunmer Redstone ¿qué hacían Valcárcel y Cruz negociando  con el personaje que aparecía en la foto publicada en los periódicos?  Además ¿inversiones de una empresa de Hollywood en una época de crisis  que también afecta al 
showbiz hasta el punto de que no pocas  estrellas del cine han reducido sus emolumentos a la mitad?
Más todavía,  apadrina el negocio un príncipe de Dubai (el personaje de la foto),  emirato que también está inmerso en una crisis que ha hundido su empresa  estatal inmobiliaria, 
Dubai World, metida en proyectos  inmobiliarios elefantiásicos y extravagantes —¿les suena? Si hasta el  nombre tiene algo familiar— de la que ha tenido que rescatarlo su  sensato emirato vecino, Abu Dhabi.
No es momento de mágicas soluciones a los problemas. En economía no  existen los saltos de 15 años ni de 7 leguas, señor Cruz. Ojalá la  Paramount, el jeque de Dubai o los inversores chinos nos saquen del  agujero. Pero, por si acaso, no es malo recordar que la prosperidad ha  de venir de abajo, de la gente con conocimientos e ideas.
Y puestos a  buscar modelos estadounidenses, es preferible fijarse en el de la  sociedad del conocimiento de Silicon Valley de donde, con el impulso  inicial de unos pocos amigos trabajando en un simple garaje, han salido  empresas que han alcanzado la dimensión de Microsoft, Intel o Apple.  Para empezar, podríamos tratar de darle la vuelta al tozudo y ominoso  38% de fracaso escolar en secundaria que nos sitúa, con Andalucía y  Baleares, a la cabeza de tan poco honrosa clasificación.