Por enésima vez: no hay una "cuestión catalana"; hay  una "cuestión española". 
Hace
 cuatro o seis años, esta situación no hubiera sido un problema grave 
porque los nacionalistas  no eran entonces tan claramente soberanistas. 
Los últimos cuatro años del infame desgobierno de una partido corrupto, 
dirigido por una persona a todas luces indigna de ocupar el cargo, han 
convertido a los nacionalistas en independentistas y aumentado la 
cantidad de estos en Cataluña hasta la mitad del electorado. Antes los 
catalanistas solían achantarse. Ahora, no; ahora no se achantan; ni se 
callan. Piden un referéndum de autodeterminación. Y van a hacerlo.
Sin en ese referéndum, España es ingobernable. 
¿Cómo
 hemos llegado aquí? Por la fabulosa incompetencia de una clase política
 que, una vez más, está a la bajura de la tradición histórica de la 
oligarquía española, cuya estupidez, egoísmo y ceguera son proverbiales.
 Todo este vodevil de los pactos y las coaliciones; todas las 
triquiñuelas de registrador de Rajoy, las ansias de niñato de Iglesias, 
los titubeos de burócrata de Sánchez, sirven para que los periodistas se
 las den de enterados sin que sepan de la misa la media, como los mismos
 protagonistas ya que, si los 17 diputados de Junts pel Si, votan
 en contra, en España no puede haber gobierno de izquierda alguno, pues 
no da la aritmética y solo unos gobiernos de derecha que llevarían al 
sistema al colapso.
Con
 el voto en contra del independentismo catalán solo hay cuatro fórmulas 
posibles y todas de derechas: un gobierno de gran coalición (PP y PSOE),
 uno de "concentración nacional" (PP, PSOE y C's) y dos minoritarios de 
la derecha (uno del PP y otro del PP y C's) y estos dos últimos, solo 
contando con la abstención del PSOE. Los cuatro simbolizarían el colapso
 de la segunda restauración por la desnaturalización de la política 
parlamentaraia, la falta de perspectivas y la incapacidad de evitar el 
choque con Cataluña que España no puede reprimir porque la UE no la 
dejará.
Mientras
 PP, PSOE y C's sigan aferrados al "no" al referéndum catalán, la única 
alternativa al escenario anterior serían nuevas elecciones. Según los 
gurús al uso estas serían desaconsejables porque su resultado no 
diferiría de la situación actual. No sé de dónde sacan esa conclusión. 
El resultado puede ser mucho peor que el actual. El partido de Iglesias 
puede estallar. Los andaluces no quieren ser menos que los catalanes de En Comú Podem
 y también piden "voz propia" en el grupo parlamentario de Podemos. O 
estos entran pronto en el gobierno (de ahí sus prisas frenéticas por 
pillar ministerios) o, al final, a Iglesias le va a quedar un grupo de 
cuatro incondicionales.
La
 pregunta obligada es: ¿por qué se empecina el PSOE en negar el 
referéndum catalán que, sin embargo, es compatible con sus antiguos 
documentos programáticos de la época anterior a Suresnes? A estas 
alturas del debate, vistos todos los argumentos doctrinales, políticos, 
jurídicos, históricos, etc, está claro que la única razón por la que el 
PP, C's y el PSOE se oponen al dicho referéndum es la razón de la 
fuerza. No porque no.
Debiera
 darles vergüenza, al menos a los socialistas. ¿No creen estos que 
España es una nación y, probablemente, muchos  ellos coincidan con el de
 los sobresueldos en que es una "gran nación"? Pruébenlo. Una gran 
nación, como el Canadá o la Gran Bretaña, no tiene miedo a reconocer el 
derecho de autodeterminación de sus naciones integrantes. Y estas, 
pudiendo decidir, no se separan. ¿Por qué no puede ser igual en España? 
Porque los nacionalistas españoles, en el fondo, desconfían de la nación
 que predican, no creen en ella y se malician que perderían el 
referéndum. Son falsos e hipócritas. Por ello prefieren mentir y obligar
 a las naciones del Estado español a permanecer en él en contra de su 
voluntad antes que correr el riesgo de que se descubra su superchería, 
que dura siglos.
Esa
 desconfianza, ese miedo cerval a quedarse sin un país heredado, 
tradicionalmente maltratado y administrado como un cortijo, los lleva a 
creer que, si se presentan a las elecciones en España con el referéndum 
catalán en el programa, las perderán. Tienen miedo. No se atreven. 
Las
 naciones no se han hecho nunca con cobardes. Confíen en el electorado 
español que es mayor de edad, demócrata e ilustrado. Incluyan el 
referéndum catalán en sus programas. Pruebe Podemos y haga pedagogía de 
la necesidad del referéndum. Ojalá el PSOE se liberara del peso muerto 
de sus dirigentes más reaccionarios y tuviera el valor de incluirlo 
igualmente, con la misma pedagogía. De ser eso así, esas elecciones 
serían tan plebiscitarias como fueron las del 27 de septiembre de 2015 
en Cataluña; serían ese referéndum a nivel de toda España sobre la 
autodeterminación de Cataluña que los nacionalistas españoles (esos que 
dicen no ser nacionalistas) usan siempre para boicotear una salida 
civilizada y democrática a la cuestión catalana  que, repito, es la 
cuestión española. 
De
 esta forma también se desbloquearía la situación y se abriría la 
posibilidad de un referéndum vinculante catalán con una pregunta 
negociada con el Estado. Dicho sea, de paso, en memoria del 
recientemente fallecido jurista Francisco Rubio Llorente, quien 
aconsejaba asimismo la celebración de ese referéndum.
Y
 esto no sería una "segunda transición", esa tontería que repiten los 
políticos españoles incapaces de ver un palmo más allá de sus intereses 
personales. Sería algo mucho más profundo y duradero. El comienzo de la 
solución del viejo contencioso territorial que tiene al país postrado 
hace 300 años.
 IIª transición: el carcunda, el petulante y la cínica
La transición, la famosa transición, como todos los empeños humanos, no fue modélica,
 pero acabará reconociéndosele tal condición si siguen los desaforados 
ataques que sufre y se continúa propugnando su superación no a base de 
enterrarla bajo el manto de la crítica y el olvido sino, paradójicamente
 de propugnar una reedición en forma de IIª transición. No sé si quienes
 la postulan tienen base lógica para criticar la primera cuando quieren 
repetirla.
He
 oído invocar la necesidad de la IIª transición a tres personas muy 
significativas: Aznar, Pablo Iglesias y María Dolores Cospedal.
Aznar, desde su espíritu de carcunda, falangista independiente y franquista por convicción y destino, estuvo siempre en contra de la primera transición. El Estado autonómico le parecía una charlotada
 y, para mostrar su apego al franquismo se afilió a Alianza Popular, 
luego PP, un partido fundado por el ministro de propaganda de Franco, 
Fraga Iribarne. Para acabar con la democracia de la Iª transición se 
inventó una IIª que solo existía en su cabeza y en la de su aliado en 
los años noventa, Anguita, con quien fraguó una pinza que trataba ante 
todo de destruir a Felipe González y al PSOE, al que ambos odiaban. Como
 sé que quedan algunas gentes aún convencidas de que no hubo aquella más
 que evidente pinza, les aconsejo escuchar la entrevista de 2012 de Periodista Digital a Cristina Almeida, por aquel entonces afiliada al PCE y a IU que lo explica con toda claridad en el minuto 28:20. 
Dispuesto a tomar el relevo de Anguita (no en la pinza pero sí en el deseo de aniquilar al PSOE por sorpasso), Iglesias habla de otra IIª transición. Es imposible saber si es la de Aznar porque ninguna es real sino un mero flatus vocis demagógico, pero sí apunta a su objetivo: la Iª transición, que ahora es el régimen turnista.
 Las propuestas del líder de Podemos rebosan petulancia, pedantería, 
bisoñez y afán por desplazar al PSOE. Algunos dirigentes de este se han 
sentido molestos y hablan de "humillación" y "chantaje". Son vagidos de 
impotencia. En la política no hay sensiblería (salvo si da votos) y los 
de Podemos hacen bien en apretar. Es su derecho. Y el PSOE, en lugar de 
quejarse, debe responder ganando a su adversario, cosa que se consigue 
con relativa facilidad. Basta con decirle que respete los tiempos antes 
de aplicar su receta de un descarnado "quítate tú para que me ponga yo".
Recientemente, Cospedal ha enarbolado la misma bandera de Aznar e Iglesias de la IIª transición.
 Por supuesto, es un ejercicio de cinismo que supera el que la señora se
 ha gastado en estos atroces cuatro años que ha infligido a los 
castellano-manchegos. IIª transición, en realidad como recuperación de 
la primera, con su espíritu de diálogo, consenso y acuerdo. Es imposible
 imaginar cara más dura cuando se recuerda cómo ha tratado a patadas a 
todo el mundo en la región, ha menospreciado a la oposición, dejado sin 
servicios sociales a los más necesitados, amparado todo tipo de 
chanchullos y presuntas corrupciones, protegido una pandilla de 
auténticos facinerosos que pasaban por periodistas, regiamente pagados 
con el dinero de todo pero a su exclusivo servicio. 
Ninguna
 de las tres peticiones de una IIª transición pasa de ser una consigna 
para fieles pero las dos últimas, la del petulante y la cínica tienen un
 elemento en común: las dos tratan de forzar la mano al PSOE que, guste o
 no al heredero de Anguita y la heredera de Aznar, es el partido de la 
centralidad política y el que, a pesar de su desastroso resultado 
electoral del 20D es imprescindible en cualquier fórmula de gobierno. Y 
ninguno de los dos atina ni de lejos con el tono que debería utilizar 
para convencer a quien necesita de que se avenga a ir a su lado: el 
petulante menosprecia, insulta y provoca y la otra, adula, miente y 
amenaza. Los dos dicen querer gobernar con el PSOE, pero lo que en el 
fondo quieren los dos es destruirlo. 
Ignoro
 si el PSOE "estará a la altura" (que no es la que Iglesias le señala 
con aviesa intención) porque en él proliferan los barones y gerifaltes 
de antaño, todos con más conchas que los galápagos, empeñados en 
batallas internas, sin proyecto, sin ideas, sin respuestas y que pueden 
hacer mucho daño. Sobre todo a una estructura de dirección que ha 
improvisado bastantes soluciones pero arrastra un complejo agudo por su 
falta de audacia en los cuatro años pasados en una oposición subalterna y
 que se hacen notar hoy en su carencia de originalidad e iniciativa. 
No habrá IIª transición pero sí es posible que haya nuevas elecciones para resolver una disfunción temporal de la Iª.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED