MADRID.- La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) presentó el primer capítulo del Spending Review, el proceso de revisión integral del gasto público que ha llevado a cabo en los últimos meses, recuerda Libertad Digital.  
Este primer informe estaba dedicado a la política de subvenciones
 y generó muchos titulares que se podrían resumir en esos 14.300 
millones de los que hablan los autores del trabajo que cada año se 
entregan en subvenciones en España. Los resultados de la investigación 
apuntan a la falta de control, nula planificación, deficiente fiscalización y ausencia de sanciones a los que incumplen las condiciones de concesión de esas ayudas. 
 
Pero leyendo 
el informe de la AIReF
 llama la atención el poco ruido que ha generado. Porque no hablamos, ni
 mucho menos, de un tema menor. Es uno de los pilares básicos del gasto 
público, una partida creciente y de la que 
tiran todas las 
administraciones y partidos. Quizás por eso tampoco ha habido grandes 
acusaciones ni se ha convertido en un tema de debate político. Porque 
todos tienen algo que callar.
Ésta podría ser la primera enseñanza del documento, una que no viene 
en el mismo pero que se puede extraer viendo la (no) reacción a su 
publicación: éste es un tema que molesta y en el que no hay demasiado 
interés en hurgar. Pero hay más conclusiones que podemos extraer del 
mismo. Las siguientes son sólo algunas de las más destacadas:
- No son 14.300 millones. Es paradójico, pero lo más
 destacado del informe es precisamente lo que no dice. Porque ni 
siquiera la AIReF lo sabe: cuánto dinero gastan las administraciones 
públicas españolas en subvenciones. No hay una cifra. Los autores lo 
dejan claro: "No es posible determinar el volumen de gasto total en 
subvenciones públicas en España dado que no hay una única fuente ni 
existe un concepto único de subvención".
A partir de ahí, tomando la definición de "subvención" de la Ley 
General de Subvenciones y los datos (incompletos) de la Base de Datos 
Nacional de Subvenciones (BDNS), se ha realizado una estimación que da 
como resultado la famosa cifra de los 14.300 millones. 
Pero no deja de 
ser una estimación que, además, deja fuera muchas otras partidas que 
podrían entrar perfectamente dentro de este concepto. Incluso, la AIReF 
admite que en el 8% de las convocatorias el campo de "dotación 
financiera" está incompleto. 
Con una definición más amplia de 
subvención, que recogiera todas las ayudas públicas sin contraprestación
 directa, podríamos acercarnos a los 30.000 millones de euros de gasto 
total.
Y por cierto, un apunte interesante. De esos 14.300 millones sobre 
los que más o menos se tiene un cierto control, 9.700 millones se gastan
 desde las comunidades autónomas, 3.000 millones desde la Administración
 Central y 1.600 millones desde los ayuntamientos. También aquí el 
reparto es llamativo.
- No es el chocolate del loro. Esto es 
importante porque cuestiona uno de los grandes argumentos sobre el gasto
 público en España: que está muy ajustado, que es complicado de reducir 
en una cantidad apreciable o que eliminar las partidas más llamativas 
(desde coches oficiales a subvenciones un tanto extrañas) apenas 
supondrían un mínimo recorte en el total.
Y es cierto que muchas veces los medios nos hacemos eco de noticias 
sobre subvenciones con títulos algo estrafalarios, de esas que llaman 
mucho la atención pero en términos presupuestarios no son muy 
relevantes. Pero cuidado, 14.300 millones (si tomamos la cifra más conservadora) no es una cantidad despreciable.
 Hablamos, más o menos, de la mitad del déficit o la mitad de lo que se 
destina al pago de intereses, o de un dinero que podría financiar casi 
la totalidad de lo que se dedica a las clases pasivas. 
El Estado español
 no acabaría con sus problemas financieros de un plumazo si eliminase de
 un día para otro estas subvenciones. Y aquí hay otro debate, sobre si 
habría que eliminarlas todas o no. No es éste el lugar para esa 
discusión. Pero lo que sí es relevante es que esa idea de que son 
cantidades menores, poco relevantes en el total del gasto público, es 
falsa.
- No hay ningún control:
Se aprecia una carencia generalizada 
de sistemas adecuados de seguimiento y evaluación ex post. La definición
 de indicadores observada en los Planes Estratégicos de Subvenciones 
(PES) es claramente deficitaria. En la mayoría de las ocasiones estos se
 limitan a indicadores de ejecución presupuestaria o de procedimiento 
(número de convocatorias, de solicitantes, de beneficiarios, de 
congresos, de publicaciones…), pero no se incluyen indicadores que 
permitan medir la consecución de objetivos, probablemente porque tampoco
 aparecen definidos con claridad sino en términos muy imprecisos.
La crítica de la AIReF es demoledora. Ni hay 
planificación (en busca de tal o cual objetivo, ése sería otro debate) 
ni control sobre los resultados. Hay desconexión entre administraciones y
 dentro de las mismas. No hay una estrategia clara en cuanto al reparto 
de fondo o a los fines buscados.
En cualquier otro apartado del Presupuesto o si estuviera dedicado a 
una administración en concreto, una acusación así habría desatado una 
oleada de indignación. Aquí, quizás porque salpica a todos, no ha habido
 apenas reacciones.
Y una cuestión relevante: en España ha habido en los últimos años 
muchos escándalos de corrupción. Y alguno de ellos ha estado relacionado
 con las subvenciones. Pero no tantos como con otras cuestiones, como 
las recalificaciones urbanísticas o la concesión de contratos públicos a
 cambio de favores. 
Cabe preguntarse si el problema no es tanto sobre 
las conductas en uno y otro caso, como sobre la fiscalización de las 
mismas. Es decir, para un alcalde corrupto: ¿es más fácil darle dinero a
 un amigo a través de una subvención que inflando el contrato de 
construcción del polideportivo municipal? Pues leyendo el informe de la 
AIReF, como mínimo surge la duda. Quizás sí.
- No sabemos para qué: esta parte es consecuencia 
directa del anterior epígrafe. No hay control sobre cómo se conceden o 
sobre sus resultados. Y por lo tanto, tampoco sobre cuál es el objetivo 
último de este gasto. Por ejemplo, sobre los PES, el informe dice que 
las "deficiencias" en su elaboración provocan que "su valor como 
herramienta de planificación estratégica sea casi nulo".
Evidentemente, si no hay un objetivo claro, tampoco puede haber un 
seguimiento ex post acerca de si se cumplieron los fines que los 
políticos nos aseguran que buscan con estas subvenciones.
Esto es más relevante de lo que parece. El objetivo de cualquier política pública no es (o, mejor dicho, no debería ser) autoperpetuarse,
 sino solventar una determinada deficiencia. Por ejemplo, subvenciones a
 asociaciones culturales para mantener determinadas tradiciones o para 
realizar eventos culturales que de otra manera no se realizarían. Aquí 
hay dos discusiones: la primera es si es labor del Estado pagar esto. 
Otro debate interesante, pero en el que no vamos a entrar aquí. 
Pero 
incluso si la respuesta a la primera pregunta es positiva, queda otra 
cuestión: ¿se está logrando ese fin? ¿Hay más gente que accede a esos 
eventos que si no hubiera subvención? Porque la idea no es que haya una 
asociación que cobre del Estado (eso sí se logra con la subvención) sino
 que preste un servicio que la administración de turno considera 
importante. Eso es lo que no se está midiendo-fiscalizando en nuestro 
país. De hecho, la AIReF denuncia que también hay "deficiencias en los 
procedimientos de concesión, justificación y control, reintegro y 
sancionador".
Así, es difícil evitar la sensación de que estamos ante un sistema 
montado en parte para servirse a sí mismo: la lógica de muchas 
subvenciones no es cubrir una necesidad del ciudadano, sino la propia 
subvención y sus beneficiarios. 
Por supuesto, hablamos de 14.300 
millones de euros de gasto, ejecutados a través de más de 30.000 
convocatorias y con más de 1 millón de beneficiarios (quizás otra clave 
para el semi-silencio de esta semana es que, quien más quien menos, a 
casi todo el mundo le ha caído cerca, alguna vez, una subvención). 
Pues 
bien, con ese dinero, está claro que algo se hará. Habrá asociaciones 
que lo gasten bien, programas mejor diseñados que otros, 
administraciones más cuidadosas con sus fondos… Pero la pregunta no es 
ésa. La clave es ¿qué estamos consiguiendo a cambio? Para eso hay muchas
 menos respuestas.
- Ni siquiera es eficiente, sencillo o barato de gestionar:
 a primera vista puede parecer contradictorio con lo apuntado en los 
demás epígrafes, pero en realidad es la consecuencia lógica. La AIReF 
también denuncia que "hay una excesiva carga administrativa de los 
procedimientos de subvención (concesión, justificación, pago y 
comprobación) tanto para los centros gestores como para los 
beneficiarios".
Es decir, que para algo sobre lo que no existe control adecuado ni 
unos objetivos detallados… encima hay que cumplimentar una montaña de 
papeleo y adaptarse a una enorme y complicada burocracia. Y aquí nos 
vienen a la cabeza esos organismos (en este caso sobre todo de la 
administración) que justifican se existencia en… su existencia. 
Porque 
también hay mucho de esto en la política de subvenciones, un mundo con 
sus propias reglas, lejano para los extraños (que tienen complicado 
acceder al mismo, incluso aunque sus proyectos sean mejores para el fin 
último pretendido) y complicado de desmontar o limitar porque ha cobrado
 vida propia: desde funcionarios que deben su puesto a la vigilancia del
 cumplimiento de determinados requisitos, inútiles en sí mismos pero 
costosos de lograr, a consultores que se dedican a realizar los 
proyectos que luego se presentarán en busca de esa subvención. 
¿Cuántas 
de esas asociaciones que piden una ayuda dedican una parte cada vez más 
importante de sus recursos a convencer a la administración de que 
merecen esa ayuda y de que cumplen con los requisitos para recibirla?
- 1.051.136 beneficiarios únicos: como apuntábamos, 
seguro que muchos de ellos realizan una labor valiosa. Esto no está en 
el informe de la AIReF, pero cabe preguntarse si no se está creando un semi-Estado paralelo,
 al margen de las normas, mucho más estrictas, de la administración y la
 contratación pública. ¿Es éste el camino por el que se consolidan las 
nuevas redes clientelares?
Nombrar a un amigo, familiar o compañero ideológico para un puesto en
 un Ministerio no es sencillo. Como no lo es aprobar una oposición. Por 
eso, aquellos funcionarios de partido que aparecen en las novelas de 
Galdós ya no son la norma en las administraciones españolas. Algo habrá,
 en esos cargos de confianza, en esas empresas públicas apenas auditadas
 o en esos trabajadores que entran por la puerta de atrás y acaban 
consolidando plaza con concursos que parecen realizados a medida. Pero 
por ahí sí hay un cierto control.
El problema es que leyendo el informe de la AIReF queda la sensación 
de que la subvención puede ser la manera más sencilla de conseguir el 
mismo objetivo. Tanto desde el punto de vista personal (ayudar a 
alguien) como ideológico (promover desde un Estado, que se supone 
imparcial, una determinada agenda política).
 - Seguir leyendo: 
https://www.libremercado.com/2019-06-09/las-principales-incognitas-que-deja-el-informe-de-la-airef-sobre-las-subvenciones-1276639916/