SANTANDER.- Francisco Jarauta, catedrático de Filosofía de la UMU, dirige esta semana un 
Curso Internacional de Historia de las Ideas de la Universidad 
Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) al que acuden más de un centenar de
 alumnos en la sede de la Fundación Botín. En esta ocasión, los 
estudiantes participan del análisis que destacados expertos hacen de ‘Imaginación, los caminos del arte y de la ciencia’.
 El filósofo se declara un “apasionado escéptico”: “España saldrá de 
ésta”, mantiene. Pero no ahorra críticas a los políticos en general –“la
 política se ha reducido a pura fontanería”, denuncia- ni a los 
responsables de Educación en particular, de cuya responsabilidad duda 
por “las llamativas alegrías que se permiten”.
UIMP.- Un curso que apela a la imaginación. ¿Cree que, en la 
vorágine en la que está inmerso este país, recurrir a la imaginación es 
de las pocas salidas que quedan?
Francisco Jarauta.- La impresión que tengo es que en ningún
 país de Europa, como en el nuestro, se ha domiciliado el pesimismo. 
Viajas y no ves que en ningún otro se toque el pesimismo asociado a la 
impotencia … Aquí los cronistas son los consejos de ministros de los 
viernes que, uno tras otro, va diciendo hoy se hace esto, mañana lo 
otro. La política ha perdido sus competencias y, en cierto modo, se ha 
reducido a pura fontanería… Nos encontramos ante una situación que nos 
incapacita, totalmente, para hablar del futuro. El futuro pasa por otra 
parte. Aquello que decía un poeta gallego: “el futuro era inmenso”, ha 
dejado de serlo. Y las transformaciones, los cambios de los últimos años
 han llevado a la sociedad a la perplejidad, quizá a una sensación de 
que estamos rozando el desastre. Estamos en una coyuntura compleja y sin
 instrumentos políticos, a excepción de aquellos técnicos que una y otra
 vez aplican la misma terapia: control, control, control, sin ningún 
tipo de innovación a la vista.
UIMP.- A sus ojos, ¿cuál sería el sitio, el mandato de la 
sociedad para los intelectuales ahora que el ciudadano medio tiene la 
sensación de que el mundo que conocía se deshace?
FJ.- Hay dos planos del problema. El primero es que los 
medios de comunicación han asumido un protagonismo excepcional. Si algún
 día un sociólogo tomara como base empírica de una investigación las 
primeras páginas de la prensa nacional de los seis últimos meses, se 
daría cuenta de que hay una lectura de los medios que, de forma 
contumaz, obsesiva, van poniendo su acento sobre la realidad. Los medios
 se han apoderado de las circunstancias, hacen su lectura, la 
multiplican y crean una sensación de emergencia al recalcar, título tras
 título, el carácter negativo de lo que pasa. En segundo lugar se ha 
producido un retiro del intelectual. Frente a la situación europea -no 
hablo solo de España- los que hoy se podrían reconocer todavía como 
intelectuales, no son voces que participen de un debate ni hagan una 
señal de conciencia. Esta es una ausencia clamorosa. La emergencia es 
tan llamativa que lo único que cuenta son tres instrumentos de análisis:
 las prácticas de los gobiernos, las medidas que se aplican 
sistemáticamente y la resonancia mediática que se tiene de ellas. Hoy no
 existe la figura del intelectual de los años 70, 80, ha desaparecido. 
En su lugar aparecen economistas como un Paul Krugman que asume la 
responsabilidad a la hora de decir hay que hacer esto o lo otro. Son 
intelectuales que colaboran con sectores de intereses muy específicos. 
Pero el intelectual español ni siquiera existe a título moralizante. 
Aquellos que han tenido cierta opinión ahora prefieren hablar de otras 
cosas.
UIMP.- Entonces, ¿diría que los pensadores hoy en día no tienen papel?
FJ.- Tienen toda la responsabilidad, pero están ausentes. 
El intelectual de hoy debería asumir responsabilidades y no lo está 
haciendo.
UIMP.- ¿Cómo ve un filósofo que la economía y los mercados se 
hayan adueñado de la vida de tantísima gente, que estén ocupando el 
primer lugar en la vida de todos?
FJ.- Se han convertido en los únicos sujetos. Han aparecido
 instrumentos políticos nuevos, que están por encima de la política de 
los estados y estos sujetos que son los que dictan el valor de la deuda,
 las estrategias de acoso sobre unas economías de por sí ya frágiles, y 
son los que se interponen en un proceso político obligando a las 
políticas a un pragmatismo en el que lo primero, y casi lo único, es 
salvarse de la quema. Es una situación fatal porque no se ha producido 
por una dinámica lógica.
UIMP.- ¿Considera que ahora que están en juego necesidades 
materiales elementales (el trabajo, la vivienda, los estudios de los 
hijos) el español medio perderá las ganas de consumir cultura, de ir a 
una exposición, de asistir a una conferencia? O, por el contrario, la 
cultura se convertirá, precisamente, en una tabla a la que agarrarse…
FJ.- La cultura está pasando por un enorme proceso de 
devaluación. No será la cultura el lugar de amarre, la tabla de 
salvación. Lo que está ocurriendo es que la sociedad española, 
básicamente clase media, ve devaluarse sus recursos de forma dramática. 
Como la generación de los 20 y 30 años está marcada por el desempleo, ha
 aparecido un sujeto político que nadie esperaba: la familia, que vuelve
 a ser subisidaria de sus hijos. Se les paga el préstamo, se les da una 
ayuda mensual… Los recursos de la clase media se están terminando y 
ahora hay un realismo casi de las novelas del siglo XIX… La familia 
tiene que defender otra vez los elementos que garantizan la 
supervivencia. El prestigio adquirido por la cultura durante los años 
70, 80, incluso 90, poco a poco ha ido bajando. Las instituciones se han
 ido empobreciendo de una forma brutal, los museos no tienen con qué 
financiar nada. Se salvan dos o tres museos que funcionan como buque 
insignia y tienen un sistema de financiación paralelo. El resto cae en 
picado.
UIMP.- No está usted demasiado optimista, ¿cree que no se salva ningún ámbito?
FJ.- Es que, ¿qué pasa con el libro? La industria se queja 
de que prácticamente nadie compra un ejemplar. Sube el IVA y todavía 
bajará el consumo de lectura de forma alarmante. ¿Y el cine? ¡Si no hay 
cine español! Y también aumentan el IVA de las entradas de cine. Aquello
 que podría ser una alegría, una buena costumbre cultural, un uso 
estándar, se ha terminado, desaparece. Más: ¿La prensa? ¿Qué pasa con la
 prensa? ¿Con ese servicio hipertrofiado de las televisiones regionales,
 el ERE de Canal 9 que acabamos de conocer? La cultura pasa por una 
etapa desconsoladora, triste, penosa.
UIMP.- Hace días, un experto en política sanitaria decía en la
 UIMP que los recortes tienen un lado positivo ya que sirven para limar 
todo lo que no era eficaz y servirán para reordenar. ¿Cree que en el 
mundo del arte y de la ciencia ocurrirá algo parecido, que habrá una 
criba que servirá para eliminar todo lo superfluo?
FJ.- El arte y la ciencia son estructuras diferentes a la 
sanitaria. Comparto esa opinión a la que usted alude: el sistema de 
salud español es uno de los más avanzados aunque, posiblemente, ha 
multiplicado sus costes. Ese sistema se racionalizará. La cultura no 
pasa por esas inmediateces, no es la Educación, ni la Sanidad. Esos son 
sistemas básicos que deben, quizá, apoyarse con reformas fiscales. Se 
incrementa el IVA, se modifica el IRPF, se hacen cuatro cosas, pero no 
hay una reforma que consolide lo que hace falta. La cultura tiene un 
carácter más opcional. Y, sin embargo, hay derechos que no se pueden 
negociar. No podemos perder 40 años de nuestra historia, no podemos 
volver al tiempo en que leer era un privilegio. Hay que proteger lo 
social.
UIMP.- ¿En su opinión se puede dar una regresión tan grande?
FJ.- No diré que serán 40 años, pero habrá un regresión, no
 tiene vuelta de hoja. Hay un proceso que nos llevará a una mayor 
precariedad. Hay editoriales que están en venta porque están en mínimos.
 En este contexto, el mundo de la Educación es el que más me preocupa. 
No entiendo que pueda pensarse ningún futuro sin un sistema educativo 
cualificado, comprometido con la época, con la sociedad de la 
información, con la sociedad del conocimiento. Los estándares educativos
 deben sostenerse por encima de todo. No se trata de parchear, se trata 
de consolidar. En este país no hemos acertado con políticas educativas 
ambiciosas, generosas. España es una economía de servicios y todo lo que
 es I+D se ha tocado de forma temporal, nunca ha habido largos plazos y 
horizontes. Siempre ha habido coyunturas. Se han hecho cambios en el 
ministerio de forma gratuita, nunca se ha sabido qué hacer. Y, a veces, 
la Educación ha sido moneda partidista. A las alegrías que se permiten 
los que gobiernan las llamaremos llamativas: dudo de su responsabilidad.
 Soy optimista porque creo que esto se superará, pero mientras tanto 
pasaremos años muy complicados. No soy un optimista ingenuo, soy un 
apasionado escéptico.