En el caso Novo Carthago hay cuatro políticos imputados: Pilar Barreiro, 
Antonio Cerdá, Joaquín Bascuñana y Francisco Marqués, y uno que está 
siendo investigado, Ramón Luis Valcárcel. Los dos primeros están 
aforados por su condición de diputada nacional y de consejero del 
Gobierno regional, respectivamente. 
La parte de las diligencias 
que afectan a Barreiro está en manos del Supremo, jurisdicción que por 
su aforamiento le corresponde, y el resto del caso queda bajo la 
instrucción del magistrado Manuel Abadía, en el TSJ, a causa del 
aforamiento de Cerdá. Si Cerdá dimite, el
 caso pasará automáticamente al juzgado ordinario. Esa es la causa que 
reside, tras el seguro pretexto de las 'razones personales' que 
esgrimirá hoy, en la dimisión del responsable de Agricultura, Agua y 
Medio Ambiente: liberar la instrucción de las garras del implacable 
Abadía.
Este plan de operaciones ha sido diseñado entre Valcárcel y
 el diputado Vicente Martínez Pujalte, cuñado de Cerdá, ante la sospecha
 de que el juez del TSJ podría solicitar antes de las elecciones una 
comparecencia del expresidente del Gobierno autonómico y ahora 
vicepresidente del Parlamento Europeo. El juez trabaja probablemente 
deprisa, a sabiendas de que del resultado de las elecciones podría 
producirse la sustitución de Cerdá, y con ella debería entregar el caso. 
El
 prematuro sacrificio político del consejero de Agricultura en pleno 
fragor de una nueva batalla del agua tiene como finalidad intentar 
salvar a Valcárcel de la lupa de Abadía, quien ya había detectado 
supuestos negocios ventajosos del entorno familiar del expresidente con 
el promotor de Novo Carthago, Rafael Galea, tras indagar en otras 
presuntas connivencias o presuntos favores y regalos que podrían ser tan
 impropios como reveladores. Abadía, por lo que se deduce de la parte de
 su instrucción que ha ido trascendiendo, se disponía a identificar al 
supuesto Señor X del caso, y ante el volumen de las alarmas ha sido 
precisa la entrega voluntaria de la cabeza del leal Cerdá, el consejero 
más veterano y con mejor imagen en el sector a que atiende. La dimisión 
pudo haberse producido anteayer; de hecho, Cerdá acudió a San Esteban, pero 
el presidente estaba en Cartagena. 
Una vez que Pedro Antonio 
Sánchez ha sido desimputado de su caso, tal vez se quiera hacer pasar la
 dimisión de Cerdá (inesperada para Garre, pues ha sido urdida, como 
digo, por Valcárcel y Pujalte) como un gesto 'generoso' de los que 
solicitaba el actual presidente, quien pasaría de contar con dos 
consejeros imputados a tener ninguno. Pero hay que insistir en que en 
realidad se trata de salvar al presidente del PP de las garras de un 
juez celoso de su oficio. 
La devolución de Novo Carthago al 
juzgado ordinario transmite a imputados e investigados la esperanza de 
transitar por un ámbito judicial menos estricto.
L' État c'est moi
la luz del día, sin recato y sin vergüenza. Sin intentar esconder más
 que retóricamente el verdadero motor de los acontecimientos. El 
Gobierno de la Región de Murcia y hasta los propios intereses 
electorales del PP, puestos al servicio del señorito, el amo de la 
finca. 
 
Ha bastado que la instrucción del caso Novo Carthago indagara en 
presuntos negocios del entorno familiar del expresidente con Rafael 
Galea, promotor de la macrourbanización del Mar Menor cuya tramitación 
administrativa se investiga, así como en supuestas atenciones del 
empresario que podrían resultar impropias, para que todo se ponga al 
servicio de la defensa preventiva de Valcárcel V, el Intocable.
Antonio Cerdá no ha dimitido por haber reflexionado sobre
 la necesidad de que los imputados no mantengan cargos, ni siquiera 
retrospectivamente porque había prometido que lo haría si el PP, cuando 
gobernara en el Estado, no retomaba el trasvase del Ebro. Ha dimitido 
para que, una vez que con su marcha no quedan aforados en la parte de la
 causa de la que se entiende en Murcia, el TSJ pierda sus competencias 
en el caso, deje de investigar al líder del partido y la instrucción 
pase al juzgado ordinario, que obligadamente habría de iniciar la 
investigación desde cero y tal vez con menos celo del que ha mostrado el
 magistrado Manuel Abadía. Así de evidente, así de, esta vez sí, 
transparente. 
Poco importa que precisamente en este momento al Gobierno le sea más 
necesario que nunca el concurso de Cerdá, consejero de gran autoridad en
 su sector, por la movilización de los regantes y las necesarias 
respuestas a una política sobre el agua que hace aguas y sobre la que 
Garre anuncia novedades. El Gobierno, que se las apañe. Lo importante es
 rescatar a Valcárcel de una instrucción que, por lo que apunta, podría 
llegar muy lejos, y tal vez desvelar todo el supuesto entramado de 
intereses inconfesables que permanece tras muchas de las actuaciones 
políticas de los últimos doce años. Para salvar de la Justicia la cabeza
 de Valcárcel se le da el tajo político a la de Cerdá, un sacrificio 
consentido por la lealtad a quien lo ha mantenido en el Gobierno hasta 
ahora, incluso con otro presidente.
Valcárcel no ha movido un músculo cuando los imputados eran  otros. 
Incluso algunos casos, como los de Cámara o Barreiro, le han venido bien
 por el debilitamiento político que les acarreaba, acrecentando su 
poder. Pero cuando los pasos de la investigación sobre Novo Carthago 
parecían dibujarlo como el supuesto Señor X de la operación urbanística y
 parecía acercarse el momento de ser llamado a declarar, ha movido las 
piezas, con la inestimable colaboración de Martínez Pujalte, cuñado de 
Cerdá, para recomponer la línea roja ante él. 
La Región, el Gobierno y la imagen, ya más que deteriorada del PP por
 su causa, capricho y arbitrio, a su servicio. El Estado es él. Y a ver 
quién se atreve a decir que el rey va desnudo.