MADRID.- Hace 4.500 años, en torno al año 2500 antes de nuestra era, el 
Calcolítico iniciaba la transición hacia la Edad del Bronce. Fue un 
momento de grandes cambios sociales, demográficos y políticos en Eurasia
 pero también en la Península Ibérica, donde surgió una de las primeras 
sociedades complejas de Europa, la de El Argar.
Desarrollada en el 
sureste de la Península Ibérica, en el área que hoy ocupan las 
provincias de Murcia y Alicante, entre otras, entre el 2200 y el 1500 
a.C. El Argar fue una 'sociedad estado' de Europa, socialmente compleja y
 muy jerarquizada -como las dinastías de Egipto o Babilonia-, y una 
cultura única en Europa donde las poblaciones aún se regían por una 
incipiente organización social y los enterramientos eran colectivos, 
fuera del poblado y en conjuntos megalíticos.
La sociedad de El 
Argar, sin embargo, construía sus asentamientos en las cimas de las 
colinas, lugares defensivos que contaban con estructuras para almacenar 
alimentos y agua, palacios para la élite, y enterramientos individuales 
(o por parejas) dentro del recinto, además de cerámica, armas y objetos 
de oro, plata y bronce completamente diferenciados.
Para analizar 
este periodo de transición desde el punto de vista genético, un equipo 
investigadores liderados por Vanessa Villalba-Mouco, del Instituto Max 
Planck para la Ciencia de la Historia de la Humanidad, de Alemania, y 
del Instituto de Biología Evolutiva, en España, estudió el genoma de 136
 individuos ibéricos que vivieron entre el 3000 y el 1500 a.C. 
El 
estudio también ha utilizado genomas anteriormente publicados de la 
Península Ibérica, por lo que, en total, incluye datos de casi 300 
individuos prehistóricos que vivieron la transición de la Edad del Cobre
 a la del Bronce. 
Los resultados se publican hoy en la revista Science 
Advances.
El análisis reveló que los individuos de la Edad del Cobre 
(Calcolítico) aún conservaban el linaje ibérico, mientras que los de la 
Edad del Bronce, en el 2200 a.C., ya tenían el componente genético 
centroeuropeo que a día de hoy todavía predomina en nuestros genomas.
"Podemos
 concluir que el movimiento poblacional que surgió en las zonas 
esteparias del este de Europa hacia el 3000 a.C. necesitó más de cuatro 
siglos para llegar hasta la Península Ibérica y otros 200 años para 
cruzarla desde el norte hasta las actuales Murcia y Alicante", explica 
Roberto Risch, investigador de la Universidad Autónoma de Barcelona 
(este de España) y coautor del estudio.
El estudio también reveló que
 junto a la huella genética centroeuropea, los individuos de El Argar 
tenían una tercera componente genética del mediterráneo "que no está en 
el resto de la Península Ibérica", explicaVillalba-Mouco. 
"Uno
 de los individuos analizados del yacimiento de Zapatería, en Lorca, es claramente no local, con ascendencia norteafricana, 
mediterránea central y centroeuropea, es decir, un hombre cuya ancestría
 es distinta a la del resto de la población, lo que demuestra que la 
sociedad de El Argar incorporaba individuos de estas regiones, tal vez 
motivados por relaciones comerciales", detalla la investigadora.
El 
estudio muestra que los hombres y mujeres de El Argar mantuvieron 
contacto con el Mediterráneo hasta su desaparición, hacia el 1500 a.C".
Pero
 para Carles Lalueza-Fox, paleogenetista y coautor de la investigación, 
quizá lo más interesante del estudio está en las relaciones de 
parentesco de la sociedad de El Argar, que estaba altamente 
jerarquizada.
"El estudio revela que los hombres están emparentados 
entre sí y las mujeres, en general, no lo están, es decir, que las 
mujeres eran móviles entre familias y clanes y los hombres permanecían 
en el grupo en el que habían nacido", aclara Lalueza-Fox.
"Lo que muestra esta señal es que la sociedad de
 El Argar, al menos genéticamente, se establece de manera patrilineal, y
 que la familia paterna es la que permanece en el asentamiento, pero no 
podemos ver cómo se transfiere el poder, solo los genes", apunta 
Villalba-Mouco. 
Por último, el estudio también abunda en la posible 
causa de la desaparición de El Argar, un aspecto que para Villalba-Mouco
 "probablemente no se deba a una sola causa sino a la confluencia de 
varios motivos sociales y ambientales como pandemias o sequías".
Aunque,
 tal y como recuerda Lalueza-Fox, "estas sociedades tan jerarquizadas 
solían ser altamente inestables" y podían caer rápidamente por intrigas 
de poder, por las desigualdades que generaban, o por su gran dependencia
 a la agricultura, que podía convertir una mala cosecha en una hambruna,
 entre otros factores.