 Las  ideas también mueren. El cementerio de los  partidos políticos rebosa de  tumbas en donde yacen los restos de  organizaciones que otrora  desataron pasiones, movieron a multitudes y  hoy son pasto del olvido.  ¿Quién se acuerda en Europa, por ejemplo, del  Radicalismo? Una de las  fuerzas políticas (de centro-izquierda) más  importantes de la segunda  mitad del siglo XIX, que los vientos de la  historia se llevaron... ¿Qué  fue del Anarquismo? ¿O del Comunismo  estaliniano? ¿Qué se hicieron  aquellos formidables movimientos populares  capaces de movilizar a  millones de campesinos y obreros? ¿Qué fueron  sino devaneos? (1)
Las  ideas también mueren. El cementerio de los  partidos políticos rebosa de  tumbas en donde yacen los restos de  organizaciones que otrora  desataron pasiones, movieron a multitudes y  hoy son pasto del olvido.  ¿Quién se acuerda en Europa, por ejemplo, del  Radicalismo? Una de las  fuerzas políticas (de centro-izquierda) más  importantes de la segunda  mitad del siglo XIX, que los vientos de la  historia se llevaron... ¿Qué  fue del Anarquismo? ¿O del Comunismo  estaliniano? ¿Qué se hicieron  aquellos formidables movimientos populares  capaces de movilizar a  millones de campesinos y obreros? ¿Qué fueron  sino devaneos? (1) Por  sus propios abandonos, abjuraciones y renuncias, a la  socialdemocracia  europea le toca hoy verse arrastrada hacia el  sepulcro... Su ciclo de  vida parece acabarse. Y lo más incomprensible es  que semejante  perspectiva se produce en el momento en que el  capitalismo ultraliberal  atraviesa uno de sus peores momentos. 
¿Por qué  la socialdemocracia se muere, cuando el  ultraliberalismo se halla en  plena crisis? Sin duda porque, frente a  tantas urgencias sociales, no  ha sabido generar entusiasmo popular.  Navega a tientas, sin brújula y  sin teoría; da la impresión de estar  averiada, con un aparato dirigente  enclenque, sin organización ni  ideario, sin doctrina ni orientación...  Y sobre todo sin identidad: era  una organización que debía hacer la  revolución, y ha renegado de ese  empeño; era un partido obrero, y hoy  lo es de las clases medias urbanas  acomodadas. 
                  Las  recientes elecciones han demostrado que la  socialdemocracia europea ya  no sabe dirigirse a los millones de  electores víctimas de las  brutalidades del mundo postindustrial  engendrado por la globalización.  Esas multitudes de obreros desechables,  de neo-pobres de los suburbios,  de  mileuristas , de excluidos, de jubilados en plena edad  activa, de jóvenes  precarizados , de familias de clase media  amenazadas por la miseria. Capas  populares damnificadas por el  shock   neoliberal... Y para las cuales, la socialdemocracia no parece   disponer de discurso ni de remedios.
Los resultados de las  elecciones europeas de junio de 2009  demostraron su descalabro actual.  La mayoría de los partidos de esa  familia en el poder retrocedieron. Y  los partidos en la oposición  también recularon, particularmente en  Francia y en Finlandia.
No supieron convencer de su capacidad  para responder a los  desafíos económicos y sociales planteados por el  desastre del  capitalismo financiero. Si faltaba un indicio para  demostrar que los  socialistas europeos son incapaces de proponer una  política diferente de  la que domina en el seno de la Unión Europea, esa  prueba la dieron  Gordon Brown y José Luis Rodríguez Zapatero cuando  apoyaron la  bochornosa elección a la Presidencia de la Comisión Europea  del  ultraliberal José Manuel Duraõ Barroso, el cuarto hombre de la  Cumbre de  las Azores...
En 2002, los socialdemócratas gobernaban  en quince países de la  Unión Europea. Hoy, a pesar de que la crisis  financiera ha demostrado el   impasse  moral, social y  ecológico del ultraliberalismo, ya sólo gobiernan  en cinco Estados  (España, Grecia, Hungría, Portugal y Reino Unido). No  han sabido sacar  provecho del descalabro neoliberal. Y los Gobiernos de  tres de esos  países -España, Grecia y Portugal, atacados por los  mercados  financieros y afectados por la "crisis de la deuda"- se  hundirán en un  descrédito e impopularidad aún mayores cuando empiecen a  aplicar, con  mano de hierro, los programas de austeridad y las políticas   antipopulares exigidas por la lógica de la Unión Europea y sus   principales cancerberos.
Repudiar sus propios fundamentos se ha  vuelto habitual. Hace  tiempo que la socialdemocracia europea decidió  alentar las  privatizaciones, estimular la reducción de los presupuestos  del Estado a  costa de los ciudadanos, tolerar las desigualdades,  promover la  prolongación de la edad de jubilación, practicar el  desmantelamiento del  sector público, a la vez que espoleaba las  concentraciones y las  fusiones de mega-empresas y que mimaba a los  bancos. Lleva años  aceptando, sin gran remordimiento, convertirse al  social-liberalismo. Ha  dejado de considerar como prioritarios algunos  de los objetivos que  formaban parte de su ADN ideológico. Por ejemplo:  el pleno empleo, la  defensa de las ventajas sociales adquiridas, el  desarrollo de los  servicios públicos o la erradicación de la miseria.
A  finales del siglo XIX y hasta los años 1930, cada vez que el   capitalismo dio un salto transformador, los socialdemócratas, casi   siempre apoyados por las izquierdas y los sindicatos, aportaron   respuestas originales y progresistas: sufragio universal, enseñanza   gratuita para todos, derecho a un empleo, seguridad social,   nacionalizaciones, Estado social, Estado de Bienestar... Esa imaginación   política parece hoy agotada.
La socialdemocracia europea carece  de nueva utopía social. En la  mente de muchos de sus electores, hasta  en los más modestos, el  consumismo triunfa, así como el deseo de  enriquecerse, de divertirse, de  zambullirse en las abundancias, de ser  feliz sin mala conciencia...  Frente a ese hedonismo dominante,  machacado en permanencia por la  publicidad y los medios masivos de  manipulación, los dirigentes  socialdemócratas ya no se atreven a ir a  contracorriente. Llegan incluso  a convencerse de que no son los  capitalistas los que se enriquecen con  el esfuerzo de los proletarios,  sino los pobres quienes se aprovechan de  los impuestos pagados por los  ricos... Piensan, como lo afirma el  filósofo italiano Raffaele Simone,  que "el socialismo sólo es posible  cuando la desgracia sobrepasa en  exceso a la dicha, cuando el  sufrimiento rebasa con mucho el placer, y  cuando el caos triunfa sobre  las estructuras" (2).
Por eso  quizá, y en contraste, está renaciendo hoy con tanta  pujanza y tanta  creatividad, un nuevo socialismo del siglo XXI en  algunos países de  América del Sur (Bolivia, Ecuador, Venezuela).  Mientras en Europa, a la  socialdemocracia le llega su fin de ciclo.
        Notas: 
          (1) Jorge Manrique, "Coplas a la  muerte de su padre" (1477). 
(2) Raffaele  Simone, "Les socialistes proposent toujours le  sacrifice", en   Philosophie Magazine , n° 36, febrero de 2010, París.