Cuando a Franco le faltó Carrero 
pronunció aquella frase: «No hay mal que por bien no venga». Salvando 
las evidentes distancias, la nota municipal del pasado jueves que 
anunciaba la remodelación del gobierno municipal capitalino podría haber
 venido encabezada con ese entrecomillado. 
La forzada salida de Roque 
Ortiz ha permitido al alcalde, José Ballesta, practicar una reordenación
 de competencias que ha mejorado su equipo por mucho que llorara al 
amigo en el trance de su defección política. 
En primer lugar, se ha 
rebajado la toxicidad, pues el ya exsuperconcejal iba demasiado sobrado 
de sí mismo y añadía un plus de prepotencia a una Corporación donde no 
se echan de menos los gallitos, empezando por el principal, y eso que la
 acusada situación de minoría mayoritaria obligaría a conducirse con 
alguna humildad.
 Remodelar un 
gobierno es fácil si tienes a tu disposición el censo de la población, 
pero ese privilegio queda reducido en exclusiva a los presidentes 
autonómicos; los alcaldes están condenados a barajar las mismas cartas 
con las que comparecieron a las elecciones. De ahí que sea muy 
importante contemplar los resultados de la fase inicial o periodo de 
prueba para, llegado el caso de tener que reajustar, hacerlo de acuerdo a
 méritos y habilidades probadas.
 Cabe suponer que Ballesta habría 
llegado al final de su mandato con el reparto competencial original, 
pero la autovoladura de Roque Ortiz le ha obligado a recomponer el 
equipo justo en la recta final hacia las elecciones. Y el diseño le ha 
salido perfecto. Ya digo, como aquél que dijo: no hay mal que por bien 
no venga.
 Guillén.
 En primer lugar, y fundamental. Ha puesto a José Guillén en su sitio. 
Su sitio, desde que ambos circulan juntos por la vida política, y antes 
por la universitaria, es el de escudero de Ballesta. Como escudero, se 
lleva muchas tortas, pero ese ha sido y es su papel, el de pararrayos. 
Esto conlleva el riesgo de sufrir quemaduras graves, pero mientras tanto
 contribuye a abrir espacios que a veces se cierran por la 
implacabilidad de las decisiones políticas o por los cambiantes humores 
del equipo de gobierno. El juego que facilita, según los casos, sectores
 o circunstancias es el del bueno y el malo. 
Para según qué cosas, 
Ballesta es el malo, y Guillén templa; para otras, Guillén se pone ante 
el punto de mira, y permite que Ballesta resulte ajeno a conflictos. 
Guillén es, ahí donde lo ven, un político que ejerce como tal aunque en 
apariencia no disponga de ese perfil. Aparte del propio Ballesta, no hay
 muchos políticos más en la lista de concejales ejercientes, al menos en
 el núcleo central de confianza del alcalde. Ballesta es dios, pero 
todos los dioses necesitan de sacerdotes, es decir, de intérpretes. Y 
estos dos se conocen tanto que no necesitan hablar para decidir qué 
hacer. Casi podría decirse que ni uno ni otro podrían ejercer con 
solvencia sin esa conformación de dúo. Son la plena complementariedad.
Hay quienes han creído ver una disminución 
del papel de Guillén en esta remodelación por el hecho de que se le haya
 desprovisto de algunas competencias importantes. Al revés. Ballesta lo 
ha potenciado al identificarlo, esta vez sí, como el número dos en 
calidad de primer teniente de alcalde, su sustituto para cuando cruce la
 linde con Albacete. Para la gestión, concentra en él áreas básicas de 
apreciación cotidiana tanto en la ciudad como en la propia 
Administración, y lo deja suelto para que ejerza un papel más político, 
más ligado a la propia imagen del alcalde, permitiendo que se libere de 
´marrroncillos´ administrativos sin alcance político. Guillén es ahora, 
más gráficamente que nunca, la mano derecha del alcalde. Aquí no ha 
habido sorpresa. 
Rebeca. No la llamen Rebeca. Ahora es SuperRebeca. 
Ella sí ha protagonizado la gran sorpresa, al menos para los 
desavisados. Es la figura que más crece en la Corporación. Recibe tareas
 muy importantes antes en manos de Roque Ortiz y esto se produce, sin 
duda, porque Ballesta ha sabido valorar su mérito y su discreción. 
Rebeca Pérez, a pesar de su visibilidad como portavoz, es una figura que
 se muestra con suavidad, sin imponerse, sin prisas y sin ansiedad. 
Dicen quienes la conocen que su inteligencia se percibe en no querer 
hacer exhibición de su inteligencia. Escucha, aprende e interpreta y, 
sobre todo, resuelve. No es de las que entierran los asuntos en los 
cajones ni apilan los expedientes. 
Añade, además, cualidades como la del
 encanto y la empatía, que son tan masculinas como femeninas y que 
sirven para aplacar descontentos, sobre todo si van seguidas de 
soluciones prácticas. Esta concejala se ha ido construyendo casi en 
silencio y abriendo campos cuando otros los cerraban. Quizá podamos 
asombrarnos de que Infraestructuras, Obras y Servicios pueden 
administrarse sin necesidad de tanta testosterona. 
Rebeca Pérez es un 
valor en alza. Positiva, dispuesta, leal y eficiente. Con su 
relanzamiento, Ballesta ofrece un avance de su libro sobre selección de 
personal. Alguien que la conoce bien, tanto a ella como su trabajo, me 
dice algo que no puedo dejar de transcribir: «Va dejando un reguero de 
luz por donde pasa». Pues bien, le ha caído encima un plan de trabajo 
que triplica el de su situación anterior. Con el mismo sueldo. Eso por 
hacerlo bien.
 Martínez Oliva. 
Todavía hay quienes creen que este concejal lo es por deferencia al 
anterior alcalde, Miguel Ángel Cámara, quien lo mantuvo durante sus 
interminables dos décadas de gobernación en la jefatura de su gabinete. 
También es al revés. Eduardo Martínez Oliva no le fue impuesto a 
Ballesta, sino rescatado por éste, muy probablemente para disgusto de 
quienes lo abandonaron a su suerte después de tantos años de servicio. 
Lo suyo también es especialmente relevante, pues a partir de la 
remodelación le han sido concedidas unas competencias que le obligarán a
 actuar en la plaza pública cuando hasta ahora quedaba recluido en la 
concejalía de Hacienda, un departamento de gestión interna con escasa 
proyección exterior y que es alumbrado una vez al año cuando toca 
aprobar los presupuestos. 
Es cierto que, hasta ahora, al de Hacienda le 
han ido bien las cosas porque ha sabido vincular al PSOE, pero el actual
 Grupo Socialista no está en disposición de combinar la moción de 
censura que pretende abanderar con el plácet a los presupuestos, de modo
 que tendrán que probar con Ciudadanos, y ya veremos, pues el adversario
 electoral próximo del PP no será el rojo sino el naranja.
 A
 Martínez Oliva le ha caído desde el despacho abandonado por Roque Ortiz
 nada menos que el capítulo Movilidad, que significa AVE, taxis, tranvía
 y autobuses, es decir, transporte público. El concejal saliente prestó 
poca atención a este asunto esencial en la gestión de cualquier ciudad 
porque debió considerarlo de tono menor entre los muchos que le tocaba 
administrar, algunos de ellos en la agenda de prioridades del alcalde. 
Siempre ha sorprendido la pasividad sobre el transporte público en una 
Administración gestionada por Ballesta, cuando en sus tiempos de 
consejero el Gobierno regional concedió a la movilidad urbana una 
atención preferente y, en aquel periodo, coherente y medianamente eficaz
 frente a la arbitrariedad e incompetencia del ayuntamiento de Cámara. 
Tal vez la clave esté en que el descontento por el servicio se concentra
 más visiblemente en las empresas concesionarias, todas insatisfechas, 
más que entre los propios usuarios, que perciben que el sistema no 
funciona, pero no son capaces de manera autónoma ni con intermediación 
de los partidos de la oposición de organizar la demanda. 
Martínez Oliva 
tiene la oportunidad de tomarse en serio el capítulo del transporte 
urbano (un servicio público esencial) o actuar como Ortiz, es decir, dar
 largas. Pero habida cuenta de que el alcalde lo ha singularizado con 
esa estricta competencia, tal vez sea que ha llegado el momento de 
actuar en un área que ninguna ciudad moderna abandona a la rutina. 
En lo
 que respecta al AVE se van acercando las fechas en que éste llegará a 
Murcia en superficie, justo de lo que abomina la Plataforma que moviliza
 a los barrios del sur, de modo que será este concejal el que deberá 
emplearse en contactos y conversaciones mil que deberían expresar un 
talante más flexible que el de su antecesor en esa función.
 Marco
 Antonio. Marco Antonio Fernández, el nuevo concejal del Grupo Popular 
ha entrado con aparente modestia. Solo aparente. Le ha sido transferido 
para su entreno el departamento de Pedanías, Participación y 
Descentralización, reenviado desde la oficina de José Guillén. Este 
cargo es fundamental desde el punto de vista electoral, y más en esta 
fase, razón por la que no va acompañado de otros entretenimientos de 
gestión. 
Su calidad de expedáneo de Monteagudo avala el conocimiento de 
esa asignatura impenetrable que se refiere a un magma, en su caso 
sociológico, parejo al que la mayoría de los mortales experimentan con 
la trigonometría: la política pedánea. El hecho de que para llegar a él 
hayan tenido que renunciar cuatro candidatos que se le anteponían en la 
lista popular es, aparte de las razones que se han dado para dichas 
renuncias (unas más creíbles que otras) un indicativo de que Ballesta lo
 quería especialmente a él. 
Si hubiera querido tener a otros que han 
pretextado disponer de cargos en la Administración autonómica, el 
alcalde habría pedido a López Miras que dejara ir a quien le interesara,
 y habría obtenido la prenda, sobre todo en este momento dulce en que se
 encuentran sus relaciones de necesidad.
 Otros.
 Los tres concejales que, como ya apuntamos aquí, están situados al 
margen del círculo de confianza del alcalde (Maruja Pelegrín, Lola 
Sánchez y Rafael Gómez) se quedan con lo puesto. Ni más ni menos. Tal 
vez Ballesta ha resistido la tentación de reducirles tareas, pues de 
haberlo hecho se habría puesto en evidencia que no se trata, como 
respondió al artículo en que se señalaba esa situación, de «un relato 
novelado» o algo así, sino de algo tan perfectamente constatable como 
que el alcalde ni siquiera pone algún interés en hacer seguimiento de la
 gestión de esas concejalías. 
Estos tres nombres son en realidad los que
 fueron incorporados por Ballesta a la lista electoral como ´gesto de 
cortesía´ con su antecesor, y después no se han dado avances en la 
confianza. En el caso de Maruja Pelegrín se han acrecentado los recelos 
por el hecho de que probablemente filtrara un comentario de López Miras 
ante la junta directiva del PP sobre Roque Ortiz, cuando éste todavía 
era ejerciente, sin advertirlo previamente o a la vez tanto al alcalde 
como al propio protagonista.
 Y 
finalmente, un dato cualitativo a destacar en la remodelación de 
Ballesta: el propio alcalde asume los que llaman ´grandes proyectos´: 
Murcia Río, Cárcel Vieja, Yacimiento de San Esteban... Esto parece 
significar que tales iniciativas no quedarán en el escaparate, pues el 
propio alcalde asume personalmente la responsabilidad ejecutiva y 
política de su desarrollo. 
Y siendo el grueso de su programa deberá dar 
muy especial cuenta cuando intente revalidar el segundo mandato. Hasta 
ahora, Ballesta mantenía reuniones periódicas con las concejalías 
implicadas en esos proyectos, que le comunicaban pormenorizadamente los 
avances y problemas. A partir de ahora, en teoría, las pilas todavía 
tendrán que ser mejor ajustadas.
 En
 fin, si algo ha demostrado el alcalde capitalino en este envite es que 
sabe hacer una remodelación con buen criterio y que ha aplicado 
correctamente la fórmula «no hay mal que por bien no venga». Ahora sólo 
queda que la teoría se acomode a la práctica, y funcione.
(*) Columnista