Puesto que tras la lectura del 
"libro negro" de Jordi Pérez Colomé el género periodístico que merece 
ser tomado más en serio en Cataluña es el humorístico, y como no hay dos
 sin tres, sigamos el viaje que iniciamos con el ¡Cu-Cut!, continuamos con L'Esquella de la Torratxa y hoy nos lleva a recalar en El Be Negre
 -a la vez la oveja negra y el bien negro-, brillantísimo semanario 
satírico afín a Acció Catalana, el partido de los intelectuales 
nacionalistas durante la Segunda República. 
Detengámonos en concreto en 
la portada del número del 4 de enero del 34 -diez meses antes de la 
declaración de independencia de octubre- y fijémonos en el chiste 
incrustado en la quinta y sexta columnas, dedicadas al nuevo gobierno de
 la Generalitat que se formó tras la muerte de Maciá. El ujier del 
palacio de la plaza de San Jaime recibe a Companys con una pregunta: "Ja es bé catalanista, senyor Companys?". Y el nuevo presidente le responde: "Més que no era mariner quan vaig ésser ministre".
Obsérvese que lo que el 
funcionario pregunta no es si el nuevo líder de Esquerra se ha hecho 
 "separatista" o ni siquiera "nacionalista", sino tan sólo si es ya lo 
suficientemente "catalanista" como para entrar por esa puerta. Y que 
Companys le contesta que "más o menos como era marinero cuando fui 
ministro", aludiendo a que durante el verano anterior, en el tercer 
gobierno presidido por Azaña, había ocupado la cartera de Marina.
Sin esa reticencia 
generalizada que rodeaba al político logrero y oportunista, comparado 
siempre en desventaja con el padre de la patria difunto, no se comprende
 bien su delirio del 6 de Octubre al proclamar el "Estado catalán dentro
 de la -inexistente- República Federal Española". Sus pretextos eran tan
 nimios como que el nuevo gobierno de Lerroux incluía tres ministros 
"involucionistas" de la CEDA y que el TC de entonces había tumbado la 
Ley de Contratos de Cultivo. Algo equivalente a la mala relación de 
estos años con el PP y a la frustración por la sentencia del Estatut.
Poca cosa desde una visión 
amplia. Por eso hay que centrarse en el factor humano. De hecho las 
primeras palabras que Companys masculla más que pronuncia tras la arenga
 del balcón, al volver al salón de Sant Jordi, parecen la continuación 
del chiste: "Ja està fet! Ja veurem com acabarà! A veure si ara també direu que no soc catalanista!".
Con ese "a ver si ahora 
también diréis que no soy catalanista" parece estar midiéndose cada día 
Mas desde que inició la huida hacia adelante para separarse tanto de la 
fétida sombra de Pujol como de la memoria de aquel muchacho ambicioso y 
desideologizado a quien en el colegio Aula todos llamaban Arturo. Igual 
que Companys trataba de emanciparse del legado de Maciá y del recuerdo 
del abogadillo laboralista al que los compañeros de UGT llamaban Luis.
Podríamos continuar con el 
paralelismo preguntándonos si el papel de Dencás que se escapó por la 
alcantarilla, abandonando en su huida una barba postiza, lo desempeñará 
esta vez Quico Homs o algún gerifalte de la ANC. Pero más que en los 
comparsas, el mimetismo está en el ambiente. Y de nuevo la portada de El Be Negre
 nos lo explica todo al mostrarnos, en fecha tan próxima ya al 
cataclismo como el 19 de septiembre, a dos visitantes del Observatorio 
Astronómico del Tibidabo, atónitos ante el gran telescopio que apunta a 
un cielo cuatribarrado en el que brilla, solitaria, la estrella 
independentista: "Com ha crescut aquesta estrella en poc temps!". 
¡Sí, cómo había crecido, cómo ha
 crecido ahora, esa estrella en poco tiempo y de la misma manera! Hoy 
como entonces las instituciones del Estado, emanadas de un Estatuto de 
Autonomía aprobado por las Cortes, sirven de palanca política y 
catalizador emocional de un nuevo intento de destruir a ese Estado. Y 
ahí está la sonrisa de Mas en el balcón del ayuntamiento, idéntica a la 
del Nou Camp el día del himno, regodeándose de nuevo ante la humillación
 de un símbolo de la legalidad de la que proceden sus poderes. Solo un 
gobierno de cabestros políticos como el que tenemos en Madrid ha podido 
consentir que lleguemos a este punto.
"Tot plegat semblava un somni...",
 escribió en sus memorias el gran jurista Amadeu Hurtado al describir 
los sucesos del 6 de octubre. Sí, todo junto -el balcón, la arenga, el 
bando, la independencia...- parecía un sueño que enseguida se trocó en 
pesadilla cuando Lerroux declaró el estado de guerra y el general Batet 
desplegó unos cientos de hombres para sofocar la sublevación. "Señor 
ministro, acuéstese, duerma y descanse", le dijo al titular de Defensa 
Diego Hidalgo. "Ordene que le llamen a las ocho... A esa hora todo habrá
 terminado".
Y así fue una vez que los 
escamots que defendían la Generalitat salieron despavoridos. "A estos, 
una zurra en el culo y a dormir", escribió el comunista Rafael Vidiella 
en el número de noviembre de la revista Leviatan. Pocos días después 
Companys daba por hecho que sería condenado a la pena capital: "Es que 
si no me la piden, me estafan", le dijo a su abogado Ossorio y Gallardo. 
Ahora también toca frotarse los 
ojos con incredulidad al repasar el itinerario surrealista que nos ha 
colocado ante unas elecciones en las que los sondeos pronostican el 
triunfo rotundo de quienes amenazan con declarar igualmente la 
independencia por las bravas: aquel "aprobaré el Estatuto que venga de 
Cataluña", desmentido lógicamente por la flagrante inconstitucionalidad 
del texto; aquella absurda demora de cuatro años del TC para llegar a 
las conclusiones obvias; aquella requisitoria de Pacto Fiscal de Mas 
bajo amenaza secesionista; esas Diadas multitudinarias, orquestadas 
desde la Generalitat con las pautas de los regímenes totalitarios; ese 
referéndum ilegal, celebrado en abierto desafío a la resolución del 
Constitucional, ante la pasividad de Rajoy; esta nueva convocatoria 
electoral en la que los que dicen "no" a la legalidad democrática para 
separarse de ella, se declaran "juntos por el sí"; esta patética campaña
 en la que la mentira ha sido la verdad y el odio, el amor...
  
En efecto, "tot plegat sembla un somni".
 ¿Cómo hemos podido llegar a la tesitura actual cuando el 
independentismo dentro de un Estado que ha cedido ya gran parte de su 
soberanía a la Unión Europea, para adaptarse a las reglas y tamaños de 
la era de la globalización, resulta un anacronismo ridículo y sin 
sentido? Sólo la catadura y circunstancia de los actores lo explica. Mas
 ha resultado ser un frívolo aventurero sin escrúpulos que ha huido así 
de rendir cuentas sobre la corrupción maremágnum del clan Pujol y la 
quiebra técnica de la Comunidad Autónoma que ha presidido. El iluminado 
Junqueras y el trilero Romeva han resultado ser sus perfectos compañeros
 de viaje y los fanáticos supremacistas de la ANC y Omnium, su fuerza de
 choque.
Pero más dañina que su etiología
 es la de quienes están enfrente. Unos reprochan a Rajoy que no haya 
blandido ninguna zanahoria, otros que no haya hecho asomar al menos la 
punta de algún palo. Lo cierto y terrible es que la derrota electoral de
 las propuestas constitucionales que su mayoría absoluta le obligaba a 
liderar lleva camino de producirse después de cuatro años de 
incomparecencia y dos semanas de confusión con goles clamorosos en 
propia puerta.
Y es que al cabo de toda una 
legislatura meramente contemplativa, sin iniciativa política alguna, 
sesteando de manera crónica con el pretexto de no alimentar la espiral 
soberanista, el jefe del Gobierno y el ridículo pavo real que tiene como
 ministro de Exteriores han dado un grotesco bandazo, aceptando durante 
la campaña jugar el partido en el terreno de sus adversarios. Eso es lo 
que ha ocurrido cuando Rajoy se ha puesto a divagar sobre si los 
catalanes perderían o no la nacionalidad española -lo que para ZP era 
"discutido y discutible" parece para él ignorado e ignorable-, dando la 
misma lacia imagen que aquella noche en Veo 7 cuando me dijo que no 
entendía su escritura. Eso es lo que ha ocurrido cuando el PP se ha 
dirigido en un video exclusivamente en catalán -toma inmersión- a una 
comunidad bilingüe.  Y sobre todo eso es lo que ha ocurrido cuando el 
gallo Margallo no sólo se ha avenido a debatir con Junqueras, máximo 
aspirante a presidir la soñada República Catalana, como si la tele de 
Godó fuera el Consejo de Seguridad de la ONU, sino que ha sido capaz de 
plantear el símil argelino, regalándole a su rival el argumento de que 
Cataluña es un territorio pendiente de descolonizar. ¡Mare de Déu! 
La noche anterior a la 
declaración unilateral de independencia Azaña, que había pasado a la 
oposición y se encontraba en Barcelona, advirtió al conseller de 
Justicia Lluhí de lo que podría ocurrirles: "No sabrían ustedes qué 
hacer con su victoria... Todos los resortes del Estado funcionarían de 
manera automática... No durarían ni dos horas". A eso es a lo que sin 
duda se refería el otro día el exquisito Xavier Corberó cuando auguraba a
 María Marañón que "esto terminará mal a nada que vaya bien". 
Lluhí replicó a Azaña que lo que
 se avecinaba era "una demostración pacífica" y que "todo pasaría de 
manera alegre y sin choques". También le desveló sus cartas: "Luego 
cederemos unos y otros. Aquí tendremos que ceder... en Madrid también 
cederán y todo pasará en paz". O sea lo mismo que sotto voce repite hoy 
el entorno de Mas.  
Los hechos dieron la razón a Azaña. En sus memorias de aquellos años, certeramente tituladas La pequeña historia de España pues
 durante toda la Segunda República la grandeza brilló por su ausencia, 
Lerroux presenta el pulso con Companys como una cuestión de 
testosterona: "Pudo inmortalizarse él, si hubiese tenido...lo que le 
falta. O pude inmortalizarle yo, si me hubiese faltado lo que me sobra".
 Cambó, opuesto al balconazo, rebaja varios grados la dimensión del 
conflicto: "No fou més que una gran criaturada", escribirá a los pocos meses.  
Pues ahí vamos: de chiquillada 
en chiquillada hacia la gamberrada final. Pero si en aquel momento 
convulso en el que hasta fallaban los teléfonos, funcionaron los 
"automatismos del Estado", esta vez -con cada escena televisada en 
directo- ocurriría lo mismo, con la diferencia de que, en lugar del 
estado de guerra, se aplicaría el artículo 155 de la Constitución y en 
lugar de un par de tanquetas, bastaría con mandar a la Generalitat la 
nota de prensa de la Unión Europea respaldando nuestro orden 
constitucional.  
A ese guión es al que debería 
haberse ceñido el Gobierno en lugar de fantasear sobre "corralitos", 
tasas de paro y una Liga sin el Barça. Nada de eso sucederá porque la 
guerra de Troya no tendrá lugar. Hay líneas rojas que no se pueden 
cruzar sin que se dinamiten los puentes. Ni siquiera Rajoy podría 
aceptar una declaración de independencia -o sea la destrucción de 
España- sin suspender de inmediato la autonomía de Cataluña, con el 
respaldo abrumador de la opinión pública y la comunidad internacional. 
Una UE cargada de corsos, bretones, bávaros y lapadanos no va a admitir 
jamás un precedente que la corroería  mediante el efecto contagio desde 
su flanco sur.  
He aquí la única certeza: sea 
cual sea el resultado de este domingo, el independentismo catalán está 
inmerso en un viaje a ninguna parte, condenado a eternizarse como 
aquellos interminables trayectos de los renqueantes tranvías de la 
Barcelona de hace un siglo, en los que, según las bromas de L'Esquella de la Torratxa,
 de los mayores sólo quedaba el esqueleto, a los jóvenes les crecían 
luengas barbas, los conejos se reproducían por doquier y hasta el más 
pequeño cactus se hacía gigantesco, pero nunca se llegaba al destino 
deseado.
(*) Periodista