Entre otras cosas, la izquierda española
 es lenta. Ha pasado casi año y medio desde aquella aciaga votación de 
no-investidura de Sánchez por el voto contrario de Podemos y algo más de
 un año desde que las subsiguientes elecciones de junio de 2016 
demostraran que aquel voto en contra había sido un tiro en el propio 
pie. 
Y eso suponiendo que  estuviera animado del sincero deseo de 
conseguir el sorpasso y no fuera una maniobra para garantizar el 
gobierno de la derecha. La metedura de pata propició la semirrebelión 
del ala socialdemócrata concluida en Vista Alegre II con el triunfo del 
ala bolchevique que ahora se ve obligada a pactar con quien menos puede 
digerir. Entre tanto, un año. 
Un
 año de gobierno desaforado del PP que alterna sus jornadas procesales 
con las declamatorias. Un año de desgobierno económico más, anegado por 
la corrupción. Un año con los independentistas catalanes en rampa de 
salida.
En
 efecto, la izquierda española es lenta. Pero hay que ser optimistas. 
Por lo menos, las dos izquierdas se han sentado a hablar y han acordado 
algo muy puesto en razón, algo que era obvio desde el primer momento: la
 izquierda coordina su acción, se une, para desalojar democrática, 
parlamentariamente al PP. 
En esa unidad de acción pueden aparcar 
razonablemente la cuestión catalana, pues no están de acuerdo en ella. 
Un sector del gobierno sería partidario de pactar un referéndum y el 
otro, no. Asunto distinto es si cabe tal aparcamiento dadas las 
urgencias del momento.  En todo lo demás podría gobernar, cosa que 
empieza a ser angustiosamente necesaria, como lo era hace un año.
El
 problema es que la izquierda no puede llegar al gobierno si no es 
mediante una moción de censura para la que necesita los votos de los 
indepes catalanes y, aun así, también los de 2 de Bildu y el de 
Coalición Canaria. Que el PNV se sumara es más que dudoso, pues han 
negociado los presupuestos con el gobierno. Pero quizá se abstenga algún
 diputado; o los cinco.
Resulta
 entonces que la posibilidad de la izquierda de llegar al gobierno a 
implementar el programa acordado depende de la única cuestión que han 
decidido dejar fuera del acuerdo. La posición de Podemos es conocida: 
favorables al referéndum pactado (con campaña por el "no" a la 
independencia), pero no a su celebración unilateral (excepto los 
anticapis). Y esto ya les valió los votos de ERC (no del PDeCat) a su 
moción de censura. 
Queda por ver la oferta del PSOE, salida de la reciente reunión con el PSC, que se presenta como novedosa alternativa al autismo del gobierno. En totum revolutum
 parece ser: plurinacionalidad, nación cultural, federalismo, 
recuperación del Estatuto de 2006, revisión en profundidad del sistema 
de financiación, quita de deuda y así, sin duda, hasta dar respuesta a 
44 de las 46 famosas peticiones de Puigdemont. Quedan fuera el pacto 
fiscal y el referéndum.
A
 primera vista no parecen ser ofertas tentadoras para que los indepes 
suspendan su hoja de ruta. Además de irrelevantes para la cuestión de 
fondo que aquí se dilucida (el derecho de autodeterminación) son 
imprecisas y muchas de ellas inverosímiles, pues dependen de 
imponderables, como que la derecha acepte una reforma de la 
Constitución.
La
 confrontación toma rasgos cada vez más amenazadores. Ya están en juego 
las fuerzas de seguridad. La entrada de la Guardia Civil en el Teatro 
Nacional de Catalunya es uno de esos actos que algún majadero de los que
 parecen llevar un micrófono de corbata, llamará de "normalidad 
democrática", es un paso más en la dinámica de acción-reacción. Los de 
la CUP han enviado una declaración colectiva al juez, identificándose 
personalmente como cooperadores necesarios en el referéndum. 
La
 sustitución del director de los Mossos d’Esquadra, Batlle, por el 
independentista Pere Soler sigue en la misma dirección. Permite entrever
 un futuro inmediato de conflictos con cuestiones referentes a la 
obediencia debida, fácilmente traducibles en actos de desobediencia 
institucional. De ahí al procesamiento e inhabilitación de los 
dirigentes catalanes no hay más que un paso. Pero puede ser un paso en 
falso si las autoridades se niegan a acatar las medidas que contra ellas
 se tomen, planteando una cuestión de legitimidad que, es de suponer, 
tendrá mucho respaldo social.
No
 se ve cómo será posible evitar el art. 155 e, incluso, medidas 
excepcionales más concretas y, para darles eficacia, el despliegue de 
una fuerza pública superior a los Mossos que no puede ser otra que la 
Guardia Civil.
Llegados
 a este punto, o escenario, ¿no es más prudente pactar un referéndum, 
defender pacíficamente las convicciones propias y atenerse al resultado?
Mientras
 no haya una solución a Cataluña, el gobierno de la izquierda no pasará 
de ser oposición coordinada a un gobierno del PP que, según se ve, actúa
 como cuando disponía de mayoría absoluta.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED 

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