La tendencia al alza y a la recuperación de nuestras reservas de agua 
embalsada se ha roto. Los pantanos están en su conjunto tres puntos por 
debajo de la media de los últimos diez años. No hay que alarmarse, pero 
haríamos bien en poner en marcha de una vez por todas las necesarias 
medidas de prevención para adaptarnos mejor a la próxima sequía.
 Porque ¿qué hemos hecho a lo largo de estos meses de pluviosidad 
abundante para preservar ese tesoro que nos han dejado las lluvias? ¿Qué
 medidas hemos emprendido mientras nuestros embalses se llenaban para 
precaver no ya el riesgo sino la certeza de su vaciado? La respuesta es 
nada.
 Sabemos que las sequías 
asociadas al cambio climático van a ser cada vez más severas y 
recurrentes. Sabemos que estamos en la “zona cero” del calentamiento 
global y que por lo tanto vamos a tener que enfrentarnos a escenarios de
 escasez cada vez más graves y difíciles de gestionar. 
Pero seguimos sin
 poner en marcha un gran plan nacional para el uso responsable del agua y
 la adaptación a las sequías del cambio climático. Un plan que debe ser 
expeditivo e inmediato, consensuado por todos los sectores y alejado de 
los intereses particulares de los partidos.
 En este rincón del diario llevamos años señalando que el mejor momento 
para hablar con serenidad de previsión de recursos hídricos disponibles 
es el que acabamos de pasar: con los embalses llenos. Un momento que 
como bien sabemos va a ser cada vez menos frecuente, pero que sin 
embargo hemos vuelto a desaprovechar.
 En ese sentido el tiempo nos ha hecho un donativo que el clima nos va a
 volver a arrebatar. Las lluvias han sido el mejor regalo del 2018, pero
 lo hemos tirado a la basura sin desenvolver.
 ¿Dónde están los avances en eficiencia? ¿Dónde los pasos adelante en 
depuración y reutilización? Seguimos jugándonos el futuro del agua a las
 aportaciones adicionales. Seguimos hablando de trasvases cuando todas 
las cuencas cedentes, todas sin excepción, son deficitarias. Seguimos 
apostando por más infraestructuras en lugar de revisar los planes de 
cuenca para adaptarlos a la realidad que se nos viene encima.
 En lugar de promover la agricultura sostenible y apostar por la 
eficiencia de nuestros cultivos seguimos hablando de poner en regadío 
más tierras de secano, mientras la desertización avanza a dentelladas 
resecándonos el país. Pero ¿de dónde va a salir toda esa agua? ¿Es que 
acaso pretendemos convertir todo nuestro litoral en una sucesión de 
desalinizadoras?
 Desde los 
partidos políticos siguen sin entender la urgencia a la que nos 
enfrentamos y continúan tirándose el agua a la cabeza los unos a los 
otros, recurriendo a la demagogia y al oportunismo. En lugar de sumar 
esfuerzos, de aunar voluntades y de apostar por la colaboración y el 
conocimiento compartido, se siguen anteponiendo idearios que poco o nada
 tienen que ver con el bien común de garantizar el derecho al agua de 
todos.
 Se sigue hablando 
del agua como recurso en lugar de cómo lo que es por encima de todo y 
antes que nada: la sangre de la naturaleza. Nuestros representantes 
políticos están más interesados en discutir sobre la titularidad de los 
servicios para marcar programa ante sus votantes que en preservar los 
caudales ecológicos: ésos que permiten el mantenimiento de los 
ecosistemas y la biodiversidad asociada; la más rica, la más amenazada. 
Será porque los peces y las ranas, las nutrias y los patos no votan.
 Y mientras tanto el momento de hablar del agua con calma, es decir con 
los embalses llenos, ha vuelto a pasar. Que alguien vaya a abrir que la 
sequía está llamando de nuevo a la puerta.
(*) Divulgador ambiental y escritor 

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