El analista político español, si quiere 
atender a su oficio, acaba esquizofrénico. Vive en un país que, en 
realidad, es dos y mal avenidos. En cada uno de ellos, la dinámica 
política es distinta, los objetivos, los intereses, los partidos, hasta 
las palabras tienen diferentes significados: nación, soberanía, pueblo, 
democracia, ley, etc, términos esenciales en la política. Así son las 
cosas: dos realidades, dos países y menos mal que explícita o 
implícitamente se reconoce pues, hasta hace poco, el gobierno de España 
consideraba que el movimiento independentista catalán era una algarabía. 
Dos
 realidades, dos países que, además, en buena medida, se ignoran entre 
sí, al menos por la parte española. No estoy nada seguro de haber visto 
esta noticia de elMón.cat en
 ningún periódico español. Y tiene su importancia. El presidente 
saliente del Tribunal Constitucional reconoce que el conflicto catalán 
no puede resolverse en el marco de la Constitución que él estaba hasta 
hace poco encargado de interpretar. Hay que acudir, añade, al diálogo 
político, vulgo, negociación, eso de lo que Rajoy no quiere oír hablar. 
Por
 cierto, esta lúcida doctrina podría haber orientado sus decisiones en 
el Tribunal, en lugar de prestarse a servir de brazo ejecutor de la 
política del gobierno sabiendo, además, que era contraproducente. Y 
tanto más lamentable cuanto que descarga su conciencia en su alocución 
de despedida.
El ocaso de la lideresa
Este pantano de corrupción en que 
chapotea Esperanza Aguirre desde que saltara la Gürtel no impide 
reconocer que su dura lucha por hurtar el cuerpo y salir de todos los 
trances, apareciendo siempre en lugar políticamente visible, tiene 
cierta grandeza. Recuerda lejanamente a Gloria Swanson en Sunset Boulevard,
 queriendo mantenerse a toda costa en las candilejas. El Joe Gillis de 
la película, interpretado por William Holden es aquí Francisco Granados.
 Falta a Aguirre aquella fortaleza de Max von Mayerling, dispuesto a 
protegerla. Por eso ahora va de tribulación en tribulación y su 
acreditado desparpajo ya no le da para mucho. Las recientes revelaciones
 sobre la financiación ilegal de su partido, la caja B, la fundación 
Fundescam, la han dejado literalmente planchada. Y cuantos más platós 
visita dando explicaciones más en evidencia queda. 
Ahora
 reclaman su presencia en el proceso de la Púnica, dentro de la 
estrategia de Granados. Quiere este gozar de algún tipo de beneficio 
penitenciario, al igual que su socio Marjaliza que está en libertad por 
colaborar con la justicia. Él ambiciona lo mismo y para ello quiere 
valerse de Esperanza Aguirre, su antigua jefa directa y de la que él era
 mano derecha. Quiere probar la verdad evangélica de que la mano derecha
 de Aguirre no sabía lo que hacía la izquierda y que la única que lo 
sabía todo era la propietaria de las dos manos. Ella era, por lo que 
viene a decir Granados, conocedora y amparadora de las fechorías que 
injustamente (a su juicio) se le atribuyen. 
Ignoro
 si las pruebas o indicios aducidos son suficientes para pedir la 
declaración de Aguirre, pero está claro que su estrella se ha apagado. 
Lo que le queda, todo lo más, es un calvario.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED 
 
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