La prueba más irrefutable de la falsedad del discurso del Gobierno 
acerca de la recuperación económica y de que está intentando compensar a
 los ciudadanos por los sacrificios exigidos se encuentra en uno de los 
colectivos más castigados en estos años, los pensionistas, que 
comenzaron a perder poder adquisitivo aquel fatídico mayo de 2010 en que
 Zapatero, sin motivo, se rindió con armas y bagajes a Merkel. Los 
presupuestos que el Gobierno acaba de presentar establecen para las 
pensiones un incremento en 2016 del 0,25% y como la inflación, según 
prevé la OCDE, será del 1,4%, se vaticina ya para ese año una nueva 
pérdida de poder adquisitivo superior al 1%. Es decir, que por el 
momento se rebajan las pensiones en términos reales en más del 1%, 
rebaja que puede ser aún mayor si la inflación se desvía.
El 0,25% es el menor incremento que las pensiones pueden tener según 
ese engendro de fórmula que se sacaron de la manga los expertos 
progubernamentales sin ninguna lógica ni sentido, y que la ministra de 
Trabajo santificó con la única finalidad de deprimir las pensiones hasta
 el infinito. La fórmula es una simple estratagema para engañar y 
disimular el objetivo que no es otro que ir deprimiendo las prestaciones
 públicas a favor de los fondos privados en los que tanto interés tiene 
la banca. Si cuando la economía crece cerca del 4% y la renta per cápita
 a un ritmo similar las pensiones tienen que continuar perdiendo poder 
adquisitivo, es evidente que ese va a ser su futuro año tras año.
El Gobierno argüirá que se trata de salvar el sistema público de 
pensiones, pero este se salva y se potencia con más impuestos y no 
reduciéndolos, especialmente en los tramos altos (tal como ha hecho 
Montoro en la última reforma fiscal) ni eximiendo a los empresarios de 
pagar cotizaciones sociales. El pasado mes de marzo el Gobierno aprobó 
un límite exento de 500 euros por trabajador en las cotizaciones 
empresariales que, dado el nivel tan bajo de los salarios y la picaresca
 de declarar en los contratos únicamente una parte de las retribuciones 
totales, implica que la mayoría de los nuevos puestos de trabajo creados
 están exentos de pagar Seguridad Social. Esto, junto con la tarifa 
plana de 50 euros establecida para los autónomos el año anterior, 
explica que, a pesar de la tan cacareada creación de empleo, los 
ingresos de la Seguridad Social solo hayan crecido hasta junio un 0,77%,
 mientras la afiliación lo ha hecho en el 3,4%.
El sistema público de pensiones se ha vuelto en extremo vulnerable a 
partir del Pacto de Toledo con la separación de fuentes de financiación y
 haciéndolo depender del montante de las cotizaciones sociales, lo que 
ha dado lugar a todo ese discurso tan falaz de la relación 
activos-pasivos y de la evolución demográfica (véase mi artículo del 15 
de mayo de 2015), cuando lo único cierto es que mientras la renta per 
cápita se incremente, no hay ninguna razón para que ningún colectivo, 
sea el de los pensionistas o el de los bomberos, pierda poder 
adquisitivo, como no sea por un aumento en la desigualdad de la 
distribución de la renta.
El Gobierno, ante el déficit que plantea la Seguridad Social, propone
 en los presupuestos que acaba de presentar para 2016 coadyuvar a su 
financiación mediante impuestos. Aparentemente, esta medida iría en la 
buena dirección. Recuérdese que incluso el Pacto de Toledo, en su 
redacción original, y tal como fue aprobado por primera vez en el 
Parlamento, no establecía una separación de fuentes total, pues a 
instancias de IU, se afirmaba que las pensiones se financiarían 
principalmente (y no exclusivamente) por cotizaciones. Bien es verdad 
que esta matización se ha olvidado en la práctica y ahora se establece 
una relación unívoca entre prestaciones y cotizaciones.
He dicho aparentemente porque cuando se ahonda en las propuestas que 
circulan, el sentido es más bien el contrario. Se trata tan solo de que 
determinadas prestaciones como viudedad u orfandad, al igual que ahora 
las pensiones contributivas, pasen a financiarse con impuestos, con lo 
que la segregación de fuentes continuará vigente presionando a la baja 
las pensiones. Esta interpretación está más acorde con las últimas 
medidas adoptadas por el Gobierno de sustituir las bonificaciones en las
 cotizaciones sociales, que eran después compensadas por el presupuesto 
del Estado, por las ayudas a cargo del presupuesto de la Seguridad 
Social sin compensación alguna.
La defensa de las pensiones estriba en exigir que sean todos los 
ingresos del Estado (incluyendo las cotizaciones) los que las financien 
en los niveles necesarios, pero no en sustituir cotizaciones por 
impuestos (por ejemplo, por IVA, tal como proponen los expertos de 
FEDEA) dejando las prestaciones en el mismo grado de precariedad. El 
resultado sería únicamente trasladar carga fiscal de los empresarios a 
los consumidores, es decir, a todos los ciudadanos.
Por otra parte, nuestro nivel de cotizaciones (13% del PIB) está por 
debajo de la media de la Eurozona (14%) y a años luz de países como 
Holanda y Alemania (17%) y Francia (19%), e incluso Grecia nos supera 
ligeramente. ¿Hay que continuar bajando las cotizaciones sociales? Quizá
 aún más llamativo es lo relativo a impuestos. La presión fiscal en 
España es ocho puntos inferior a la media de la Eurozona y de la Unión 
Europea y está por debajo de países como Grecia, Polonia, Estonia, 
Portugal, Malta, República Checa, Chipre, Hungría, Eslovenia, y no 
digamos ya de Bélgica, Holanda, Italia, Austria, Francia, Alemania y 
vale más no citar a Suecia o a Dinamarca, de las que nos separan más de 
15 puntos. ¿Se puede afirmar sin cierto escándalo que no se pueden pagar
 las pensiones y que hay que reducirlas? Todo es un problema de voluntad
 política y de cómo se quiera redistribuir la renta. Desde luego será 
difícil si lo que hace el Gobierno ante los primeros síntomas de 
crecimiento y de recuperación de la recaudación es bajar los impuestos.
Para los pensionistas no solo no ha llegado la recuperación 
económica, sino que no llegará nunca porque, de acuerdo con la última 
reforma, se les condena año a año a que sus retribuciones bajen en 
términos reales, es decir, que vayan perdiendo poder adquisitivo. Ha 
desaparecido el único factor positivo del pacto de Toledo, el compromiso
 de todas las fuerzas políticas de mantener la actualización anual de 
las pensiones por el IPC, que si bien les negaba participar en la mejora
 de la economía, al menos les garantizaba permanecer en el mismo nivel 
retributivo. Lo más grave es que no parece que los partidos de la 
oposición, ni siquiera los emergentes, tengan la menor intención de 
cambiar la ley aprobada por el PP y retornar a la actualización. No 
aparece ninguna propuesta en tal sentido. Todo lo más una leve e 
inconcreta promesa de mejorar las pensiones mínimas, pero es que ya 
todas son pensiones mínimas (excepto las privadas de los grandes 
ejecutivos) y más mínimas van a ser en el futuro.
(*) Economista del Estado

No hay comentarios:
Publicar un comentario